“He venido para que tengan vida”
Por Reed H. Bradford

Recientemente escuché a un hombre que ha sido eminentemente próspero en muchos campos de la vida, declarar que cuando era joven, había reflexionado cuidadosamente sobre las metas principales que deseaba alcanzar. Luego había pasado el mismo período de tiempo tratando de determinar los métodos mediante los cuales podía lograr dichas metas. “De esta manera pude utilizar mi habilidad y energía más eficazmente”, dijo este hombre.
Sin embargo, muchas personas no han determinado sus metas conscientemente. Son “semejante la onda del mar, que es movida por el viento y echada de una parte a otra” (Santiago 1:6). O sea, que simplemente adoptan el comportamiento de los grupos a los cuales pertenecen, sin pensar si tal comportamiento les proporcionará gozo o no, gozo en la vida.
El Salvador dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” (Juan 10:10)
Si tenemos un profundo entendimiento del significado de esta declaración, tendremos tanto un incentivo como la motivación para lograr esta “vida abundante” que el Señor nos ofrece. Nuestras facultades intelectuales indicarán el anhelo que tengamos por adquirir tal vida; pero más allá de ésta, nuestras naturalezas emocionales y espirituales, las cuales muchas veces son aún más reales y poderosas que el intelecto en sus efectos en nuestras vidas, trabajarán hacia esta meta.
La vida abundante
¿Qué es la “vida abundante”?
“Porque, he aquí, ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y vida eterna del hombre.” (Moisés 1:39)
Esto expresa la enorme dimensión y profundidad de la vida abundante que Cristo ofrece. Las implicaciones de esta declaración son bastante profundas; si hemos de vivir eternamente, debemos progresar hacia metas eternas. Al vivir cualquier fase particular de nuestra existencia, debemos estar constantemente alerta del efecto que causará en todas las fases subsiguientes, lo cual significa que algunas veces debemos abstenernos de satisfacciones momentáneas a fin de obtener las que perduran.

Algunas personas consideran de más valor las posesiones materiales que la integridad.
Sin embargo, “¿Qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Mateo 16:26)
Toda persona debe aprender a establecer prioridades en su vida y decidir cuáles aspectos le rendirán el gozo y cumplimiento más grandes. Esto queda bien ilustrado en un incidente de la vida del Salvador:
“Y cuando salía él para seguir su camino, vino uno corriendo, e hincando la rodilla delante de él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?
"Y Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios.
"Los mandamientos sabes: No acometas adulterio. No mates. No hurtes. No digas falso testimonio. No defraudes. Honra a tu padre y a tu madre.
"Él entonces, respondiendo, le dijo: Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud.
"Entonces Jesús, mirándole, le amó y le dijo: Una cosa te falta: ve, vende todo lo que tienes y da a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz.
"Pero él, entristecido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.
"Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!”
(Marcos 10:17-23)
Las decisiones incorrectas exponen nuestras metas
El dinero en sí no es un mal; puede ser el medio de proveer muchas comodidades deseables, pero si ponemos demasiado énfasis en el dinero y las posesiones materiales hasta el grado de que se conviertan en metas, fracasamos en dedicar tiempo y energía para adquirir cosas que debían ser nuestras metas verdaderas:
“No busquéis riquezas sino sabiduría; y he aquí, los misterios de Dios os serán revelados, y entonces seréis ricos. He aquí, rico es el que tiene la vida eterna.” (DyC 6:7)
El Salvador es el ejemplo supremo de alguien que podía escoger sabiamente. Resistió las tentaciones de Lucifer porque sabía que representaban una limitación en lugar de una expansión de su personalidad divina, o de cualquier personalidad que tiene miras divinas.
A los griegos se les acredita la idea de que la ignorancia es uno de los pecados más grandes, porque limita nuestras alternativas. El entendimiento e implantación de los principios de Cristo representan el poder justo porque mediante este medio nuestras alternativas continúan multiplicándose.
Cada uno de nosotros es hijo de un Padre Celestial divino; por lo tanto, todos tenemos grandes potenciales. Si desarrollamos nuestros potenciales de la mejor manera que sabemos, entonces tendremos algo de valor para compartir con otros:
“De cierto digo que los hombres deben estar anhelosamente consagrados a una causa buena, y hacer muchas cosas de su propia voluntad y efectuar mucha justicia; porque el poder está en ellos, y en esto vienen a ser sus propios agentes...” (DyC 58:27-28)
Amor abundante = Vida abundante
El Salvador enseñó el método mediante el cual podía alcanzarse el progreso espiritual, intelectual, emocional y social. Poco después de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, a medida que les hablaba a los que se habían reunido a su alrededor:
“Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó para tentarle, diciendo:
"Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley?
"Y Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente.
"Éste es el primero y grande mandamiento.
"Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”
(Mateo 22:35-39)
La esencia de estos grandes principios involucra oportunidad para todos. Si nosotros compartimos voluntariamente con otros --no porque estemos pensando en lo que ellos harán por nosotros, sino sencillamente porque los amamos-- ayudaremos a establecer un fermento divino en el que todos dan y reciben de los otros. Juntos podemos cumplir mejor que si estamos solos. Es un ejemplo donde uno más uno resultan más que dos, y dos más dos es más que cuatro. Amándonos así los unos a los otros podemos tener un mejor entendimiento del amor de nuestro Padre Celestial hacia nosotros.
Nuestros dones de Dios
La Expiación representa el gran amor del Padre y del Hijo:
“En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros: en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de él.” (1 Juan 4:9)
Cristo estuvo dispuesto a soportar el sufrimiento y el dolor para que pudiéramos tener una oportunidad de llegar a ser como El: “Mas de cierto, de cierto te digo, que a cuantos me reciban daré el poder de llegar a ser hijos de Dios...” (DyC 11:30)
Entre otros de los dones que el Padre y el Hijo nos extienden se encuentra poder del sacerdocio, el cual es el poder que nos provee una oportunidad, mediante el arrepentimiento, de “volver a nacer”.
Alma, al arrepentirse, entendió la naturaleza de este renacimiento:
“Sí, y desde ese día, aun hasta ahora, he trabajado sin cesar para traer almas al arrepentimiento; para traerlas a probar el sumo gozo que yo probé; para que también nazcan de Dios y sean llenas del Espíritu Santo.” (Alma 36:24)
La persona que ha experimentado tal renacimiento en su propia vida, manifiesta fe en el Señor Jesucristo, así como virtud, templanza paciencia, hermandad, humildad, diligencia y amor. Se arrepiente de sus pecados y extiende perdón a otros.
Otra gran expresión del amor de Cristo por nosotros es su ilustración de los principios sobre los cuales depende nuestro cumplimiento. “Si me amáis,” dijo, “guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad... El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él.” (Juan 14:15-17, 23)

Un don en cambio

El don de la “vida abundante” que Cristo representa, brinda paz, serenidad, progreso y gozo. Entre los dones que podemos extenderle como agradecimiento, se encuentras dos de suprema importancia.
Primero, debemos edificar y purificar nuestras vidas:
“Y todo aquel que tiene esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.” (1 Juan 3:3)
Segundo, como dijo Jesús: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” (Mateo 5:16)
Si buscamos momentos en que podamos enseñar, podemos encontrar oportunidades para “alumbrar a todos”, para enseñar y motivar a otros a entender y vivir la “vida abundante” de Cristo.

Entonces podemos decir junto con Alma:
“...Sé que me levantará en el postrer día para morar con él...” (Alma 36:28)
Verdaderamente nuestra vida será “abundante”, eternamente abundante en tiempo, amor más profundo y en un progreso interminable.

 
Publicado en la Liahona de enero de 1970
Reed H. Bradford ha sido un reconocido profesor de sociología en BYU, Falleció en 1994 a los 82 años

 

Estilo SUD, 27 de febrero de 2010
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