¿Albedrío o Inspiración?
Por el élder Bruce R. McConkie (1915-1985)

Recientemente mi esposa y yo tuvimos una seria conversación en la que contamos nuestras innumerables bendiciones. Nombramos un sinnúmero de beneficios que hemos recibido a causa de la Iglesia, a causa de nuestra familia, a causa de la gloriosa restauración de la verdad eterna que se ha efectuado en esta época: y luego ella concluyó la discusión haciéndome la pregunta: "¿Cuál es la bendición mayor que ha llegado a tu vida?"
Sin vacilar un momento, respondí; "La bendición mayor que ha llegado a mi vida ocurrió el 13 de octubre de 1947 a las 11:20 de la mañana, cuando tuve el privilegio de arrodillarme en el altar del Señor en el Templo de Salt Lake y recibir una compañera eterna".
Ella respondió: "bueno, pasaste la prueba".
Creo que el acto más importante que cualquier Santo de los Últimos Días realiza en este mundo, es el de contraer nupcias con la persona adecuada, en el lugar adecuado, mediante la debida autoridad; y luego, cuando ha sido debidamente sellado a su cónyuge mediante el poder y la autoridad que restauró el profeta Elías, lo más importante que debe hacer es vivir de tal forma que los términos y condiciones del convenio de este modo establecido, sean unificadores y efectivos por esta vida y por la eternidad. De modo que me gustaría tener la inspiración para hacer algunas sugerencias que se aplican en todos los aspectos de la elección -en todos los campos de actividad, por lo menos en los más importantes- pero particularmente en el del casamiento eterno, destacándolo como uno de los acontecimientos que sobrepasa a todos los demás.
Cuando morábamos en la presencia de Dios, nuestro Padre Celestial, fuimos investidos con el don del albedrío; esto nos proporcionó la oportunidad, el privilegio de elegir lo que haríamos, de hacer una elección libre.
Cuando Adán fue puesto en el jardín de Edén, le fue concedido este mismo poder, el cual actualmente poseemos; y se espera que utilicemos los dones, talentos y habilidades, el sentido común, discernimiento y albedrío con los cuales hemos sido investidos.
Pero por otra parte se nos manda que busquemos al Señor, que deseemos su Espíritu, que obtengamos en nuestra vida el espíritu de revelación e inspiración. Ingresamos a la Iglesia, y un administrador legal impone sus manos sobre nuestra cabeza y dice: "Recibe el Espíritu Santo". Esto nos concede el don del Espíritu Santo, el cual, basándose en nuestra felicidad, es el derecho a la inspiración constante de ese miembro de la Trinidad.
De manera que nos encontramos ante dos perspectivas: una es que debemos ser guiados mediante el espíritu de inspiración, el espíritu de revelación; otra es que nos encontramos aquí con el fin de utilizar nuestro albedrío para determinar por nosotros mismos lo que debemos hacer.
Entonces necesitamos establecer un equilibrio definido entre estas dos, para poder seguir el camino que nos proporcione gozo, satisfacción y paz en esta vida, y que nos conduzca a una recompensa eterna en el reino de Nuestro Padre.
Cuando nos encontrábamos con nuestro Padre en la preexistencia y poseíamos el conocimiento de que era nuestro Padre y que las enseñanzas que nos presentaba eran suyas, Él nos observó, estudió, y supo en qué manera responderíamos a sus leyes. Antes andábamos "por vista"; ahora le estamos demostrando cómo respondemos cuando andamos "por fe"; (2 Corintios 5:7), cuando estamos fuera de su presencia y tenemos que depender de otras cosas, en cambio del consejo personal que en una ocasión recibimos directamente de Él.
Me gustaría presentar tres ejemplos, de los cuales quizás podamos extraer varias conclusiones realistas y firmes en cuanto a lo que debemos hacer en nuestra vida. Tomaré estos ejemplos de las revelaciones que el Señor nos ha dado:
Ejemplo N° 1: "No has entendido"
Estudio del ejemplo uno: Había un hombre llamado Oliver Cowdery, quien en los primeros días de la Iglesia actuó como amanuense del Profeta, él era el escriba, y escribía las palabras que el Profeta José dictaba mientras estaba bajo la influencia del Espíritu y en el proceso de la traducción (estaba traduciendo el Libro de Mormón). En ese entonces el hermano Cowdery se encontraba relativamente inmaduro en lo que respecta al aspecto espiritual, y buscaba y deseaba hacer algo superior a la capacidad espiritual que tenía en esos momentos. Deseaba traducir, de manera que importunó al Profeta, quien comunicó el asunto al Señor, y así recibieron una revelación.
El Señor dijo: "Oliver Cowdery, de cierto, de cierto te digo: Así como vive el Señor, que es tu Dios y tu Redentor, que ciertamente recibirás conocimiento de cuantas cosas pidieres con fe, con un corazón sincero, creyendo que recibirás conocimiento concerniente a los grabados sobre anales antiguos, que son de antaño, los cuales contienen aquellas partes de mis Escrituras de que se ha hablado por la manifestación de mi Espíritu."
Habiendo tratado de esta manera los problemas específicos, el Señor reveló un principio que se aplica a ésa y toda situación semejante: " Sí, he aquí, hablaré a tu mente y a tu corazón por medio del Espíritu Santo que vendrá sobre ti y morará en tu corazón". (DyC 8:1-2).
Oliver hizo lo que muchos de nosotros habríamos hecho; poseía las instrucciones que hemos leído, y pensó que significaban lo que aparentemente parecen decir, y era que si pedía a Dios con fe, obtendría el poder para traducir.
Pero encontrándose en esa condición de inmadurez espiritual, no había aprendido aún lo que se requería pedir a Dios, la forma de generar esa clase de fe ni lo que había que hacer para obtener respuesta a una oración. De manera que pidió, y como sabéis, fracasó; y le fue totalmente imposible traducir, lo cual imagino causó algo de preocupación en él y al Profeta. Se llevó el asunto nuevamente al Señor, cuya promesa había estado tratando de lograr; y la respuesta llegó, y supieron la razón por la que no podían traducir:
"He aquí, no has entendido; has supuesto que yo te lo concedería cuando no pensaste sino en pedirme." (DyC 9:7).
Aparentemente, pedir con fe no era todo lo que se le había mandado hacer, sino que junto con esa condición, se encuentra el requisito de que debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para lograr la meta que deseamos. Utilizamos el albedrío con el que hemos sido investidos; utilizamos toda facultad que poseemos para conseguir el resultado deseado. Dicho resultado podrá ser la traducción del Libro de Mormón, la elección de cónyuge, la selección de un empleo, o cualquiera de las innumerables cosas importantes que surgen en nuestra vida.
El Señor continuó: "Pero he aquí, te digo que debes estudiarlo en tu mente; entonces has de preguntarme si esta bien, y si así fuere; haré que tu pecho arda dentro de ti; por tanto, sentirás que esta bien. Mas si no estuviere bien, no sentirás tal cosa, sino que te sobrevendrá un estupor de pensamientos que te hará olvidar lo que está mal; por lo tanto, no puedes escribir lo que es sagrado a no ser que lo recibas de mí." (DyC 9:8-9).
¿Cómo eliges una esposa? He oído a muchos jóvenes de la Universidad Brigham Young y de otras partes decir: "Tengo que sentir inspiración; tengo que recibir revelación; tengo que ayunar y orar para que el Señor me manifieste con quién debo casarme". Bien, quizás esto os extrañe un poco, pero nunca en mi vida le pregunté al Señor con quién debía casarme. Nunca se me ocurrió preguntarle. Fui y encontré a la jovencita que quería; evalué y consideré la posibilidad, y supe qué era lo que debía hacer. Ahora bien, si hubiera hecho las cosas a la perfección, hubiese acudido al Señor, lo cual no hice, sino todo lo que hice fue orar y pedir ayuda y dirección con respecto a la decisión que había tomado. Lo más indicado habría sido pedirle consejo en cuanto a la decisión y obtener una confirmación espiritual de que la conclusión a la que mi albedrío y mis facultades habían llegado era la correcta.
"¿Para qué me preguntas?
He aquí el estudio del ejemplo dos: Había un hombre cuyo nombre no se ha preservado en los registros antiguos; es conocido como el "hermano de Jared", e inicialmente fue el líder espiritual de los jareditas. A partir del comienzo de su jornada desde la torre de Babel hacia la tierra prometida, él era el único que se comunicaba con el Señor para obtener la dirección, la guía espiritual que necesitaban como pueblo.
Les ocurrieron algunas cosas muy interesantes. Llegaron hasta la orilla del mar que habían de cruzar, y el Señor le dijo: "Construid barcos". Pero lo interesante es que no les dijo cómo tenían que construirlos. El hermano de Jared ya lo había hecho en otra ocasión y no necesitaba instrucciones, no necesitaba revelación para guiarlo; de manera que construyó los barcos.
Pero en aquella oportunidad aquellos serían usados bajo ciertas circunstancias peculiares y difíciles, y se necesitaba otra cosa más en ellos: aire. Y ese era un problema que no podía resolver; de manera que consultó el asunto con el Señor y Él lo resolvió y le dijo: "Haz esto, y lo otro, y tendréis aire".
Viendo el hermano de Jared que acudiendo al Señor en oración obtenía su respuesta, tuvo confianza y le hizo otra pregunta. Pidió la solución a un problema que él mismo debería haber resuelto sin necesidad de llevarlo ante el Señor; dijo: "¿Qué haremos para tener luz en los barcos?"
El Señor conversó un poco con él y luego replicó: "¿Qué quieres que yo haga para que tengáis luz en vuestros barcos?" (Éter 2:23).
Con lo cual quiso decir: "¿Para qué me lo preguntas? Esto es algo que tú deberías haber resuelto". Y habló un poco más, y repitió esencialmente la pregunta: "¿Qué deseas que prepare para vosotros, a fin de que podáis tener luz cuando os veáis sumergidos en las profundidades del mar?" (Éter 2:25).
En otras palabras: "Moriáncumer, ese es tu problema ¿para qué molestas? Te he dado tu albedrío; se te ha investido con capacidad y habilidad; ve y resuelve el problema".
Bien, el hermano de Jared captó el mensaje. Ascendió a un monte llamado Shelem, y el registro dice que "de una roca fundió dieciséis piedras pequeñas; y eran blancas y diáfanas, como cristal resplandeciente" (Éter 3:1).
El hermano de Jared llevó dieciséis pequeños cristales de cierto material (todos le cabían en las manos) a la cima del monte. El registro dice: "y las llevó en sus manos a la cima del monte, y nuevamente clamó al Señor." (Éter 3:1).
En realidad, no se le manda al Señor diciendo: "Esto es lo que espero que hagas", sino que se adquiere cierta inspiración, se utiliza el discernimiento y luego se discute el asunto con Él.
De manera que Moriáncumer le dijo al Señor: "Toca estas piedras con tu dedo, oh Señor, y disponlas para que brillen en la oscuridad; y nos iluminarán en los barcos que hemos preparado, para que tengamos luz mientras atravesamos el mar". (Éter 3:4). Y Él hizo lo que el hermano de Jared le rogó, y esa fue la ocasión en que éste vio el dedo del
Señor; y mientras se encontraba en armonía con el Espíritu recibió revelación, la que excedía a cualquier revelación que profeta alguno hubiese recibido hasta ese momento. El Señor le reveló más acerca de su naturaleza y personalidad que lo que hasta ese entonces se conocía, y ese fue el resultado de haber hecho todo lo que era posible y haber buscado la inspiración del Señor.
Existe un sutil equilibrio entre el albedrío y la inspiración; se espera que hagamos todo lo que esté a nuestro alcance y luego busquemos una respuesta del Señor, una confirmación de que hemos llegado a la conclusión correcta; y algunas veces también, recibimos verdades y conocimiento que ni siquiera imaginábamos.
"Conforme acordaren entre sí y conmigo."
Ahora, estudio del ejemplo tres: En los primeros tiempos de la Iglesia, el Señor mandó a los Santos que se reunieran en cierto lugar en Missouri. Se proclamó el decreto: "Congregaos"; mas específicamente el decreto fue el siguiente: "Que venga el Obispado Presidente y haga esto y lo otro". Ahora notad lo que sucedió (el Señor está hablando): "...según dije concerniente a mi siervo Edward Partridge, ésta es la tierra de tu residencia y de los que ha escogido para ser sus consejeros; y también la tierra de la residencia de aquel que he
nombrado para encargarse de mi almacén; Por lo tanto, traigan ellos sus familias a esta tierra, según lo que determinen entre sí y conmigo." (D. y C. 58:24-25).
Como veis, el Señor dijo: "Congregaos" en Sión. Sin embargo, los detalles y los arreglos, el cómo y el cuándo y las circunstancias, han de ser determinados por el albedrío de aquellos que son llamados a congregarse, pero han de consultar al Señor en oración.
Cuando uno consulta algo con el Señor, trata sobre cierto asunto. Yo llamo a mis hijos y tratamos sobre un problema; no les digo lo que se debe hacer, sino que les pregunto: "¿Qué piensan? ¿Cuál es su evaluación? ¿Qué desean hacer en esta situación particular? ¿Qué es lo mejor que deberíamos hacer?" Y ellos me dicen lo que piensan, y si llego a tener sabiduría o discernimiento en cuanto a ese asunto, expreso mis puntos de vista. El Señor posee toda sabiduría, todo conocimiento y todo poder, sabe cómo gobernar, controlar y dirigirnos en una manera perfecta; nos permite determinar lo que debemos hacer, pero espera que lo consultemos con Él en oración.
Ahora, después que el Señor hubo dicho esto al Obispado Presidente de la Iglesia, mencionó el principio que gobernaba en esa situación, y el cual gobierna en todas las demás situaciones; y ésta es una de nuestras gloriosas verdades reveladas; Él les dijo:
"Porque he aquí, no conviene que yo mande en todas las cosas; porque el que es compelido en todo es un siervo perezoso y no sabio; por tanto, no recibe galardón alguno. De cierto digo que los hombres deben estar anhelosamente consagrados a una causa buena y
hacer muchas cosas de su propia voluntad y efectuar mucha justicia; porque el poder está en ellos, y en esto vienen a ser sus propios agentes. Y en tanto que los hombres hagan lo bueno, de ninguna manera perderán su recompensa. Mas el que no hace nada hasta que se le mande, y recibe un mandamiento con corazón dudoso, y lo cumple desidiosamente, ya es condenado
". (D.yC. 58:26-29).
Se le preguntó al profeta José Smith: "¿En qué forma gobierna a un grupo tan grande y diverso como lo son los Santos de los Últimos Días?" Y él replicó: "Les enseño principios correctos y ellos se gobiernan a sí mismos".
Ese es el orden del cielo; esa es la forma en que obra el Todopoderoso. Esa es la forma en que la Iglesia debe funcionar. Debemos aprender principios correctos y luego autogobernarnos. Hacemos nuestras propias decisiones, y luego presentamos el asunto ante el Señor para obtener su aprobación.
"Consulta al Señor en todos tus hechos"
Esos son los tres ejemplos de estudio; lleguemos a la conclusión revelada. Había un hombre que se llamaba Alma, un Profeta grande y poderoso; tenía un hijo que se llamaba Helamán, quien era un hombre santo y recto que seguía el ejemplo de su padre. Alma le dijo:
"¡Oh recuerda, hijo mío, y aprende sabiduría en tu juventud, sí, aprende en tu juventud a guardar los mandamientos de Dios! Sí, e implora a Dios todo tu sostén." (Alma 37:35-36).
¿Suponéis que si se os aconseja orar al Señor por vuestro sostén, tanto temporal como espiritual, eso es todo lo que tenéis que hacer? Jesús dijo orando al Padre: "El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy".
¿Salís y vais a sentaros en el desierto o en una montaña y oráis con todo el fervor que poseéis diciendo "el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy"? ¿O acaso os ocupáis de plantar cosechas y criar ganados, y hacer todo lo que este a vuestro alcance para lograr el resultado deseado?
Y continuó diciendo Alma: "sí, sean todos tus hechos en el Señor, y donde quiera que fueres, sea en el Señor; deja que todos tus pensamientos se dirijan al Señor; sí, deja que los afectos de tu corazón se funden en el Señor para siempre" (Alma 37:36).
Ahora poned atención.
"Consulta al Señor en todos tus hechos, y él te dirigirá para bien". (Alma 37:37).
¿Cuál era el problema de Oliver Cowdery? "...no pensaste sino en preguntarme... tienes que estudiarlo en tu mente" (D. y C. 9:7-8).
Bien, ¿Deseáis una esposa? ¿Deseáis todo lo que es correcto y apropiado? Poned manos a la obra, y utilizad el albedrío; el poder y la habilidad que Dios os ha concedido. Haced uso de toda facultad, todo discernimiento que podáis centrar en el problema, tomad vuestra propia decisión, y luego, para aseguraros que no erraréis, consultad al Señor en oración. Decid: "Esto es lo que pienso; ¿Qué piensas Señor?" Y si percibís esa tranquila y dulce serenidad que viene únicamente del Espíritu Santo, sabréis que habréis llegado a la conclusión correcta; pero si sentís ansiedad e incertidumbre en vuestro corazón, es mejor que empecéis de nuevo, ya que la mano del Señor no está allí, y al mismo tiempo no estáis obedeciendo la influencia que, como miembro de la Iglesia que posee el Espíritu Santo, tenéis el derecho de recibir.
"...sí, cuando te acuestes por la noche, acuéstate en el Señor, para que él te cuide en tu sueño; y cuando te levantes por la mañana, rebose tu corazón de gratitud a Dios, y si haces estas cosas, serás enaltecido en el postrer día."
(Alma 37:37).
Si aprendéis a utilizar el albedrío que Dios os ha concedido, si tratáis de tomar vuestras propias decisiones, si lográis llegar a conclusiones que sean buenas y correctas, y si consultáis con el Señor y obtenéis su aprobación respecto a las conclusiones a las que habéis llegado, entonces habréis recibido revelación; y por otra parte, obtendréis la gran recompensa de la vida eterna y seréis
exaltados en el postrer día. No penséis que somos todos iguales; algunos poseen un talento o capacidad y otros poseen otro, pero si utilizamos los que poseemos, de alguna forma saldremos adelante.
En lo que me es personal, comienzo a utilizar los talentos que poseo y aplico en mi vida los principios de verdad eterna. Acudo al Señor y lo consulto, y dondequiera que me encuentre el evangelio me impulsa hacia delante; así recibo bendiciones en esta vida, las que finalmente me darán gloria, honor y dignidad en la vida venidera.
Poseemos el espíritu de revelación:
Creo que he dicho suficiente; tenemos los principios ante nosotros. Permitidme hacer algo más;permitidme hacer lo que haría mi amigo Alma. Después de predicar un sermón, decía:
"Y esto no es todo. ¿No suponéis que sé de estas cosas yo mismo?" (Alma 5:45).
O sea que él les había presentado los ejemplos, había citado revelaciones, les había dicho lo que se requería, y luego daba su testimonio personal. Eso es lo que debemos hacer en la Iglesia; debemos aprender la manera de enseñar mediante el poder del Espíritu, a fin de que cuando terminemos de hablar acerca de los temas del evangelio, sepamos si lo que hemos dicho es lo correcto, y nos encontremos en posición de testificar, no solamente de la veracidad y divinidad de la obra, sino también de que la doctrina que proclamamos y las verdades eternas que exponemos son correctas, que son la voluntad y la voz del Señor.
Lo glorioso y maravilloso de esta obra y de estas doctrinas es que son verídicas. No existe nada en este mundo, ningún axioma en el que podamos pensar, que se compare a la certidumbre de que la obra en la que estamos embarcados es verdadera, que la influencia del Señor está aquí. El poseer el don y el poder del Espíritu Santo es un hecho real; poseemos el espíritu de revelación, el espíritu de testimonio, es espíritu de profecía. Estas cosas deben ser así, o no estamos en la Iglesia y reino de Dios; no somos el pueblo del Señor. Pero el hecho es que los poseemos; la revelación da resultado. No os privéis de recibir revelación.
José Smith dijo: "Dios no ha revelado nada a José que no hará saber a los Doce, y aun el menor de los santos podrá saber todas las cosas tan pronto como pueda soportarlas" (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 177).
Tenemos derecho al espíritu de revelación; pero lo que estoy tratando de enseñar es que existen un procedimiento y una manera adecuados, y hay algunas condiciones que debemos llenar antes de recibirlo. Tenemos la obligación de meditar sobre nuestros problemas y luego consultar en oración al Señor y obtener el sello ratificador del Espíritu Santo en cuanto a las conclusiones a las que hemos llegado; y ese sello es el espíritu de revelación.
Que Dios nos conceda sabiduría en estas cosas, y nos conceda el valor y la habilidad para permanecer firmes a fin de que hagamos buen uso de nuestro albedrío, así como de las habilidades y capacidades que poseemos. Seamos lo suficiente humilde y dóciles para atender a la inspiración del Espíritu, inclinarnos ante su voluntad, obtener su sello ratificador de aprobación e incorporar en nuestra vida el espíritu de revelación. Si así lo hacemos, no hay duda respecto al resultado: paz en esta vida: gloria, honor y dignidad en la vida venidera.
 
Discurso pronunciado en la Universidad de Brigham Young el 27 de febrero de 1973
Publicado en la Liahona de julio de 1985

 

Estilo SUD, 1 de mayo de 2010
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