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El Amor de una Madre |
Por
el Pte. David O. McKay |
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Hace
algún tiempo, en un hermoso sueño vi a mi madre. Parecía
feliz y hermosa como cuando consolaba y criaba a diez hijos en el
querido hogar de nuestra niñez, hace muchos años.
El sueño es mío. No es de importancia cuando aconteció.
Pero el gozo que sentí de estar una vez más con ella
me pareció tan real que difícilmente podía
creer que sólo era un sueño. Ojalá pudiera
soñarla con más frecuencia, porque únicamente
en los sueños podemos conversar acerca de mi niñez
y adolescencia, cosas que aprecio más que nunca por estar
asociada mi madre con ellas.
¡Cuán afortunado es aquel hombre que puede ir a su
madre y compartir su alegría evocando recuerdos de los años
que pasaron juntos, o recibir de nuevo su inspiración y orientación
diaria! ¡Tres veces afortunada es aquella joven en cuya vida
se manifiesta constantemente la influencia pura y abnegada de una
madre amorosa!
Pero esta bendición,
igual que todas las otras que recibimos sin ningún esfuerzo
por parte nuestra, raras veces es estimada sino hasta después
que se ha perdido.
Los niños aceptan las atenciones, cuidado y devoción
de su padre y su madre como aceptan el aire puro y la belleza del
sol, como algo supuesto, como algo que les debe este mundo tan ocupado.
“-¿Dónde está mamá?”-es
la primera exclamación que se oye cuando los niños
entran en la casa después de venir de sus clases en la escuela
o sus juegos; y cuando la madre aparece inmediatamente y atiende
a sus necesidades, los niños se sienten serenos y felices.
¡No es sino hasta que “¿dónde está
mamá? Queda sin responder, que las mentes de los niños
comprenden lo que la madre ha sido para ellos! No es hasta que su
sonrisa y amorosa presencia no son sino memorias sagradas, que los
hijos se dan cuenta que su madre ocupaba un lugar en su corazón,
que ninguna otra persona puede llenar. Es un aspecto lamentable
de la naturaleza humana esto de nunca justipreciar sus bendiciones
actuales, y no exceptuamos la presencia de la madre y del padre.
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Es
propio en extremo, pues, que se nos llame la atención al
hecho de que nos inclinamos no sólo a no estimar debidamente
la presencia y el amor de nuestras madres, sino también que,
como consecuencia de esta indiferencia inconsciente, nos olvidamos
de expresar el agradecimiento y amor que sentimos hacia ella. Estos
son los propósitos del Día de la Madre. En esta ocasión
podemos evocar los recuerdos de las madres que no están con
nosotros, enviar mensajes cariñosos a las madres que no podemos
visitar por estar distantes y traer más felicidad y alegría
a las vidas de aquellas que están cerca.
En toda la cristiandad no hay mujer casada que no tenga el derecho
de recibir este tributo a la madre.
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Es cierto que algunas esposas nunca han tenido el privilegio de concebir
hijos, pero esto no quiere decir que no merecen todo el honor que
se tributa a la mejor madre.
La maternidad verdadera no consiste en concebir hijos solamente, sino
también en criarlos y amarlos. Es un privilegio tener hijos,
pero algunas mujeres que reciben este privilegio se hallan tan desprovistas
de los elementos más importantes de la maternidad, que es tan
impropio darles el título de madre como lo sería conferirlo
a las hembras de cualquiera de los animales de un orden más
alto; mientras que algunas mujeres, a quienes les ha sido negado este
privilegio, han sido bendecidas tan abundantemente con el deseo de
criar y amar a otros hijos—y lo hacen tan agradecidas y graciosamente
cuando se les presenta la oportunidad—que son dignas de todo
tributo y bendición que merecen las mejores madres. |
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La
vocación más noble del mundo es la de la madre. La maternidad
verdadera es la más hermosa de todas las artes, la mayor de
todas las profesiones. La que pinta una obra maestra o escribe un
libro que influye en millones de personas, merece los aplausos y admiración
del género humano; pero la que cría felizmente una familia
de hijos e hijas sanos y hermosos, cuyas almas inmortales ejercerán
influencia por años, mucho después que las pinturas
se hayan opacado y los libros hayan sido destruidos, merece el honor
más alto que pueda tributarle el hombre, así como las
bendiciones escogidas de Dios.
En su alto deber y servicio a la humanidad, de revestir los espíritus
eternos con cuerpos terrenales, está participando en la obra
del propio Creador.
Esta es la posición elevada que la maternidad verdadera ocupa
en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
La mujer debe ser inteligente y pura, porque es la fuente viviente
de que emana la corriente de la humanidad.
De modo que no solamente un día al año debemos amar
a nuestras madres; antes empleemos el día para aumentar nuestra
determinación y habilidad de hacer que todos los días
del año sean un día en que podemos honrar a nuestra
madre en particular y a toda mujer que desea ser como nuestra madre. |
Publicado en Revista Liahona de mayo
de 1959 |
Estilo SUD, 4 octubre
2008 |
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