La preeminencia de la CARIDAD
Por Héctor A. Olaiz

A modo de comentario frontispicio
“El instante y la eternidad; contrapuestos e inseparables; difíciles de entender por el atributo de infinitud que comparten; de compleja valoración relativa; incomprensiblemente esta, de inconmensurable grandeza, pende de aquel, de despreciable medida; uno es la trama, la otra la urdimbre; se afectan mutuamente; la eternidad pone el escenario para que el instante, entre elusivo y siempre presente, se exprese; se complementan en el fino límite entre el pasado y el futuro; la lucha entre ambos se libra intensamente allí: en el presente; y de esa lucha es de donde sale el declive ascendente o descendente del porvenir. En el pasado queda lo ganado y lo perdido; en el futuro el universo por conquistar. El porqué, a medida que el instante del presente se va corriendo del pasado hacia el futuro, aumenta a aquel sin disminuir a este, excede a toda comprensión humana y no tiene explicación; pero es así.”
(Del cuento: “El Lirio Iracundo” H.A.O.)
Introducción y Presentación

Es tan grato como difícil hablar del amor; grato porque exalta los más nobles sentimientos; difícil porque cuesta definirlo y muchas veces expresarlo, y, además, porque se lo ha maltratado y denostado confundiéndolo, maliciosamente, con pasiones indebidas. Que en nombre del amor se hayan cometido los crímenes más aberrantes, es una muestra de que esas confusiones no son ni inocentes ni meras travesuras.
Al preparar esta charla, la primera dificultad que encontré son las importantes diferencias que aparecen en el capítulo 13 de la Primera Epístola de Pablo a los Corintios, entre la Biblia de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, de la versión en castellano, y la del Rey Jacobo, de la versión en inglés.

Transcribo, entonces, este magnífico capítulo de Pablo tal como se exhibe en la Santa Biblia SUD, la cual coincide fielmente con la Versión Inspirada del profeta José Smith.
“Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo caridad, vengo a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe.Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo caridad, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo caridad, de nada me sirve.
La caridad es sufrida, es benigna;
La caridad no tiene envidia,
La caridad no se jacta, no se envanece;
No se comporta indebidamente,
No busca lo suyo,
No se irrita,
No piensa el mal;
No se regocija en la maldad, sino que se regocija en la verdad;
Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
La caridad nunca deja de ser; mas las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y el conocimiento se acabará; porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo que es perfecto, entonces lo que es en parte se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño. Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido. Y ahora permanecen la fe, la esperanza y la caridad, estas tres; pero la mayor de ellas es la caridad."
Hay un artículo del hermano Henry Drummond, uno de los grandes pensadores de la iglesia de principios del siglo pasado muy citado por las Autoridades Generales, que hace un buen análisis de este capítulo. Usaré de él algunos conceptos, diciendo cuales son cuando lo haga.
Drummond dice que Pablo con gran maestría divide al capítulo en: la caridad comparada, la caridad analizada y la caridad defendida; y efectivamente es así.
Antes de efectuar el análisis correspondiente, es necesario aclarar que hay notables diferencias entre el concepto del amor y el de la caridad. Por ahora digamos que el amor tiene diversos grados según la profundidad, anchura y altura de sus componentes; y diferentes matices, dados por las ausencias y presencias de algunas de las partes que lo componen. La caridad en cambio es, tal como la definió Mormón en su carta a su hijo Moroni: “...el amor puro de Cristo...” (Moroni 7:47); y, como lo refrenda el élder McConkie en Doctrina Mormona: “La caridad es mayor que el amor, mucho mayor; es amor sempiterno, amor perfecto, el amor puro de Cristo que persevera hasta el fin.”
Las consecuencia de la falta de caridad
Ahora sí hagamos el análisis de la primera parte.
"Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo caridad, vengo a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe." 
Nos fue dada el habla para que podamos comunicarnos unos con otros. A partir de la confusión de las lenguas en la Torre de Babel, esta capacidad ha quedado severamente limitada y ha sido la razón de la dispersión inicial de los pueblos sobre la tierra. Fue una dura lección que el Señor les dio a los hombres soberbios de ese tiempo que pretendieron por sus propios medios llegar al cielo. Recuerden el angustiado clamor de Jared a su hermano para que suplicara al Señor: “...que no nos confunda de modo que no entendamos nuestras palabras”.
Imaginen ustedes que nos ocurriese eso ahora mismo. ¡Qué terrible debe haber sido!
La capacidad de comunicarse con los demás es una verdadera bendición, tanto mayor cuanto mayor es la capacidad de comunicación.
Recuerdo que el presidente David O. McKay les dijo a los misioneros, cuando en 1954 visitó nuestro país, que era una gran bendición para ellos volver a sus casas con otro idioma en el bolsillo. ¡Qué bendición entonces hablar muchos de los idiomas de los hombres y qué gran bendición es tener el don de lenguas!
A lo largo de la historia del Reino de Dios en la Tierra se ha hecho mucho bien con ese don; pero el profeta José Smith enseñó que también el diablo puede hablar en lenguas y que él es un gran orador. (EPJS p. 189). El leviatán, ese monstruo marino de ficción que echa fuego por la boca, que Jehová menciona a Job (Job 41:1), y que seguramente es el origen de los imaginarios dragones de los cuentos, representa a Satanás que, con lo que sale de su boca en su hablar de lenguas, destruye como el fuego a los hijos de los hombres. De modo que el verdadero valor de la comunicación está en el mensaje que se transmite, más que en la habilidad de transmitir el mensaje. Por eso, siguiendo el pensamiento de Pablo, si en la fuente que transmite el mensaje, nosotros, no hay caridad, ¿el mensaje para qué sirve?, y si el mensaje no sirve, las palabras de cualquiera de las lenguas, de hombres o de ángeles, son de tan escaso significado y valor como el “metal que resuena o el címbalo que retiñe”.
Habiendo dicho cuanto se dijo repitamos la frase:
"Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo caridad, vengo a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe."
Ahora veamos el siguiente párrafo rebosante de conceptos.
"Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo caridad, nada soy."
Si Pablo no hubiera dicho esto en modo condicional o potencial hubiese expresado un sofisma, un falso razonamiento, porque todos esos dones de Dios son otorgados únicamente al amparo de la caridad, sin ella no existen.
Examinémoslo con más detalle.
¿Qué es el don de profecía? Es el don de hacer declaraciones inspiradas por el Espíritu Santo. Por medio de este don es que viene el testimonio de la verdad y de que Jesús es el Cristo (Doctrina Mormona); mas cualesquiera que sean esas declaraciones y por grande y poderoso que sea ese testimonio, de nada le vale al que posee el don si no tiene caridad, porque es por sus actos de caridad que ganará los mayores galardones. Satanás también sabe que Jesús es el Cristo y de nada le sirve.
Cabe entonces la pregunta: ¿saber todos los misterios y tener todo el conocimiento es importante? Desde luego que sí. Puesto que un misterio es algo cuya explicación no se conoce: “saber todos los misterios” es tener la ilustración de cosas que otros todavía no tienen, es haberlos superado, es no tenerlos ya. Lo habitual es que al hablarse de los misterios del evangelio, se esté haciendo referencia a aquellas cosas que únicamente llegan a explicarse por la intervención divina, que, como dice DyC. 42:61, son: “las cosas apacibles, aquello que trae gozo, aquello que trae la vida eterna.” ¡Vaya entonces si es importante!
Con respecto a: “todo el conocimiento”, hay quienes podrían cuestionar que esta segunda parte de la frase subsume a la primera, porque todo el conocimiento también comprende al del los misterios, pero yo creo que Pablo quiso diferenciar los conocimientos que vienen por la fe de los que se adquieren por el estudio.
Y es sabio hacer esta distinción para abonar el concepto que es necesario lograr un proporcionado equilibrio entre una forma y otra de obtener el conocimiento, para no caer en un misticismo enajenante, ni en un arrogante racionalismo.
Para resaltar la importancia de estos dos conocimientos cito textualmente lo que dice el élder McConkie en “Doctrina Mormona”. Hablando de la ciencia y las artes dice: ”Por sí mismas no preparan al hombre para lograr una herencia celestial, pero podrán hacerlo más susceptible para recibir la verdad salvadora o para que la comprenda mejor. Pero es el conocimiento de Dios y sus leyes lo que lleva a una recompensa en el más allá (2 Nefi 9:28-29, 42).
Si el hombre justo tiene conocimiento de las cosas temporales, mucho mejor, pues podrá usar ese conocimiento para ampliar la difusión del conocimiento en particular que tiene valor para salvar. Y es por esta razón que se ha mandado a los santos que obtengan conocimiento en todos los órdenes ( DyC. 88:77-81, 118; 93:53; Doctrina de Salvación, vol. 1, pag. 275-286)”.
Entonces le toca el turno a la fe, la fe capaz de remover montañas. Habiendo oído tanto sobre la fe y teniéndola como uno de los mayores dones de la religión, y para muchos el mayor, nos sorprende el atrevimiento de Pablo de subordinarla a la caridad. El mismo apóstol la define en la epístola a los Hebreos en el capítulo 11 versículo 1: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”, magnífica declaración para entender su naturaleza, pero es en el poder que conlleva la fe, para realizar las más grandes obras que uno puede imaginar, donde se concentra su verdadera importancia. Basta para ello considerar la larga lista de milagros que logró la aplicación de una fe fuerte en los casos que expone Pablo en los versículos que siguen en ese capítulo 11 de Hebreos. En todos estos eventos es la fe la que suministró el poder de realización, pero fue el amor el que proporcionó la razón y proveyó de significado y de valimiento a las obras realizadas (Gálatas 5:6).
Con la fe presente y el amor ausente quizá se hubieran hecho obras similares, pero orientadas de otra manera; tal vez inoportunas o intrascendentes y hasta maliciosas. Imagínense ustedes tan extraordinario poder puesto en manos de alguien sin un amor perfecto, sin caridad; no solo que de nada serviría, bajo las perspectivas de las obras divinas con las cuales estamos comprometidos, sino que sería una fuente de impredecible destrucción.
Y ahora: “Nada soy”, que no es lo mismo que: “no existo”, más bien equivale a decir: “mi esencia y naturaleza es nada, es intrascendente”. ¿De qué me serviría hacer declaraciones inspiradas con el don de profecía, o tener el conocimiento de todas las cosas, o mover montañas por medio de la fe, si ninguno de los frutos que estos dones produjeran estarían sostenidos por un amor genuino? Todo cuanto hiciera sería ajeno a la obra de Dios, y, juzgado a la luz del propósito de la vida, su aporte sería nulo, sería nada.
Vuelvo al importante concepto de que ninguno de estos dones podría existir en quien no tuviere caridad, porque sería inmerecido, y Dios no da dones a quienes no los merecen; tal hombre sería espiritualmente tan pequeño, que bien se podría decir de él que nada es. Pablo lo sabía bien y por eso usó el modo potencial para expresarlo.
Con los juicios expresados volvamos al párrafo:
"Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo caridad, nada soy."
Continuando con la comparación:
"Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo caridad, de nada me sirve."

¿Está proclamando aquí Pablo la verdad de Perogrullo que no existe la caridad sin caridad?
De hecho que no. Hay dos acepciones de la palabra caridad en el diccionario, la primera: la virtud que consiste en amar a Dios por sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, que se asemeja a la definición de Mormón del “amor puro de Cristo”; la segunda: limosna que se da o auxilio que se presta a un necesitado, que es la que más frecuentemente se cita, y que es la que está en correspondencia con lo expresado en la primera parte de la frase que estamos analizando. Lo que Pablo está diciendo, entonces, es que la caridad, en segunda acepción, de nada aprovecha sin la caridad, en primera acepción. Quienes hemos tenido responsabilidades eclesiásticas como jueces de Israel, bien sabemos que muchas veces la dádiva es perjudicial para quien la recibe: cuando no la necesita, cuando no la merece o cuando desplaza a la forma de brindar ayuda a la manera del Señor, que es la apropiada. Y si es perjudicial para quien la recibe, es sin ningún provecho para el que la da, de quien tantas veces se dice que es el mayor beneficiario.
El trágico sacrificio de morir en la hoguera de nada sirve y a nadie aprovecha si no tiene un propósito amoroso, como lo tuvo, entre otros mártires, el sacrificio de Abinadí.
Con tal interpretación volvamos al texto de Pablo:

"Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo caridad, de nada me sirve." 
Los atributos que componen a la caridad
Henry Drummond dice que de la misma manera que al pasar por un prisma un rayo de luz blanca se dispersa en los colores del espectro que la componen, la caridad se esparce en los atributos que la integran al pasar por el análisis que Pablo hace de ella en 1 Corintios 13.
Este análisis comienza:
La caridad es sufrida, es benigna;
Habla aquí de la paciencia y de la bondad. La paciencia se emparenta con la longanimidad que es la grandeza y constancia de ánimo en las adversidades. La caridad, entonces, es fuente de fortaleza para soportar las aflicciones, y se asocia con la constancia, para dar estabilidad al comportamiento, y con la esperanza de que alguna vez el infortunio se convertirá en algo venturoso, para presentar al sufrimiento como pasajero y evitar que la paciencia llegue a su fin.
Dice Drummond al respecto: “La caridad es paciencia. Esta es la actitud normal del amor; amor pasivo; amor esperando para comenzar; no con apuro; calmo; listo para hacer su obra cuando se le avise, pero luciendo entre tanto con el distintivo de un espíritu quieto y apacible. El amor todo lo sufre, todo lo espera, porque el amor lo entiende todo y por lo tanto aguarda.” Y yo agrego: porque la caridad demuestra que más allá del sufrimiento está el objeto de nuestro amor, la persona amada: Padre o hermano, que lo merece.
La benignidad comporta el interés por el bienestar del ser amado y una actitud de otorgar el perdón (Efesios 4:32). Dice el élder McConkie: “La persona bondadosa es tierna, benevolente, bien dispuesta y muestra simpatía y humanidad hacia el prójimo.”
Sigue entonces:
La caridad no tiene envidia,
Hace referencia a la virtud de alegrarse con la buena ventura de otros, tanto o más que con la propia. Es amor sin competencia, dice Drummond. Creo que es una de las aptitudes más ausente en el mundo actual, y tal vez la que llegue a ser la más destacada en el Milenio.
Y después:
La caridad no se jacta, no se envanece;
El presidente Benson enseñó que el fundamento del orgullo es la enemistad. Me sorprendió este juicio cuando lo escuché por primera vez, pero luego de analizarlo repetidamente, coincido con el profeta, porque el orgullo se manifiesta en la relación entre uno con los demás, pero con los demás que no amamos, con quienes tenemos una suerte de animosidad.
La humildad entonces, como contrapuesta al orgullo, se patentiza en la vinculación entre amigos que se aman. La amistad con Dios nos lleva a una perfecta humildad y reverencia hacia Él. La amistad con nuestros semejantes impide la soberbia, porque no podemos labrar una auténtica amistad entre aires de superioridad.
Agrega:
No se comporta indebidamente,
Lo indebido es lo ilícito, lo que no está permitido, lo que se hace sin equidad. La caridad se conserva dentro de los límites de lo que está permitido, es equitativa, porque da a cada uno lo que merece y se deja llevar por el sentimiento del deber y de la conciencia, más allá de la justicia, que es la que impone el cumplimiento literal de la ley. Drummond defiende a la cortesía como la virtud de lo debido y dice que la cortesía es el amor en sociedad, el amor puesto en las cosas de poca trascendencia.
Añade:
No busca lo suyo,
Hay un pasaje de las escrituras modernas que ha desvelado a más de uno, es lo que dice el Señor en DyC 19:26: “Y también te mando no codiciar tus propios bienes...” ¿Qué significado tiene la expresión codiciar tus propios bienes? Siendo la codicia un deseo vehemente en exceso, la codicia de los bienes ajenos es esencialmente la envidia y, paralelamente, la codicia de los propios bienes no puedo concebirlo sino como el egoísmo. Si parece tan obvio que el amor no puede coexistir con el egoísmo, cuanto menos la caridad, que es la pureza misma del amor. El egoísmo concentra todo el interés en uno mismo, mientras que el amor lo esparce entre los seres amados. El uno y el otro son incompatibles; la presencia de este asegura la ausencia de aquel.
Sigue con:
No se irrita,
Aquí lo dejo hablar a Drummon, porque no es mi punto más fuerte.
“Estamos inclinados a considerar al mal temperamento como una debilidad que no daña. Lo tratamos como una flaqueza de la naturaleza, un defecto de familia, una cuestión de temperamento; y no es algo que se tome muy en cuenta para evaluar el carácter de un hombre. Y sin embargo aquí, en el corazón mismo del análisis del amor, aparece; y en la Biblia una y otra vez se lo condena como uno de los elementos mas destructores de la naturaleza humana.
El mal temperamento es el vicio particular de los virtuosos, y a menudo la única mancha de un carácter noble. Seguramente conocéis hombres que son casi perfectos, y mujeres que serían totalmente perfectas, si no fuera por una disposición a irritarse fácilmente, a encolerizarse fácilmente y a ofenderse sin motivo.
Esta compatibilidad del mal temperamento con un carácter altamente moral es uno de los más sorprendentes y más tristes problemas de la ética. Es que en realidad hay dos grandes clases de pecados: los del cuerpo y los de la índole1 o del genio. El hijo pródigo es del tipo de los primeros, mientras que su hermano mayor es del de los segundos. La sociedad no vacila en declarar que de los dos hermanos el peor es el menor, el pródigo. Sin embargo, ningún vicio, ni cosa mundana, ni el lucro, ni la misma embriaguez, contribuyen tanto a corromper la sociedad como el mal temperamento; amarga la vida, rompe los lazos de amistad, disuelve las relaciones más sagradas, asuela hogares, marchita a hombres y mujeres y estropea a la niñez, en pocas palabras, para producir miserias gratuitas, este defecto se pinta sólo. Mirad al hermano mayor, moral, trabajador empeñoso, sufrido, hombre del deber, concededle toda la consideración que queráis en atención a sus virtudes, pues bien, mirad, repito, a ese hombre, tal vez mejor dicho a ese niño, lloriqueando afuera, en la puerta de la casa de su padre. "Se enojó" dice San Lucas, "y no quería entrar". Considerad el efecto que esta escena debía de producir en su padre, en sus siervos, y, en medio de la alegría general, a los convidados. Imaginad la impresión que semejante conducta causaría en el hijo pródigo. ¿Cuántos hijos pródigos permanecen fuera del Reino de Dios, sin poder entrar, debido al carácter falto de amor de los que están dentro? Analizad, a título de estudio del temperamento, la recelosa nube que se cernía sobre la frente del hijo mayor. ¿De que se compone? De envidia, ira, orgullo, falta de caridad, crueldad, justicia propia, susceptibilidad, aspereza, terquedad, esos son los ingredientes que componen esa alma negra y desamorada. Las proporciones cambiadas son también características en el mal temperamento.
Juzgad vosotros mismos si semejante situación, creada por los pecados de un mal genio, no es peor, tanto para los que adolecen del mal temperamento como para los que viven con él, que las situaciones creadas por los pecados del cuerpo2. Si un hombre de mal genio entrara en el cielo haría un lugar de desdicha para todos sus moradores. Es evidente que para entrar en el Cielo uno debe llevarlo consigo.”

Prosigue:
No piensa el mal;

No es lo mismo no guardar rencor que no pensar mal, porque guardar rencor es apenas una parte del pensar mal que también incluye ser desconfiado, incrédulo, receloso. El que no piensa mal es mucho más, en el sentido del amor, que el que no guarda rencor.
Lo que Pablo expresa es no ser desconfiado; esto es no atribuir al prójimo una intención aviesa; es no ser incrédulo, pensando positivamente sobre lo que el otro dice; es no ser receloso, es no sospechar, es confiar.
A renglón seguido:

No se regocija en la maldad, sino que se regocija en la verdad;
No se goza con lo que se hace fuera de la ley, en lo que es inicuo. El élder McConkie dice que la justicia trata con lo resultados inflexibles e invariables que surgen de las mismas causas. A esta relación entre las causas y los efectos correspondientes, los físicos le llamamos ley. Colegimos entonces que la caridad no es transgresora, sino que se goza con el cumplimiento de la ley. Lejos está la caridad de confundirse con esa actitud pecaminosa que, en nombre de un amor perverso y egoísta, ha quitado tantas veces la pureza, ha ensuciado a tantas almas y ha destruido tantas nobles ilusiones.
Mas se regocija en la verdad. Remota de la mentira —cómplice perenne de las intenciones disolutas—, disfruta del conocimiento de las cosas como realmente son.
Y concluye el análisis con el resumen de conceptos ya tratados y de la esperanza que enseguida abordaremos:
Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
Hemos dedicado mucho tiempo a la caridad como expresión suprema del amor, ¿Y el amor en sí mismo? ¿Qué de él? Como fue dicho al comienzo el amor tiene muchas facetas —distinguidas entre sí por el conglomerado de atributos posibles que lo integran—, e innumerables niveles — según su intensidad—; no es así con la caridad, cuyo nivel es el máximo y cuyas características están claramente expuestas por Pablo como únicas e infaltables. El objeto de la caridad siempre es Dios y nuestros hermanos, mientras que el amor puede además tener como objeto cosas reales inanimadas —como los bienes materiales—, o animadas —como los animales y las plantas—, o cosas ideales (quiero decir en el plano de las ideas)— como el poder, o la fama, o las artes, o la ciencia—. Estos amores pueden ser buenos o malos, confundirse con la codicia y hasta pertenecer al campo de lo inmoral3, puede ser muy grandes o casi inexistentes, y difieren entre sí como difieren entre sí los objetos sobre los cuales ellos se centran. Fíjense que hablamos de los amores en plural, pluralidad que le otorga al amor los halos de ambigüedad que tantas veces confunden, mientras que nos referimos a la caridad en singular, porque ella es única, es concreta.
El amor nace como nace la vida, dada por quienes ya la poseen, lo dice Juan en su primera epístola 4:19: “Nosotros le amamos a Él, porque Él nos amó primero”. Y como todo lo que nace puede crecer, a veces con un crecimiento lento, otras rápidamente, y puede morir, y frecuentemente lo hace.
En una de las esquinas de mi ciudad hay un graffiti que hace un tiempo atrás decía:
Ju,
te amé,
te amo,
te amaré,
  Julián.
Y que hoy día dice:
Ju,
te amé,
te amo,
te amaré,
  Julián.
Es el epitafio de un amor que feneció.
El contraste entre la caducidad de algunos dones y la perpetuidad de la caridad
Pablo concluye su brillante exposición sobre la caridad comparando su durabilidad o eternidad con la transitoriedad o temporalidad de otros exaltados dones:
La caridad nunca deja de ser; mas las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y el conocimiento se acabará; porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo que es perfecto, entonces lo que es en parte se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño. Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido. Y ahora permanecen la fe, la esperanza y la caridad, estas tres; pero la mayor de ellas es la caridad."
Ahora necesitamos las profecías y a los profetas para tener la guía de los cielos en este andar inseguro por lo senderos de la tierra y escoger el camino apropiado que nos conduzca a la vida eterna; mas vendrá el momento en que no los necesitaremos, porque ya habremos llegado. En ese día hablaremos la lengua de los Dioses, de nada nos servirán entonces las lenguas de los hombres ni la de los ángeles. ¿Cesará también el conocimiento? En esa instancia el conocimiento será perfecto, pero ¿no dice Pablo acaso que el conocimiento se acabará? Efectivamente, se acabará el conocimiento imperfecto y fraccionario que ahora tanto nos seduce, y para que esto quede claro, añade: "mas cuando venga lo que es perfecto, entonces lo que es en parte se acabará".
La última frase tiene tanto contenido, que merece una observación especial.

"Y ahora permanecen la fe, la esperanza y la caridad, estas tres; pero la mayor de ellas es la caridad."

La vinculación tan estrecha entre la fe y la esperanza que se ve en este capítulo 13 de la Primera Epístola a los Corintios, se repite en la destacada definición que el mismo apóstol da de la fe en Hebreos 11:1: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”, y es lo que me ha llevado a hacer la metáfora siguiente, basada en la que usé en el frontispicio, y que Pablo, por su oficio de tejedor, entendería muy bien:
“La fe es la trama que teje la última fibra, la de hoy; la urdimbre se extiende desde el pasado, donde la fe dejó tejida la tela de la experiencia, hasta el futuro, en el cual aguarda la esperanza anhelando que pase la fe, entre escurridiza y rapaz, despojándola de ensoñación."
La citada definición de Pablo: “Es, pues, la fe...”, conlleva en sí la génesis y la consumación de la fe. Su génesis como un incipiente conocimiento elemental del objeto, el Señor, sobre el cual depositar la fe y la confianza, y de lo que de ésta se puede esperar, agregando a ello un deseo humilde de creer. Y su consumación, porque es el tiempo el que arrastra a su propia tumba a la fe; pues cuando llegue el día perfecto, en el cual el tiempo dejará de ser, todas las cosas se habrán logrado, ya no habrá qué esperar, y como en ese mismo instante el conocimiento será perfecto, todas las cosas quedarán ante nuestros ojos como hoy lo están ante los ojos de Dios; y la fe también dejará de ser. Pero hay una faceta de la fe que pocas veces se aborda: Del mismo modo que Dios es un Ser de fe, porque Él es el objeto sobre el cual centramos nuestra fe, “para vida y salvación” —al decir del profeta José Smith— y la fe de todas las cosas que pueblan el universo, salvo sus hijos desobedientes, y que Él usa esa fe depositada en Él para gobernar y crear por medio de la palabra, —el profeta José Smith enseñó que obrar por fe, es lo mismo que obrar por la palabra, es dar las órdenes correspondientes para que las cosas ocurran; “Dios habló”, dijo el profeta, “el caos escuchó y se ordenó”—; digo que de esa misma manera un hombre de fe es uno que, como sujeto, tiene su fe depositada en el objeto: Dios; pero también es un hombre que es digno de que otros sujetos lo tengan a él como el objeto de su propia fe. Cuando esto crezca, si es que crece, hasta que llegue al día perfecto, ya no necesitará tener fe en Dios, porque le conocerá perfectamente y será semejante a Él. Ese hombre, hecho perfecto, llevará a cabo las obras de sus creaciones trabajando, él también, por medio de la palabra, y las cosas le obedecerán. “Deja que tus entrañas se llenen de caridad...; y tu dominio será un dominio eterno, y sin ser compelido fluirá hacia ti para siempre jamás.” (DyC 121:45-46).

Coincido con Pablo entonces que la fe y la esperanza dejarán de ser, pero no así la caridad, ese amor perfecto que nos vinculará eternamente con Nuestro Padre en los Cielos, con Nuestro Salvador Jesucristo y con todos nuestros seres queridos; porque la caridad es un vínculo de perfección y de paz. DyC 88:125.
Efectivamente: la caridad nunca deja de ser.

 
Off the record
Dije que hay muchas intensidades distintas y calidades diversas de amores, desde los más perfectos, como es la caridad, hasta los más indignos como es el amor a Satanás. Pero ustedes están particularmente interesados en un tipo especial de amor, bien lo sé, y por el deseo que les animan de hacer las cosas rectamente, están preocupados en distinguir las características de ese tipo de amor tal como lo aprueba el Señor. Es el amor de novios que se perfecciona, luego, en el amor de esposos. Este tipo de amor tiene una componente que es muy fuerte, por momentos dominante y, a veces, indebidamente dominante: es la atracción física, atracción que no está mal, que forma parte de lo que Dios ha dispuesto.
Había una hermana en Quilmes que decía que para aceptar a un joven bastaba con que fuese miembro de la iglesia; lo interesante es que esa hermana tenía un esposo miembro de la iglesia, y fiel, del cual estaba separada. Por otro lado un Presidente de Misión enseñaba a los misioneros que volvían, que debían elegir compañeras que, entre otras cosas, les atrajeran físicamente, “Porque cuando se casen con ella" —decía él—"y estén en la intimidad, no siempre la tomaran de la mano para pedirles que les dé su testimonio”.
Desafortunadamente ese componente a veces se hace tan dominante que oscurece todos los demás al punto de confundirse con una mera pasión o con la lujuria. La atracción física debe existir, pero debe estar encauzada dentro del respeto mutuo y alejada de intimidades no permitidas fuera del matrimonio. Para reconocer cuando ese encauce es el correcto, citaré lo que dijeron el élder Widtsoe y el presidente McKay:
Dijo el élder Widtsoe: “El verdadero amor siempre está fundado en la verdad”; “El amor puro nunca ofende, ni daña, ni injuria al ser amado”; y “El amor santo es una fuerza positiva, que provee en la necesidad y fortalece en la debilidad”.
El Pte. David O. McKay dijo que la madre de un amigo suyo le enseñó que la manera de saber si verdaderamente estaba enamorado de una señorita, era si en su presencia deseaba ser el mejor de todos los hombres y ella le inspiraba los sentimientos más nobles.
Cuando estos sean sus sentimientos cuando estén con la joven que pretenden, realmente la aman, y cuando ella corresponda estos mismos sentimientos, también ella les ama con un amor lícito y prometedor. En tal caso sigan adelante hasta llegar al altar del templo.
Hace algunos años tuve la oportunidad de sellar en el Templo a los hermanos Raquel y Francisco Azar. Cuando llegué al Templo los encontré paseando por los jardines del mismo, me uní a ellos y les dije: Cuenta Platón que una vez se acercó un discípulo a su maestro Sócrates y le preguntó ¿Maestro, debo casarme?
Sócrates mirándole le dijo: “Haz lo que quieras; te cases o no te cases igual te arrepentirás”, y nos reímos un rato. Ya en la sala de sellamientos, en ocasión de las palabras que los selladores decimos a los que van a recibir la ordenanza, les dije: "¿Se acuerdan hermanos los que les dije en los jardines del Templo?" Me dijeron que sí y se sonreían, entonces continué: "Esa es la filosofía de los hombres que el mundo enseña allá afuera. Aquí, en este lugar tan sagrado, tan cerca del cielo, la enseñanza es otra; es la que pregona el verdadero evangelio de Jesucristo: “Cásate, cásate con la persona indicada, en el momento indicado y en el lugar sagrado del altar del Templo y nunca te arrepentirás, porque serás eternamente feliz”. Y en esto creo, porque lo he vivido.
 
Notas
1 Yo diría temperamento o naturaleza.
2 No estoy totalmente de acuerdo con Drummond; hay pecados del cuerpo que son más graves que el mal genio.
3 Con mucha razón alguno podría sentirse molesto por esta declaración, porque, dirá: "¡La codicia y la pasión inmoral no son amor!" Es cierto en el sentido del amor sano y puro, pero no olvidemos que aún el Señor ha dicho que ha habido hombres que amaron a Satanás más que a Dios (Moisés 5:13,18,28); así que verdaderamente hay malos amores.
 
Devocional para jóvenes dado el 14 octubre de 2002 en La Plata, Buenos Aires

 

Estilo SUD, 26 de junio de 2010
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