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No
tenemos tiempo para la contención
Por el élder Marvin J. Ashton (1915
- 1994) |
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Hace algunos
meses los misioneros de una remota isla del Pacífico del Sur
fueron informados de que yo habría de visitarles durante dos
o tres días. A mi llegada, estaban aguardándome ansiosamente
para compartir conmigo cierta literatura en contra de la Iglesia,
que había sido distribuida en la zona. Se encontraban molestos
por las acusaciones y dispuestos a contraatacar.
Los misioneros se sentaron en el borde de sus sillas mientras yo leía
las críticas y falsas declaraciones hechas por un ministro
religioso, que aparentemente se había sentido amenazado por
la presencia de nuestros jóvenes y por su éxito. Al
leer el folleto que contenía las maliciosas y ridículas
manifestaciones, y para sorpresa de mis jóvenes amigos, no
pude menos que sonreír. Cuando terminé me preguntaron:
“¿Qué haremos ahora? ¿Cómo podemos
oponernos a las mentiras?” A lo que respondí: “No
haremos nada. No tenemos tiempo para la contención. Sólo
tenemos tiempo para dedicarnos a la obra de nuestro Padre. No contendáis
con nadie, conducíos como caballeros, con calma y convicción
y os prometo que tendréis éxito.” |
Es posible que
la fórmula que estos misioneros y todos debemos seguir, se
encuentre en Helamán 5:30 en el Libro de Mormón:
“Y ocurrió que cuando oyeron esta voz, y percibieron
que no era una voz de trueno, ni una voz de un gran ruido tumultuoso,
mas he aquí, era una voz apacible de perfecta suavidad, cual
si hubiese sido un susurro, y penetraba hasta el alma misma.” |
Jamás
ha existido una época en que haya sido más importante
para nosotros como miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos
de los Ultimos Días, el adoptar una posición, permanecer
firmes en nuestras convicciones, y conducirnos con sabiduría
ante toda circunstancia. No debemos ser manipulados ni enfurecidos
por aquellos que buscan contender con respecto a los temas de candente
actualidad.
Cuando las causas contradicen las leyes de Dios, la Iglesia debe adoptar
una posición; así lo hemos hecho en el pasado y continuaremos
haciéndolo en el futuro cuando se ataquen los principios morales
básicos. Existen en nuestra sociedad quienes son capaces de
promover la mala conducta y la inmoralidad a cambio de lucro y la
popularidad. Cuando haya quienes estén en desacuerdo con nuestra
posición, no debemos discutir, contraatacar ni contender con
ellos. Podemos mantener relaciones calmas y evitar las frustraciones
de la contienda, si utilizamos sabiamente nuestro tiempo y energías.
Tenemos entonces la gran responsabilidad de evitar concienzudamente
extralimitarnos en nuestras exposiciones y declaraciones. Debemos
recordar constantemente que cuando es imposible cambiar la conducta
de los demás, tenemos que esforzarnos por conducirnos adecuadamente
nosotros mismos. |
Hay
ciertas personas y organizaciones que tratan de provocarnos a la polémica
mediante calumnias, las indirectas, y los calificativos inapropiados.
Cuán poco sabios somos en esta sociedad moderna al permitirnos
caer en la irritación, el desaliento o la ofensa, ante el placer
que otros parecen encontrar en maltratar nuestra posición o
actuación. Nuestros principios no perderán valor como
consecuencia de las declaraciones de los contenciosos.
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Tenemos
el deber de explicar nuestra posición mediante el razonamiento,
la persuasión amigable y los hechos; debemos permanecer firmes,
inamovibles en los asuntos morales de esta época y en los principios
eternos del evangelio, sin entrar en polémicas con ningún
individuo ni organización.
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La contención
levanta muros y pone obstáculos; el amor abre puertas. Nuestra
función es la de ser escuchados y enseñar. No debemos
solamente evitar la contención, sino que debemos también
asegurarnos de eliminarla.
“Porque en verdad, en verdad os digo que aquel que tiene el
espíritu de contención no es mío, sino es del
diablo, que es el padre de la contención, y él irrita
los corazones de los hombres, para que contiendan con ira unos con
otros.
“He aquí, ésta no es mi doctrina, agitar con
ira el corazón de los hombres, el uno contra el otro; antes
bien mi doctrina es ésta, que se acaben tales cosas.”
(3 Nefi 11: 29-30) |
Necesitamos
recordar que la contención es una pugna de uno contra otro,
especialmente en las controversias o discusiones; es luchar, pelear,
batallar, o disputar. La contención nunca fue ni será
aliada del progreso. Nuestra lealtad jamás será medida
por nuestra participación en las controversias.
Hay muchos que entienden mal el alcance
y los peligros de la contención. Muchos de nosotros nos sentimos
inclinados a declarar “¿Quién, yo? ¡Yo no
soy contencioso! Y peleo a quien afirme lo contrario”. Todavía
existen aquellos que prefieren perder un amigo que una discusión.
Es importante saber como estar en desacuerdo sin crear asperezas.
Es importante observar una posición estrictamente franca y
de análisis concienzudo, pero no intercambios ásperos
y polémicos. |
Nada hay que la contención no pueda herir. Es triste ver
personas que fueron criadas en un hogar contencioso; tan triste
como ver una organización que usa la contención como
su plataforma, ya sea en forma declarada o solapada. En general,
las personas que provienen de hogares donde no existe la contención,
se ven rechazadas por aquellos que harían de ésta
parte de su dieta intelectual diaria.
La institución de la familia se ve atacada en la actualidad
por los cuatro costados. Los conflictos creados dentro de la misma
son críticos y a menudo causan daño. La contención
afecta la estabilidad, la fuerza, la paz y la unida del hogar. Por
cierto que no hay tiempo para la contención, si lo que se
trata de hacer es criar una familia fuerte.
En lugar de discutir y crear fricciones entre los miembros de la
familia, nuestro deber es edificar, escuchar y razonar juntos.
En una oportunidad, en una discusión en una charla fogonera,
recuerdo haber recibido una pregunta escrita de una jovencita de
quince años. En ella se leía: “¿Hay algo
que pueda yo hacer para mejorar los sentimientos entre los miembros
de mi familia? Tengo quince años y cada vez me siento menos
cómoda en mi propio hogar. Parecería que cada uno
estuviera al acecho esperando que yo cometa el más mínimo
error, para ridiculizarme.”
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A
otra joven diecisiete años se le preguntó por qué
vivía con su hermana fuera de la casa de sus padres. A esto
contestó: “A causa de todos los problemas que hay en
mi casa. He aguantado hasta el límite de mis posibilidades.
Mis padres están continuamente peleando; ya ni recuerdo cuando
todo era diferente. Todos, especialmente ellos, parecería que
se deleitaran en decirse groserías el uno al otro”. |
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Hace casi
cinco siglos, vivió y trabajó en Italia un genio creador
llamado Leonardo Da Vinci. Aun cuando en la actualidad le recordamos
mayormente por sus pinturas, como la Mona Lisa, sabemos que era un
fascinante polemista, un gran orador y un narrador con imaginación.
Quisiera compartir con vosotros una de sus fábulas, intitulada
simplemente “El lobo”:
“Cuidadosa y cautelosamente salió el lobo del bosque
una noche, atraído por el olor del rebaño de ovejas.
Con lentos pasos se acercó al rebaño, esmerándose
en cada una de sus pisadas a fin de no hacer el más insignificante
ruido que pudiera perturbar al perro guardián que estaba dormido. |
Mas
con una de sus patas pisó una madera, ésta crujió
y despertó al perro. El lobo tuvo que escapar, sin poder comer
y hambriento. A causa de un descuido de sus patas, todo el animal
sufrió.” |
Hay
un aspecto, posiblemente insignificante para algunos, que parece estar
carcomiendo la espiritualidad de los Santos de los Ultimos Días.
La situación por la que atraviesan las jovencitas que mencioné
me hace pensar al respecto; como la descuidada pata del lobo, está
causando un sufrimiento tremendo y privando a muchos del desarrollo
espiritual y la unidad familiar. Me refiero a las polémicas,
a las palabras de enojo que se dicen sin pensar, al disgusto y a la
intolerancia que muchas veces se ponen de manifiesto sin reflexionar.
¡Cuán triste es ver que los miembros de una familia se
alejan del hogar a causa de la contención!
Hay muchas historias que a menudo son un ejemplo del odio y la agresividad
que se desarrollan, como consecuencia de la contención entre
vecinos. No pocas familias se han visto forzadas a mudarse de un vecindario
a causa de agudas controversias. El caminar la milla extra, el volver
la otra mejilla, el tragarse el orgullo personal y el pedir perdón,
son a menudo las únicas formas mediante las cuales puede ser
eliminada la contención entre vecinos. |
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De
las palabras del Salvador aprendemos de los orígenes de la
contención, ya sea en el hogar, en la comunidad, entre líderes
o en el salón de clases.
“Porque en verdad, en verdad os digo que aquel que tiene
el espíritu de contención no es mío, sino es
del diablo, que es el padre de la contención, y él irrita
los corazones de los hombres, para que contiendan con ira unos con
otros.” (3 Nefi 11: 29) |
Esto
significa que Satanás tiene poder sobre nosotros sólo
cuando se lo permitimos. Somos libres y podemos escoger nuestra conducta.
El profeta José Smith dijo en una ocasión:
“El diablo no tiene poder sobre nosotros sino hasta donde
se lo permitamos. El momento en que nos rebelamos contra cualquier
cosa que viene de Dios, el diablo ejerce su dominio.” (Enseñanzas
del Profeta José Smith, pág. 217) |
Cuando
uno considera el mal sentimiento y la desagradable experiencia de
la contención, es bueno preguntarse: “¿Por qué
soy participe de ella?” Si somos en verdad honestos con nosotros
mismos, nuestra respuesta tendría que ajustarse a los siguientes
términos: “Es que cuando discuto y tengo una actitud
obstinada, pienso que no tengo que cambiar, sino aprovechar la oportunidad
de tomarme revancha.” “Me siento infeliz y deseo que otros
se sientan de la misma forma.” “Tomo la justicia en mis
manos, y de este modo alimento mi ego.” “No deseo que
nadie olvide lo mucho que sé.”
Cualquiera que sea la razón, es importante reconocer que somos
nosotros quienes escogemos nuestra conducta. La raíz de todo
este asunto es el orgullo.
"Ciertamente la soberbia
producirá contienda, pero con los bien aconsejados está
la sabiduría.” (Proverbios 13:10) |
Si Satanás
puede tener éxito en crear en nosotros los hábitos de
discutir, pelear y contender, le resultará mucho más
fácil esclavizarnos con pecados más pesados, que pueden
destruir nuestra vida eterna. Un espíritu contencioso puede
afectar casi cualquier fase de nuestra vida; una carta llena de enojo,
escruta sin meditar, puede llegar a obsesionarnos por mucho tiempo;
unas pocas palabras venenosas, dichas con odio, pueden destruir un
matrimonio, una amistad, o impedir el progreso de la comunidad.
Al plantear nuestra posición contra los males de esta época,
tales como el aborto, la homosexualidad, la inmoralidad, el alcohol,
las drogas, la deshonestidad, la intolerancia, etc. ¿No podemos
expresar nuestras creencias sin cerrar los puños, levantar
la voz, y promover la contención? ¿No podemos acaso
hablar de los principios benéficos del evangelio, tales como
la Palabra de Sabiduría, la observancia del día de reposo,
el mantenimiento de la pureza personal y las otras verdades que se
hallan en las Escrituras, sin acorralar a quienes nos escuchan?
Esto no es fácil, pero puede lograrse. Tenemos la responsabilidad
de tirar de nuestro propio arado, plantar nuestras propias semillas
y recoger la cosecha, y podemos lograrlo, no sólo usando el
arado en lugar de las espada, sino también mediante un compromiso
apropiado más bien que por medio de la contención. |
Permitidme compartir
con vosotros algunas sugerencias para aliviar este mal:
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- Orad para
tener el amor de Dios en vuestro corazón. Muchas veces
esto es difícil, mas el Espíritu del Señor
puede ablandar los sentimientos más duros y dulcificar
los espíritus insensibles.
- Aprended
a controlar la lengua. Hay una vieja máxima que dice: “Pensad
dos veces antes de hablar y tres antes de actuar”.
- No permitáis
que las emociones se apoderen de vosotros; más bien, razonad
juntos.
- Rehusad involucraros
en las viejas tendencias de la discusión y confrontación.
- Estad preparados
para hablar siempre en un tono de voz dulce y calmo.
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La vida apacible
la logran no aquellos que hablan con una voz tumultuosa sino los que
siguen el ejemplo del Salvador y hablan con voz de perfecta suavidad.
No tenemos tiempo para la contención. Debemos sentir el deseo
y tener la disciplina de luchar a diario contra este terrible mal.
A los valientes que lo hagan, les prometo la ayuda de Dios en sus
esfuerzos por conquistar esta horrenda plaga. Cesemos de “contender
unos con otros; cesemos de hablar mal el uno contra el otro”
(véase DyC 136:23). Solamente tenemos tiempo para estar
en los negocios de nuestro Padre. |
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Publicado en la Liahona de agosto de 1978 |
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Estilo SUD, 13 de
marzo de 2010 |
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