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El
fuego
y nuestra habilidad para dirigir
Por el élder Sterling W. Sill
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Una
parte de la literatura de nuestra era consiste en lo que ha dado
en llamarse ‘ficción práctica’.
Tenemos fábulas, mitos, cuentos, etc., que ayudan a ilustrar
ideas, enseñan principios e inducen a la acción.
Por ejemplo, aprendemos mucho de la famosa fábula de la liebre
y la tortuga. El cuento de los hombres ciegos y el elefante, nos
provee también de una buena enseñanza. Los caracteres
puramente ficticios de Shakespeare y de Dickens, pueden ser de mucha
utilidad para el desarrollo de nuestros razonamientos y actitudes.
El proceso de la enseñanza se simplifica cuando usamos un
énfasis particular, figuras interesantes y expresiones de
significado oportuno, que hagan más clara la idea.
Durante la Guerra Civil de los Estados Unidos de Norteamérica,
cierto general fue apodado ‘Stone-wall’ Jackson (stonewall,
en inglés, significa ‘muro de piedra’). Este
alias nos ayuda a imaginar la apariencia y aún la personalidad
del general en cuestión.
Shakespeare logra expresar ampliamente sus ideas por medio de frases
pintorescas y su sorprendente locuacidad. Nos vemos a nosotros mismos
en el programa cuando dice: Él mundo entero es un escenario’.
Este uso de palabras en un sentido no literal, a veces ayuda a dar
belleza, realce y significado a las ideas.
Los griegos
en la antigüedad alcanzaron una cultura muy significativa y
crearon una colorida literatura, en gran parte de la cual asignaron
una personalidad a las fuerzas de la naturaleza, personificando
grandes ideas en una forma humana o sobrehumana. Eso ayudó
a disipar la vaguedad de pensamiento y formó ideas más
vívidas en sus mentes.
Generalmente, estas historias giraban en torno a las hazañas
de los titanes y héroes que poblaran la cumbre del antiguo
monte Olimpo.
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Una
de estas leyendas trata acerca de Prometeo, quien logró fama
de ser uno de los más grandes benefactores de los mortales
nunca habidos. Él fue un verdadero luchador contra la injusticia
y los poderes inicuos. ‘Prometeo’ significa ‘prevenido’
y él tuvo fama de ser muy sabio. Pero es más conocido
en la mitología griega por el hecho de haber ido hasta el
sol, trayendo fuego para darlo a los hombres. Nuestras propias Escrituras
nos dicen que Dios ‘está en el sol, y es la luz del
sol, y el poder por el cual fue hecho.’ (DyC 88:7). Y es a
través de ese poder que nuestros ojos son iluminados y nuestros
entendimientos vivificados.
Pero desde tiempo
inmemorial ‘fuego’ ha venido usándose como una
figura de expresión muy significativa y de gran ayuda. ‘Fuego’
o ‘calor’ nos ha servido como símbolo de ardor,
fervor, entusiasmo. Decimos que una persona tiene ‘calor en
las venas’ o que tiene ‘un ardiente deseo’. Es
común decir ‘Golpea el hierro mientras está
caliente’. Hablamos de ‘fervientes emociones’
o de una ‘cálida amistad’. A una persona experimentada
la calificamos de ‘fogueada’. Este tan peculiar uso
de expresiones como éstas, da a nuestro pensamiento una intensidad
y sentido provechosos. Todos sabemos que un poquito de fuego en
la personalidad es frecuentemente la característica de más
valor.
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Ser capaces de cultivar este fuego en nosotros mismos, es una de
las mejores maneras de progresar en nuestra habilidad para dirigir
y realizar algo.
Un verdadero
dirigente es muy similar a un automóvil: nunca puede andar
mucho o tener suficiente potencia, a menos que haya conseguido la
‘temperatura’ necesaria. Por contraste, asimismo, pensamos
que las acciones fracasadas se deben a la falta de ‘calor’
apropiado. Decimos entonces que tal o cual equipo de básquet
perdió el partido porque sus integrantes estuvieron ‘fríos’.
El término ‘helado’ sirve también para
describir actitudes desfavorables o poco amistosas.
Posiblemente la posición menos deseable del
termómetro, desde ciertos puntos de vista, es el área
entre el calor y el frío. Ello no es una cosa ni la otra.
Está escrito en el libro de Apocalipsis que el Señor
dijo a los miembros de la Iglesia en Laodicea: “…ni
eres frío ni caliente ¡Ojalá hubieses sido frío
o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente,
te vomitaré de mi boca.” (Apocalipsis 3:15-16). Esta
condición de estar sobre la línea fronteriza, de no
ser ni una ni otra cosa, ha promovido, aún en Dios, un sentimiento
de disgusto.
Si queremos tener éxito en la obra del Señor,
debemos lograrla ‘temperatura’ necesaria. Nuestro entusiasmo
debe ser ‘febril’ si queremos que tenga algún
poder. Usamos la figura del ‘calor’ o del ‘fuego’
para calificar una devoción ‘de todo corazón’
o ‘con toda el alma’. En efecto, el ‘fuego’
es usado muchas veces en las Escrituras para indicar o comparar
la presencia de Dios mismo. Cuando relata que el Señor apareció
en la cumbre del monte Sinaí para dar la Ley de Israel, el
historiador dice: “Todo el monte Sinaí humeaba, porque
Jehová había descendido sobre él en fuego;
y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte
se estremecía en gran manera.” (Éxodo 19:18).
La Biblia usa esta interesante metáfora al referirse a Dios:
“…Dios es un fuego consumidor…” (Deuteronomio
4:24; Hebreos 12:29). Por supuesto, podemos ver claramente el contraste
entre el ‘fuego’ de Dios y la tibia indiferencia de
los laodicenses.
La Biblia usa la figura del fuego para representar la gloria, santidad,
presencia, espíritu, juicios y castigos de Dios. “Y
quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿o
quién podrá estar en pie cuando él se manifieste?
Porque él es como fuego purificador, y como jabón
de lavadores.” (Malaquías 3:2). En un juego de palabras,
podríamos decir que ‘aquellos que no sean ardientes,
serán quemados’.
Prometeo, según la mitología griega,
trajo fuego del sol a los antiguos. La razón por la cual
los laodicenses tuvieron problemas, fue porque carecían de
fuego.
Aparentemente necesitaban algunos ‘Prometeos? Que les proveyeran
de ello. Buenos proveedores de fuego son también nuestra
necesidad más grande. Necesitamos algunos que hagan volar
la chispa que encienda la llama. Jesús bautizó con
“el Espíritu Santo y con fuego” (Mateo 3:11).
Necesitamos hacer que este fuego arda eficazmente. Todo gran dirigente
necesita cultivar la ‘producción de fuego’ y
la ‘provisión de fuego’. Ayudar a llevar la chispa
divina a los hombres, es la tarea de mayor importancia. Esta chispa
debe ser no solamente encendida en los corazones de la gente, sino
constantemente avivada hasta que produzca una llama ardiente y brillante.
Para ser un buen director se requiere no sólo ‘poseer
fuego’ y ‘proveer fuego’ sino tener también
una ‘potencia de fuego’ siempre latente.
La explicación científica de un efectivo
ascenso de temperatura nos dice que ha habido un incremento en la
actividad molecular. Una actividad aumentadas en nosotros mismos,
elevará también nuestra temperatura.
La actividad espiritual, cuando es acrecentada produce una mejor
disposición en nuestras mentes, un mayor fervor en nuestros
corazones y hace más eficaces nuestros esfuerzos.
En significado y función, la palabra más
similar a ‘fuego’ es ‘entusiasmo’, que no
es otra cosa que un cierto fuego en el alma que produce un poder
especial en nuestro ánimo. La palabra ‘entusiasmo’
viene del griego ‘en’-‘theos’, que significa
‘Dios en nosotros’ o ‘inspiración divina’.
Hemos hablado mucho en cuanto a nuestro derecho a recibir inspiración
de Dios. Pero lo que no podemos entender muy bien es en cuanto a
nuestro derecho y capacidad para inspirar a otros. Somos hijos de
Dios, creados a su propia imagen y dotados de sus atributos. Somos
receptáculos de su autoridad y de cierto grado de su poder.
Nuestra necesidad es dar más de lo que damos. No somos sólo
estaciones receptoras ; somos también centros de distribución.
Cuando llegamos a poseer este entusiasmo de fuego, tal como Prometeo,
podemos entonces darlo a otros. Esta es otra de esas cosas que no
sólo podemos dar sin perder, sino que cuanto más damos,
más tenemos.
Esta habilidad de llenarnos y llenar a otros de entusiasmo, incluye
un gran poder de realización. Esta es una de las habilidades
más valiosas de que Dios pudo habernos dotado. Pero su propio
valor es aún acrecentable, por ser un don poco común.
Es una de las potencialidades que frecuentemente se encuentran sin
desarrollar en los hombres. Hay muchos hombres buenos; hay muchos
sabios; muchos industriosos. Pero no hay muchos que enciendan el
‘fuego’, no muchos que lo traigan, no muchos que nos
provean de la chispa divina, ni aún siquiera en un sentido
simbólico.
Un genuino entusiasmo
es una de las mejores garantías para la realización
de toda asignación. Un entusiasmo inteligente probablemente
sea la mejor contribución para el éxito, que cualquier
otra acción. Sir Edward Appleton, ganador del Premio Nobel,
dijo: “Considero que el entusiasmo es más valioso que
cualquier habilidad profesional”.
La destreza profesional, por supuesto, es tremendamente importante
en nuestra habilidad para dirigir, pero su eficacia es aumentada
cuando se la fortalece con un entusiasmo inteligente.
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Agua fría
en los ‘cilindros’ de un dirigente, no le dará
más resultado que el que da en los cilindros de una locomotora
a vapor. Aún cuando el agua a 97 grados de temperatura se
considere muy caliente, no es sino cuando alcanza los 100 grados
que logra expandirse y transformarse en vapor. Y esta misma agua,
que a baja temperatura no tenía poder alguno, podía
arrastrar todo un tren de carga de casi un kilómetro de largo
por entre montañas. Un comprable aumento de temperatura en
el ánimo del hombre, producirá similares resultados
en su habilidad para dirigir.
Un entusiasmo
inteligente y bien administrado, no sólo puede garantizar
casi cualquier logro sino que, como el fuego de donde se nutre,
puede comunicarse o contagiarse de una a otra persona. No hay etiqueta
alguna adherida al entusiasmo que diga: ‘Intransferible’.
El entusiasmo es totalmente ‘negociable’. Un corazón
puede inspirar a otros corazones con su fuego.
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El
‘fuego’ ha venido usándose como el símbolo
de Dios, pero el entusiasmo, o ‘Dios en nosotros’, es
también un símbolo. Entusiasmo en nuestro servicio
en la Iglesia, es señal de devoción. Es señal
de que estamos viviendo los principios del evangelio, de que vivimos
en armonía con la fuente de ese fuego espiritual. Es señal
de que creemos en lo que estamos haciendo y que tenemos el fervor
y el anhelo que se requieren para lograr su cometido. Este entusiasmo
nos despierta, nos vivifica y nos hace infatigables.
También produce en las personas esa cualidad de ser ‘valientes’,
lo cual es requisito primordial para poder entrar en el reino celestial.
Se dice que
los hombres, como los automóviles, andan gracias a una serie
de explosiones. Podríamos decir que el entusiasmo es el poder
explosivo de la personalidad. Es la mecha que enciende el reguero
de pólvora. Todo líder necesita del entusiasmo para
poder agilizar su tarea. El entusiasmo actúa como un generador
emocional que pone en funcionamiento a la actividad. Provee de la
iniciativa, la determinación y la persistencia necesarias
para el propósito buscado.
Cuando el espíritu
abandona el cuerpo, éste se enfría. Esto pasa también
cuando el entusiasmo se aparta de nuestra habilidad para dirigir.
Para mantener el entusiasmo, debemos alimentarlo con realizaciones.
Si permitimos que nuestros logros disminuyan, nuestra iniciativa
se debilitará y nuestro trabajo será lento. Cuando
decaemos en nuestro intento por poseer, aunque sea por un corto
tiempo, este valioso ‘Dios en nosotros’, nuestro termómetro
espiritual comienza a bajar y nuestro progreso se detiene.
Los principales
complementos de los dos mandamientos más grandes, son las
cualidades de la amigabilidad, fervor, ardor, devoción, amor
y entusiasmo. Estas son cualidades con ‘temperatura’.
Son las cualidades de ‘fuego’ que debemos obtener para
nuestra habilidad para dirigir.
Muchos líderes, aún en la obra del Señor, hacen
de mala gana y con cierta aversión lo que debiera ser hecho
mediante un fuerte voltaje y a alta temperatura.
Más que nada, el fuego de nuestras almas necesita ser reencendido.
Necesitamos encender la chispa de la fe que Dios nos diera; necesitamos
poner más combustible a las llamas de nuestro interés
en la obra del Señor.
Nuestros espíritus necesitan ser incitados y luego encendidos.
Nuestras ambiciones necesitan ser inflamadas de tal manera que podamos
tener más ‘potencia de fuego’ en nuestra habilidad
para dirigir. |
Artículo publicado en la Liahona
de enero de 1962 |
Estilo SUD, 9 agosto
2008 |
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