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El
Equipo Directivo
Por el élder Sterling W. Sill
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Una
vez por año, la Escuela Superior de Comercio de Harvard (EEUU)
patrocina una convención nacional a la que son invitados
los más sobresalientes personajes del mundo de los negocios,
tanto estadounidenses como internacionales. El tema general para
una de ellas fue: “Desplegar la Capacidad Máxima del
Equipo Directivo”. Posteriormente se publicó un libro
en el cual se insertaron algunas de las ideas adoptadas en dicha
conferencia y cuya finalidad es la de ayudar a las personas con
cargos directivos en cuanto a la efectividad y el beneficio de sus
negocios.
Mencionamos
esto porque resulta ser un ilustrativo ejemplo con respecto a la
notable cantidad de programas de estudio e instrucción que
se están llevando a cabo, día a día, tanto
entre instituciones comerciales como educativas, tendientes a descubrir
nuevos y mejores procedimientos que hagan más efectivos los
negocios. Estas ideas quedan luego al alcance de toda persona interesada
en ellas. Nosotros, los que tengamos responsabilidades de dirección
dentro de la Iglesia, debiéramos aprovechar el especializado
conocimiento que de esta forma se nos provee.
Los distintos
campos del éxito tienen mucho de común entre sí.
Los procedimientos utilizados en un área, pueden ser adaptados
y aplicados en otra. En efecto, la mayoría de los individuos
que obtienen éxito en sus empresas, generalmente adoptan
las experiencias y los procedimientos de otros. Indudablemente la
Iglesia contribuye mucho en asuntos de negocios, pero también
es verdad que éstos, con el conocimiento que se obtiene de
sus eficaces operaciones, son de gran ayuda para la Iglesia. La
importancia que la adquisición de los mejores métodos
y habilidades tiene en el arte de dirigir, se advierte ante el hecho
de que mientras una organización eclesiástica o un
negocio cualquiera, resulta ser efectivo, otra institución
similar es lamentablemente ineficaz. Es mejor y más fácil
aprender a operar en base a procedimientos y técnicas comprobadas,
que “perder la huella” en cada empresa.
Una firma comercial cuyo director o equipo directivo no sea muy
diestro, puede estar quizás pasando por alto los conceptos
administrativos que otra organización, aun considerándolos
elementales, utiliza con éxito.
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Actualmente,
muchas instituciones y empresas comerciales están comisionando
a sus peritos y directores para que estudien los procedimientos
de otras compañías, en la misma forma en que se envía
a los estudiantes, médicos e ingenieros a perfeccionarse
en sus campos respectivos.
¿Por qué no interesarnos igualmente dentro de la Iglesia,
en el mejoramiento de nuestra habilidad para dirigir? Uno
de los requisitos primordiales de nuestra actividad en la Iglesia,
es la habilidad administrativa. Según el diccionario,
habilidad administrativa es aquella que nos capacita para dirigir
o gobernar con eficacia. Implica una diestra operación en
la función ejecutiva. Es la habilidad de influir favorablemente
en las personas para el beneficio de las mismas, y para que hagan
el bien.
Cada grupo de
directores debiera ser adecuadamente adiestrado como equipo, con
un capitán, un entrenador y jugadores individuales, y lo
principal es la habilidad de trabajar en conjunto. Imaginemos que
una organización cualquiera de nuestra rama o barrio, es
un equipo. En cada una hay un director ejecutivo que tiene
sus ayudantes especialmente designados.
Este grupo es responsable de la capacitación y la actividad
de otros miembros, mediante el encaminamiento de los que habrán
de llevar a cabo la obra.
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En la Iglesia
no existen equipos “unitarios” |
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Pero para ello, este grupo debe “poner el hombro”, como
un equipo, a la responsabilidad de dicha realización. Hay un
equipo para la Escuela Dominical y otro para la Primaria,
por ejemplo, en cada barrio o rama. Pero en la Iglesia no existen
equipos “unitarios”, es decir, integrados u operados por
un solo hombre. Los tiempos en que cada pionero se viera precisado
a vivir y trabajar por sí mismo, ya pasaron. |
La
renovación del énfasis significa un cambio en la clase
de habilidades que necesitamos desarrollar. Estas deben cultivarse
a medida que se participa del arte de trabajar todos juntos hacia
un solo objetivo. |
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Para
ello, es menester estar bien organizados y que cada uno en el grupo
tenga su propio conjunto de tareas, específicamente delineado.
Debemos saber exactamente qué es lo que se precisa hacer y
qué es lo que se espera que nosotros hagamos. Lo cual
quiere decir que debemos tener y desplegar los talentos y las habilidades
necesarias, para poder realizar eficazmente nuestra parte del programa.
Un equipo bien entrenado es aquel que resulta ser más fuerte
y eficaz como conjunto, que si cada uno de sus integrantes actuara
por separado, no importa sus talentos o habilidades individuales.
Trabajando juntos, todos pueden alentarse, asistirse y complementarse
mutuamente |
Leemos
en Doctrina y Convenios que: “…el señor requiere
de la mano de todo mayordomo, que dé cuenta de su mayordomía,
tanto en el tiempo como en la eternidad” (DyC 72:3), y también
la palabra revelada del Señor en los últimos días
nos dice: “Por tanto, aprenda todo varón su deber,
así como a obrar con toda diligencia en el oficio al cual
fuere nombrado. El que fuere perezoso no será considerado
digno de permanecer, y quien no aprenda su deber y no se presente
aprobado, no será considerado digno de permanecer”
(DyC 107:99-100).
La reponsabilidad
primordial de un director es organizar, delegar, supervisar, administrar
y garantizar el bienestar general de su organización.
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También
debe capacitar a los distintos subdirectores de su jurisdicción,
a fin de que cada uno de ellos llegue a obtener las mismas habilidades
y capacidades que él posee.
De esta manera, no sólo mejorará las condiciones personales
de sus compañeros, sino que acrecentará la eficacia
del equipo directivo.
Un director es también responsable del enaltecimiento de los
objetivos de los miembros de su equipo, como del cultivo de su espíritu,
la maduración de sus pensamientos y la estimulación
de actividades apropiadas. Debe lograr que cada uno, a su vez, se
haga responsable de su propia mayordomía, como requiere el
Señor. |
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El
reconocer que la ineficiencia es la causa principal del fracaso
en los negocios, nos ayudará a comprender lo que sería
de la obra del Señor si nosotros, sus directores, somos ineficaces.
Pensemos en las consecuencias del hecho expresado por Jesucristo,
cuando dijo que “estrecha es la puerta y angosto el camino
que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan”. (Mateo
7:14) Esto indica que debemos ser más eficaces en los llamados
“negocios de mi Padre”. (Lucas 2:49)
Necesitamos
aprender a ver y determinar mejor las razones del éxito y
del fracaso. Sabido es que todas las cosas se aprenden más
rápidamente si se tiene constantemente presente el contraste
ofrecido por el bien y el mal, la virtud y el error, la eficiencia
y la ineficiencia.
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Todo
buen director, como todo médico experto, debe saber diagnosticar
inteligentemente. Necesitamos ser capaces de determinar cuándo
nuestro paciente está realmente enfermo y qué es lo
que habrá de curarlo.
También debemos saber—en un sentido similar—cuándo
tal o cual organización o equipo está siendo
administrado ineficazmente, y qué es preciso para mejorar su
condición. Una organización está enferma,
cuando sus estadísticas son bajas, cuando muchos de los jóvenes
agrupados en ella están casándose fuera de la Iglesia,
cuando sus miembros no asisten a la Reunión Sacramental, no
pagan diezmos o no cumplen fielmente sus llamamientos como maestros
orientadores. |
Muchos
son los síntomas que ponen de manifiesto la marcha indebida
de una organización. Algunas veces, aquellos que están
encargados de un grupo en el Sacerdocio Aarónico, la Primaria
o los Jóvenes Adultos Solteros, no saben siquiera cuántos
son los jóvenes alistados o cuál es el porcentaje
de los que están obteniendo sus diplomas individuales o sus
logros. Dicha situación sería desastrosa en asuntos
financieros. ¿Es acaso menos importante la obra del Señor?
Si administramos nuestros negocios de la misma forma en que realizamos
nuestro trabajo en la Iglesia ¿cuál sería el
resultado?
Cierto director
de un grupo de jóvenes poseía un hato de ganado de
buena raza. Sabía exactamente cuántos animales lo
integraban, dónde pastaba cada uno de ellos, qué comían
y cuál era su crecimiento y rendimiento diario. Su actividad
dentaba que era muy diestro en la cría de ganado. Pero sabía
muy poco acerca de los jóvenes a su cuidado. No es que careciera
de habilidad. Su problema era mucho más grave: había
perdido el interés. Y cada componente del grupo—director
a su vez—iba siguiendo sus huellas y sus ejemplos. A poco,
no tenían ya propósitos o planes dignos de compararse
en eficacia a los que su director estaba utilizando en la cría
de ganado. Cuando se realizó una reunión de líderes
y maestros, de dicho grupo hubo un 33% de asistencia; y de éstos,
únicamente la quinta parte contaba con manuales. Por consiguiente,
ellos no sabían su programa. No habían aprendido
su deber, ni estaban obrando con toda diligencia en el oficio al
cual fueran nombrados. Olvidaron que el Señor había
declarado que “no serían contados dignos de permanecer”.
Esta era una situación bastante seria, ya que siendo que
ni el mismo director se había “presentado aprobado”,
el resto del equipo corría el riesgo de perder también
sus bendiciones, puesto que ninguno de los jugadores puede aventajar
al capitán. Todos estos problemas derivan de la falta de
eficiencia en la labor administrativa.
¡Cuán
diferente fue el cuadro ofrecido por un grupo cuya asistencia superó
al 80% y en el que los diplomas y logros estaban alcanzando un porcentaje
comparativo!
Si nuestra estaca o distrito cuenta con 2500 miembros y gracias
a nuestra habilidad para dirigir y administrar nuestra mayordomía,
logramos mejorar la asistencia y la actividad general en un diez
por ciento, ¡cuán grande será nuestro gozo
al comprobar que hemos llevado al Señor, no una sola alma,
sino 250!
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El
hacer una buena obra o magnificar nuestro llamamiento, es siempre
más satisfactorio y agradable que ser inactivos o ineficaces,
y es también mucho más fácil. Cuando el porcentaje
de la actividad es alto, tenemos la ventaja de estar trabajando con
el “poder de la mayoría” y contamos con el espíritu
del entusiasmo. |
Nada
puede derivar de esto, sino el éxito, y el trabajo resulta
más placentero haciéndolo con el máximo de nuestra
potencialidad.
Quizás los dos grupos—el eficaz y el ineficaz—creen
en el evangelio. Ambos pueden estar viviendo comparativamente igual.
Pero ser buenos no es suficiente para nuestra habilidad para dirigir:
necesitamos ser también fuertes. No basta que un director sobresaliente
sea un “santo”; debe ser, asimismo, un buen administrador.
Un buen director no debe conformarse con estar calificado para el
reino celestial; debe tratar de que cada uno de los componentes de
su organización o equipo también lo consiga.
El éxito de su obra no será completo si una sola alma
que él podría haber ayudado a salvar, ha quedado atrás.
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No
es suficiente creer en la necesidad de habilitarnos para
dirigir. Tenemos que prepararnos para adiestrar a otros y hacer
que dicha habilidad fructifique en ellos. Y para habilitarnos, nada
mejor que aprovechar las mejores informaciones provenientes de toda
fuente disponible.
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Artículo publicado
en la Liahona de julio de 1962 |
Estilo SUD, 1 noviembre
2008 |
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