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Día
del Padre
El padre nuestro (el de nuestra casa)
Por Karina Michalek de Salvioli
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Cuando
escuchamos el dicho popular de “madre hay una sola”
nos queda la incertidumbre de si esta contundente afirmación
no traerá otra realidad oculta: ¿Es que padre puede
haber varios?
Todos reciben el título de padre en el momento en que conocen
a su primer hijo. Pero ese momento no es similar en todos los hombres.
Depende de diversos factores que en definitiva no afecta su calidad
de padre. Están los padres biológicos, los padres
por adopción, los segundos esposos de las madres que pasan
a ser los padrastros y aquellos que, ante la ausencia del padre,
se convierten en tíos-papás y cumplen su función
de figura paterna a la perfección.
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Los
padres biológicos son los más conocidos y si bien todos
esperan con ansiedad la llegada del bebé, son los padres jóvenes
inexpertos que más se destacan (y conmueven). Los que preparan
todo para el futuro hijo, que acompañan a su esposa a todas
las consultas médicas, se leen todas las revistas relacionadas
con el tema, y le muestran la ecografía tridimensional a los
compañeros de oficina para que vean el parecido que tiene con
él esa imagen extraña. Son los que hacen el curso de
“parto sin dolor” (para ellos que no tienen que pujar)
y preparan la filmadora para el momento del alumbramiento.
Es así que luego pasa a formar parte de la tradición
familiar ver el video del nacimiento.
Allí una madre sudorosa intenta sonreír a la cámara,
las voces del médico y la partera anuncian los pasos a seguir
y un relato nos cuenta lo que vemos: ”Acá está
mamá haciendo fuerza para que salgas... Esta señora
es la partera que ayuda a que salgas..., estas son las piernas de
mamá”. |
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Pero
abruptamente la cámara pasa a enfocar los pies de la partera,
la enfermera y el médico, y como una voz lejana se escucha
al médico que continúa el relato: “Mamá
ya está su varoncito afuera. ¡La felicito! La partera
va a cortar el cordón porque el papá está desmayado
en el piso” .
Otros escapan ese momento crucial aduciendo la realización
de un trámite urgente. Un trámite que incluye una gaseosa
en el bar de la esquina, y cinco paquetes de chicles en el quiosco.
La ansiedad, el temor o la incertidumbre los paraliza. A veces sólo
pueden acompañar de afuera, sin ver pero escuchando a su sufrida
esposa. Pero ni bien nace el bebé, cumplen el rol de acompañarlo
a la nurse y, a instancias del neonatólogo, hablarle o cantarle
como cuando estaba en la panza. La voz del padre es la primera que
reconoce el bebé como familiar, antes que la de la madre. Y
ahí cae en la cuenta de que se convirtió en un papá
de verdad. |
Después
están los padres adoptivos. Aquellos que tienen meses o años
firmando papeles, yendo a juzgados, aceptando todos los trámites
legales que implica la adopción. Cuando finalmente la última
firma se convierte en un niño (a veces dos o tres al mismo
tiempo) la alegría de convertirlo en su hijo borra las largas
noches de llanto, meditación, oración y esperanza.
Estos padres primerizos tienen que tomarse su tiempo para acomodarse
a la nueva realidad familiar y aceptar que su esposa tenía
razón cuando le decía que no comprara una bicicleta
hasta no saber con certeza quién llegaría a la familia.
Bicicleta que esperará varios años para ser utilizada
pero que representa el amor y la preocupación por el nuevo
integrante de la familia.
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Luego
encontramos al segundo esposo de mamá o padrastro. Por suerte
en la literatura infantil no existe ningún padrastro malvado
que ofrezca manzanas envenenadas, o compitan por la belleza. Son
los que llevan la peor parte en la nueva familia pues no sólo
tienen que fortalecer y nutrir la relación con su esposa, sino
que deben esmerarse por ganarse el cariño de los hijos de ella. |
Son llamados por su nombre y a veces se les recrimina su presencia.
Sin embargo las muestras de afecto, los límites puestos de
común acuerdo por ambos, y el cumplir el rol del padre ausente
en la medida de las posibilidades tienen su recompensa. Nunca olvidan
el momento en que al llevar a su hija al cumpleaños de una
amiguita, esta los presenta diciendo: “Él es Alejandro,
mi papá. Tenemos diferente apellido porque se casó con
mi mamá porque me quiere.” |
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Y
después tenemos a esos parientes que cumplen el rol de figura
paterna cuando esta no existe; tal vez sean amigos de la familia.
El obispo en algunas oportunidades, o alguno de los maestros orientadores
asumen su responsabilidad paternal para con otros hijos de Dios.
Se anticipan a los problemas típicos de los adolescentes
para ayudar a la madre sola. Llaman por teléfono para preguntar
por el examen de ingreso a la facultad. Acompañan al futuro
misionero al templo. Regalan un libro en cada cumpleaños.
Siempre los tienen en sus oraciones.
La emoción de ser reconocido por ese cariño tan especial
es tan profunda que recién ahí se dan cuenta que valió
la pena el tiempo, el amor y el esfuerzo realizado con esos hijos
prestados.
Así como decimos que toda mujer lleva en sí misma
el don de la maternidad, bien podemos decir que cada hombre también
tiene un don especial aunque le cueste encontrarlo. No necesita
ninguna prueba de ADN para convertirse en padre de alguien.
El amor y la dedicación en el servicio a otros le permiten,
aunque sea no más de lejos, actuar como un papá. Si
lo pensamos mejor, el querer llegar a ser como Dios es, implica
que en algún momento serán padres.
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No importa que
llenen un placard de corbatas o que las afeitadoras se sucedan como
el mejor regalo cada tres años. O que los dibujos ocupen todo
un cajón del escritorio; o que tengan en la pared del taller
una “artesanía” de dudosa interpretación
pintada a escondidas con mamá; o que en el maletín encuentren
“cartitas con corazones y caritas contentas” o que les
llegue un mail con una presentación en PowerPoint hecha por
su hijo adolescente con fotos de ellos que querían perder y
frases que copió de algún manual.
Son padres y nunca se cansan de recibir afecto aunque el envase varíe.
El mejor regalo, dicen ellos, es que sus hijos sean buenas personas.
Pero les fascina ser sorprendidos con desayunos en la cama, recibir
abrazos y besos, y el regalo que sus hijos pensaron que le gustaría.
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A la vuelta de
la vida, cuando además de padres se convierten en abuelos,
ven con satisfacción que sus hijos dicen y hacen casi las mismas
cosas que hicieron ellos.
Su ejemplo fue más trascendente de lo que imaginaron. Y el
corazón se les agranda de gratitud por la oportunidad de aprender,
de llorar por el hijo enfermo, de sufrir por el hijo extraviado, de
alegrarse por el progreso del hijo diferente. Por haber desarrollado
la paciencia, y aceptado las consecuencias del albedrío de
los hijos. Por la oportunidad de ofrecer su amor, de pedir perdón,
y de nunca desmayar. |
Esté
con nosotros o no en este momento, no invalida que nuestro amor
por ellos aumente a medida que pasa el tiempo, pues los comprendemos
mejor y admiramos su valor al querer formar una familia.
Ser un
buen padre es lo mejor que hay. Tener un buen padre, (aunque los
hijos siempre veamos sus defectos o manías) es muchísimo
mejor. Son una imagen del Padre que está en los cielos de
quien siguen su ejemplo de amor. |
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Estilo SUD, 13 de
junio de 2009 |
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