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La
Luz
Verdadera
Por el élder Sterling W. Sill
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En
su libro ‘My Colonel and his Lady’, el autor Archibaldo
Rutledge nos cuenta una interesante experiencia que tuvo, cuando
era joven, en uno de los pequeños puertos del río
Santee, en Carolina del Sur.
Había allí una vieja balsa llamada Foam, piloteada
por un anciano hombre de color. La balsa estaba siempre sucia, malamente
conservada y con un olor nauseabundo.
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Pero
un día en que el doctor Rutledge se llegó hasta el
río, encontró a la balsa totalmente transformada.
Estaba limpia de proa a popa. Brillaba y centellaba todo a la luz
del sol. Los bronces del barco habían sido lustrados hasta
quedar como espejos. El agua siempre estancada debajo de los asientos
había sido agotada totalmente, y la cubierta había
sido fregada madera por madera. No menos milagrosa era la transformación
del mismo negro capitán, quien estaba brillante e inmaculado.
Su cara refulgía; sus ojos chispeaban. Estaba sentado a la
rueda del timón del Foam con una Biblia sobre su falda.
Cuando el doctor Rutledge le preguntó a que se debía
tan maravillosa transformación, el viejo capitán dijo:
‘Ahora veo la luz’. En la mente del capitán bullían
nuevas ideas y grandes aspiraciones corrían por sus venas.
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Tenía
ahora la gloria de una mente iluminada, la gloria de una personalidad
animada. La religión había tocado en él los lugares
apropiados. La evidente transformación del barco no era sino
la manifestación de un más importante cambio experimentado
por su capitán. Su ocupación en sí no había
cambiado: él era aún un capitán de balsa. Pero
ahora el mejor comandante a todo lo largo del río Santee. En
adelante, cualquier cosa que hiciere indicaría su propio cambio
de vida. Su trabajo indicaría su grado de gloria.
Pero la historia del negro capitán de barco es, en cierto modo,
la historia de todo hombre, porque todo hombre manifiesta su grandeza
por medio de su trabajo. Si no es grandelo que hace, él mismo
no es grande. ‘Ningún hombre puede tener un grande y
noble carácter mientras esté comprometido en un mísero
o lastimoso empleo, pues no importa cual sea la faena del hombre,
su carácter está relacionado a ella’.
No podemos tener gloria mientras haya agua estancada debajo de nuestros
bancos de trabajo, tengamos una actitud agria hacia la vida o padezcamos
de un caso de fatiga crónica. |
El
término ‘gloria’ puede tener diferentes significados
para diferentes personas en diferentes circunstancias. El diccionario
define a la gloria como la ‘condición resultante del
más alto logro, el mayor grado de gozo, satisfacción,
esplendor, magnificencia, resplandor’. La gloria es representada
en el arte por un halo de luz sobre la cabeza de alguna persona. Pero
en nuestro servicio en la Iglesia y en a vida misma, ese halo no está
sobre la cabeza –está en ella, en nuestro corazón,
en nuestros hábitos, dentro de nuestro sistema nervioso.
No debemos esperar a vivir en el mundo venidero para pensar en la
gloria. Si queremos ser grandes en el cielo, debemos comenzar por
ser grandes aquí. Si vamos a ser mejores después, debemos
empezar a serlo ahora. Podemos no saber nada de la gloria en la eternidad,
pero podemos entender la gloria que el viejo capitán de balsa
tenía. Esa es la clase de gloria que ayuda a realizar las cosas.
Brilla a través de nuestros ojos y se manifiesta por medio
de nuestras manos. |
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Llega
a ser la parte de la preparación, la labor y la presentación
de nuestras lecciones. Necesitamos aprender a vivir con gloria. Ello
nos ayudará a transformar nuestras vidas. Nos ayudará
a ‘nacer de nuevo’. Entonces, las confusiones, indecisiones
y frustraciones usuales no nos molestarán tanto. Y el cansancio
será desterrado de nuestras vidas. Viviremos luego más
allá de las distracciones y problemas que ofrecen las cosas
ordinarias.
Así como las condiciones del Foam eran una mera expresión
de las de su capitán, también la manera en que hacemos
nuestra obra como maestros orientadores, o presentamos nuestra lección
en la Escuela Dominical, o como desempeñamos nuestras funciones
administrativas de nuestra oficina en la Iglesia, será expresión
de lo que somos.
No podemos mejorar nuestra situación a menos que primeramente
nos mejoremos a nosotros mismos. El éxito no puede ser encontrado
en Nueva Cork, El Cairo o en alguna isla del Pacífico, sino
en nosotros mismos.
En nosotros mismos es donde podemos encontrar las cosas más
importantes. No importa en realidad qué hay detrás nuestro
o delante nuestro. Lo más valioso es lo que hay dentro de nosotros.
Es muy importante que la Iglesia esté dentro de la gente.
Jesús dijo: ‘El Reino de Dios está entre vosotros’.
Al decir esto, se dice que quiso significar entre nosotros refiriéndose
al ‘lugar’. Pero si Él se refería a una
condición entonces quiso decir que el reino de Dios está
en o dentro de nosotros. El mejor camino para lograr entrar en el
reino de Dios es teniéndolo primeramente en nosotros.
Las palabras del ¿Himno de la Batalla de la República’
nos dicen que: |
Fue
allende de los mares
Que el rey Jesús nació
Y con gloria tan sublime
Que la luz a todos dio… |
Esta
canción fue escrita para los soldados de la Unión durante
la Guerra Civil de los Estados Unidos de Norteamérica y se
dice que efecto que produjo en el alma de ellos equivalió al
refuerzo que cien mil hombres más hubieran significado. |
La
gloria transfigura a las gentes. Transforma gentes en circunstancias.
La gloria da una vigorosa y positiva actitud mental. Da vitalidad
de propósito. Desplaza la fatiga y asegura el triunfo. Un
obrero de la Viña si está cansado es porque no tiene
suficiente interés en lo que está haciendo o tiene
que hacer. En el deporte, nunca perdemos el interés cuando
vamos a la cabeza. No nos cansamos cuando estamos ganando. Si el
trabajo del Señor nos resulta algo aburrido y sentimos ciertos
deseos de retirarnos a descansar, no nos demos por vencidos. Todo
será cuestión de arrepentirnos y mejorar. Aprendamos
a trabajar más dura y efectivamente, si queremos luego descansar.
Nos fatigamos generalmente cuando nos quedamos atrás o cuando
nuestra carga resulta demasiado pesada en relación a nuestro
ánimo de transportarla. La solución no sería
una carga más liviana, sino un mayor poder. Ello nos indica
la necesidad de aprender cómo vivir mediante un voltaje mayor.
Alguien dijo
que no quería poseer una religión sino que prefería
una religión que lo poseyera. Cuando Dios creo al hombre
a su propia imagen, lo dotó de un conjunto de atributos de
manera que ‘cada hombre lleve dentro de sí las mismas
cosas que busque’.
Si buscamos una gran fe, sólo debemos mirar dentro de nosotros
mismos. El Creador ya ha plantado en nosotros la semilla de la fe,
esperando que sepamos como cultivarla y hacerla crecer. Si necesitamos
coraje, miremos dentro de nosotros mismos. Si buscamos una mayor
fuerza, recordemos que Dios nos ha dado potencialidad de su omnipotencia,
pero que nosotros mismos debemos hacerla madurar. |
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Se
ha dicho que cada uno tiene dos creadores: Dios y un mismo. El doctor
Alan Stockdale nos llama la atención hacia el hecho de que
Dios dio al hombre casi sin terminar para que él y descendientes
lo trabajaran. Dejó la electricidad aún en la nube,
el petróleo aún en la tierra. Dejó los ríos
sin puentes, los bosques sin talar y las ciudades sin construir. Dios
desafió al hombre dejándole materia cruda y no fáciles
cosas ya terminadas. Le dejó cuadros sin pintar, música
sin escribir y problemas sin resolver, para que el hombre pudiera
experimentar el gozo y la gloria de crear. ‘Dios ha provisto
el granito pero no esculpe las estatuas ni construye las catedrales
sino por la mano del hombre’.
Dios ha dejado también en el mundo al hombre mismo sin terminar.
Es decir, la creación del hombre no fue completada en el Jardín
de Edén hace seis mil años. La creación del hombre
es algo que aún continúa, ahora mediante el hombre mismo.
Actualmente el hombre está creando el entusiasmo, la fe, el
entendimiento y la devoción que determinarán su futuro
en la eternidad. |
Las
grandes bendiciones de nuestra vida vienen vestidas de en ropas
de trabajo, reclamándonos, como el austero soldado romano,
que caminemos con ellas la dura milla. La ley antigua otorgaba a
los soldados romanos la autoridad de obligar a cualquiera en su
camino a llevar sus cargas personales por una milla. Pero Jesús
no se detuvo allí. El dijo: ‘Cualquiera que te obligue
a llevar carga por una milla, ve con él dos.’ (Mateo
5:41)
Hacer más de lo que se espera de nosotros es uno de los mejores
caminos hacia la gloria.
La gloria desplaza las compulsiones de la vida y llena nuestros
corazones de alegría. Produce una fuerza desconocida y una
inesperada satisfacción. La gloria suaviza el entrecejo de
nuestra cara, quita la fatiga de nuestro cuerpo y hace de la segunda
milla una jornada placentera. La gloria nos hace desear que el día
tenga más horas para seguir trabajando en la Obra del Señor.
La gloria transforma en placer toda obligación. Nos hace
capaces de decir al mundo, como Jesús: ‘Yo tengo una
comida que comer, que vosotros no sabéis’ (Juan 4:32).
Fregar la cubierta de una vieja balsa, puede resultar penoso para
algunos, pero nada es difícil cuando tenemos una gloria.
Andar una milla por obligación puede ser tan fastidioso hasta
agotar nuestras fuerzas. Pero caminar dos millas nos proporcionaría
verdadero solaz si tuviéramos el ánimo que la gloria
da. Es entonces cuando cantaríamos a viva voz aquel hermoso
himno que dice:
Tenemos placer en servirte,
A ti, nuestro gran Bienhechor…
Fracasar en
la obtención de la gloria, es fallar en hacer nuestra parte
para que el trabajo en la Iglesia resulte ser una fascinante obra
de amor. Y es carecer de la gloria aquella que cantó el Salmista:
‘Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste
de gloria y de honra’ (Salmos 8:5). Es nuestra la tarea de
desarrollar esa gloria con la cual hemos sido coronados. Es una
gran cosa vivir con la clase de gloria que lo transforma todo y
nos ayuda a realizar los trabajos del Señor en una forma
jamás hecha. |
Artículo publicado
en la Liahona de marzo de 1962 |
Estilo SUD, 13 setiembre
2008 |
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