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El
Cargo
Por el élder Sterling W. Sill
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El
21 de enero de 1957, Dwight D. Eisenhower prestó por segunda
vez juramento como presidente de los EEUU. Poniendo su mano sobre
la Biblia abierta en el Salmo 33, donde dice: “Bienaventurada
la nación cuyo Dios es Jehová” (Salmos 33:12),
levantó la derecha y exclamó: “Solemnemente
juro ejecutar con fidelidad el oficio de Presidente de los Estados
Unidos y dedicar lo mejor de mi capacidad a la preservación,
protección y defensa de la Constitución. Dios me asista
en ello”. |
El
juramento al oficio de Presidente sirve más o menos como
modelo para todos los demás funcionarios públicos.
El prestar juramento es un proceso por medio del cual uno acepta
el cargo y promete dar fiel cumplimiento a la responsabilidad para
la que ha sido nombrado. El juez principal de la Suprema Corte de
Justicia es quien generalmente toma el juramento del Presidente.
Los demás funcionarios reciben su cargo del oficial superior
inmediato y también, al prestar juramento, cada uno de ellos
acepta solemnemente el cargo, dispuesto a dedicarse a su deber,
no importan los impedimentos u obstáculos que pueda encontrar
en su camino.
El método o modelo de esta costumbre tan benéfica
fue probablemente adoptado a raíz del procedimiento utilizado
por Dios mismo, cuando dio a Moisés las siguientes instrucciones:
“…Toma a Josué, hijo de Nun, varón en
el cual hay espíritu, y pondrás tu mano sobre él;
Y lo pondrás delante del sacerdote Eleazar, y delante de
toda la congregación, y le darás el cargo en presencia
de ellos.” (Números 27:18-19)
En otra oportunidad, el Señor le dijo a Moisés: “Manda
a Josué, y anímalo, y fortalécelo.” (Deuteronomio
3:28) “Y Moisés hizo como Jehová le había
mandado… y puso sobre él sus manos, y le dio el cargo,
como Jehová había mandado por mano de Moisés.”
(Números 27:23) |
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Dwight
D. Eisenhower
tomando juramento en 1957 como Presidente de los EEUU |
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También
todo soldado presta juramento de fidelidad a su bandera. Dicho procedimiento
habrá de ayudarle a mantener su mente siempre orientada hacia
sus deberes. Le inspirará y le conservará digno y verídico
ante cualquier perturbación o problema que pueda surgir durante
sus servicios. |
Asimismo,
este juramento ha de desarrollar en él una confiabilidad más
vigorosa, y su mente y su conciencia contendrán siempre un
concepto fiel de lo que constituye su sagrada responsabilidad.
Algo que nuestra
habilidad para dirigir necesita más que casi cualquier cosa
para poder tener éxito, es un altamente dedicado sentido de
la responsabilidad a fin de que cada uno, inclusive nosotros mismos,
pueda saber exactamente su posición y de esta manera cumplir
fielmente con lo que le ha sido confiado y ha aceptado. Probablemente
sea verdad que la clave por medio de la cual los hombres y las mujeres
del mundo pueden ser mejor juzgados, radica en la importancia que
ellos mismos conceden a las responsabilidades que respectivamente
han aceptado. |
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Quizás
no encontremos una característica más impresionante
y benéfica para nuestra habilidad para dirigir, que la contenida
en la clase de fe manifestada por Job, cuando respondiendo a sus amigos
que le insinuaban alejarse de Dios, él dijo: “He aquí,
aunque él me matare, en él esperaré.”(Job
13:15) Inspirado
en forma similar, Sócrates declaró: “Cualquiera
sea lo que me asignéis hacer, preferiría mil veces
morir antes que fracasar”. Parece que tanto Job como Sócrates
sabían administrar bien sus cargos respectivos. También
nosotros podemos hacer lo mismo, haciendo uso de toda cualidad particular
que deseemos desarrollar.
Cuando Theodore Roosevelt prestó juramento al oficio presidencial,
puso su manos sobre la Biblia abierta en el primer capítulo
de Santiago, que en su versículo 22 dice: “Sed hacedores
de la palabra y no tan solamente oidores”. El registro de
su vida y sus acciones, indican que Theodore Roosevelt fue un “hacedor
de la palabra”.
¡Cuán maravilloso sería si al aceptar una asignación
en la Iglesia nos dispusiéramos a ser hacedores—no
sólo deseosos conservadores, oidores o pensadores—en
todo! Nuestra capacidad sería incrementada y nuestro poder
acrecentado si primero grabásemos en nuestras mentes la responsabilidad
de nuestro cargo particular y entonces diéramos cumplimiento
al mismo. Hay gente que al aceptar una asignación simplemente
dice: “Trataré de hacerlo”, “Haré
lo mejor que pueda” o “Espero tener éxito”.
En primer lugar, ello es una contradicción, porque ¿cómo
podría una cumplir una asignación si no se siente
apoyado por toda la fuerza de su propia voluntad? Decir “Trataré
de hacer lo mejor que pueda” es muy indefinido y frecuentemente
indica que se carece de un objetivo preciso y de una firme determinación.
Se dice que
en una oportunidad un coronel llamó a un sargento y le dijo:
“¿Quiere usted llevar este mensaje al general?”
El sargento respondió: “Trataré, señor”.
El coronel le replicó: “No le he pedido que trate;
sólo le he preguntado si quiere usted llevar este mensaje
al general”. El sargento, un tanto sorprendido, balbuceó:
“Haré lo mejor que pueda, señor.” El coronel,
inmutable, insistió: “No quiero que haga usted lo mejor
que pueda, sino que lleve este mensaje al general”.
El sargento contestó entonces: “Lo haré o moriré
en la empresa, señor.” Con la misma firmeza original,
el coronel dijo: “No le estoy sugiriendo ni pidiendo que muera;
sólo le pido que lleve este mensaje al general”. |
Nuestros
fracasos, en su mayoría, se deben al hecho de que nunca hemos
aceptado realmente y en primer lugar nuestro llamamiento. Por ejemplo,
tomemos el caso de un poseedor del sacerdocio a quien, como maestro
orientador, le han sido asignadas seis familias, a las que debe visitar
una vez por mes. Supongamos, como frecuentemente ocurre, que él
ha dicho: “Haré lo mejor que pueda”. |
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En
general, éste es el comienzo de un largo proceso de apremios,
llamados de atención, comprobaciones, preocupaciones, nerviosismo
y oración por parte de la presidencia de estaca o distrito,
del sumoconsejo, del obispado o presidencia de la rama y de los distintos
líderes que supervisan la obra de los maestros orientadores,
quienes en el último día del mes y después de
haber estado durante todo el mes inútilmente preocupados, deben
hacer ellos mismos las visitas del caso.
Si el barrio o rama obtuviera un 100% en las visitas y éstas
hubieran sido hechas en tiempo, les daría probablemente motivo
para una celebración. Sin embargo, para hacer visitas mensuales
a seis familias no se necesita ningún individuo de características
fenomenales. En verdad, la asignación podría constituir
el trabajo más duro del mundo si nosotros no sentimos un genuino
deseo de llevarla a cabo, o si para ello necesitamos ser persuadidos
por alguien. Es muy fácil obtener un 100% en nuestras actividades
o asignaciones, si primero hemos aceptado cabalmente nuestra responsabilidad.
Toda realización se facilita cuando definida y entusiastamente
nos decidimos de antemano a hacer cualquier cosa que fuere necesario
para llevar a cabo nuestro objetivo. |
La obra de los maestros orientadores es siempre mucho más fácil
cuando es hecha durante la primera semana del mes, sin tener que ser
apremiado, suplicado o aun ayudado por otro. |
Supongamos
que el presidente de una nación necesite tener una docena
de supervisores constantemente vigilándole, comprobando sus
actividades y recordándole que debe ser fiel a su llamamiento.
Por supuesto, su actuación no sería digna de encomio.
Siendo que ha prestado juramento a su oficio, él debe ser
fiel por sí mismo y con todas sus fuerzas, y esta es una
buena idea que nosotros podríamos adoptar.
¡Cuán grandes líderes podríamos ser si
aprendiéramos a decir, como Job, que no importa lo que pase,
el trabajo será cumplido, que el trabajo será hecho
correctamente y en tiempo!
Imaginemos que
cada vez que aceptamos una asignación levantamos voluntariamente
nuestra mano derecha y prestamos juramento al oficio para el cual
hemos sido llamados. Supongamos que nos comprometemos y garantizamos
que el trabajo será hecho porque nosotros queremos realizarlo.
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Si
la tarea consiste en visitar seis familias por mes, nos preocuparemos
y conseguiremos que estas visitas se efectúen en tiempo,
sabiendo que ello nos ayudará a entrar en el reino celestial.
La tarea, en realidad, no es pequeña. Por supuesto, no hay
“pequeños trabajos” en la Iglesia del Señor
y, por consiguiente, no debemos olvidar que toda violación
voluntaria a un sagrado juramento, constituye perjurio.
Al hacer su
asignación a Timoteo, Pablo le escribió: “Te
encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará
a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino,
que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo;
redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina”.
(2 Timoteo 4:1-2)
Pablo depositó directamente sobre Timoteo una responsabilidad.
El gran interrogante, por supuesto, es saber si la misma fue o no
aceptada cabalmente por Timoteo.
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“En
este mundo, lo primordial es conservar
elevadas nuestras almas” |
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Los
más grandes problemas de nuestra condición de directores
no residen en nuestra asignación en sí; siempre surgen
o dormitan en nosotros mismos. Si podemos solucionar cada uno de nuestros
problemas íntimos, todo lo demás será fácil.
El gran autor francés Flaubert, dice: “En este mundo,
lo primordial es conservar elevadas nuestras almas”. Ciertamente,
esto es también el primer requisito en nuestra habilidad para
dirigir. |
El
15 de febrero de 1835, Oliverio Cowdery otorgó oficialmente
el cargo a los miembros seleccionados para el Consejo de los Doce,
y les dijo: Es mi sagrada responsabilidad el haceros esta asignación”.
Luego, entre otras cosas, agregó: “Si aun en el más
mínimo grado faltáis a vuestro deber, grande será
vuestra condenación. Porque cuanto más alto es el
llamamiento, más grandes son los resultados de la transgresión.
Cuidáos para que vuestros afectos no sean presa de las cosas
mundanas”.
Este problema
existe aún entre nosotros. Nuestras afecciones son frecuentemente
eclipsadas por otras cosas, y es entonces cuando descuidamos nuestros
llamamientos y nuestras responsabilidades.
El hombre no es importante por sí mismo, sino por lo que
cree, representa y realiza. ¿No es acaso impresionante saber
que estamos apoyando y defendiendo las cosas más importantes
del mundo? En realidad, aumentamos nuestra propia importancia al
estar conectados con ellas y por los cargos que hemos aceptado y
que estamos determinados a llevar a cabo.
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Un considerable
porcentaje de los Doce originales de esta dispensación fracasaron
en sus deberes. Algunos de ellos abandonaron la Iglesia. El mismo
Oliverio Cowdery cayó poco después de haber dado el
cargo a los Doce. Su interés se fue debilitando y finalmente
apostató de la Iglesia. Pero si juzgamos el futuro en base
al pasado, sabemos que muchos fracasarán y perderán
el reino celestial. Es ya bastante trágico que perdamos nuestras
bendiciones, mas pensemos en el dramático y eterno remordimiento
de aquel que no ha sabido ser fiel al cargo que su propio Creador
le ha dado.
Es verdaderamente una de las tragedias más graves de la vida
el que algunas personas ubicadas en lugares de gran responsabilidad
política y personal, comprometiendo aun asuntos temporales
y financieros propios y de otras personas, fracasen en sus tareas.
Pero mucho más trágico aún es cuando alguien
que posee un oficio religioso y es responsable por el bienestar
espiritual y vida eterna de otros, demuestra ser “indigno
de su mayordomía”.
Muchos leemos
y pensamos acerca de la importancia de librarnos de nuestros temores.
Uno de los grandes presidentes norteamericanos dijo en cierta ocasión:
“Lo único que debemos temer es el temor mismo”.
Nadie puede negar que necesitamos más valor, más bravura
en nuestras vidas. Hay tiempo para ser valiente, pero también
hay tiempo para temer y algunas veces el temor mismo es más
necesario que cualquier otra cosa. La valentía de hacer el
mal, o la valentía de ser ociosos e irresponsables, no son
virtudes. Debemos cultivar un poco más el temor al fracaso,
el temor a la violación de nuestra palabra o promesa y el
temor al pecado.
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Capitán
Moroni, un modelo
de líder comprometido |
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El
temor es también una de las fuerzas constructivas del alma,
si sólo aprendemos a temer las cosas debidas. Shakespeare
ha dicho: “Temer lo malo generalmente remedia lo peor”.
Para
nuestra propia conveniencia, cada uno de nosotros debiera aceptar
y comprometerse a la misma responsabilidad que el personaje shakesperiano
Polonias depositó en Alertes: “Te encomiendo ser verídico
contigo mismo”. El sabio Salomón, al concluir su libro
de Eclesiastés, nos hace otro encargo estimulante:
“El fin de todo discurso leído es éste: teme a
Dios, y guarda sus mandamientos, porque esto es el todo del hombre.”
(Eclesiastés 12:13)
Esta es la clase particular de actitud que yo quisiera establecer
firmemente en mi vida y, si pudiera, me gustaría también
ayudar a otros a poseerla. Se nos ha encargado “guardar la fe”,
y hacer la obra del Señor. Lo demás queda librado a
nosotros mismos.
¿Aceptaremos el cargo?
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Artículo publicado
en la Liahona de enero de 1963 |
Estilo SUD, 29 noviembre
2008 |
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