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Conocer
a Dios
es llegar a ser como El
por Stephen R. Covey |
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“Si,
lo entiendo, pero, ¿qué quiere decir ‘ver’?”--preguntó
Tom, ciego de nacimiento, en respuesta a la explicación de
Jim sobre el proceso de la vista. “¿Qué quieres
decir con ‘color’, Jim? ¿Qué es amarillo?
¿Verde? ¿Qué quieres decir con ‘luz’?
¿Oscuridad?
Trate de explicar alguna vez a una persona que nunca ha visto, lo
que quiere decir ver, o a una persona sorda lo que quiere decir oír.
Podemos comunicar ideas y hechos, pero no podemos transmitir a una
persona ciega o sorda un conocimiento verdadero o la comprensión
de lo que en realidad quiere decir ver u oír.
Sin embargo, una persona ciega podría hacer durante toda su
vida, un estudio del ojo, las propiedades de la luz, el proceso de
la visión, y así llegar a ser un gran experto en ese
campo. Puede llegar a ser tan experto como para enseñar a los
médicos que pueden ver, pero por otra parte, no puede saber
nada en cuanto a la visión. Tal conocimiento sólo puede
lograrse mediante experiencia personal.
Esto también es verdad con el conocimiento divino, que es la
clase de conocimiento que viene de Dios hacia el espíritu que
mora en el hombre. No viene de la carne y sangre (véase Mateo
16:17), ni por razonamiento o sabiduría del hombre. (Véase
1 Corintios 2:9,14; 2 Nefi 8:28)
Por tanto, viene de Dios, cuando su espíritu se comunica con
el espíritu del hombre. Uno puede saber mucho acerca de Dios
y sin embargo no conocerlo. Una persona puede entender los planes
de Dios para con sus hijos a través de todas las dispensaciones
y puede recitar los principios y doctrinas del evangelio en forma
impresionante y quizá, desde el punto de vista intelectual,
enseñar eficazmente una clase en la Escuela Dominical, y no
obstante tener muy poco o ningún conocimiento personal acerca
de Dios, el Autor de todo. |
La
llave está en el corazón |
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En
Irlanda observamos la conversión de cientos de personas, entre
estragos, dudas, miedos, escapes y luchas. Una y otra vez llegamos
a la conclusión que un individuo puede conocer la verdad,
de acuerdo al grado en que haya sido leal a la misma.
En otras palabras, pudimos ver que una persona podía saber
que el evangelio había sido restaurado, si era fiel a sus enseñanzas,
tales como la Palabra de Sabiduría, oración, diezmos
y estudio.
Sacamos en conclusión que la gente realmente no dudaba del
evangelio, sino de sí mismos y de su propio deseo y habilidad
de vivirlo.
¡Qué descubrimiento tan interesante! Toda la manera de
enseñar cambió. |
En vez de ofrecer más lógica, más escrituras,
más evidencias externas en el espíritu de amor y testimonio,
pedimos que cada uno mirara dentro de su propio corazón, “...porque
de él mana la vida”. (Proverbios 4:23)
La llave para el testimonio estaba en el corazón.
Algunos tratarán de escapar de esta verdad fundamental, buscando
un atajo, o sólo mediante su conocimiento, rehusando de esta
manera mirarse a sí mismos, arrepentirse, estudiar devotamente,
buscar diligentemente u orar sinceramente de corazón. Otros
lucharán y se rebelarán como lo hizo Amulek antes de
su conversión:
“Sin embargo, endurecí mi corazón, porque fui
llamado muchas veces, y no quise oír; de modo que sabía
concerniente a estás cosas, mas no quería saber; por
lo tanto seguí rebelándome contra Dios, en la iniquidad
de mi corazón...” (Alma 10:6) |
La
gran llave: Obediencia |
El Salvador
igualó el conocimiento con la acción. “El que
quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es
de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta.” (Juan 7:17) Pero
esta fue una doctrina muy difícil de aprender para los judíos,
porque demandaba en ellos un cambio. Pensaron que la vida se encontraba
en las escrituras, las cuales estudiarían y usarían
para juzgar a otros. Pero no se acercaron a Cristo de quien las escrituras
testificaban, a recibir la vida. (Véase Juan 5:3-40)
Con su orgullo e irresolución, el costo de humildad, arrepentimiento
y obediencia a Cristo fue demasiado grande. |
El conocimiento divino
es una función de humildad y obediencia a las leyes de Dios.
Estas son simplemente las leyes divinas y naturales del progreso
eterno, la obediencia a las cuales abren el contenido de una memoria
cubierta de convenios, convicciones y conocimiento divino, conocidos
desde antes de que viniésemos a este segundo estado. La obediencia
trae el Espíritu, el cual da convicción; por tanto,
conocer a Dios es llegar a ser como El.
Pedro explica hermosamente
este proceso de adquisición de conocimiento divino, o un
conocimiento de Dios y su Hijo Jesucristo (1 Pedro 1:3-8), cuyo
conocimiento es vida eterna. (Juan 17:3)
Al llegar a ser “participantes de la naturaleza divina”,
Pedro explica primero la necesidad de auto abnegación y autodominio:
“habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo
a causa de la concupiscencia”; y segundo, un esfuerzo diligente
para desarrollar los atributos divinos de Dios, empezando con la
fe y terminando con la caridad. Resultado neto: “Porque si
estas cosas están en vosotros y abundan, no os dejarán
estar ociosos ni sin fruto en cuanto a conocimiento de nuestro Señor
Jesucristo.” (2 Pedro 1:8)
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Ambos niveles
de obediencia son necesarios; el segundo edificando sobre el primero.
Cuando uno honradamente puede decirse a sí mismo, “soy
mi propio amo”, de manera que su espíritu domine la carne,
entonces está en posición de decir al Señor,
“Ahora soy tu siervo”. El obedecer leyes menores aumenta
la disciplina y fuerza de carácter que habilita al individuo
a resistir las tentaciones más grandes y a obedecer las altas
leyes de humildad, amor y servicio desinteresado. El intentar desarrollar
un carácter divino sin dejar las fuentes mundanas, constituye
la más grande de las decepciones. (Santiago 1:22-27) |
La
prueba verdadera del conocimiento divino |
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Las
pruebas verdaderas del conocimiento divino son simplemente las pruebas
del carácter formado mediante la fiel obediencia a las leyes
divinas: “...Porque no recibís ningún testimonio
sino hasta después de la prueba de vuestra fe.” (Eter
12:6)
Para conocer a Dios, debemos beber profundamente de Su fuente divina,
tener hambre de verdad y rectitud, estudiar diligentemente, orar específica
y sinceramente de corazón y servir desinteresadamente. Nuestra
paz vendrá de El, no del mundo.
El conocimiento divino no se obtiene fácilmente.
Esta filosofía de algo por nada, aprendiendo sin obedecer,
intelectualizando sin arrepentimiento, pensando sin oración,
aceptando la ciencia sin Cristo, fallará totalmente en dar
a conocer un conocimiento de Dios.
“El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus
caminos.” (Santiago 1:8) |
Enseñamos
lo que somos |
¡Maestros,
líderes, padres! Si somos verdaderamente honestos, humildes
y valientes para ver dentro de nuestro corazón así como
el fruto de nuestras labores, especialmente en la vida de nuestros
hijos y alumnos, descubriremos una verdad médula: enseñamos
lo que somos. |
Con
la convicción más profunda de mi corazón, recomiendo
un estudio diario, diligente y devoto de las escrituras, que contienen
los sentimientos y pensamientos del Señor, con el expreso propósito
de encontrarlo, de obtener inspiración e iluminación,
de humillarnos por la revelación de nuestras propias debilidades,
para tener un deseo de servir mejor, de sacrificar y obedecer, de
tener la seguridad, aprobación y paz que vienen del interior
en vez del exterior; “...el que viene a mí, nunca tendrá
hambre.” (Juan 6:35) |
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Stephen R. Covey, es un reconocido escritor SUD,
autor de “Siete hábitos para gente altamente efectiva”
y muchos otros libros.
Ha sido profesor de BYU.
Artículo publicado en la Liahona de octubre de 1968 |
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Estilo SUD, 12 de
setiembre de 2009 |
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