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Actividades de la Sociedad de Socorro
¿Para qué?

Por Karina Michalek de Salvioli
El asistir a la reunión del domingo es sólo una pequeña parte de su deber. Algunas de ustedes
no han entendido este principio y han hecho a un lado mucho de lo que la Sociedad de Socorro ha
significado a lo largo de los años: la hermandad, la caridad y otras partes prácticas de la organización." 1
Cuando planeamos las actividades de entre semana para tener con las hermanas de la iglesia, a todas nos sucede que nos cuesta decidir qué hacer. Vemos como una obligación la necesidad de satisfacer a todas, de cubrir todos los ámbitos en que podemos trabajar, de hacer participar a las jóvenes adultas y de que la invitación a las que hace mucho que no se acercan no sea decepcionante (bueno, la invitación puede ser interesante pero lo planeado no debería decepcionar a ninguna). Es que buscando lo novedoso o innovador nos perdemos por senderos incómodos.
-‘Hagamos cualquier cosa, de alguna revista’ – se escucha por ahí.
-‘Tengo un librito de mi abuela- agrega alguien- en donde se enseña a preparar velas con restos de jabón de tocador’.
-‘Vi en televisión una artesanía para el hogar: es un abanico hecho con tenedores descartables’- dice quien no entiende las miradas espantadas de sus oyentes.
-‘Puedo enseñar a preparar dulce de tomates- dice orgullosa una que lo haría por sexta vez consecutiva en dos años.’
-‘¿Porqué no hacemos un taller de pintura sobre cerámica?- opina quien ante el silencio luego sugiere- ¿Y si hacemos un taller de reflexión sobre cómo sobrevivir a la Noche de Hogar con tres hijos adolescentes?’
-‘Lo mejor sería tomar un curso de enfermería y decoración de tortas. Mientras practicamos la RCR le damos tiempo a la masa a leudar. Las que vengan eligen qué hacer, ¿no?’.
Obvio todas las opciones son seguidas por un refrigerio que aportan las que asisten.
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Los nombres cambiaron, pero no el objetivo. Así me veo en un Martes de Labores, rodeada de todas las mujeres grandes, que afanosamente cortaban sábanas fuera de uso para convertirlas en calzoncillos de niños. Pero, también veo a quienes me enseñaron a tejer y bordar.
Cuando todas hacían las famosas agarraderas con forma de gallina al crochet, mi abuela paterna me enseñó la famosa cadenita para hacerles vestiditos a mis muñecas. Entonces cada martes de labores se convertía en una tarde especial sentada cerca de mi abuela. La cadenita se transformó en pollera de muñeca y con los años en carpetita, mantel, colcha de bebé, ropa para mis hijos, un poncho para mí.
Es que esos martes tenían algo especial; había muchas mujeres enseñándose unas a otras diversas cosas. Unas cosían o enseñaban a cortar faldas. Otras tejían. Una o dos veces al año, en las épocas de buena fruta, todas envasaban. Recuerdo el olor al tomate, y tomate por toda la cocina de la capilla. El estar en la clase de la Primaria escuchando de fondo las voces de las hermanas que seguían envasando. Ver a mi mamá llevar tomate envasado a alguna de sus visitas.
Si bien la naturaleza de las mujeres no ha cambiado en cuanto al deseo de cuidar y embellecer nuestro hogar, con tanta información hemos ido perdiendo la necesidad de juntarnos para aprender. Es que la TV o Internet nos dan esa información.
Entonces, ¿por qué se insiste en que tengamos esas reuniones?
Hay algo que sólo puede dar la Sociedad de Socorro. Es allí en donde escuchamos experiencias divertidas, difíciles, interesantes de cómo mujeres similares a nosotras superaron las dificultades del diario vivir.  En la cocina de la capilla de mi infancia las hermanas nunca dejaban de hablar o de reír. No sé de qué hablaban.
A veces mi mamá me miraba fijo y entendía que debía salir. Debajo de la ventana escuchaba a alguien llorar y a muchas consolar.
La navidad comenzaba mucho antes de diciembre.
Reconocí en algunos regalos, la misma lana de mi abuela que usaron para hacer una muñeca similar a la que yo recibía de Papá Noel. Y el corazón se me derretía al pensar en la abuela cosiendo las muñecas para sus nietas. No eran una belleza, pero yo las veía hermosas. Muchas hacían adornos para el árbol, otras polleritas para sus nenas o tapas para las escrituras o decoraban cuadernos para usar de diarios personales.
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Pasaron los años y al comenzar mi vida de casada, me encontré en muchas reuniones de Labores, de Superación Personal, y en Talleres aprendiendo cosas similares.  Desde un taller de canto a envasado en vinagre; de costura a pintura, de técnicas de estudio a cocina para épocas de emergencias.
Pero fue una hermana quien, sin saber, me dio la receta de una reunión eficaz.  Esta hermana dirigía un taller de cocina: ‘Cocina para Una’. Cada semana, las jóvenes adultas aprendían a cocinar para ellas solas, comidas económicas, saludables y riquísimas. Mientras lo hacían, escuchaban un cuento de Cortázar, un poema de Fernández Moreno o una historia de Borges. La cocina se transformaba en taller literario y estas jóvenes descubrían un mundo que no conocían.
Se cubría una necesidad, pero guiada por el Espíritu se llenaba el alma de esas jóvenes que estaban lejos de su hogar, en un país extraño ganándose la vida o estudiando.
Fue en las clases de tejido en donde escapaba literalmente de mi función de madre ‘cambia-pañales’. Cada sábado por la mañana, la hermana encargada del taller nos esperaba  radiante y nos enseñaba la técnica del famoso punto tunecino. Cada año sigo tejiendo un saco para mi hija con esa técnica. Mis hermanas la aprendieron, pero nunca pude transmitir la calidez de esas mañanas juntas. Descubrí a una maestra excepcional; a una hermana con una sensibilidad espiritual admirable; a una mujer mayor que no dejaba de aprender. A jóvenes madres como yo, con situaciones más complicadas que buscaban una oportunidad de ganarse algo de dinero. Escuché anécdotas que me sirvieron para comprender.
“El servicio en la Sociedad de Socorro engrandece y santifica a todas las hermanas”2.
Las reuniones de la Sociedad de Socorro están para hermanarnos, conocernos y así saber cómo ayudarnos en momentos difíciles.
No podemos ayudar a quien no intentamos conocer. Excepcionalmente el Espíritu puede guiarnos. Pero será mejor cuando al amarnos a pesar de nuestras diferencias, podamos ejercer la caridad y compartir experiencias para fortalecernos. Como dijo el Pte. Henry B. Eyring,  ‘el  legado [de la Sociedad de Socorro] se transmite de corazón a corazón’ 3.
En mis últimas reuniones, aprendí a envasar berenjenas en escabeche y a realizar flores de telas. También descubrí lo que las reuniones del domingo no me permiten ver. Entendí lo que las corridas en los pasillos no me dejaron escuchar. Descubrí que aún las necesito para darle a mi vida el condimento que viene de compartir vidas con otras mujeres.

¡Por lo que no será extraño, que este año la Navidad venga comestible en envases floreados!

 
Notas:
1 y 2. Elder Boyd K. Packer, “Una hermandad sin fronteras”, Liahona, marzo de 1981, pág. 69.
3. Liahona, noviembre de 2009, pág.124


Tus Comentarios...
 
 
Estilo SUD, 13 de noviembre de 2010
 
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