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Vivimos
indiscutiblemente, los últimos días de esta la ultima
dispensación, donde el Señor desnudará su brazo
para someter al diablo y sus ángeles, con el propósito
de establecer de una vez y para siempre el Reino de Dios sobre la
tierra y permitir así el gobierno de justicia encabezado por
Jesucristo. Los elementos naturales parecen estar en total descontrol
y lo que una vez fue, ya no es.
Las estaciones no responden a lo que una vez confiábamos y
esperábamos en los días de nuestra niñez. Inviernos
ausentes de frío o veranos con presencia de nieve como antes
no se ha visto, drásticos cambios de temperatura y así
con el resto. De lo que en un tiempo tomábamos por descontado
que sucedería, parece no responder al modelo establecido. Lluvias
inesperadas, granizo en lugares no acostumbrados, aguas saliendo de
su curso y tormentas que llevan a los habitantes de la tierra a mirar
el futuro inmediato con temor a lo que aun ocurrirá. Pero para
los Santos de los Ultimos Días, el enfoque es o debiera ser
diferente ya que conocemos el propósito y final de estos eventos:
La gloriosa segunda venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo
para sujetar bajo su poder y autoridad a todos aquellos que hoy se
gozan en la maldad, la iniquidad, el pecado y la injusticia hacia
los humildes, el día en que “Toda rodilla se doblara
para confesar que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios Viviente”
Si bien estos eventos son preocupantes, quisiera poner énfasis
en otro tipo de tormentas a las que nos vemos sometidos y de las cuales
debemos salir indemnes por el bien de nuestro crecimiento espiritual.
Me refiero a las tormentas que debemos enfrentar en nuestra vida diaria;
desafíos, problemas, pruebas o como deseemos llamarles a estos
fenómenos que a diario se ciernen sobre nosotros o nuestros
seres queridos, amenazando quebrar nuestra resistencia espiritual
y física. Estas tormentas nos causan en ocasiones resentimiento,
amargura y desesperanza en cuanto al amor de nuestro Padre pues nos
sentimos dejados de su mano. |
En
otras ocasiones, creo las menos, humildemente nos sometemos y preguntamos:
¿Padre dónde estás?, ¿cuál es tu
propósito? Es a través de estas tormentas que aprendemos
a entender aunque sea un poquito, las tormentas y sufrimientos espirituales
a que se sometió el Salvador en nuestro beneficio, sin tener
un ápice de culpa, pues era perfecto y sin mancha. “El
Hijo del Hombre ha descendido debajo de todo ello” le recordó
al profeta José Smith en la cárcel de Liberty agregando
algo que debiéramos preguntarnos ¿Eres tu mayor que
Él? |
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"...quisiera poner énfasis
en otro tipo de tormentas a las que nos vemos sometidos y
de las cuales debemos salir indemnes por el bien de nuestro
crecimiento espiritual." |
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Reconocer
el propósito de Dios al enfrentarnos a tribulaciones y pruebas
es el comienzo del crecimiento de nuestra fe. Es cierto que tenemos
el divino derecho de preguntar por qué. Pero así como
a la noche sigue el día, al preguntar por qué, debemos
estar dispuestos a aceptar la respuesta.
Si se nos permitiera escoger el número de dificultades que
queremos enfrentar, todos escogeríamos el cero. Pero el cero
es solo eso, cero, equivalente a nada. Y nada, da como fruto nada.
Es pues el alto número de temperatura lo que hace al carbón
transformarse en diamante. Son nuestras vicisitudes las que nos templan
el carácter y nos acercan un poquito en nuestro intento de
ser semejantes a Dios. |
En
ocasiones nos parece estar reviviendo la experiencia de los discípulos
en el Mar de Galilea: “Y he aquí se levantó
en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la
barca y El dormía, y vinieron sus discípulos y le despertaron
diciendo: Señor, sálvanos que perecemos! “ Cuantas
veces yo dije esas palabras… y El me ha dicho: “ ¿Por
qué temes, hombre de poca fe?” |
Creo que
la falta de fe se manifiesta cuando queremos la respuesta en el momento
de nuestra desesperación, no dando al Creador de todas las
cosas, el tiempo para que Él actúe como Él lo
considere propio en su eterna sabiduría. De una cosa sí
estoy seguro y es que Él contesta y nos socorre. Me imagino
al Cristo levantándose sin desesperación ni apuro, lentamente,
en control de todo, porque todo es la obra de sus manos, eso es lo
que olvidamos. La escritura dice:”…levantándose,
reprendió a los vientos y al mar; y se hizo bonanza.”
Cuánto nos cuesta aceptar en hecho, no sólo en palabras,
que “Verdaderamente Él es el Hijo de Dios”. Cuando
reaccionamos así, estamos experimentando una crisis de esperanza,
de confianza y de fe. Es en estos momentos cuando humildemente debemos
suplicar como Pedro “¡Señor, sálvame! La
respuesta será real y de esto testifico porque la he experimentado
muchas veces: “Al momento Jesús, extendiendo la mano,
asió de él (me)y le (me dijo): Hombre de poca fe. ¿Por
qué dudaste? (Mateo 14:30,31) |
Su mano es firme y está
extendida siempre, pero yo debo aún aprender a tomarla firmemente.
Debo aprender por medio de la experiencia cómo permitirle
que Él me rescate. Las dificultades y tormentas de la vida
no han desaparecido inmediatamente, ni se han transformado milagrosamente
en un “lecho de rosas”. Pero en mi mente y en mi espíritu
una voz suave y penetrante me repite: “Enfócate
en Cristo, en su amor por ti. Enfócate en cómo te
ha levantado en sus brazos fuertes en el pasado, enfócate
en su poder para salvar. ¡Enfócate en Cristo!"
¡Esa es la respuesta! ¿Y saben una cosa? Yo sabía
eso, porque lo había dicho en muchas ocasiones a quienes
estuvieron en necesidad en el pasado.
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Así como Pedro
fue sacado del agua a la seguridad del barco, es necesario que rescatemos
nuestra seguridad de que Él puede ayudarnos con nuestra falta
de fe, con nuestras comunes o no tan comunes dificultades de la
vida, aquellas que nos sumergen por momentos en las profundidades
de nuestras emociones. Él continúa estando cerca nuestro,
aún cuando no lo podamos reconocer.
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Que el Señor
nos cubra con su tierna misericordia y su luz alumbre nuestro entendimiento
para poder expresar como Nefi: “Oh Señor, en ti he
puesto mi confianza, y en ti confiaré para siempre! Sí,
sé que Dios dará liberalmente a quien pida… por
tanto, elevaré hacia ti mi voz, si, clamaré a ti, mi
Dios, roca de mi rectitud… ” (2Nefi 4:34,35) |
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