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La
enseñanza
por medio del Espíritu
por el élder Loren C. Dunn |
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Esta
semana un joven piloto rural de la comunidad de Yellowknife en los
Territorios Noroeste de Canadá se prepara reverentemente para
enseñar a su quórum del sacerdocio el domingo. Un empleado
de oficina en Darwin, Australia, se ha puesto de acuerdo con su compañero
para hacer sus visitas como maestros orientadores. Dos misioneros
en Tokio, Japón, están a punto de enseñar una
lección a un investigador, y una ama de casa en Stuttgart,
Alemania, prepara con entusiasmo su siguiente clase de la Primaria.
Miles de personas, desde un confín de la tierra hasta el otro,
virtualmente un ejército de hombres y mujeres, los maestros
de la Iglesia, se encuentran efectuando un trabajo de gran importancia.
Cada uno ha aceptado un llamado de enseñar el evangelio a miembros
y no miembros, a niños y jóvenes, a hombres y mujeres
en cada estaca y distrito, cada barrio y rama en toda la Iglesia.
No podemos elogiar suficientemente a estos fieles maestros por el
beneficio que proporcionan. No simplemente transmiten información;
su llamamiento es mucho más que eso. Ellos enseñan el
evangelio por el poder del Espíritu. Fortalecen a quienes les
escuchan, inspirándolos a hacer buenas obras. El Señor
nos ha mostrado la situación ideal para la enseñanza:
“Y ahora bien, he aquí, un mandamiento os doy, que al
estar reunidos os instruyáis y os edifiquéis unos a
otros, para que sepáis cómo conduciros...” (DyC
43:8). Instruir es una cosa, mas instruir y edificar es algo más.
Edificar sería instruir por el poder del Espíritu. Cuando
una persona edifica o enseña por el Espíritu, instila
en los que escuchan el deseo de superarse, de actuar a la par con
lo que se les ha enseñado.
Enseñar el evangelio por el Espíritu es, pues, la primera
responsabilidad de cada maestro de la Iglesia. El mundo, al enseñar
de acuerdo con los preceptos de los hombres, simplemente intercambia
información interesante o hechos adicionales. Pero cuando uno
enseña por el Espíritu, la experiencia es diferente:
es una comunicación a las almas que lo escuchan. Tanto el orador
como el que escucha terminan edificados e iluminados. Hay un sentimiento
de gozo y de querer vivir mejor.
El maestro de la Iglesia puede prepararse en diferentes formas. Entre
ellas están en participar en los cursos para maestros y en
seguir las instrucciones y ayudas que se encuentran en cada uno de
los manuales de la Iglesia. |
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Existe
una preparación espiritual que cada maestro de la Iglesia
debe efectuar a fin de asegurar su éxito como maestro
del evangelio. |
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Sin embargo, la preparación más importante es espiritual
y debe efectuarse individualmente.
Se nos ha dicho: “Y si no tuviereis el Espíritu, no enseñaréis”
(DyC 42:14). Esto se puede aplicar de dos maneras. Primero, a fin
de aceptar el llamamiento de enseñar el evangelio, debemos
bautizarnos y recibir el don del Espíritu Santo, el cual es
la fuente de verdad.
Segundo, debemos vivir, actuar y orar de tal manera que el don del
Espíritu pueda ser una fuerza viva en nuestras vidas, la cual,
a su vez, nos edificará y fortalecerá a nosotros así
como a aquellos a quienes hemos sido llamados a enseñar. Y
para confirmar esto, el Señor , contestando la pregunta “¿A
qué se os ordenó?”, replicó: “A predicar
mi evangelio por el Espíritu, sí, el Consolador que
fue enviado para enseñar la verdad.” (DyC 50:13-14)
Este parece ser el mandato de las Escrituras para todos los que enseñan
en la Iglesia.
Su importancia se ve realzada unos versículos después
cuando el Señor dice:
“El que es ordenado por mí y enviado a predicar la palabra
de verdad por el Consolador,.. ¿La predica por el Espíritu
de verdad o de alguna otra manera?
“Y si es de alguna otra manera, no es de Dios.” (DyC 50:17-18)
Existe una preparación espiritual que cada maestro de la Iglesia
debe efectuar a fin de asegurar su éxito como maestro del evangelio.
Esta preparación no siempre va ligada con la educación,
la experiencia o la extensión de su conocimiento. Si uno se
prepara, el Espíritu iluminará lo que enseña
y el resultado será el aumento de fe. El maestro podrá
llevar su mensaje al corazón de quien escucha y todos serán
edificados y se regocijarán juntamente (DyC 50:22). Y aquellos
que han sido inspirados de esta manera producirán obras rectas.
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Para
tales maestros, ser fieles es tan importante como conocer el principio
de la fe; disfrutar de las bendiciones que resultan por honrar el
sacerdocio es tan importante como enseñar los principios del
sacerdocio. La persona que vive lo que enseña es la que recibe
el Espíritu.
Enseñar por el Espíritu no es simplemente relatar historias
inspiradoras o narrar experiencias conmovedoras. Es mucho más
que esto. De hecho, algunos tal vez confundan el encanto emocional
con la obra sutil del Espíritu Santo y, sin embargo, no siempre
son la misma cosa. La confirmación callada y apacible que llega
al corazón del alumno de un maestro fiel no necesariamente
tiene que ser emotiva de acuerdo con lo que el mundo llamaría
una experiencia conmovedora. Sin embargo, edificará o fortalecerá
espiritualmente al maestro y al alumno. Ambos se regocijarán
a medida que aprenden y repasan las verdades espirituales. “He
aquí, hablaré a tu mente y a tu corazón”,
y “sentirás que está bien”. (DyC 8:2; 9:8)
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Un
maestro que enseña por el poder del Espíritu Santo posee
ciertas características. Algunas de éstas menciono a
continuación. Observad cómo se relacionan entre sí. |
1.-
Gracia.
El Salvador inició su ministerio con estas palabras de Isaías:
“El Espíritu del Señor está sobre mí,
por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha
enviado a sanar a los quebrantados se corazón; a pregonar libertad
a los cautivos.” (Lucas 4:18)
A los que se encontraban en la sinagoga, el Salvador les dijo entonces:
“Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.
“Y todos... estaban maravillados de las palabras de gracia
que salían de su boca.” (Lucas 4:21-22)
Hay gracia en aquellos que enseñan el evangelio por el Espíritu.
Parece ser que la influye la humildad individual, la fe personal y
el amor profundo y constante hacia los demás. |
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Hace
algunos años, cuando vivíamos en Nueva Zelanda, tuvimos
la fortuna, cuando los deberes no nos llamaban a otros lugares, de
asistir a la clase de Doctrina del Evangelio en el Barrio 8 de Mount
Roskill. En aquel entonces, la maestra era Joan Armstrong, conversa
a la Iglesia. Sus lecciones reflejaban una devota preparación.
Nos enseñaba los principios del evangelio utilizando el manual
como guía.
Sin embargo, las enseñanzas de la Hna. Armstrong estaban impregnadas
de su propia fe individual. El espíritu de su enseñanza
reflejaba las experiencias de su vida y la manera en que el Señor
la había inspirado y dirigido. La hermana Armstrong no daba
la apariencia de ser una maestra dinámica, como tampoco absoluta;
pero siempre estaba preparada y todo su conocimiento la cubría
de una gracia nacida del Espíritu. Ese mismo Espíritu
gobernaba la clase. Había participación sin antipatía;
había discusión pero escasa controversia. No se explayaba
en misterios o especulaciones, y no tenía que hacerlo, porque
estaba preparada. Los hermanos salían de la clase sintiéndose
fortalecidos y edificados.
En la Iglesia contamos con miles de maestros tal como la hermana Armstrong.
Se dejan llevar por los susurros del Espíritu, y éste
crea en ellos una gracia que nace del Espíritu y conmueve a
aquellos quienes enseñan. Esto sucede aun cuando ejercen sus
propias personalidades para enfocar la lección en forma diferente.
Este es el común denominador que mantiene unidos a aquellos
que poseen un gran conocimiento del evangelio y aquellos que son llamados
a enseñar y que apenas inician su estudio ferviente del evangelio. |
2.- Testimonio
“Porque yo os perdonaré vuestros pecados con este mandamiento:
que os conservéis firmes en vuestras mentes en solemnidad
y el espíritu de oración, en dar testimonio a todo
el mundo de las cosas que os son comunicadas.” (DyC 84:61)
Las clases de capacitación de maestros pueden y harán
una obra maravillosa en ayudar a los maestros a desarrollarse. Los
manuales han sido preparados para auxiliar a los maestros a presentar
el evangelio de las escrituras y de los profetas y para mostrar
cómo aplicar estas lecciones en la vida diaria. Pero ninguno
de éstos puede crear un maestro del evangelio a menos que
éste agregue a su enseñanza el ingrediente más
importante, el cual es su propio testimonio.
Toda la habilidad combinada de la Iglesia no puede producir un manual
lo suficientemente eficaz que reemplace un maestro que no ha desarrollado
su propio testimonio o que no lo emplea en su enseñanza.
Cuán agradecidos nos sentimos por los miles de maestros en
la Iglesia que enseñan el evangelio por el poder de su propio
testimonio.
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3.- Las Escrituras.
“Se habían fortalecido en el conocimiento de la verdad;
porque eran hombres de sana inteligencia, y habían escudriñado
diligentemente las escrituras para poder conocer la palabra de Dios.”
(Alma 17:2)
El Señor ha proporcionado las Escrituras a la Iglesia como
guía. Cuando decimos Escrituras, no sólo nos referimos
a los cuatro libros canónicos sino también a los escritos
inspirados de los apóstoles y profetas modernos y otros dirigentes
de la Iglesia según son “inspirados por el Espíritu
Santo”. (DyC 68:4)
Hace unos nueve años tuve el privilegio de asistir a una
charla fogonera para investigadores en el centro de la Estaca Parramatta
en Sidney, Australia. El orador principal fue un miembro del Consejo
de los Doce. La congregación consistía de muchos investigadores
que por un tiempo habían escuchado los principios del evangelio,
pero que no contaban con el testimonio necesario para hacer algo
al respecto.
El miembro de los Doce fue bendecido especialmente esa noche al
relatar la historia de la restauración del evangelio en forma
poderosa. Paso a paso, desplegó las Escrituras a todos los
presentes.
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El Espíritu
dio testimonio de que lo que estaba enseñando era verdadero.
Al finalizar la reunión, siete de estos antiguos investigadores
fijaron la fecha de su bautismo.
Los miembros de la Primera Presidencia y el Quórum de los
Doce ejemplifican ante toda la Iglesia la importancia de utilizar
las Escrituras para enseñar el evangelio y edificar a aquellos
que buscan la verdad.
Joseph F. Smith dijo: “Aquello que caracteriza por sobre todas
las cosas la inspiración y divinidad de las Escrituras es
el espíritu en el cual están escritas y la riqueza
espiritual que transmiten aquellos que las leen fiel y concienzudamente...
Estas tienen como propósito aumentar las dotes espirituales
del hombre y revelar e intensificar el vínculo entre él
y su Dios.” (Juvenile Instructor, abril de 1912, pág.
104)
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4.-
Oración
“Y se os dará el Espíritu por la oración
de fe.” (DyC 42:14)
El paso más importante en la preparación espiritual
es la oración. La oración es el medio de buscar ayuda
y entendimiento. Es el reconocimiento de que “el hombre no comprende
todas las cosas que el Señor puede comprender”. (Mosíah
4:9) |
En
actitud de humildad repasad el material que vais a enseñar.
Cuando sintáis que sabéis que dirección tomar
con respecto a vuestra lección, consultad al Señor
en oración. Con esta actitud de humildad, dejad que el Espíritu
os guíe. El nos dice: “Si pedís con un corazón
sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo,
él os manifestará la verdad de ellas por el poder
del Espíritu Santo.” (Moroni 10:4-5)
Si experimentáis un sentimiento de paz y seguridad, seguid
adelante. Si hay confusión y duda, cambiad vuestro enfoque
y presentadlo nuevamente al Señor en oración. Pedidle
con humildad que os otorgue su Espíritu en todo lo que hagáis,
especialmente cuando estéis frente a aquellos a quienes habéis
sido llamados a enseñar.
El Pte. Spencer W. Kimball dijo: “Él sólo se
pondrá frente a la puerta y tocará, más si
no escuchamos, no cenará con nosotros ni contestará
nuestras oraciones. Debemos aprender a escuchar, a retener, interpretar
y entender. El Señor permanecerá llamando a nuestra
puerta, nunca se retirará, más nunca se impondrá
a sí mismo. Si nuestra cercanía a El empieza a disminuir,
somos nosotros, y no El, los causantes de ello. Y si alguna vez
fallamos en obtener una respuesta a nuestras oraciones, debemos
examinar nuestras vidas para encontrar la razón. O hemos
olvidado de hacer lo que debíamos o es que hemos hecho algo
que no debíamos. Lo más seguro es que hayamos ensordecido
nuestros oídos o deteriorado nuestra vista.” (La fe
precede al milagro, pág. 221)
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Y de esta manera vemos que el gran principio rector para todos los
maestros en la Iglesia es enseñar el evangelio por medio del
espíritu. De hecho, José Smith dijo que “todos
deben enseñar el evangelio por el poder y la influencia del
Espíritu Santo; y ningún hombre puede predicar el evangelio
sin el Espíritu Santo”. (History of the Church, 2:477)
Los maestros en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos
Días ejercen tanta influencia como cualquier grupo de personas
en la Iglesia. Que el Señor con gozo y éxito en sus
llamamientos y que el Espíritu siempre los guíe al enseñar
el evangelio. |
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Mensaje publicado en la Liahona de abril de 1985 |
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Estilo SUD, 05 de
setiembre de 2009 |
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