|
Cayendo
en la trampa
Por el élder Sterling W. Sill
|
|
La
primera guerra mundial fue fructífera en lo que respecta
a la invención de métodos nuevos y más eficaces
para destruir al enemigo; y particularmente las innumerables maneras
en que se emplearon los explosivos para causar la muerte. Se arrojaron
bombas desde el aire, se emplearon como barrenos para ocultarse
en la tierra; fueron arrojadas como granadas de mano. Se depositaron
debajo de la superficie del mar para causar la destrucción
repentina de la nave que chocara contra ellas. En la tierra, ocasionalmente
se minaba debajo de las trincheras del enemigo para poder destruir
a los hombres e instalaciones desde abajo. A veces, en un lugar
donde se sospechaba un avance, se colocaban numerosos barrenos,
escondidos en la tierra. Llegado el momento del ataque, el otro
partido retrocedía hasta que el enemigo se encontrara en
la posición más vulnerable del terreno minado; entonces
se hacían estallar los barrenos y los soldados enemigos eran
despedazados.
Uno de los más diabólicos instrumentos fue un aparato
al cual los soldados norteamericanos dieron el nombre de booby trap,
que literalmente significa “trampa de bobos”. Se trataba
de una máquina explosiva que tenía por objeto engañar
a los soldados para que inadvertidamente se destruyesen a sí
mismos. El diccionario dice que un “bobo” es una persona
de muy corto entendimiento; necio, tonto. El nombre de este artificio
infernal da entender este instrumento mortífero tenía
los mejores resultados con aquellos soldados poco precavidos que
solían cometer alguna tontería.
Estas trampas usualmente tienen una pequeña bomba oculta,
colocada de tal manera que la hace detonar la misma víctima
con algún movimiento brusco. Es decir, se incita a la víctima
a que levante algún objeto, al parecer inofensivo, al cual
se ha fijado un detonador. A veces el enemigo retrocedía
intencionalmente abandonando territorio, trincheras, cuarteles,
etc., donde previamente se habían dispuesto estas trampas.
Cuando el ejército que venía avanzando ocupaba estas
posiciones recién abandonadas y los soldados empezaban a
tocar o levantar artículos, o pisar donde no debían,
las bombas ocultas estallaban, matando a unos e hiriendo a otros,
destrozándoles brazos, piernas y caras. Con esto so sólo
se lograba matar a los soldados enemigos, sino que era tan grande
el número de los que resultaban gravemente heridos, que llegaban
a ser una pérdida más seria que aquellos que morían
en el acto. De este modo se contenía el avance del ejército
entero. |
Sin
embargo, el uso de esta clase de trampas no se limita a las guerras
entre las naciones. Esos mismos “cazabobos”, de una
clase u otra, han estado destrozando a la gente, retardando su progreso
o destruyendo su felicidad y eficacia como directores desde el principio
del mundo. Por ejemplo, se ha dicho que el pecado es el “cazabobo”
del diablo.
El diablo se deleita en cazar a los bobos, y es sumamente astuto
cuando se trata de ocultar aparatos mortíferos destructivos
debajo de señuelos atractivamente dispuestos. Su especialidad
es derrumbar la fe, echar por tierra la moralidad y estorbar la
industria y entusiasmo productivos. Es particularmente diestro en
llenar de barrenos el terreno sobre el cual estamos a punto de avanzar.
Nos induce a que levantemos un poco de desánimo, falta de
honradez, pensamientos negativos y dos o tres hábitos malos.
Entonces, tarde o temprano, tocamos el detonador y la explosión
resultante destruye el fundamento mismo de nuestro éxito.
Al diablo nunca le faltan estas trampas. De hecho, hace que estas
máquinas infernales compitan la una con la otra para ofrecer
las tentaciones más atrayentes de destrucción. |
|
El diablo se deleita en
cazar a los bobos, y es sumamente astuto cuando se trata
de ocultar aparatos mortíferos destructivos debajo
de señuelos atractivamente dispuestos. |
|
Solemos enamorarnos
a tal grado de estas creaciones del pecado, que las estrechamos
contra nosotros mismos y así comprimimos el disparador invisible
que hace volar las entrañas de nuestro éxito.
Judas cayó en la trampa que tuvo por anzuelo treinta piezas
de plata. Demas, uno de los compañeros de Pablo en la misión,
también fue derrumbado innecesariamente de su alto lugar.
El Apóstol dijo de él: “Me ha desamparado, amando
este mundo.” (Véase 2 Timoteo 4:10) Pilato cayó
en las redes de su propia ignorancia. Le preguntó a Jesús:
“¿Qué es la verdad?” (Juan 18:38), y entonces,
sin esperar la respuesta, salió del cuarto. El hijo pródigo
se apartó de su familia para ir a un lugar donde podía
ser un bobo prodigioso. Solamente unos “pocos” pueden
atravesar el territorio lleno de barrenos de Satanás para
alcanzar el reino celestial.
Uno de los aspectos de esta situación que más desanima,
es que nunca parecemos aprender debidamente de la experiencia. Todavía
tenemos que palpar lo recién pintado, por decir así,
y poner la mano sobre la estufa candente para ver si verdaderamente
está candente. Aún podemos entrampar a un ratón
grande con un pedazo pequeño de queso. En la misma forma,
más o menos, los más palpables “cazabobos”
del pecado están causando grandes destrozos.
Estos artificios de Satanás son de todo diseño imaginable,
y hay gran abundancia de ellos. De hecho, hallamos casi la misma
cantidad de trampas que de bobos. Todos recordamos la trampa en
que cayó Esaú. Una noche le dio hambre y vendió
su primogenitura por una olla de potaje. Esta idea particular ha
sido tan eficaz que Satanás la ha empleado una vez tras otra.
Esaú fue engañado porque la bomba se hallaba oculta
detrás de la antigua “falsa perspectiva” que
causa que todas las cosas cercanas parezcan grandes e importantes,
y todo lo que está en la distancia, pequeño y sin
importancia.
Es decir, si fijamos la vista en una fila muy larga de postes de
teléfono, cada uno parece disminuir en tamaño, al
aumentar la distancia, hasta que por último, el que está
en el horizonte da la apariencia de ser del tamaño de una
cabeza de alfiler. Parece ser cierto; nuestros ojos nos dicen que
es cierto… y sin embargo no es verdad. Podemos demostrarnos
a nosotros mismos esta falsa perspectiva en diversas maneras. Por
ejemplo, si acercamos una moneda de 10 centavos a nuestros ojos
la estrella más grande que se encuentra a millones de kilómetros
de distancia; una moneda más grande ocultará el sol.
Esto no significa que el peso sea más grande que el sol,
sino únicamente que lo tenemos más cerca de los ojos.
Es muy fácil descubrir esta decepción en lo que concierne
a la distancia; pero no es tan fácil ver el mismo engaño
en lo que toca al tiempo. Preguntemos a un niño pequeño
si prefiere una moneda de diez centavos hoy o una moneda de un peso
al día siguiente.
|
|
Si
acercamos una moneda de 10 centavos a nuestros ojos la estrella
más grande que se encuentra a millones de kilómetros
de distancia; una moneda más grande ocultará
el sol. |
|
La
olla de potaje le pareció más importante a Esaú
en ese momento, que la estimada primogenitura en los años
futuros. No pudo evaluar correctamente las cosas que no estaban
al alcance de su vista.
Sin embargo, ¿cuántos de nosotros cometemos errores
iguales? Todos los días permutamos algún éxito
y felicidad por una olla de potaje que apetecemos hoy.
Alguien ha dicho: “El cielo está bien; lo que pasa
es que está muy lejos.” Muchos venden su salud y dinero
por la ilusión que ofrece el licor. Algunos están
dispuestos a padecer una muerte cancerosa en lo futuro a cambio
de su ración diaria de nicotina en la actualidad. Muchas
personas se endeudan innecesariamente, si no les exigen los pagos
enseguida. Hacemos muchas otras cosas malas simplemente porque no
se nos castiga en el acto. El noviazgo, y aun el matrimonio tampoco
están libres de trampas. La incitación de lo presente
tiene un atractivo tan grande, que si no estamos atentos y firmes,
la vida misma puede estallar en nuestra cara.
Con frecuencia puede inducírsenos a cambiar aun nuestras
mansiones en los cielos, si Satanás ceba la trampa con un
poco de nuestro queso favorito en la actualidad.
También nosotros podemos perder nuestra primogenitura si
no tomamos en consideración esta falsa perspectiva. Aun cuando
nuestra vista física sea perfecta, todavía caeremos
con los ojos abiertos en las trampas más evidentes, si sobre
el castigo ay un letrero que dice “postergado”.
Aun el ser consignados al infierno no es cosa tan grave para algunos,
si es que no tienen que ir allí enseguida.
|
El
Fausto de Goethe, cayó en una trampa peor que la de Esaú.
Este vendió su primogenitura por una olla de potaje; Fausto
vendió su alma por una promesa de veinticuatro años
de placeres. Quizá nos parezca que mi aun el bobo puede llegar
a tal insensatez; pero debemos recordar que en estos “cazabobos”,
el peligro no siempre está a la vista. La razón por
la cual es tan popular este pecado destructivo de la demora es que
la bomba yace oculta en la distancia, es decir, uno meramente aplaza
la acción lo suficiente para disminuir el tamaño de
su importancia al grado de cesar de espantarnos. El deber que tenemos
que cumplir hoy suele parecernos tan grande, que nos domina; sin
embargo, dejémoslo para “mañana”, y hasta
tiene la apariencia de haberse resuelto. ¡Qué día
tan importante va a ser “mañana”! Es cuando vamos
a llevar a cabo todas las cosas que hemos prometido hacer hoy. El
que demora es un bobo; el perezoso es un bobo; el que no ve más
de lo que tiene por delante es un bobo; y tarde o temprano una de
estas bombas estallará en sus órganos vitales.
|
|
Fausto
vendió su alma
por una promesa de veinticuatro años de placeres. |
|
El
que deliberadamente entra en una de estas trampas es un bobo, al
igual que el que juega continuamente con ellas. Aunque no se pueda
ver el fulminante, es sumamente peligroso jugar con estas trampas.
También lo es el coquetear con malos hábitos, aun
cuando son pequeños. Las cosas que son pequeñas hoy
tienen la costumbre de llegar a ser grandes mañana. Sobre
todo, basta con un pequeño mal hábito o mala actitud
para conducirnos al terreno que el enemigo ha minado. Entonces,
cuando estemos en el sitio más vulnerable, se hace estallar
la carga y nuestro éxito puede ser hecho pedazos y nuestras
esperanzas se desvanecen con el humo. No importa que sea pequeña
la bomba que esté oculta detrás del mal hábito,
todavía tiene suficiente fuerza para destrozar nuestra vista
y arruinar nuestro criterio. La granada de mano es pequeña:
pero más vale no tenerla cerca de uno cuando hace explosión.
Hace algún tiempo, un hombre expresó que deseaba ser
más activo en la Iglesia. Parecía tener la facultad
de ser una persona muy capaz. Al principio yo no podía entender
por qué no había llamado para ser Obispo o Presidente
de estaca; pero en una ocasión que lo visité, supe
que algunos años atrás había caído en
la trampa de la bebida, la cual había estallado en un accidente
automovilístico bastante serio que destrozó una vida.
Había adquirido el hábito de pensar mal, y esto la
había conducido al terreno minado de la inmoralidad. Había
habido una “explosión conyugal” que afectó
a cinco menores de edad. Los gastos y angustias consiguientes derrumbaron
su posición económica, y su vida entera fue reducida
a escombros. Sin embargo, siempre había tenido la intención
de hacer lo bueno; realmente quería hacer lo correcto. Pero
no era muy prudente y continuamente estaba cayendo en la trampa. |
Si uno pudiera pintar un cuadro físico de la espiritualidad
de este hombre, quizá se podría representar con los
brazos mutilados, sin ojos, las piernas hechas pedazos y lo que quedaba,
tan lleno de cicatrices que casi no tendría valor. Su deseo
actual de empezar de nuevo era muy loable, pero ¿cómo
esperar lograr el éxito? Tiene las desventajas del que busca
un empleo que pague bien, pero que se halla tan mutilado que resultaría
contraproducente ocuparlo.
El desánimo es una de las trampas más eficaces de Satanás.
Cuando permitimos que nuestros caprichos se propasen, no tardan en
estallar en nuestra cara. Mengua nuestra industria o viene un decaimiento
mental o espiritual, y a menudo no podemos sobreponernos. Satanás
entrampa a mucha gente porque no sabe cómo conducirse cuando
ocurre esta “marea baja” en sus vidas.
Con frecuencia los bobos se reúnen y se destruyen unos a otros,
combinando su manera destructiva de pensar y su mal ejemplo. No hay
cosa tan común como grupos pequeños de personas que
continuamente se incitan unos a otros a travesear con la maldad y
jugar con el fracaso. Por ejemplo, todos saben que no es bueno fumar.
El Señor ha aconsejado que no se haga. Es costoso, es perjudicial
y difícil de abandonarlo. Sin embargo, con los ojos bien abiertos,
los miembros de un grupo se incitan el uno al otro a usarlo, hasta
que un hábito que destruye el alma estalla en su cara. El vicio
de beber es el queso con que el diablo ceba sus trampas para cazar
bobos en grupos. La mejor manera de evitar ser destrozado por una
de estas trampas es no tocarla. La mejor manera de evitar ser un borracho
es no aceptar la primera copa. |
Sólo hay dos clases de alcohólicos: los que pararían
si quisieran, y los que pararían si pudieran. El que bebe no
está sino ensayando para ser un fracaso.
¿Qué opinión tendríamos de un jugador
de básquet que se pusiera a ensayar a no encestar la pelota?
¿o un vendedor que pasara su tiempo poniendo cuanto estorbo
pudiera a sus ventas futuras? ¿Y qué opinaríamos
de un hijo de Dios que continuamente estuviese jugando con las cosas
que lo conducen al territorio de la destrucción eterna? ¿o
qué pensaríamos de un líder que se echara sobre
la espalda esas actitudes y hábitos que lo harían fracasar?
Si fuésemos jugadores del deporte más popular de nuestro
país, nuestros “errores” se publicarían
diariamente en los periódicos para que todos los vieran. Pero
el juicio final quizá sea la primera vez en que algunos de
nosotros veamos la cuenta completa de nuestros errores. Debemos vigilarnos
a nosotros mismos y publicar nuestra propia anotación de “goles
y errores”. Así, por lo menos, estaremos informados de
estas cosas. |
|
¿Qué
opinión tendríamos de un jugador de básquet
que se pusiera a ensayar a no encestar la pelota? |
|
Los
dones más valiosos de la vida no consisten en lo que podemos
obtener de ella, sino más bien en lo que podemos llegar a
ser por causa de ella. Cesaremos de ser mutilados por estas trampas
“cazabobos” únicamente cuando dejemos de levantarlas
para ver si estallarán. No nos dejemos engañar creyendo
que nuestros malos hábitos son pequeños. Se desarrollarán
rápidamente si seguimos nutriéndolos. Podemos estar
seguros de una cosa: no importa que haya sido Satanás, nuestro
fracaso o nosotros mismos los que hayamos cebado las trampas, todas
estallarán algún día con el mismo efecto mortífero.
Entonces descubriremos que no nos quedan más que dos cosas
a cambio de todo nuestro afán: el “premio” del
bobo, y un bobo.
|
Artículo publicado
en la Liahona de octubre de 1959 |
Estilo SUD, 11 de
abril de2009 |
|
Notas
Relacionadas |
|
|