Adicciones
Momento de actuar.
Qué hacemos cuando nuestros hijos confiesan su adicción
Por Karina Michalek de Salvioli

“Drogadependencia, alcoholismo, tabaquismo oportunamente en descenso, ludopatía, son los ejes de la compulsividad actual. Donde hay compulsión o sea una idea que coopte obsesivamente nuestra mente y que necesita descargarse en un impulso al consumo de una dosis, una copa o una ficha estamos en presencia de una perdida de libertad de la persona.
La mejor definición para mí de adicción es la de la esclavitud.”

Dr. Juan Alberto Yaría,
Director Instituto de Prevención de la Drogadependencia, Universidad del Salvador.
Cuando la sospecha se convierte en realidad, o cuando la realidad golpea la vida de la familia con la noticia de la adicción de uno de nuestros hijos, las reacciones que tenemos como padres no son siempre las que esperábamos tener o las que deberíamos tener.
Muchos se aferran a la falsa ilusión de que el problema se solucionará de un día para otro, sólo con una charla.
De este modo niegan la existencia de la adicción y encubren los errores del hijo adicto con excusas relacionadas con situaciones externas: estudia mucho, está cansado porque trabaja muchas horas, anda con malos amigos. Se convierten en encubridores de la adicción, escondiendo al hijo cuando se encuentra mal o disculpándolo de sus actitudes indebidas.
Por otro lado el miedo a lo desconocido, la incertidumbre de los pasos a seguir, la desilusión producida por los sueños que no se cumplen pueden hacer que estallemos en ira o que nos paralicemos sin saber cómo actuar.
Independientemente de la actitud que tomen los padres, que estará dada por el carácter y la historia personal de cada uno y de la pareja, las decisiones que tomemos reflejarán el deseo y la fuerza del rumbo a seguir.
Llorar y tener sentimientos de frustración son actitudes normales que no se deben ocultar. Los hijos deben entender que su adicción causa dolor en los padres y hermanos.
Como padres debemos dejar bien en claro que estamos dispuestos a asumir el problema y a actuar, le guste o no; que no necesitamos de su consentimiento para hacer algo pues es nuestra responsabilidad como padres.
Haciendo las cosas con una actitud realista, es más fácil encontrar ayuda idónea y apoyo en el resto de la familia.
De nada vale ocultar el problema al resto del grupo familiar pues el mensaje que reciben los demás hijos resultará contradictorio.
Si hay un problema a enfrentar, es mejor hacerlo en equipo.
 
El élder M. Russel Ballard dijo lo siguiente:

“El consejo familiar puede ser una fuerza positiva y orientadora en la vida de los miembros de la Iglesia. Puede contribuir al orden en el hogar, ofrecer un medio para sanar sentimientos heridos, dar a los padres un importante elemento para combatir influencias externas y crear la oportunidad de enseñar…”1

Reunida la familia en consejo, los padres pueden presentar el problema y aclarar los pasos a seguir, teniendo especial énfasis en el espíritu de amor que debe reinar en la casa, sin necesidad de buscar culpables o responsables ni de tratar al adicto como a un “niño enfermo” o discapacitado.
Un consejo familiar permitirá que todos los integrantes de la familia expresen sus sentimientos e ideas.
Siendo los padres quienes dirijan las discusiones, se debe tener cuidado de no ofender ni sermonear. Tampoco de discutir los por qué, sino de establecer ideas y nuevas normas.
“Existen tantos tipos diferentes de consejos familiares como los hay de familias. Los consejos familiares pueden consistir en uno de los padres con un hijo, un padre con varios hijos, ambos padres con un hijo o solamente los padres. Más allá del tamaño o las características del consejo familiar, las cosas que más importancia tienen son la motivación amorosa, una atmósfera de conversación franca y abierta y el estar dispuestos a escuchar a los demás miembros del consejo, así como a los susurros del Espíritu Santo cuando confirma la verdad y la dirección que se debe seguir”2
Así “abrimos el juego” y conversamos sobre la realidad, responsabilizando al hijo adicto de sus acciones. Entre todos se deben comprender las reglas del hogar impuestas por los padres. Algunas normas de convivencia y límites de conducta deberán ser modificados y no pueden ser “discutidos ni negociados”. Que el hijo adicto tenga otras reglas no está mal, pues es una consecuencia de su conducta. Cada uno debe aprender a ser “mayordomo” de sí mismo y saber que la adicción es la causa de la pérdida de su libertad, pues es esclavo de la droga, el alcohol o el mal uso de Internet.
Los padres que se muestran capaces y decididos (aunque el miedo los acobarde un poco) tendrán la fuerza para acompañar a su hijo en el arduo camino de la recuperación. Sabiendo que no deben perder tiempo al buscar ayuda.

Un cambio de actitud puede ser necesario para reestablecer la comunicación afectiva entre todos los miembros de la familia. Tal vez sea el momento de comenzar a expresar en voz alta los sentimientos de amor hacia los demás. También de no tener miedo al “qué dirán”. Si bien no es bueno que todo el mundo sepa los pormenores del problema, el obispo y los maestros pueden ser una gran ayuda en la recuperación al motivar al joven a formarse una expectativa positiva sobre sí mismo. Saber que nuestro Padre Celestial aún lo ama y está dispuesto a ayudarlo será el objetivo a alcanzar dentro de las clases y reuniones dominicales.

La adicción no es contagiosa en sí misma. Por lo tanto el participar de actividades dentro de las diferentes organizaciones promoverá un ambiente saludable en donde el adicto no tendrá deseos de consumir.
Invite a su hijo o hija a que lo acompañe a una entrevista de orientación y si no quiere dar ese paso, no se preocupe. De ser así vaya en lo posible acompañado de su cónyuge u otro adulto preocupado por la situación a una entrevista con un profesional competente o acuda a su obispo.

Tal vez sea necesario realizar un consejo familiar sin el hijo adicto presente, para que ninguna idea o miedo o falso concepto quede sin aclarar. Para que los demás hijos puedan contar aquellas cosas que saben sin temor a ser maltratados o regañados. Muchas veces la visión de los hermanos ayuda a los padres a reestablecer el enfoque de la situación.
El prestar atención y considerar las propuestas contribuirán a desarrollar una mejor relación familiar. Estaremos compartiendo las cargas haciéndolos partícipes del gozo de pertenecer a una familia.
Es una buena herramienta utilizar los servicios de la Iglesia participando del Programa para la recuperación de las adicciones. Personas que han cruzado la línea hacia las adicciones han preparado el programa con su firme convicción de que se puede salir de la esclavitud:
“Le invitamos con todo nuestro amor y comprensión a sumarse a nosotros para disfrutar de una vida gloriosa de libertad y seguridad, rodeado por los brazos de Jesucristo, nuestro Redentor.
Sabemos por propia experiencia que puede librarse de las cadenas de la adicción. Independientemente de lo perdido y desesperanzado que pueda sentirse, usted es un hijo de un amoroso Padre Celestial. Si es incapaz de aceptar esta verdad, los principios de esta guía le ayudarán a redescubrirla y grabarla en lo más recóndito de su corazón.”
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1 El Divino sistema de consejos, M. Rusell Ballard, pág.166
2 Idem , pág. 175
3 http://lds.org.ar/PDF/ProgramaRecuperacionAdicciones.pdf
Comentarios
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Por Karina Michalec de Salvioli
Estilo SUD, 26 de setiembre de 2009
 
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