No os desalentéis
por el Pte. Ezra T.Benson (1899-1994)

Vivimos en una época en que, tal como el Señor lo predijo, el corazón de los seres humanos desmaya, no sólo física sino espiritualmente (véase DyC 45:26). Muchos se dan por vencidos en la lucha de la vida y el suicidio es una de las principales causas de muerte entre los jóvenes. Al aproximarse el momento de la confrontación entre el bien y el mal con las pruebas y tribulaciones que traerá consigo, Satanás aumenta sus esfuerzos por vencer a los santos mediante la depresión, el desalentó, la desilusión y la desesperación.
No obstante, de todas las personas de este mundo, los Santos de los Últimos Días deberíamos ser los más optimistas y menos inclinados a entregarnos al pesimismo, porque, aunque sabemos que “la paz será quitada de la tierra, y el diablo tendrá poder sobre su propio dominio”, también tenemos la seguridad de que “el Señor tendrá poder sobre sus santos, y reinará en medio de ellos” (DyC 1:35-36).
Puesto que sabemos que la Iglesia permanecerá inalterable, dirigida por Dios en los tiempos difíciles que nos esperan, tenemos la responsabilidad individual de esforzarnos por mantenernos fieles a ella y a sus enseñanzas.
“Mas el que permanezca firme y no sea vencido, éste será salvo.” (José Smith-Mateo 11).
A fin de ayudarnos para que los designios del diablo no nos venzan con la depresión, el desaliento, la desilusión y la desesperación, el Señor nos ha proporcionado por lo menos una docena de formas de elevar el espíritu y recorrer nuestro camino con gozo y buen ánimo.
1.- El arrepentimiento
En el Libro de Mormón leemos que “la desesperación viene por causa de la iniquidad” (Moroni 10:22).
“Cuando hago lo bueno, me siento bien”, dijo Abraham Lincoln, “y cuando hago lo malo, me siento mal”.
El pecado empuja al hombre hacia las profundidades del desaliento y la desesperación, y aun cuando pueda sentir algo de placer pasajero, el resultado final será la desdicha. “La maldad nunca fue felicidad.” (Alma 41:10.)
El pecado nos impide estar en armonía con Dios y deprime el espíritu; por lo tanto, bien haríamos en examinarnos escrupulosamente a fin de asegurarnos de que nuestra vida armoniza con todas las leyes de Dios. Por cada una de éstas que obedezcamos recibiremos una bendición determinada; y cada una que quebrantemos acarreará sobre nosotros un particular infortunio. Aquellos que llevan la pesada carga del desaliento deberían acercarse al Señor, porque el yugo del Maestro es fácil de llevar y su carga es ligera. (Véase Mateo 11:28-30.)
2.- La oración
En momentos de necesidad, la oración es una bendición maravillosa. Desde las pruebas más fáciles de soportar hasta los calvarios por los que tenemos que pasar, la oración persistente puede ponernos en contacto con Dios, inagotable fuente de consuelo y dirección. “Ora siempre para que salgas triunfante.” (DyC 10:5.) “Esforzándome con todo mi aliento para pedirle a Dios que me librara” fueron las palabras con las que el joven José Smith describió el método que empleó en la Arboleda Sagrada para impedir que el adversario lo destruyera (José Smith-Historia 16). Y esa es también una clave que nosotros podemos utilizar para impedir que la depresión nos destruya.
3.- El servicio
El “perdernos” en el servicio a nuestros semejantes puede ayudarnos a apartar de nosotros los problemas personales o, al menos, a verlos en la perspectiva adecuada.
“Cuando os encontréis un poco abatidos”, dijo el presidente Lorenzo Snow, “mirad a vuestro alrededor y buscad a alguien que esté en peores condiciones; acercaos a esa persona y averiguad qué problema tiene, y luego tratad de ayudarla a solucionarlo con la sabiduría que el Señor os confiera. Y de pronto os encontraréis con que vuestra pesadumbre ha desaparecido, os sentís aliviados, el Espíritu del Señor está con vosotros y todo a vuestro alrededor os parece iluminado.” (Conferencia General del 6 de abril de 1899.)
Una mujer que esté dedicada a criar a sus hijos con rectitud tiene muchas más posibilidades de mantener su espíritu animoso que aquella cuyo interés se centre constantemente en sus propios problemas.
4.- El trabajo
La tierra fue maldecida para el bien de Adán; el trabajo no es una condenación sino una bendición para nosotros. Dios tiene una labor que realizar, y también sus hijos debemos tenerla. El dejar de trabajar ha sido causa de depresión y hasta de muerte para muchos hombres. Se dice que aun los espíritus malévolos prefieren hacer castillos en el aire antes que enfrentar el verdadero infierno de la ociosidad.
Debemos esforzarnos por atender no sólo a las propias necesidades espirituales, mentales, sociales y físicas, sino también a las de aquellos a quienes tenemos que ayudar. En la Iglesia de Jesucristo hay trabajo de sobra, para hacer a fin de llevar adelante el reino de Dios. La obra misional, la genealogía familiar y la obra en el templo, la noche de hogar, las asignaciones que no sólo se cumplen sino también se magnifican, todo ello está entre las labores que se nos requiere realizar.
5.- La salud
La condición física de nuestro cuerpo puede afectar también al espíritu; ese es el motivo por el cual el Señor nos dio la Palabra de Sabiduría. También nos aconsejó acostarnos temprano y levantarnos temprano (véase DyC 88:124), no correr más rápidamente dé lo que nuestras fuerzas nos permitan (véase DyC 10:4) y emplear moderación en todo lo bueno.
En general, cuantos más alimentos comamos en su estado natural - menos refinados y con la menor cantidad posible de substancias preservantes—, más saludables serán para nosotros. Los alimentos pueden afectar la mente y la deficiencia de ciertos elementos en el cuerpo puede causar depresión en una persona.
Tener un buen examen físico de vez en cuando es una medida preventiva, pues por ese medio es posible encontrar a tiempo los problemas y solucionarlos. El descanso y el ejercicio son esenciales, y una caminata al aire libre puede vigorizar también el espíritu.
La recreación sana forma parte de nuestra religión y es un cambio de actividad necesario; hasta el mero hecho de pensar en un entretenimiento nos puede levantar el ánimo.
6.- La lectura
Muchos son los que, al llegar las pruebas, han recurrido al Libro de Mormón y se han visto iluminados, vivificados y reconfortados.
Los salmos del Antiguo Testamento son un alimento nutritivo especial para el alma del que se encuentra atribulado. En nuestra época contamos además con la bendición de Doctrina y Convenios, nuestro libro de revelación moderna. Las palabras de los profetas son una lectura fundamental que nos puede dar consuelo y dirección cuando estamos desanimados.
7.- Las bendiciones
En momentos de extrema tensión o cuando nos acercamos a un acontecimiento crítico, podemos pedir una bendición del sacerdocio. Hasta el profeta José Smith pidió y recibió de manos de Brigham Young una bendición que llevó solaz y guía a su alma. Padres, vivid de tal forma que vosotros mismos podáis bendecir a vuestra esposa y vuestros hijos. Recibir la bendición patriarcal y meditar y orar sobre ella produce en nosotros una comprensión muy valiosa, particularmente en un momento de necesidad.
La Santa Cena bendice las almas de todos los que participen de ella dignamente (véase DyC 20:77, 79), y por lo tanto, todos debemos tomarla a menudo, aun los que se encuentran confinados en cama.
8.- El ayuno
Las Escrituras nos dicen que cierto género de demonios no sale sino con oración y ayuno. (Véase Mateo 17:14-21.) Ayunar periódicamente nos aclara la mente y nos fortalece cuerpo y espíritu. El ayuno corriente, el que hacemos todos los meses el domingo de ayuno, consiste en pasar veinticuatro horas sin comer ni beber líquidos. Hay personas que, sintiendo una necesidad especial, hacen ayunos más largos absteniéndose de alimentos pero tomando el líquido indispensable. Siempre se debe ser prudente, y, cuando se va a dar fin a este tipo de ayuno, es necesario cortarlo con alimentos ligeros. A fin de que sea más productivo, el ayuno debe ir acompañado de oración y meditación, y es preciso reducir a un mínimo el trabajo físico. Es una bendición cuando podemos, al mismo tiempo, reflexionar sobre las Escrituras y acerca de la razón por la cual ayunamos.
9.- Los amigos
La hermandad de amigos verdaderos, dispuestos a escucharnos, compartir nuestras alegrías, ayudarnos a llevar las cargas y aconsejarnos correctamente es invalorable.
Para quien haya estado cautivo en las garras de la depresión, estas palabras del profeta José Smith tienen un significado especial:
“Cuan dulce es el son de la voz de un amigo. Una señal de amistad, de dondequiera que proviniere, despierta y activa todo sentimiento de simpatía.” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 158.)
Idealmente, los miembros de nuestra familia deberían ser nuestros mejores amigos. Más importante aún es que busquemos la amistad de nuestro Padre Celestial y de nuestro hermano Jesucristo. ¡Qué gran bendición estar en compañía de los que nos elevan! Pero para tener amigos, se debe ser amigable. Este sentimiento debe empezar en el hogar y luego extenderse para abarcar al maestro orientador, el líder de quórum, el obispo y otros líderes y maestros de la Iglesia.
El reunirse a menudo con los santos y gozar de su compañía también reanima el corazón.
10.- La música

La música inspiradora llena el alma de pensamientos elevados, nos motiva a las buenas acciones e imparte paz a nuestro ser. Cuando Saúl estaba atormentado por “un espíritu malo”, David tocó el arpa para calmarlo; el rey se serenó y el mal espíritu se alejó de él. (Véase 1 Samuel 16:23.) El élder Boyd K. Packer ha aconsejado prudentemente a los miembros que memoricen algunos de los inspirados himnos de Sión, para que cuando las tentaciones les aflijan la mente, puedan cantarlos en voz alta ahuyentando los malos pensamientos con las palabras de inspiración. (“Música digna, pensamientos dignos”. Y lo mismo podría hacerse para ahuyentar pensamientos debilitantes o deprimentes.

11.- La perseverancia

En una ocasión en que George A. Smith estaba muy enfermo, su primo, el profeta José Smith, lo visitó. El enfermo dijo más tarde:
“El me dijo que no debía desanimarme nunca, fueran cuales fueran las dificultades que enfrentara. Aun cuando me encontrara hundido en el hoyo más profundo, con todas las Montañas Rocosas apiladas sobre mí, no debía dejarme desanimar, sino perseverar, ejercer fe y ser valiente, y al fin tendría que hallarme de nuevo en la cima.”
(George A. Smith Family, comp. por Zora Smith Jarvis, Provo, Utah: Brigham Young University Press, 1962, pág. 54.)
Hay veces en que todo lo que podemos hacer es aguantar con rectitud y perseverar más que el diablo, hasta que su espíritu deprimente nos deje. Como le dijo el Señor a José Smith:
“Tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento; y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te exaltará.” (DyC 121:7-8.)
El esforzarnos en empresas nobles, aun cuando estemos rodeados por una nube de depresión, nos llevará finalmente a lo alto y a la luz del sol. Nuestro Maestro mismo, Jesús el Cristo, al enfrentar la prueba suprema de verse abandonado momentáneamente por nuestro Padre Celestial durante la Crucifixión, continuó preocupándose por los hijos de los hombres; poco después fue glorificado y recibió la plenitud de gozo. Cuando vosotros tengáis que pasar vuestras pruebas, tratad de recordar victorias pasadas y tener en cuenta las bendiciones que tenéis con la total seguridad de que les seguirán otras aún mayores si sois fieles. Y podéis tener la certeza de que, a su debido tiempo, Dios secará todas las lágrimas y que “cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Corintios 2:9)

12.- Las metas
Todo hijo de Dios que haya llegado a la edad de responsabilidad debe establecerse metas, tanto a corto como a largo plazo. La persona que lucha por lograr metas dignas podrá dominar muy pronto el desaliento, y una vez que haya logrado una meta puede imponerse otra. Algunas serán continuas. Todas las semanas, al tomar la Santa Cena, nos comprometemos a alcanzar las metas de tomar sobre nosotros el nombre de Cristo, recordarlo siempre y obedecer sus mandamientos.
Las Escrituras dicen, con respecto a la forma en que El se preparó para su misión, que “Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:52). En este proceso hay cuatro aspectos en los que se puede establecer metas: el espiritual, el mental, el físico y el social. “Por lo tanto, ¿qué clase de hombres habéis de ser? En verdad os digo, aun como yo soy.” (3 Nefi 27:27.) Ahí tenemos una meta que nos llevará toda la vida alcanzar: seguir sus huellas, perfeccionarnos en toda virtud como El lo hizo, procurar ver su faz y esforzarnos por asegurarnos nuestra exaltación.
“Hermanos”, dijo Pablo, “yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.” (Filipenses 3:13-14)
Llenad vuestra mente con la meta de llegar a ser como el Señor y, al procurar conocerlo y hacer su voluntad, eliminaréis todo pensamiento deprimente.
“Haya, pues, en vosotros este sentir”, dijo Pablo (Filipenses 2:5). “Elevad hacia mí todo pensamiento”, dijo Jesús (D. y C. 6:36). ¿Y cuál será el resultado si lo hacemos? “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado.” (Isaías 26:3.)
“La salvación”, dijo el profeta José Smith, “no es ni más ni menos que triunfar de nuestros enemigos y ponerlos bajo nuestros pies.” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 361.) Podemos triunfar sobre los enemigos llamados depresión, desesperación y desaliento si recordamos que Dios nos da posibilidades justas, algunas de las cuales he mencionado. Tal como dice en la Biblia:
“No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar.” (1 Corintios 10:13.)
Es cierto, la vida es una prueba, un examen que tenemos que pasar; y al estar alejados de nuestro hogar celestial a veces nos sentimos, al igual que los hombres santos en el pasado, como si fuéramos “extranjeros y peregrinos en la tierra” (véase D. y C. 45:13).
En el libro Pilgrim’s Progress (El viaje del peregrino), del cual es autor el escritor inglés John Bunyan, el personaje principal, cuyo nombre era Christian, se esforzaba por lograr la entrada en la ciudad celestial.
Al fin logró su meta, pero para ello tuvo que salvar muchos obstáculos, entre ellos escapar del gigante Desánimo. Para elevar nuestro espíritu y seguir el camino gozosos, se pueden vencer las artimañas diabólicas del desánimo, la depresión, la desilusión y la desesperación de doce maneras, a saber: el arrepentimiento, la oración, el servicio, el trabajo, la salud, la lectura, las bendiciones, el ayuno, los amigos, la música, la perseverancia y las metas.
Que podamos emplearlas todas en los difíciles días que nos esperan a fin de que, como cristianos peregrinos, podamos tener mayor felicidad aquí en la tierra y seguir hasta la plenitud de gozo en las moradas más altas del reino celestial.
 
Mensaje publicado en la Liahona de marzo de 1987

 

Estilo SUD, 10 de julio de 2010
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