Las tormentas de la vida
Por Edgar A. Miranda
Vivimos indiscutiblemente, los últimos días de esta la ultima dispensación, donde el Señor desnudará su brazo para someter al diablo y sus ángeles, con el propósito de establecer de una vez y para siempre el Reino de Dios sobre la tierra y permitir así el gobierno de justicia encabezado por Jesucristo. Los elementos naturales parecen estar en total descontrol y lo que una vez fue, ya no es.
Las estaciones no responden a lo que una vez confiábamos y esperábamos en los días de nuestra niñez. Inviernos ausentes de frío o veranos con presencia de nieve como antes no se ha visto, drásticos cambios de temperatura y así con el resto. De lo que en un tiempo tomábamos por descontado que sucedería, parece no responder al modelo establecido. Lluvias inesperadas, granizo en lugares no acostumbrados, aguas saliendo de su curso y tormentas que llevan a los habitantes de la tierra a mirar el futuro inmediato con temor a lo que aun ocurrirá. Pero para los Santos de los Ultimos Días, el enfoque es o debiera ser diferente ya que conocemos el propósito y final de estos eventos: La gloriosa segunda venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo para sujetar bajo su poder y autoridad a todos aquellos que hoy se gozan en la maldad, la iniquidad, el pecado y la injusticia hacia los humildes, el día en que “Toda rodilla se doblara para confesar que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios Viviente”
Si bien estos eventos son preocupantes, quisiera poner énfasis en otro tipo de tormentas a las que nos vemos sometidos y de las cuales debemos salir indemnes por el bien de nuestro crecimiento espiritual. Me refiero a las tormentas que debemos enfrentar en nuestra vida diaria; desafíos, problemas, pruebas o como deseemos llamarles a estos fenómenos que a diario se ciernen sobre nosotros o nuestros seres queridos, amenazando quebrar nuestra resistencia espiritual y física. Estas tormentas nos causan en ocasiones resentimiento, amargura y desesperanza en cuanto al amor de nuestro Padre pues nos sentimos dejados de su mano.
En otras ocasiones, creo las menos, humildemente nos sometemos y preguntamos: ¿Padre dónde estás?, ¿cuál es tu propósito? Es a través de estas tormentas que aprendemos a entender aunque sea un poquito, las tormentas y sufrimientos espirituales a que se sometió el Salvador en nuestro beneficio, sin tener un ápice de culpa, pues era perfecto y sin mancha. “El Hijo del Hombre ha descendido debajo de todo ello” le recordó al profeta José Smith en la cárcel de Liberty agregando algo que debiéramos preguntarnos ¿Eres tu mayor que Él?
"...quisiera poner énfasis en otro tipo de tormentas a las que nos vemos sometidos y de las cuales debemos salir indemnes por el bien de nuestro crecimiento espiritual."
Reconocer el propósito de Dios al enfrentarnos a tribulaciones y pruebas es el comienzo del crecimiento de nuestra fe. Es cierto que tenemos el divino derecho de preguntar por qué. Pero así como a la noche sigue el día, al preguntar por qué, debemos estar dispuestos a aceptar la respuesta.
Si se nos permitiera escoger el número de dificultades que queremos enfrentar, todos escogeríamos el cero. Pero el cero es solo eso, cero, equivalente a nada. Y nada, da como fruto nada. Es pues el alto número de temperatura lo que hace al carbón transformarse en diamante. Son nuestras vicisitudes las que nos templan el carácter y nos acercan un poquito en nuestro intento de ser semejantes a Dios.
En ocasiones nos parece estar reviviendo la experiencia de los discípulos en el Mar de Galilea: “Y he aquí se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca y El dormía, y vinieron sus discípulos y le despertaron diciendo: Señor, sálvanos que perecemos! “ Cuantas veces yo dije esas palabras… y El me ha dicho: “ ¿Por qué temes, hombre de poca fe?”
Creo que la falta de fe se manifiesta cuando queremos la respuesta en el momento de nuestra desesperación, no dando al Creador de todas las cosas, el tiempo para que Él actúe como Él lo considere propio en su eterna sabiduría. De una cosa sí estoy seguro y es que Él contesta y nos socorre. Me imagino al Cristo levantándose sin desesperación ni apuro, lentamente, en control de todo, porque todo es la obra de sus manos, eso es lo que olvidamos. La escritura dice:”…levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo bonanza.” Cuánto nos cuesta aceptar en hecho, no sólo en palabras, que “Verdaderamente Él es el Hijo de Dios”. Cuando reaccionamos así, estamos experimentando una crisis de esperanza, de confianza y de fe. Es en estos momentos cuando humildemente debemos suplicar como Pedro “¡Señor, sálvame! La respuesta será real y de esto testifico porque la he experimentado muchas veces: “Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él (me)y le (me dijo): Hombre de poca fe. ¿Por qué dudaste? (Mateo 14:30,31)

Su mano es firme y está extendida siempre, pero yo debo aún aprender a tomarla firmemente. Debo aprender por medio de la experiencia cómo permitirle que Él me rescate. Las dificultades y tormentas de la vida no han desaparecido inmediatamente, ni se han transformado milagrosamente en un “lecho de rosas”. Pero en mi mente y en mi espíritu una voz suave y penetrante me repite: “Enfócate en Cristo, en su amor por ti. Enfócate en cómo te ha levantado en sus brazos fuertes en el pasado, enfócate en su poder para salvar. ¡Enfócate en Cristo!" ¡Esa es la respuesta! ¿Y saben una cosa? Yo sabía eso, porque lo había dicho en muchas ocasiones a quienes estuvieron en necesidad en el pasado.

Así como Pedro fue sacado del agua a la seguridad del barco, es necesario que rescatemos nuestra seguridad de que Él puede ayudarnos con nuestra falta de fe, con nuestras comunes o no tan comunes dificultades de la vida, aquellas que nos sumergen por momentos en las profundidades de nuestras emociones. Él continúa estando cerca nuestro, aún cuando no lo podamos reconocer.

Que el Señor nos cubra con su tierna misericordia y su luz alumbre nuestro entendimiento para poder expresar como Nefi: “Oh Señor, en ti he puesto mi confianza, y en ti confiaré para siempre! Sí, sé que Dios dará liberalmente a quien pida… por tanto, elevaré hacia ti mi voz, si, clamaré a ti, mi Dios, roca de mi rectitud… ” (2Nefi 4:34,35)

 

Comentarios
Si querés enviar tu comentario sobre este artículo, envíalo por mail a comentarios@estilosud.com, haciendo referencia en el Asunto al artículo
 

Acerca del Autor >>>

Estilo SUD, 15 de mayo de 2010
 
Si bien nos aseguramos de que todos los materiales puedan ser usados con tranquilidad por los miembros de la Iglesia,
aclaramos que éste no es un sitio oficial de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días