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El
"Metodo Andrés"
Por el élder Sterling W. Sill
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Cuando
apenas comenzaba el ministerio del Salvador, Juan el Bautista se
hallaba en Betábara, al otro lado del Jordán, y al
ver a Jesús dijo: “He aquí el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo”. Dos de los discípulos
de Juan oyeron esto y siguieron a Jesús. Uno de ellos era
Andrés, hermano de Simón Pedro. En cuanto Andrés
quedó convencido de la misión divina de Jesús,
se dio prisa por comunicárselo a Pedro, y la Historia Sagrada
nos dice que Andrés “halló primero a su hermano
Simón, y díjole: Hemos hallado al Mesías…
y le trajo a Jesús” (Juan 1:29-42)
Conocemos bien el profundo impacto de Jesús en la vida de
Simón Pedro, así como la obra importante que éste
llevó a cabo subsiguientemente. Sin embargo, Pedro no halló
a Jesús por sí mismo. Fue su hermano quien lo llevó
a Jesús, y alguien ha dado a esta obra de descubrimiento
y contacto “el Método Andrés”. Indica
uno de los aspectos más importantes del desarrollo de la
habilidad para dirigir. Hay muchas personas que quizá nunca
se habrían enterado de sí mismas ni el lugar que llegaron
a ocupar en el mundo, si otros no los hubieran descubierto.
Una de las ideas más importantes que debe inculcar en su
propia mente todo aquel que ocupa una posición de liderazgo
en la Iglesia, es la influencia tan grande que una persona puede
ejercer en otra.
No solamente somos el guarda de nuestro hermano, sino que también
somos responsables de su descubrimiento y progreso.
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La
influencia de la atención individual y personal puede producir
una de las fuerzas más potentes que se conocen en el mundo.
Ha cambiado muchas vidas aparte de la de Pedro. Esta obra individual
fue la base de una de las enseñanzas más instructivas
de Jesús.
En la parábola
de la oveja perdida, Jesús señaló con palpable
sentido común, que el buen pastor debe atender en forma individual
y personalmente a cada una de las ovejas de su rebaño; es
decir, no puede hacer toda la obra dentro del aprisco en forma general.
Deben hacerse muchos viajes individuales a las montañas para
visitar a aquellos que tienen la tendencia de extraviarse.
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Gran
parte de la inspiración que activa la vida de cualquier persona,
usualmente se ha tomado prestada de alguna otra. La manera más
eficaz de influir en los seres humanos para que hagan lo bueno se
funda en una base personal e individual.
El enfermo se siente mejor después que lo visita el médico.
Los que padecen de enfermedades mentales pueden ser aliviados por
el psiquiatra sin medicina ni cirugía, si el médico
es diestro en la ciencia del entendimiento humano.
Frecuentemente hacemos referencia en la Iglesia a nuestro privilegio
de recibir inspiración. Pero no siempre recordamos la importancia
de nuestro privilegio de impartir inspiración. Una personalidad
noble puede ejercer un poder creador, fortificante y regenerador en
la vida de otros; de hecho, la habilidad en este campo es el fundamental
de casi todo éxito logrado en los negocios, leyes, medicina,
obra social, actividades espirituales, y una proporción grande
de todo el campo de las relaciones humanas depende de ella. Casi todas
las actividades florecen bajo su contacto, y se marchitan cuando es
retirado. |
En
la Iglesia, esta habilidad en las relaciones personales e individuales
es la base de la conversión, instrucción, superintendencia
y estímulo. Toda la obra social personal depende de esta destreza,
y es el alma de nuestras relaciones públicas. Algunos llaman
a este modo de proceder “el contacto misional”; otros
solamente lo llaman “obra personal”. Para esta ocasión
me gustaría llamarlo “el Método Andrés”,
para que me ayude a recordar que fue de este modo como el apóstol
principal llegó a conocer al Señor.
También quizá nos ayude a recordar la fuerza tan grande
que hay en nosotros de influir en los demás hacia lo bueno,
en la misma manera.
Un poco de atención individual en el momento preciso puede
obrar milagros. Hay ocasiones en que una vida entera cambia por motivo
de la circunstancia más pequeña, e igual que Pedro,
probablemente toda persona debe gran parte de su éxito a la
ayuda amistosa que recibió de otros. Se le preguntó
una vez a un hombre prominente cuál era el secreto de su vida
ilustre y útil, y su respuesta fue: “Un amigo”. |
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Cuando
yo tenía siete años de edad, venía a vernos un
maestro orientador muy amable que solía hablar con nuestra
familia acerca de los principios del evangelio. Supongo que en cierta
forma, todo espíritu humano es “radiactivo”.
Hay un algo que recibimos al estar en la presencia de un hombre ilustre,
que podríamos llamar “radiación espiritual”.
La mujer que tocó la orilla del vestido de Jesús, oprimido
por la multitud, recibió la virtud que anhelaba. Así
me sentía yo en la presencia de nuestro maestro orientador.
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Aun
a la edad de siete años yo podía sentir la radiación
espiritual que emanaba de este humilde y devoto siervo del Señor,
y sentía una afinidad dentro de mi propio corazón, la
cual aun entonces yo comprendía que me estaba ayudando a orientar
mi vida.
Uno de los acontecimientos más importantes ocurrió cuando
yo tenía diez años de edad, un domingo en que conocí
al presidente de la estaca. Llegué al pasillo en el momento
oportuno, y él se detuvo, me tomó de la mano y me preguntó
como me llamaba. Entonces me preguntó como se llamaba mi padre,
y me dijo que lo conocía. Supongo que esta entrevista no duró
sino un minuto, pero algo maravilloso había ocurrido en mí
en ese instante, al sentir su cordial interés espiritual. En
ese momento decidí que algún día desearía
emular en mi vida algunas de las cualidades que había sentido
en él. |
Todos
han pasado por algo semejante. Consciente o inconscientemente sentimos
diariamente la influencia de nuestros contactos con otros. Una de
las oportunidades más grandes para desarrollar nuestra habilidad
para dirigir es aprender a usar esta gran fuerza con mayor frecuencia
y eficacia. |
La parábola tan
recomendada por Jesús dice algo acerca de dejar a las noventa
y nueve para ir a socorrer a la oveja perdida. Si pusiésemos
al corriente esta parábola, en lo que respecta a las estadísticas,
y la aplicásemos a nuestra propia obra en la Iglesia, descubriríamos
que cada domingo sólo hay cuarenta en el redil y sesenta
que necesitan nuestra atención especial.
Cuando Jesús le
repitió a Pedro dos y hasta tres veces: “Apacienta
mis ovejas”, claro está que no le quiso decir que apacentase
únicamente a las que estaban seguras dentro del redil, donde
se podría atender a todas en masa. Una de las oportunidades
mayores que se nos presenta para apacentar el rebaño de Jesús
es por medio de la “obra extraordinaria” con aquellos
que no concurren regularmente al aprisco. Es preciso que
aprendamos y conozcamos un poco mejor las veredas por entre las
montañas.
En ocasiones solemos practicar el “cristianismo verbal”
del que habló Santiago, con lo que meramente decimos en sustancia:
“Id en paz, calentaos y hartaos”, y no hacemos más.
La sociedad que tiene como objeto ayudar a rehabilitar a los alcohólicos,
y que lleva por nombre “Alcohólicos Anónimos”,
puede enseñarnos unas lecciones muy útiles.
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Cuando encuentran a alguien que tiene un problema, no se limitan a
invitarlo a la Iglesia, no sólo le envían una postal
ni meramente oran por él. Van en persona, y van en el acto
y con un programa. Y al llegar allí no conversan sobre el tiempo
ni la política, ni hablan en una forma desinteresada y fría.
No abandonan la tarea hasta que terminan el trabajo, y entonces regresan
una y otra vez hasta que la oveja ha vuelto al camino.
El contacto
eficaz con otra persona no sólo es una de las experiencias
más estimulantes, sino a la vez una de las más agradables.
El “aislamiento”, o “destierro” de nuestros
semejantes es el castigo más severo.
El náufrago Enoc Arden se vio obligado a vivir sólo
por un período extenso. Tennyson dijo de él: “No
carecía de alimentos”. Podía satisfacer toda
importante necesidad material. Pero Tennyson añadió:
“Lo que ansiaba ver, no podía ver: una faz humana cariñosa;
ni oír siquiera una voz humana amable”.
Muchos han hecho naufragar su fe y viven en un aislamiento espiritual.
Su necesidad de un estímulo cordial, amigable y espiritual,
es tan grande como la de Enoc Arden o cualquier alcohólico.
He ahí nuestra gran oportunidad. Pero así como Nerón
se divertía tocando mientras Roma ardía, y los soldados
jugaban a los dados mientras Jesús moría, también
nosotros en igual manera nos ausentamos mientras nuestros hermanos
y hermanas se desvían del reino celestial.
No importa donde
vaya un hombre noble, esta “radiación espiritual”
hace que otros hombres sean mejores. Cerca del fin de un otoño,
salí a pasear por un campo de alfalfa seca. Una acequia había
llevado el agua de riego más allá de la alfalfa seca
para cosechas más valiosas. Pero en dos o tres lugares se
había desbordado la acequia y bañado el campo seco.
Donde estos “dedos húmedos” habían llegado
hasta la alfalfa, las plantas sobrepujaban en altura veinte o veinticinco
centímetros a las que no habían recibido agua. Lo
mismo sucede por donde pasa un hombre bueno.
Por ejemplo,
conozco a uno que obra con los jóvenes del Sacerdocio Aarónico.
Son diecinueve los diáconos que tiene en su clase. Cada uno
de ellos ha calificado para recibir un certificado individual en
los últimos tres años. El año pasado este hermano
hizo doscientos sesenta y ocho visitas personales a estos jóvenes
en sus hogares para hablar interesadamente con ellos y sus padres
acerca de su salvación eterna. Igual que Andrés, los
estaba llevando a Jesús.
Alguien se quejará de que esta “obra personal”
toma tiempo. Pero, ¿hay otra manera mejor de hacerlo? Si
nuestra obra vale la pena, merece que se haga bien. Es la única
forma en que se le puede dar a cada cual la ayuda precisa que se
adapta a sus necesidades.
Si un médico tiene doce pacientes, cada uno de ellos recibe
un diagnóstico y tratamiento separado. No receta la misma
cosa para una pierna fracturada, una apendicitis o un corazón
débil. El buen médico visita o recibe a sus pacientes
individual y personalmente, y si el caso lo requiere, con frecuencia.
Sabe que no siempre puede desempeñar un trabajo bueno por
medio de cartas, ni por teléfono o telepatía mental.
Tampoco se limita a orar por el que está afligido. Más
bien, se viste y va en persona. Así debe
ser con cada uno de nosotros.
Uno podrá escuchar a un buen predicador desde la mañana
hasta la noche sin quedar muy impresionado. Pero el interés
personal, individual, profesional, hecho a la medida para cada situación
particular, resolverá casi todos los problemas; y con mayor
particularidad si la resolución se trasmite por medio de
una personalidad considerada, amistosa y radiactiva. La influencia
que se produce en esta forma es demasiado potente para poder resistirla
y cuando se dedica esta radiación a conseguir que los hombres
y las mujeres entren en el reino celestial, puede convertirse en
la fuerza más productiva que se conoce en el mundo. La propia
salvación es un asunto individual, y puede tratarse mejor
sobre una base individual.
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Un hábil presidente
de misión dijo una vez que si uno tiene un balde de leche
que debe vaciar en doce botellas, la mejor manera de proceder no
es arrojar el balde sobre las botellas, sino más bien, darle
atención individual a cada una de las botellas.
Esta también es la mejor forma de resolver los problemas
y desarrollar espiritualidad en la vida de la gente. Así
se puede aplicar el tratamiento según se necesita, dónde
haga falta, cuándo se precise y en la cantidad adecuada.
Habría muchos otros miles de miembros de la Iglesia que podrían
entrar en el reino celestial, si tan solamente pudiésemos
aprender esta parábola de la oveja perdida y la lleváramos
a la práctica debidamente. No
sólo el mensaje debe ser interesante, sino también
el mensajero.
La misión principal de un maestro no siempre puede ser la
de impartir conocimiento.
A veces será impulsar la amistad, producir la confianza,
provocar situaciones agradables y proveer ánimo general.
No se realiza mucha instrucción
sino hasta que el alumno y el maestro se entienden el uno al otro,
y está presente el deseo de aprender. Nunca debemos olvidar
que la visita siempre debe hacerse por el interés personal
e individual del que se está visitando. Si se siente agraviado,
ayudémosle a desahogarse. Si algo lo está molestando,
ayudémosle a que lo domine. |
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"Si uno tiene un balde de leche que
debe vaciar en doce botellas, la mejor manera de proceder
no es arrojar el balde sobre las botellas, sino más
bien, darle atención individual a cada una de las
botellas" |
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El buen psiquiatra escucha
y hace preguntas y entiende, hasta que el paciente relata lo que
le aflige. Habiendo “echado fuera” todo, está
en condición de aprender. El psiquiatra no procura triunfar
en los argumentos. Su obra consiste en extraer el veneno que está
afligiendo al paciente. Solo así está en posición
de prestar ayuda. En la vida de casi todas las personas hay desengaños,
pecados y problemas; y hasta que no se le quite la presión
o se haya purgado el pecado, el alma no estará en posición
de dejar entrar luz. Muchas veces un oyente considerado ha servido
como el peldaño que lleva al reino celestial, mientras que
si no se hubiese dado oportunidad a la persona de expresar sus sentimientos,
quizá habría continuado envenenándose hasta
que hubiera sido imposible sanarlo.
¡Qué
potente fuerza benéfica yace en nuestras manos con esta habilidad
para traer almas a Jesús!
El “Método Andrés” debe ser una de las
partes más vitales de la obra de todo el que sirve en la
Iglesia.
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Artículo publicado
en la Liahona de noviembre de 1959 |
Estilo SUD, 25 octubre
2008 |
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