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La
Atmósfera del Éxito
Por el élder Sterling W. Sill
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Nunca
debemos desestimar la atmósfera dentro de la cual esperamos
que nuestro éxito se manifieste. Todo ser o elemento que
viva y crezca, se desarrolla mejor cuando el clima, el terreno y
las condiciones atmosféricas se conforman a sus necesidades.
Y esta simple verdad se aplica también al campo de las realizaciones
humanas.
Por ejemplo,
un verdadero general no encara la faz decisiva de una batalla si
su tropa está desmoralizada o en una condición de
rebeldía. Para hacerlo, debe estar seguro que sus soldados
comprenden que todo dependerá de ellos mismos y qué
es lo que se espera de cada uno. Deben así mismo esta bien
adiestrados, alimentados y uniformados, y tener un verdadero sentimiento
de confianza en sus jefes y en sus compañeros.
Todo esto es lo que conforma sus habilidades como soldados y contribuye
al afianzamiento de ese espíritu de lucha que es signo de
alta moral. Entre ellos debe existir un espontáneo y vivaz
entusiasmo. Un solo soldado dotado de una elevada mora, puede hacer
más que diez hombres desmoralizados o deprimidos. Y esto
quizás tenga mayor aplicación en cuanto al éxito
en nuestro trabajo en la Iglesia, que en las operaciones militares.
En éstas median ciertos factores, tales como la compulsión,
el temor al castigo, etc., que no forman parte de nuestros móviles
en la Iglesia.
Pero tanto dentro
como fuera de la Iglesia existen ciertas situaciones en que la eficacia
podría prosperar, y otras donde no podría siquiera
sobrevivir. Cada uno debiera saber cuáles son estas condiciones
favorables, para que podamos aprovecharlas mejor.
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Todo
éxito colectivo requiere mutuo entendimiento, objetivos comunes
y esfuerzos solidarios. El respeto y el interés común
son primordiales cuando se trabaja en conjunto. Por supuesto, siendo
que hay varios grados o niveles de progreso y entendimiento entre
las distintas personas que integran un grupo indudablemente se pondrá
enseguida de manifiesto una diferencia básica en cuanto a
las ideas, diligencia y métodos de cada uno. Pero es entonces
cuando se hacen necesarias la coordinación y la orientación.
Quizás haya ciertas equivocaciones y errores en los juicios.
Habrá momentos en que las asignaciones no se llevarán
a cabo, aunque no se deben dejar pasar por alto, siempre hay maneras
apropiadas de solucionar los problemas emergentes, sin tener que
crear situaciones violentas que sólo causan disgustos y roces,
como también pérdida de confianza mutua o de prestigio.
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Parece
ser que nadie se aleja de la Iglesia simplemente porque no cree en
las doctrinas de la misma. Los que se alejan, generalmente lo hacen
por causa de algún sentimiento de ofensa o malentendido, o
simplemente porque no han sido reconocidos o apreciados adecuadamente.
Quizás sienten que no han recibido la ayuda personal que deberían
haber recibido o que no han tenido el crecimiento espiritual que esperaban.
En otras palabras, probablemente sienten que el clima les resulta
desfavorable.
La faz técnica del problema podría ser realmente difícil,
pero la parte más importante de nuestro trabajo está
en nuestro desempeño o actitud moral. El fracaso comienza casi
siempre cuando la atmósfera es desfavorable, y ello tiene que
ver principalmente con las personas que no logran combinarse para
trabajar efectiva y armoniosamente como grupo. La imparcialidad, el
entendimiento, la integridad y el buen tacto son tan necesarios para
la obtención del éxito como en la faz técnica
lo son la capacidad y la destreza. |
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El
éxito de un agricultor es determinado mayormente por la clase
de almácigos en que siembra su cosecha. Nadie ha podido progresar
sembrando semillas en un sendero. Lo mismo pasa con nuestro servicio
en la Iglesia. Es sabido que es mucho más progresista y exitosa
la persona que está contenta con su trabajo y que se lleva
bien con sus compañeros, que aquella que no está conforme
con lo que le ha sido asignado. Alguien dijo: ‘Donde no hay
satisfacción, no hay ganancias’.
A todo el mundo le agrada ser apropiadamente reconocido. Cuando un
director pasa a ser un jefe que luce su autoridad sobre sus
mangas y se muestra más afecto a sus prerrogativas que a sus
responsabilidades, los miembros de su grupo lo notan enseguida y con
frecuencia se manifiesta un clima pronunciadamente desfavorable. Poco
a poco, la temperatura de cada uno disminuye y los síntomas
de desmoralización se hacen evidentes. Uno a uno, los miembros
del grupo comienzan a ausentarse y la organización pierde su
capacidad para hacer un trabajo efectivo. |
Algunas
veces tratamos de solucionar los problemas de un trabajo ineficaz
o de la desmoralización de una de las organizaciones de la
Iglesia, mediante el relevo de los integrantes de la misma y la reestructuración
del grupo. Pero no hacemos sino causar un gran daño entre las
personas afectadas por tal ‘dislocación’, lo cual
podría haber sido evitado si se hubiera prestado más
atención al arte de crear y conservar una atmósfera
propicia para el éxito continuo. Y aunque comencemos con otra
etapa con gente nueva, las condiciones que engendraron la desmoralización
de los primeros podrían estar aún latentes y el hecho
se repetiría con estos flamantes oficiales.
A todo trabajador le agrada tener un cierto sentido de propiedad.
Una buena atmósfera es aquella en que cada uno de los elementos
--en nuestro caso, cada uno de los integrantes del grupo—cumple
con su parte en el programa. Este clima o atmósfera se hace
definidamente favorable cuando cada oficial y maestro es ampliamente
capacitado e instruido con respecto a sus tareas específicas
y a la importancia de las mismas, y adquiere conocimiento, los hábitos,
y las habilidades que se necesitan para un logro brillante y satisfactorio.
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Generalmente,
el factor más preponderante en la creación de una atmósfera
favorable es el propio director del equipo, quien mediante
su ejemplo personal, su temperamento y su carácter amigable,
influye ampliamente en el espíritu de sus ayudantes. Un individuo
que carezca de habilidad profesional o que postergue o ponga pretextos
a sus responsabilidades y no se preocupe por mejorar, nunca podrá
ser un verdadero director. Si él mismo se estanca en el progreso,
ya sea porque no quiere o no puede proveer la atmósfera que
el éxito necesita para poder germinar, pronto pierde el dominio
de su organización o grupo.
Hace algún tiempo, cierto presidente de estaca dijo que las
últimas siete personas a quienes había llamado a trabajar
en su organización habían rehusado. Pero cualquiera
que pudiera sentir el espíritu existente en esa estaca, comprendería
fácilmente la razón de ello.
Las estadísticas de las realizaciones y actividades allí
eran muy bajas. En cada nivel de la organización era evidente
una marcada lentitud e irreponsabilidad en las funciones directivas.
La asistencia a las reuniones de líderes y maestros era muy
pobre. |
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En
verdad, los directores de cada grupo parecían ser ineficientes.
No tenían siquiera una idea del por qué de la ausencia
de sus ayudantes. Había en el ambiente una actitud como de
que el trabajo que se estaba haciendo, la empresa que se estaba llevando
a cabo allí, no era muy importante, y esto es malo y peligroso
para la moral de los individuos. |
Ernie
Pyle, corresponsal de guerra ya fallecido, dijo que había
aprendido el noventa por ciento de la moral proviene del orgullo
que uno siente por su propio grupo o equipo, y de la confianza genuina
depositada en sus directores. En realidad, éstos no podrían
conducir a sus ayudantes cuando la moral del grupo es baja, porque
siendo inadecuada la atmósfera, el crecimiento o desarrollo
de los elementos necesarios es imposible.
Pero el ambiente
que tenemos en la Iglesia es verdaderamente apropiado para sentir
orgullo por nuestro equipo. Porque estamos trabajando en una organización
que ha sido establecida por el Creador mismo, una organización
cuyos propósitos son los más importantes que se hayan
emprendido jamás e la tierra, obra y propósito a los
que Dios mismo dedica todo Su tiempo: ‘Llevar a cabo la
inmortalidad y la vida eterna del hombre’. ¿No
es esto impresionante?
Pero aun esto
podría no ser suficiente—por la calidad finita de nuestro
entendimiento—para crear y conservar una moral elevada. La
responsabilidad de lograrlo descansa sobre nuestra habilidad para
dirigir.
Parte de la fórmula, como se ha dicho, para edificar la moral
del grupo, consiste en la ‘confianza en nuestros directores’.
Frecuentemente, los oficiales pierden su confianza en el director,
ya sea por una causa real o imaginaria, y cuando ello sucede—no
importa cuál haya sido la razón—la moral decae.
Cuando pensamos en nuestros superiores, nos preguntamos, más
o menos automáticamente: ¿Qué hacen ellos para
contribuir a que yo mejore mi trabajo? Cuando nuestros directores
no hacen nada por nuestro mejoramiento, nuestro espíritu—ese
espíritu que mueve al éxito—se debilita.
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Todos
deseamos trabajar en un equipo que tenga prestigio y eficacia, en
el que todos seamos solidarios en pro de una sola causa y en base
a un objetivo común. Nos agrada percibir en nuestros compañeros
esa habilidad, ese espíritu que lleva a la victoria. Nos gusta
disfrutar de ese íntimo sentimiento que proviene de saber que
se está llevando a cabo una buena tarea.
Robert L. Stevenson dijo: “Sé lo que es el gozo, porque
he hecho un buen trabajo”. Este es uno de los mayores factores
de la moral. No es satisfactorio recibir elogios cuando los propios
miembros de nuestro grupo saben que no hay mérito real para
ello, y cuando estos elogios son insinceros, no tarda en manifestarse
el espíritu de disgusto. |
Realmente,
uno de los mayores problemas en el arte de dirigir, es producir un
alto nivel de moral en un grupo. Pero este problema puede solucionarse
por medio del estudio, la atención constante y la experiencia
progresiva. El primer paso es ver si tenemos un buen almácigo
donde sembrar la semilla, y lograr entonces una condición favorable
para el desarrollo de nuestra tarea. No olvidemos que un clima adecuado
facilitará la transformación de un conjunto de individuos
comunes en un grupo extraordinario, rebosante de espíritu y
de potencia ejecutiva. |
Artículo publicado
en la Liahona de agosto de 1962 |
Estilo SUD, 20 setiembre
2008 |
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