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El
ojo que ves no es ojo porque tú lo veas,
es ojo porque te ve.
Antonio Machado
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Pero
hay cosas que no ves, que porque te
están mirando solo ojos pueden ser.
Héctor A.
Olaiz
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Cuando Jesús
le dio la vista a un ciego de nacimiento, no lo hizo como respuesta
a un pedido suyo, y fue hecho en dos etapas, primero untando sus
ojos con barro y luego pidiendo al ciego que fuese al estanque
de Siloé a lavarse. El ciego fue, se lavó, y volvió
viendo. El milagro se hizo por el poder de Dios que el Salvador
tenía, pero le dio al ciego la responsabilidad de completar
la acción del milagro, una acción simple pero trascendente,
sin la cual el milagro no se hubiese concretado: ir y
lavarse. Si el ciego no hubiera ido a lavarse, por incredulidad
o por lo que fuera, hubiera permanecido con el barro sobre los
ojos y sin visión.
Pero hay distintos tipos de visiones y, en consecuencia, también
de cegueras.
La visión sólo es posible en presencia de luz y,
como no podría ser de otra manera, comparte con ella su
vasta complejidad. Porque así como se requiere una mente
divina para tener una acabada comprensión del universo
físico y del universo espiritual; y se necesita la omnisciencia
de Dios para discernir claramente entre esos dos universos, cuánto
más se requiere para entender la naturaleza de la luz como
el elemento material que se monta entre ambos universos, por ser
el más sutil de los elementos físicos y tal vez
el más concreto y ponderable de los elementos espirituales.
Y, en concomitancia con ella está la visión, que
tanto puede comenzar como un estímulo de la componente
física de la luz sobre el ojo de la carne, para completar
luego la imagen en la comprensión que de ella se realiza
en la mente, que es parte del cuerpo espiritual, como manifestarse
directamente sobre la mente con su componente espiritual a través
de los ojos del espíritu. Para cimentar la validez de esto
que digo, cito una escritura y la afirmación que de ella
hace un profeta.
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"Y
la luz que brilla, que os alumbra, viene por medio de aquel que ilumina
vuestros ojos, y es la misma luz que vivifica vuestro entendimiento,
la cual procede de la presencia de Dios para llenar la inmensidad
del espacio.” (DyC
88:11-12)
“Es la luz del sol y el poder por el cual fue hecho; es
la luz de la luna por la cual fue hecha; es la luz de las estrellas
y el poder por el cual fueron hechas. Y Él dice que es la misma
luz que vivifica el entendimiento de los hombres. ¿Qué?
¿Tenemos nosotros una luz mental y una luz visual, ambas procediendo
de la misma fuente? Sí, eso dice la escritura, y eso dice la
ciencia cuando es comprendida correctamente”1.
No hay visión sin luz, pero cuando el ojo carnal del hombre
en la visión física, o el ojo espiritual en la visión
de esa misma naturaleza, adolece de ausencia o de imperfección,
puede haber luz sin que el hombre la vea ni distinga las imágenes
a las cuales esa luz da vida. Es la ceguera, a veces total y otras
veces parcial.
El hecho milagroso realizado por el Salvador con el ciego de nacimiento,
con una ceguera física, se me ocurre parecido, en muchos aspectos,
a algunas experiencias que he tenido en consejos disciplinarios –en
mi tiempo llamados tribunales– llevados a cabo en la Estaca
que presidía, en los cuales se manifestaban cegueras espirituales
más que físicas. Aunque me referiré a uno en
particular, ha habido varios similares y otros disímiles. |
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Para ello transcribo parcialmente algunos párrafos de mi historia
personal donde relato lo acontecido entonces, en dos momentos distantes
entre sí.
“Ayer realizamos dos Consejos Disciplinarios en el
Sumo Consejo. En ambos pudimos sentir la presencia de un buen espíritu
con una demostración de mucho amor hacia los hermanos que fueron
juzgados. Un hermano, quien por primera vez participaba en uno de
estos consejos, nos dijo que estaba asombrado y maravillado por el
espíritu tan especial que había sentido en todo momento;
y el obispo, que también asistía por vez primera a un
tribunal, dijo que tal vez nosotros no nos percatábamos de
ello, pero que él, como observador, sintió la presencia
de un espíritu divino. Uno de los hermanos, que fue excomulgado,
después de escuchar el resultado del fallo, agradeció
el amor recibido durante el juicio y dijo que se daba cuenta de que
esa decisión le daba la oportunidad de comenzar de nuevo.
Le aconsejamos que siguiera asistiendo a la iglesia, y luego le pedimos
al obispo que mandara a su hogar los mejores maestros orientadores.
Cada uno de la presidencia y del Sumo Consejo saludamos cariñosamente
a ambos.”
Y en otra instancia de mi historia, algunos años después,
en la cual hago referencia a ese mismo episodio, continúo diciendo:
“Hoy puedo relatar muchas cosas más con respecto
a lo que pasó después de ese consejo disciplinario,
cosas que son de una profunda enseñanza.
El hermano, tal como le habíamos aconsejado, siguió
asistiendo a las reuniones de la iglesia; él tenía muchos
amigos entre nosotros. Pasado un tiempo prudente, pidió ser
readmitido en la iglesia. Nos reunimos nuevamente con el Sumo Consejo
y con mucho gozo accedimos a su pedido. Puedo dar testimonio de que
recién entonces, y por primera vez, noté a este hermano
realmente activo en el evangelio. Pasaron algunos años más
después de su segundo bautismo y nos encontramos ocasionalmente
en el Salón Celestial del Templo de Buenos Aires, nos dimos
un gran abrazo y él me dijo: 'Héctor, si ustedes no
hubieran procedido como procedieron en aquel consejo, hoy yo no estaría
acá, realmente se los agradezco'. Ambos lloramos.
Cuando murió, era el presidente del Quórum de Élderes
de su Barrio. Antes, con más de veinte años de ser miembro,
jamás había tenido un llamamiento de responsabilidad”
Este hermano tuvo alguna ceguera después que fue concebido
del agua y del espíritu, ceguera que lo hizo tropezar gravemente.
La excomunión fue como poner un barro espiritual en sus ojos
ciegos, y la recomendación que le dimos y el amor que le mostramos,
fue como mandarlo a lavarse en el estanque del Enviado (Siloé);
y él lo hizo, porque tuvo la fe para hacerlo, y volvió
viendo. El milagro se concretó por el poder de Dios y él
cambió y volvió siendo lo que antes, por la ceguera
que cubría su visión espiritual, nunca había
sido, un hombre verdaderamente activo en el sacerdocio, tanto es así,
como digo en mi historia, que cuando falleció era el presidente
de su quórum de élderes; y no sólo que entonces
veía, sino que ayudó a muchos otros para que también
viesen.
Hubo otros casos similares en mis años de presidir. Pero también
hubo otros distintos, cuyos ojos ciegos también fueron cubiertos
con barro, pero que al no tener la fe necesaria para ir y lavarse,
el milagro, que podría haber sido, no se completó, y
persistieron en la ceguera, y todavía con el barro milagroso
sobre sus ojos, sucumbieron en la telestialidad mundana.
El milagro no fue hecho por nosotros que, en forma figurada, solo
pusimos el barro y mandamos, en el nombre de Dios, limpiarse; quienes
se limpiaron recibieron, al decir del profeta José Smith, vida
y salvación; pero hubo quienes no se limpiaron permaneciendo
sucios y ciegos. El Señor hizo lo suyo, pero ellos no completaron
el milagro. |
1.-
Presidente John Taylor
(December 31, 1876 – Journal of Discours Vol. 18
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Comentarios
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04/07/2009
Muchísimas gracias por tu editorial Héctor!!!
Un abrazo,
Victor A. Walker
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