Recopilar historias, una tarea familiar
Por Karina Michalek de Salvioli

“La vida es fugaz; los abuelos no viven para siempre, y los que ahora son padres también serán abuelos y habrán de dejarnos.
Con el tiempo su recuerdo y el de sus hechos sobresalientes se borrarán en parte al irse desvaneciendo de nuestra mente.
Sucederá igualmente que, cuando menos lo sintamos, la intensidad de la huella que hemos dejado en la vida de nuestros descendientes empezará a atenuarse. Si deseamos rescatarla, y mantener viva y latente esa llama de amor,
tendremos que dejar impresa por escrito la historia de nuestra vida y la de nuestra familia.”
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Cuando nos proponemos comenzar la historia familiar recabando datos genealógicos, encontramos que siempre hay alguna historia o algún dato pintoresco que nos ayuda a recrear la imagen de nuestros antepasados.
Las historias que les escuchamos mil veces contar a nuestros abuelos, en nuestra infancia, adquieren otra dimensión cuando se las contamos a nuestros hijos. Pero suele suceder que al juntarnos en alguna reunión familiar cada nieto recuerda diferentes cosas que no se contradicen con nuestros recuerdos, sino que los enriquecen.
Entonces caemos en la cuenta que no somos como Nefi, ordenados y precisos, para guardar esas historias. Pero no debemos desanimarnos, por el contrario podemos seguir su ejemplo de ser constantes en escribir aquellas cosas que serán de valor para la familia, para entendernos mejor, para valorar los esfuerzos, para crear lazos con aquellos que están lejos en tiempo o espacio.
Recopilar historias de nuestros familiares no es algo tan complicado. Simplemente debemos saber escuchar, y escribir sencillamente el relato. No es tan importante el vuelo poético de lo escrito, pero sí la esencia de la historia o el dato que queremos que perdure.
No vale la pena redundar en detalles precisos que no hacen a la anécdota, sino más bien en resaltar un hecho que pinte una situación o a una persona.
Hace un tiempo empecé a juntar todo lo que tenía de una de mis abuelas. Sus escritos, los poemas que recitaba, y a medida que fue pasando el tiempo se sumaron un discurso dado por ella, una copia de su testimonio personal, y un escrito hecho por una de mis primas, relatando historias o cosas que recordaba. Para cuando me quise dar cuenta, hasta tenía las palabras pronunciadas en su velorio y la minuta del mismo. A medida que recuerdo alguna historia, pregunto al resto de la familia qué es lo que recuerda de ese mismo hecho y armo algo para mis registros.
Mi suegro, a quien le gustaba mucho escribir, también guardó muchas de sus reflexiones, y muy sabiamente repartió entre sus hijos esos papeles de tanto valor. Por cada hijo, escribió una hoja en donde volcó sus sentimientos hacia ellos al verlos nacer. Inclusive, compartió los que tuvo frente a su primera hija quien falleció al nacer.
Su hermano, también con el gusto de la escritura, compartió por escrito muchas historias con nosotros. A eso le sumamos aquellos datos anecdóticos que fuimos encontrando al leer los registros gubernamentales de Brienza, el pueblo en Italia de donde vinieron sus abuelos. El avance de las comunicaciones me permitió conocer los sitios en donde vivieron los antepasados de mi esposo y contactarme con una familiar muy lejana (pero con el mismo apellido) quien se tomó el trabajo de fotografiar la iglesia en donde se efectuaban los casamientos con una característica muy particular: fotografió lo que ve la novia en su trayecto de ida al altar y salida de la iglesia. Son fotos caseras, sin ningún valor pictórico, pero nos emocionaron al comprobar que esa sensible joven se había tomado el trabajo de hacerlo por nosotros.
Cuando aceptamos el desafío de salir como matrimonio misionero, las cartas que escribimos a nuestros hijos y nietos, se convierten en parte de ese tesoro familiar. Las vicisitudes de la vida misional, servirán para que nuestra familia pueda comprender que el sacrificio de estar lejos, se convierte en una bendición cuando servimos al Señor ayudando a otras personas a lograr la salvación.
Las diferentes costumbres, idioma, clima y aún tradiciones, serán una rica fuente de historias que revelarán nuestro compromiso con el Señor y nos permitirán enseñar o compartir aquellas cosas que imaginamos serían difíciles de decir. Las experiencias sagradas que podemos compartir de nuestro servicio en el templo, también entran en la categoría de ‘coleccionables’.
Cuando una familia se reúne en un cumpleaños o en navidad, es común que las anécdotas sean parte de la conversación. Son esas las que tenemos que guardar, escribiéndolas entre todos --¿por qué no?-- tal vez como parte de la Noche de Hogar. Las que nos causan gracia de nuestros hijos cuando eran pequeños; aquellas en que vimos cómo maduraban en edad, en afecto, en sus testimonios.
Cualquier tema de la Noche de Hogar, también sirve para que como padres podamos compartir nuestras historias y dejar registrados nuestros pensamientos, dificultades, experiencias espirituales, aprendizajes y testimonios personales.
Cada miembro de la familia puede tener la asignación de escribir su historia favorita. Los recuerdos del día de su bautismo, del nacimiento de un hermanito, de una mudanza, una operación o enfermedad, un cumpleaños en particular. Los eventos que marcaron sus vidas: una sabia decisión, un momento de dolor, sus sentimientos en momentos de felicidad, una clase en particular de seminario, en donde las escrituras se convirtieron en parte de sus vidas. Las anécdotas que los pintan tal cual son, aquellas divertidas que describen su carácter, aún peleas memorables entre hermanos de las que no se recuerda el motivo, pero sí la solidaridad surgida cuando después de un buen rato, debido a la intervención materna, aunaron esfuerzos para no ser castigados.
Así daremos lugar a que todos puedan valorar la vida del resto de la familia. Una amiga, quien perdió a su padre cuando sus hijos eran muy pequeños y la mitad de la familia no había llegado a la tierra, lo recuerda de una manera muy particular: en cada cumpleaños y evento importante familiar comen el postre que más le gustaba al abuelo. Es algo muy simple, pero muy significativo, que brinda la oportunidad no sólo de decir: ‘Este es el postre que le gustaba a tu abuelo’, sino también la de hablar de él, de sus historias, permitiendo que la repetición grabe en la mente de esos chicos una imagen del abuelo que les permita desarrollar amor hacia él, aunque no lo hayan conocido.
Todos tenemos historias que contar. No importa cuán bien o no escribamos. No es tan importante que sean historias fabulosas. Hace un tiempo, una familia amiga encontró entre muchas cosas, un cuaderno escrito por el primero de ellos que pisó Argentina. Las palabras del inmigrante ruso que llegó para echar raíces, están cargadas de dolor y angustia. Sin embargo cuando la familia pudo saber lo que estaba escrito en ese cuaderno, traductor mediante, todos desarrollaron una profunda y sincera gratitud, por la fortaleza para sobrevivir. Por entender que su sacrificio había valido la pena pues aquí, ellos mismos como familia tenían el evangelio.
Para recopilar historias, sólo tenemos que empezar. De a poco nos daremos cuenta que había mucho más de lo que imaginábamos para recordar de nuestros antepasados y de nosotros mismos. Estas historias nos ayudarán para que, al asistir al templo, podamos desarrollar sentimientos de amor por quienes estamos obrando. Alentarán a muchos a seguir en la investigación genealógica y motivarán a otros a trabajar en la extracción de datos de registros antiguos.
“Cuando escribimos algo bajo la inspiración del Espíritu, y a lo largo de los años nuestros descendientes también lo leen bajo esa misma inspiración, se forma un nexo de comunicación divina entre ambas partes y eso hace que lo escrito por nosotros se convierta en algo de gran significado para ellos… podremos servirles a ellos de poderoso baluarte y atalaya en su trayectoria por esta vida”2
Cuando estabas leyendo este artículo ¿qué historia vino a tu mente? Escríbela y compártela con tu familia.
 
1-2 Élder Theodore M. Burton, ‘The Inspiration of a Family Record’, Ensign,enero-1977
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Estilo SUD, 10 de abril de 2010
 
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