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La
importancia de planear
Por el élder Sterling W. Sill
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El
fundamento de todo éxito estriba en saber hacer planes. El
militar que recibe el sueldo más alto es el que planea. Es
el que piensa, el que idea la estrategia y detalla lo que se ha
de efectuar. Las batallas se ganan en la tienda de campaña
del general. Ese mismo principio tiene igual aplicación en
cualquier otro campo. El arquitecto dibuja en papel todo detalle
del edificio antes de empezar la construcción. Henry Ford
dijo una vez que la diferencia entre el antiguo “Modelo T”
y el nuevo “Lincoln” se encontraba en los planes.
Este asunto
de hacer planes es más importante todavía en la obra
de la Iglesia, donde está de por medio el bienestar de las
almas inmortales. El hacer proyectos es la madre de casi toda otra
habilidad. Es en esto que el hombre más se parece a Dios.
Si deseamos aumentar nuestra eficacia en la obra de la Iglesia y
ayudar a conducir a más personas al reino celestial, el mejor
lugar para empezar es aprender a planear nuestra obra, organizar
nuestros pensamientos, dirigir nuestros esfuerzos y utilizar nuestro
tiempo. Esto es lo que significa planear, y haciéndolo aprendemos
a hacerlo.
La siguiente
fórmula que nos puede ayudar a proyectar, viene de James
G. Harboard, general durante la guerra mundial y anteriormente presidente
de la junta de la empresa The Radio Corporation of America. Dijo
que ninguna de los que obraban bajo su dirección intentaba
lleva a cabo una misión sin poner por escrito estas cuatro
cosas: |
- Declarar
por escrito lo que deseaba llevar a cabo.
- Hacer una
lista o inventario, por escrito, de todos los recursos disponibles.
(Anotando todas las posibilidades de refuerzos.)
- Hacer por
escrito una lista de los recursos del enemigo (Enumerar todas
las causas que puedan malograr la misión)
- Preparar
por escrito un plan, en el que se explica claramente cómo
se propone emplear esos recursos para triunfar sobre los del enemigo
y realizar el objetivo.
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Despejamos nuestros
pensamientos cuando los escribimos. También se inculcan más
profundamente en las células de nuestro cerebro cuando constantemente
los tenemos escritos delante de nosotros. El escribirlos nos ayuda
a completar nuestros planes mentales antes de empezar a obrar. Antes
de poder escribir un plan, es preciso entenderlo claramente. Casi
todos los planes que no se escriben son como las resoluciones de Año
Nuevo: indefinidos, incompletos y pronto se olvidan. Si escribimos
nuestras resoluciones y fijamos el tiempo en que hemos de efectuarlas,
el éxito será más fácil y seguro.
Es mucho más fácil reconocer y eliminar los defectos
cuando uno escribe sus planes. Acuden a nuestros pensamientos muchas
ideas excelentes mientras estamos haciendo nuestros proyectos. El
plan escrito puede entregarse al “general”, el encargado
del trabajo que debemos desempeñar. Este a su vez puede estudiarlo,
y de esa manera todos se benefician de las sugerencias propuestas.
Un “plan” debe representar lo que piensa el grupo. Si
se escribe, los demás interesados pueden entenderlo con mayor
facilidad; pueden referirse a él regularmente y eliminar olvidos.
El pecado mayor de un comandante militar es perder la batalla. Es
también el pecado más grave de los obreros de la Iglesia.
Cuando el Señor nos da la responsabilidad de salvar almas,
Él quiere que logremos el éxito. El fracasar en esto
constituye un pecado, no sólo por el propio hecho, sino también
por lo que representa, ya que puede ser una indicación de desidia,
ignorancia, indiferencia, desobediencia o pereza en nosotros. |
Los generales dan la apariencia de invulnerabilidad, porque nunca
permiten que haya una excepción del éxito. También
nosotros podemos llegar a ser “invulnerables” si formamos
un plan de lo que vamos a hacer y entonces seguimos nuestro plan hasta
el límite.
El mejor lugar para empezar a proyectar es establecer un propósito
definitivo. Debemos saber dónde queremos ir antes de empezar.
Por otra parte, el éxito es más fácil de lograr
cuando tenemos un propósito fijo. Por ejemplo un atleta puede
saltar más alto si coloca una vara de bambú horizontalmente
sobre sostenes que le indiquen la altura y entonces tratar de brincar
sobre ella. Nada lograría con tal solamente brincar en el aire
sin saber si progresa o no. Es mucho más fácil lograr
el progreso cuando se mide, se calcula y observa el tiempo que requiere.
Establecida la meta, podemos trabajar hacia ella hasta lograr el éxito.
Por ejemplo, conozco a un agricultor que el año pasado recogió
mil costales de papas por hectárea. Un vecino que tenía
la misma clase de terreno, recogió ciento cincuenta costales.
¿Por qué? Y ¿qué puede hacer? Aristóteles
dijo en cierta ocasión que nunca conocemos una cosa hasta que
la conocemos por sus causas. Igual que la indigestión y la
gordura, todo fracaso tiene una causa y todo éxito tiene un
a causa.
El agricultor que no recogió más que ciento cincuenta
costales debe saber cuál es la causa de su cosecha tan reducida.
Puede ser mala semilla, falta de abono, descuido, alguna enfermedad.
Si acaso llega a saber la causa del fracaso, puede eliminarlo. Si
nosotros llegamos a saber lo que causa el éxito, podemos producirlo.
Teniendo una meta definitiva, podemos hacer lo que sea necesario para
lograr los resultados deseados.
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Debemos
saber con qué vamos a trabajar. El general prudente tiene un
inventario exacto de sus tanques, cañones, combustibles, hombres
y alimentos. El agricultor tiene tierra, abono, agua, semilla, labor,
clima, etc. El que obra en la Iglesia tiene el Evangelio, el Espíritu
del Señor, el programa de la Iglesia, sus consejeros y maestros,
los miembros de su organización, los padres de estos, etc.
Tiene su propio tiempo, ingeniosidad, iniciativa entusiasmo, aptitud
para preparar, dirigir, motivar e incontables otras habilidades que
el hombre común nunca usa realmente.
Abraham Lincoln solía decir cuando se estaba preparando para
un debate, que dedicaba la cuarta parte de su tiempo a pensar en lo
que él iba a decir, y las tres cuartas partes a lo que su contrario
iba a decir. Cuando se va a entrar en la batalla, cuánto más
se sepa del enemigo, tanto mejor.
El enemigo del agricultor de poca producción era lo que le
estaba causando su cosecha reducida. Si el que está obrando
en la Iglesia desea formar planes para aumentar su eficacia, debe
saber en qué aspectos está fracasando.
Aristóteles le dijo a Alejandro Magno que el enemigo más
grande de un ejército jamás se halla en las filas del
enemigo, sino siempre en su propio campo.
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"Establecida la
meta, podemos trabajar hacia
ella hasta lograr el éxito" |
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Es
una verdad eterna. El mayor enemigo que tiene un país es
la debilidad que hay dentro de él mismo.
¿Quién es el enemigo más grande que tiene la
Iglesia? El profeta José Smith tenía menos miedo de
los hechos del populacho que de aquellas personas que podían
traicionar a su propio pueblo. En diciembre de 1843 se expresó
de esta manera ante el ayuntamiento:
“Me veo en mucho mayor peligro de los traidores entre
nosotros mismos que de nuestros enemigos por fuera. . . Todos los
enemigos sobre la faz de la tierra pueden rugir y ejercer todo su
poder para efectuar mi muerte, pero nada pueden llevar a cabo, a
menos que algunos de los que se hallan entre nosotros... que han
disfrutado de nuestra sociedad, que han estado con nosotros en nuestros
concilios, participado de nuestra confianza, estrechado nuestra
mano, llamándonos hermano y saludándonos con un beso,
se unan a nuestros enemigos, conviertan nuestras virtudes en faltas,
y por calumnias y engaños enciendan su ira e indignación,
en contra de nosotros, y traigan su venganza e ira sobre nuestra
cabeza." (Documentary History of the Church, tomo 6 página152)
La historia de lo que aconteció en los siguientes meses claramente
muestra que José tenía razón en temer que los
traidores dentro de sus propias filas los perjudicarían.
Uno de sus enemigos William Law, ayudó a entregarlo en manos
de sus enemigos, y la orden de arresto con que lo aprehendieron
venía firmada por un individuo llamado Higsby, que en otro
tiempo había sido miembro de la Iglesia.
El presidente McKay dijo en una ocasión:” La Iglesia
rara veces es perjudicada por la persecución de enemigos
ignorantes, mal informados y perversos. El estorbo mayor a su progreso
vienen de los que critican, violan los mandamientos y rehúyen
sus deberes dentro de la Iglesia”.
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Uno
de los grandes secretos del éxito es saber quiénes
son nuestros enemigos. ¿Qué es lo que está
evitando el progreso del agricultor? ¿Qué es lo que
me conserva ignorante, pobre y en el fracaso? ¿Quién
traicionó a Jesús? ¿Quién lo negó?
¿Quién fue el que estuvo durmiendo mientras lo juzgaban?
Y en tu caso particular, ¿quién o qué es el
que te estorba?
En ocasiones
es poco difícil analizar acertadamente al “enemigo”
que se halla tan cerca de nosotros. Nuestras flaquezas, igual que
nuestras bendiciones, suelen llegar disfrazadas. Algunos hombres
pasan la vida entera sin descubrir jamás qué estaba
causando su fracaso. Unos ni siquiera saben que están fracasando.
La debilidad mayor de una persona es no darse cuenta de que tiene
faltas. La segundad debilidad es querer echarle la culpa al que
o a lo que no la tiene.
¿Qué
es lo que está estorbando el progreso de tu organización
en particular? Ciertamente no son los enemigos de afuera. Una de
las la lecciones más grandes que podemos aprender es que
por lo general nuestros enemigos verdaderos se encuentran en nuestro
propio campo. La razón por la que fracasamos el año
pasado bien pudo ser porque no teníamos ningún propósito
definitivo. Puede ser que por motivo de nuestra propia inercia,
irregularidad, irresponsabilidad, falta de estímulo, determinación,
o por carecer de cierta habilidad particular para efectuar nuestra
obra debidamente, nosotros mismos estamos estorbando la obra del
Señor.
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Una
vez vino a mí un miembro de la Iglesia para quejarse de su
falta de progreso. Le pregunté qué le pasaba. Me contestó
que no tenía la menor idea. No solamente no sabía,
sino que tampoco tenía el interés o la prudencia suficientes
para indagar la causa. ¿Cómo creemos que Dios juzgará
esta debilidad? La misma cosa sucede con muchos de nosotros. No
nos analizamos a nosotros mismos. Pero si estamos fracasando, nos
conviene saber por qué. Es nuestra responsabilidad. El Señor
lo espera de nosotros. Ha dicho que Él “requiere de
la mano de todo mayordomo un informe de su mayordomía, tanto
en esta vida como en la eternidad”. (D. y C. 72:3)
Debemos poder
identificar, aislar y destruir a los enemigos del Señor.
También debemos enterarnos de nuestras fuerzas y aprender
a aumentarlas. Elbber Hubbard dijo en una ocasión que “el
secreto del éxito es la constancia del propósito”.
Esto quiere decir que debe haber un plan general que abarque un
período extenso. Disraeli dijo más o menos la misma
cosa: “El genio es la facultad para hacer un esfuerzo continuo”.
Otro ha dicho que “el éxito es la habilidad para formarse
una visión de su propósito”. Esto es algo que
no puede lograr aquel que no tiene ni objetivo ni plan.
Cuando uno sabe a dónde quiere ir, los recursos con que se
cuenta y lo que probablemente le impedirá avanzar, solamente
hasta entonces está en posición de decidir la estrategia
que ha de emplear y preparar su curso e itinerario para lograr el
éxito. Esto es lo que significa proyectar.
¿Exactamente en que forma vamos a emplear nuestros recursos
para vencer a los del enemigo y realizar nuestro objetivo? Debemos
aumentar nuestra habilidad. En segundo lugar, debemos llevar cuenta
de nosotros mismos.
Formemos en nuestra mente una visión del objetivo que perseguimos
mientras conservamos nuestras estadísticas delante de nosotros.
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Uno de los grandes secretos
del éxito es saber quiénes son nuestros enemigos |
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Esta
imagen de éxito se puede grabar tan fuertemente en nuestra
mente, que efectivamente se llevará a cabo. Nunca
debes permitir que ocurra una excepción del éxito.
Piensa en la importancia de tu trabajo. Es inconcebible que le seas
falso a Dios. Calcula lo que te hace falta para realizar tu propósito.
¿Qué has preparado para conocer el programa al derecho
y al revés? ¿Qué has proyectado para que tus
consejeros y maestros conozcan el programa? ¿Qué programa
has preparado para lograr que los padres trabajen contigo en lugar
de contra ti? ¿Cómo vas a lograr que los miembros
de tu organización se organicen, se preparen y se llenen
de ánimo? ¿Cómo vas a eliminar las debilidades
que te hicieron fracasar el año pasado? ¿Qué
habilidades, disposición y hábitos hay que desarrollar
a fin de lograr algo que agrade a Dios?
Debemos
lograr el éxito en la obra del Señor. El fracaso significa
debilidad. Todo éxito es comparativamente sencillo una vez
que tenemos un objetivo y un plan respaldados por suficiente determinación
e industria.
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Artículo publicado
en la Liahona de setiembre de 1958 |
Estilo SUD, 6 diciembre
2008 |
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