Los mejores dones
por el élder Robert D. Hales

Cuando era joven vivíamos en Long Island, a unos cincuenta kilómetros de la ciudad de Nueva York. Estábamos rodeados por bosques y disfrutábamos de la naturaleza. Mi padre tenía un terreno grande con arbustos, jardines, una pecera, una huerta, césped y árboles. Todo esto requería un trabajo constante para conservarlo en buen estado y siempre había tareas que hacer, tales como cortar el césped en el verano y recoger las hojas caídas en el otoño. Aunque trabajábamos bastante duro en el cuidado de nuestro jardín, lo que hacíamos no se comparaba en los más mínimo con lo que mi padre había tenido que hacer cuando era niño en la granja de remolachas en Burton, Idaho.
Un día mi padre me dijo, “Nunca vas a aprender a trabajar hasta que vayas a trabajar en la hacienda con tu tío Frank.” De modo que ese verano lo pasé en el Valle Skull cerca de Toelle, Utah, aprendiendo a trabajar.
Fue difícil para mí creer el contraste que había entre el hermoso verdor de mi hogar en Long Island y el ambiente desértico y polvoriento del Valle Skull.

Esto me hizo apreciar la primera impresión que han de haber tenido aquellos pioneros originarios de Europa y de la parte oriental de los Estados Unidos, cuando Brigham Young les dijo: “Este es el lugar”. Me había criado cerca de una ciudad grande, y la vida en una hacienda fue una verdadera educación para mí. Me impresionó ver el ganado y los caballos y lo duro que se tenía que trabajar para obtener la cosecha. Recuerdo los sentimientos que experimenté cuando comprendí por primera vez qué era necesario hacer para cosechar. Teníamos que arar, gradar, sembrar, cultivar, deshierbar, irrigar y después seguir cultivando, deshierbando e irrigando interminablemente, me parecía. Ese verano aprendí una gran lección, la cual forma parte entrañable de mi legado, pues fue allí, en ese lugar desolado y remoto de la tierra, en donde aprendí la ley de la cosecha.
La ley de la cosecha es simplemente que en la vida no se recibe algo por nada. Las Escrituras nos dicen que así como sembramos, segaremos (cosecharemos). “ No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6:7)
Desde ese entonces he aprendido que los mismos principios de la ley de la cosecha se utilizan para resolver productivamente los problemas de la vida.
"...he aprendido que los mismos principios de
la ley de la cosecha se utilizan para resolver productivamente los problemas de la vida"
Cuando vamos a la tienda, solamente vemos el resultado final de la facultad creadora de un agricultor o granjero; vemos hermosas verduras, frutas y productos lácteos, pero, a menos que hayamos participado en el proceso de su creación, no podemos comprender la cantidad de tiempo, trabajo arduo, desilusión y preocupación que formaron parte de estos productos terminados. Lo mismo sucede cuando escuchamos a alguien tocar el piano o cantar, o cuando leemos lo que alguien ha escrito o contemplamos un hermoso cuadro.
Para muchos las palabras ‘facultad creadora’ solamente se refieren a las artes, pero ésta es una definición demasiada limitada, ya que hay innumerables formas de aplicar dicha facultad.
Jesucristo, el Creador de esta tierra, nos ha mostrado el poderoso potencial de la facultad creadora. Al mirar a nuestro alrededor raramente encontramos dos creaciones exactamente iguales, ya sea entre humanos, animales, flores, vegetales o insectos. La tierra misma ofrece una variedad ilimitada de esa expresión creadora, con sus estaciones, minerales y distintas apariencias de la superficie, tales como desiertos, lagos, montañas, selvas tropicales, océanos, valles, bosques, llanuras y planicies.
Parecería ser que nuestro Creador da su aprobación y nos exhorta a desarrollar nuestros dones y talentos ingeniosos.
En la sección 46 de Doctrina y Convenios se nos ha dicho que busquemos “diligentemente los mejores dones, recordando siempre para qué son dados;...
“Porque no a todos se da cada uno de los dones; pues hay muchos dones, y a todo hombre le es dado un don por el Espíritu de Dios.
“A algunos les es dado uno y a otros otro, para que así todos se beneficien...
“Y todos estos dones vienen de Dios, para el beneficio de los hijos de Dios” (DyC 46:8,1-12, 26)
Este pasaje nos dice que no es malo buscar diligentemente los mejores dones si lo hacemos por la razón correcta.
No obstante, con mucha frecuencia aquellos que poseen grandes talentos son egoístas y no los utilizan para beneficiar a otros. Y lo que es más importante, no reconocen que los mismos son un don de Dios. Si comprendiéramos correctamente la fuente de nuestros talentos creadores, no se utilizarían la literatura, el baile, la música ni la fotografía para satisfacer los propósitos de Satanás.
El profeta Moroni nos aconseja sabiamente en cuanto al uso de nuestros talentos para obrar iniquidad y nos exhorta a venir a Cristo, y procurar toda buena dádiva; y que no toquemos el don malo, ni la cosa impura” (Moroni 10:30). Sin embargo, estamos aquí en esta probación terrenal para usar nuestro albedrío y escoger el bien del mal.
En Doctrina y Convenios 52:14-19 se nos proporciona una guía que podemos seguir a fin de que usemos nuestros dones creadores para propósitos correctos.
Se nos dice que el don o norma de discernimiento depende de la oración, un espíritu contrito, la obediencia a las ordenanzas y mandamientos, un lenguaje dulce y edificante, ausencia de contención, reconocimiento humilde del poder del Señor y la producción de frutos de alabanza y sabiduría.
El versículo 10 de la sección 46 también hace referencia a nuestras “mentes”, o sea nuestra habilidad para estudiar, aprender y desarrollar nuestra inteligencia, dones y talentos. Tenemos la responsabilidad de mejorarnos.
Alguien le preguntó en una ocasión a un amigo mío, “¿Tocas el piano?” Y él respondió, “No lo sé; aún no lo he intentado”. ¡Que lección tan importante! ¿Cuantos talentos podemos tener escondidos que solamente están esperando florecer si tan sólo hacemos el esfuerzo!
Pero no olvidéis que el desarrollo de nuestros talentos creadores no es una tarea fácil. En ocasiones me encuentro justificando mi falta de talentos con la frase, “No a todos se da cada uno de los dones” (DyC 46:11). Por ejemplo, cuando trabajábamos en estrecha asociación con traductores e intérpretes, es fácil decirles “¡Qué afortunados son de tener el don de lenguas!” En una ocasión uno de ellos me respondió directamente, “Recibí mi don de lenguas después de miles de horas de estudio y después de superar muchos momentos de fracaso y desánimo.”
Como mencioné anteriormente, la facultad creadora no se limita únicamente a las artes culturales; esta definición es demasiado limitada. Tenemos la habilidad para producir obras ingeniosas en nuestras actividades diarias. También podemos usar dicha facultad para encontrar soluciones a los problemas diarios al desarrollar nuevas maneras de enfrentarlos. He sido testigo de ello durante mi asociación de muchos años con el campo del mercado, de ventas, publicidad y desarrollo de nuevos productos.
Poco después de completar mis estudios en la universidad, la compañía con la que comencé a trabajar me asignó al Departamento de Investigación del Mercado. Allí nos presentaron un problema: cómo identificar el nuevo modelo de un producto que era muy similar al modelo anterior. Sin la clasificación correcta, nos era imposible evaluar el impacto que el nuevo modelo tendría en el mercado. Los encargados de efectuar las entrevistas se sentían confundidos aun después de haber recibido entrenamiento. Parecía que no había manera fácil de obtener la información que necesitábamos.
Como nuevo analista en el departamento, fui invitado a una reunión en la que se analizarían las posibles soluciones a este problema, el cual nos estaba costando miles de dólares. Se propusieron muchas ideas. A mediados de la reunión, comencé a sacarme el anillo de bodas y a colocarlo en el asa de uno de los productos. Descubrí que el asa del modelo antiguo cabía perfectamente en el hoyo de la sortija, mientras que la del nuevo, no. Con esta información fue fácil elaborar un sistema de tarjetas con hoyos de distintos tamaños para que los entrevistadores pudieran proporcionar la información correcta. Los investigadores de mercado aun se refieren a esta simple solución como la Tarjeta de Hoyos Hales.
Cuando era presidente del quórum de élderes del Barrio Cambridge en Boston, Massachussetts, nos dimos cuenta de que a menudo perdíamos contacto a los pocos días con los alumnos miembros de la Iglesia que llegaban a las universidades de la región. Algunos de ellos nunca se asociaron con nosotros en una forma fuerte y activa. Ideamos un programa al que llamamos Proyecto 48, el cual ofrecía a los alumnos nuevos quienes serían miembros de nuestro quórum de élderes la oportunidad de hospedarse con un miembro del quórum durante 48 horas. El miembro del quórum le ayudaba a encontrar un lugar donde vivir (llevábamos un registro actualizado de todos los apartamentos disponibles). Los miembros del quórum ofrecían su amistad y hermandad al nuevo estudiante y se aseguraban que estuviera bien ubicado.
En esta forma pudimos añadir al quórum a muchos de los nuevos estudiantes, y no los perdíamos durante esas primeras horas críticas en un ambiente nuevo. Han transcurrido veinticinco años y el Proyecto 48 se sigue utilizando para recibir a los estudiantes en el área de Boston.
En ocasiones se necesitan utilizar métodos ingeniosos a fin de adaptarse a las condiciones locales. Disponemos de pautas y principios generales, pero el Señor espera que ayudemos a resolver nuestros propios problemas.
En el Libro de Mormón, el hermano de Jared nos da un buen ejemplo de la manera en que el Señor nos permite resolver nuestros propios problemas con su guía.
El hermano de Jared ya había construido varios barcos siguiendo las especificaciones del Señor, pero no tenían ningún medio visible de propulsión o navegación, ni tampoco había manera de proporcionar aire ni luz a los pasajeros. El hermano de Jared oró y recibió respuestas a sus problemas de propulsión y navegación; el Señor le dijo que usaría el viento y las olas para llevar a los jareditas a la tierra prometida (véase Eter 2:24-25). Pero, ¿y el aire y la luz?
El Señor le instruyó que taladrara un hoyo en la parte superior e inferior del barco y les pusiera tapones, y que debían abrir esos hoyos cuando necesitaran aire. Y creo yo que con cierto sentido del humor, el Señor le advirtió que debían volverlos a tapar rápidamente si empezaba a entrar agua (véase Eter 2:20).
Pero aún quedaba el problema del alumbrado para las naves. “¿Vas a permitir, oh Señor, que crucemos estas grandes aguas en la oscuridad?” (Eter 2:22). Se le dijo que no podía usar ventanas ni fuego, lo cual limitaba sus opciones. En la vida a veces nos encontramos limitados en cuanto a las posibles opciones que podemos utilizar para resolver nuestros problemas.
La solución que ideó el hermano de Jared fue tomar 16 piedras transparentes y pedirle al Señor que las tocara.
“Toca estas piedras con tu dedo, oh Señor, y disponlas para que brillen en la oscuridad... para que tengamos luz mientras atravesemos el mar” (Eter 3:4).
El Señor las hizo brillar, y éstas funcionaron perfectamente durante el transcurso del viaje. En una ocasión, durante una noche de hogar, mi hijo sugirió que el hermano de Jared pudo haberle pedido al Señor que pusiera el dedo en un cubo de pintura fosforescente, y entonces podrían haber pintado el interior del barco con pintura fosforescente, pero el hermano de Jared decidió usar las piedras, y el Señor aceptó su solución.
Somos seres humanos que razonamos y pensamos, y tenemos la habilidad de identificar nuestras necesidades, de planear, fijar metas y resolver nuestros problemas. La persona ingeniosa puede utilizar tales características para idear soluciones a obstáculos aparentemente insuperables.
Podemos usar la originalidad para vencer la oposición, y podemos idear nuevas formas de ayudar a otros a resolver las situaciones difíciles de sus vidas.
Con demasiada frecuencia las personas se aferran a ideas, inventos y perspectivas que no funcionan. El método ingenioso es una forma disciplinada de enfrentar las necesidades de la vida. El ingenio no substituye la educación, el vivir los mandamientos ni la integridad, ni tampoco es un atajo para evitar los desafíos de la vida. El ingenio puede llegar a ser un proceso de inspiración que nos conduce a una decisión.
Una persona ingeniosa debe tener una curiosidad constante; debe estar constantemente observando y escuchando nuevas ideas; debe admitir que la solución de otro puede ser mejor; y debe aprender las lecciones que brinda la experiencia previa, ya sea de otros o de sí misma.
Al observar este proceso del pensamiento ingenioso, he recordado una y otra vez el trabajo que hacíamos en la hacienda de mi tío. Sirven como una buena pauta los pasos que se siguen para cosechar:
Preparar la tierra: Comenzad con una oración para aclarar vuestra mente y establecer la atmósfera correcta; investigad a fondo el problema; desarrollad una actitud positiva en cuanto a que se puede encontrar una solución; estableced una atmósfera de confianza en vosotros mismos y los demás.
Sembrar las semillas: Investigad lo que podéis hacer para ayudar; determinad en qué aspectos necesitaréis ayuda. No pidáis consejos aún, porque todavía no estáis preparados para aceptarlos. No pidáis que otros tomen la decisión por vosotros; recordad el consejo que se encuentra en Doctrina y Convenios 9:7: “He aquí, no has entendido; has supuesto que yo te lo concedería cuando no pensaste sino en pedirme”.
Permitir que germinen las semillas: No desechéis vuestras ideas antes de que tengan tiempo de crecer. Esta es la etapa del proceso creador en que es vital tener una actitud positiva. Esperad y permitid que la idea tenga tiempo para desarrollarse; pero debéis estar dispuestos a enfrentar el fracaso con la disposición de tratar de nuevo.

Examinar los sembrados: Desechad las ideas que no concuerden. Mediante la obediencia al Señor, tenéis derecho a recibir su inspiración. Repasad Doctrina y Convenios 9:7-9. La inspiración se recibe cuando preguntamos si hemos tomado la decisión correcta.
“Por tanto, sentirás que está bien.” Recordad que obtendréis vuestra mayor fortaleza al guardar los mandamientos.

La cosecha: El agricultor más productivo del mundo sería un fracaso si no cosechara su producto. Haced algo con respecto a vuestras ideas. Tomad la iniciativa de compartir vuestros pensamientos con otros y luego actuad por vosotros mismos.
  El compositor Wolfgang Mozart (compositor austríaco, 1956-1791) describió cómo utilizaba el proceso ingenioso:
Las obras maestras que aún están por
crearse llegarán a serlo a través del trabajo arduo y la inspiración de Dios.
“Retengo en la memoria aquellas ideas que me complacen... Todo esto me inspira, y si no se me interrumpe, mi tema se agranda, se organiza y se define, y la pieza completa, aunque sea larga, esta casi completa y terminada en mi mente para poder contemplarla de una sola mirada, como una hermosa ilustración o estatua.” (En Brewster Ghiselin, The Creative Process, Berkeley, California, 1952, pág. 44)
Tal como Mozart lo describió, estos mismos pasos que se aplican a la solución de nuestros problemas diarios también se aplican a la composición literaria, la pintura, la fotografía y la música.
El autor de cada creación dedica muchas horas de trabajo antes de recibir la cosecha, horas que no son reconocidas. Las obras maestras que aún están por crearse llegarán a serlo a través del trabajo arduo y la inspiración de Dios. Ruego que cada uno de nosotros utilice su facultad creadora para hacer todo lo que esté a nuestro alcance para resolver nuestros problemas y después acudir al Señor para recibir la confirmación reconfortante y pacífica de que hemos tomado la decisión correcta, y entonces ciertamente tendremos una rica cosecha.

Publicado en Liahona diciembre de 1984

Estilo SUD, 15 de agosto de 2009
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