Uno
de los paisajes que más me atrae es observar durante el día
las nubes de tormenta en el momento en que se abren y ver como se
cuelan los rayos del sol entre la densa masa de tonos grises y dorados
iridiscentes. Pero nubes son nubes y todas, más allá
de su densidad y de la luz que esta permita pasar, representan una
interferencia que no nos permite ver el Sol en forma directa.
Esta simpleza es un buen modelo para entender qué nos pasa
cuando se nos “vuelan los pájaros” o, tal vez,
“perdemos los estribos” de la mano, entre otras cosas,
del enojo. |
El
profeta Elías no reconoció la presencia del Señor
sino hasta que oyó “el silbo apacible”. Supo que
El no estaba en los estrépitos ni en el fuego crepitante. Este
“silbo apacible” es el equivalente a un cielo diáfano
en un día calmo.
Cuando escuchamos truenos, no necesitamos salir a ver para saber que
no veremos el Sol. El enojo, junto al orgullo, la jactancia o la vana
y desmedida ambición, entre cosas similares, son como tormentas
que no sólo ofuscan la mente y el intelecto, sino que volatilizan
toda posibilidad de conexión espiritual.
Como seres falibles que somos, nuestra vida transcurre, por decirlo
ligeramente, entre “la agonía y el éxtasis”,
o más seriamente, entre extremos caracterizados por estados
de conciencia diametralmente opuestos cuyos resultados se pueden definir
como “gozo”, o “deleite”, en el sentido de
bien mayor, y “plaga”, en el sentido de calamidad y destrucción
indiscriminada. |
Veamos dos ejemplos de esto de las escrituras. Nefi relata que poco
después de la visita del Señor a América “…no
había contenciones en la tierra, a causa del amor de Dios que
moraba en el corazón del pueblo. Y no había envidias,
ni contiendas, ni tumultos, ni fornicaciones, ni mentiras ni asesinatos,
ni lascivias de ninguna especie; y ciertamente no podía haber
un pueblo más dichoso entre todos los que habían sido
creados por la mano de Dios.” (4 Nefi 1:15 y 16)
Sin embargo, en el extremo opuesto, 400 años más tarde,
Mormón dice que “he aquí, el espíritu
del Señor ya ha dejado de luchar con sus padres; y están
sin Cristo y sin Dios en el mundo; y son echados de un lado para otro
como paja que se lleva el viento”, y más adelante
agrega que “los lamanitas han perseguido a mi pueblo, los
nefitas, de ciudad en ciudad y de lugar en lugar, hasta que no existen
ya…” (Véase Mormón 5:16-18 y Mormón
8:7).
También dice que su ceguera era tal que les resultaba imposible
reconocer la mano del Señor en sus batallas; que solo luchaban
por sus propias vidas y que toda victoria se la atribuían a
sí mismos y a su fortaleza, negando así al Señor. |
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Lo cierto es que nadie está exento de quedar cubierto por nubarrones
que perturban la vida y la ensombrecen. No basta con el conocimiento
teórico que atesoramos del evangelio. Podemos conocer la fórmula,
pero si no hacemos uso de los elementos adecuados en la proporción
justa, el resultado puede ser por demás inoportuno. Me refiero
a que cuando permitimos crecer en nuestra vida los elementos que llevaron
al pueblo nefita, y a otros tantos, a la destrucción, es cuando
quedamos solos e incapaces de reconocer la luz a pesar que esta ilumine
nuestros ojos. |
Dice
una frase que para muchos reina la oscuridad en pleno mediodía.
Ciertamente, la oscuridad espiritual es la antesala de la agonía.
No obstante, el evangelio tiene la propiedad de brindarnos los medios
para iluminar nuestra vida en forma constante, lo cual no significa
que no tendremos que afrontar nubarrones, incluso de tormenta. Al
recordar al Señor y guardar Sus mandamientos, para tener Su
espíritu con nosotros, nos estamos asegurando de eliminar de
nuestra vida actitudes que solo nos conducirán al extremo negativo
de nuestra experiencia. El resultado de llevar a la práctica
esta combinación, con la que renovamos nuestros convenios,
es que siempre seremos iluminados a pesar de la nubosidad a la que
nos someta el momento y la circunstancia.
El enojo, el orgullo, la jactancia o la ambición desmedida
producen efectos contrarios a los resultados de la frase “existen
los hombres para que tengan gozo” (2 Nefi 2:25). Este “gozo”
del que hablan las escrituras no se puede plasmar en la vida de nadie
sino dentro de los parámetros establecidos por la ley del Señor,
siendo su cumplimiento lo que barre las nubes permitiendo que podamos
ver más allá de ellas, abriendo camino a la esperanza.
Y no se debe confundir gozo con alegría. Alegría no
es gozo sempiterno. Es simplemente un estado pasajero que se alcanza
y se puede perder un momento después. Gozo es felicidad con
la mirada puesta en la eternidad. Incluye el reconocimiento de la
gloria de Dios y la emoción de sabernos acompañados
por el Señor aún en soledad. Su resultado es el cobijo
que nos abriga de esperanza, nos reviste de seguridad y aún
nos permite saber sin necesidad de ver. |
Al
ejercer la humildad y la fe y ponerlas en movimiento, logramos atemperar
nuestro ánimo y evitamos que se corte el vínculo que
nos une al espíritu. Los momentos de zozobra emocional no serán
tan drásticos como para alejarnos de la Luz y persistirá
en nuestro ser un trasfondo de paz y seguridad que nos conducirá
a la tranquilidad de espíritu en la cual veremos que a pesar
de todas las tribulaciones, el cielo está despejado. |
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