Oportunidad para todos
por Reed H. Bradford

“Escuchad, oh pueblo de mi iglesia, dice la voz de aquel que mora en las alturas, y cuyos ojos están sobre todos los hombres... Porque, en verdad, la voz del Señor se dirige a todo hombre...” (DyC 1:1-2)
Algunas veces nos olvidamos que cada persona es un hijo de nuestro Padre Celestial. Toda la gente --mi compañera, mis hijos, y los hombres y mujeres de todo el mundo-- son mis hermanos. Es importante que cada uno tenga la oportunidad de experimentar el progreso, las bendiciones, la salvación, exaltación y gozo que nuestro Divino Creador les tiene reservado.
Pero en este mundo, dicha oportunidad se le niega a muchos individuos. El siguiente relato fue escrito por Jean E. Mizer. La historia es verdadera, pero los nombres de los personajes y de la localidad han sido cambiados.

"Un cero en la nieve"

 Principió con una tragedia en una fría mañana de febrero. Como a menudo lo hacía en las mañanas nevadas al ir a la escuela, manejaba tras el ómnibus de Milford Corners, el cual viró deteniéndose de repente frente al hotel, cosa rara, que me molestó por tener que hacer yo también un alto inesperado. Un joven se lanzó del ómnibus, vaciló, tropezó y cayó entre la nieve de la curva. El chofer del ómnibus y yo llegamos hasta él al mismo tiempo.
Su cara y de mejillas hundidas estaba blanca, del color de la nieve.
--Está muerto --susurró el chofer.
Por un minuto no dio señales de vida. Rápidamente me volví para ver las atemorizadas caras que nos miraban desde el ómnibus.
--¡Un doctor! ¡Rápido! Llamaré desde el hotel...

--Es inútil, le digo que está muerto --el chofer contemplaba el cuerpo inerte del muchacho-- Ni siquiera dijo que se sentía mal --musitó-- sólo me tocó el hombro y dijo en voz baja: “Lo siento. Tengo que bajarme en el hotel.” Eso es todo. lo dijo cortésmente y en tono de disculpa.
En la escuela, las risas y el alboroto fueron desapareciendo mientras la noticia corría por los pasillos. Al pasar frente a un grupo de muchachas, escuché a una de ellas murmurar:
--¿Quién fue? ¿Quién se murió?
--No sé como se llama; creo que es de Milford Corners --fue la respuesta.
“No conocí al muchacho”

Así era también en la facultad y en la oficina del director.
--Le agradecería que fuera a avisarles a los padres --me dijo el director-- No tienen teléfono y, de todas maneras, alguien de la escuela debe ir en persona. Yo daré la clase por usted.
--¿Por qué yo? --le pregunté-- ¿No sería mejor que usted lo hiciera?
--No conocí al muchacho --admitió el director resueltamente-- y el año pasado él se refirió a usted como su maestro favorito.
Por entre el frío y la nieve me dirigí en el auto hacia el hogar de los Evans y pensé en el muchacho, Cliff Evans. Pensé: “¡Su maestro favorito!” ¡En dos años no me dirigió ni una palabra! Bien me lo podía imaginar, sentado en el último pupitre en mi clase de literatura por la tarde. Había venido al aula por sí mismo y había salido de la misma manera.
--Cliff Evans --musité para mis adentros-- un muchacho que nunca hablaba-- Pensé por un minuto-- un muchacho que nunca sonreía; nunca lo vi reírse ni una sola vez.
La cocina de la gran hacienda estaba limpia y tibia. De alguna manera comuniqué las noticias. La Sra. Evans se dirigió hacia una silla.
--Nunca dijo que le doliera nada.
Su padrastro dijo roncamente:
--Nunca dijo nada de nada desde que yo vivo aquí.
La Sra. Evans empujó una sartén hacia la parte de atrás de la cocina y empezó a desatarse el delantal.
--Un momento --le gritó el esposo-- Tengo que desayunar antes de irme al pueblo. De todas maneras ya no podemos hacer nada. Si Cliff no hubiera sido tan tonto, nos hubiera dicho que no sentía bien.

“Eres un cero a la izquierda”
Después de la clase me senté en la oficina contemplando los registros que tenía ante mí. Tendría que cerrar el archivo y escribir la necrología para publicarla en el periódico escolar. Las hojas casi en blanco se burlaban del esfuerzo. Cliff Evans nunca había sido adoptado legalmente por su padrastro; cinco hermanastros. Estas escasas porciones de información y la lista de bajas calificaciones eran todo lo que los registros ofrecían.
Por las mañanas, Cliff Evans entraba silenciosamente a la escuela, y por las tardes salía por la misma puerta, y eso era todo. Nunca había pertenecido a un club, nunca había jugado en un equipo, nunca había ocupado un puesto. Por lo que yo podía deducir, él nunca había hecho una cosa feliz y ruidosa como las que hacen los muchachos.

¿Qué es lo que se hace para convertir a un muchacho en un cero? Los registros de la escuela primaria me lo mostraron. Las anotaciones de las maestras del primero y segundo año fueron: “un niño bueno y tímido”, “tímido pero despierto”. Entonces la calificación del tercer grado había empezado el ataque. Una maestra había escrito firmemente: “Cliff se niega a hablar. No coopera. Aprende lentamente.” Las otras notas académicas habían sido: “torpe”, “corto de imaginación”, “bajo coeficiente intelectual”. Llegaron a ser ciertas.
El coeficiente intelectual en tercer año de secundaria quedó anotado como 83, pero en tercero de primaria había sido de 106. El porcentaje no había bajado de cien hasta quinto año de la primaria. Aun los niños vergonzosos, tímidos y dulces tienen elasticidad y lleva tiempo poder comprenderlos.
Atropelladamente fui a la máquina de escribir y redacté un informe cruel señalando lo que la educación le había hecho a Cliff Evans. Tiré una copia sobre el escritorio del director y la otra en el viejo archivo. Le di un golpe a la puerta pero no me hizo sentir mejor. Un muchachito seguía detrás de mí, un niño de cara pálida, un niño flaco con pantalones desteñidos y ojos grandes que habían buscado comprensión por mucho tiempo y que ya se habían cerrado.
Casi podía adivinar las muchas veces que Cliff había sido el último que se escogiera para un juego, las muchas conversaciones de niños que lo habrían excluido, las muchas veces que habría sido ignorado.
Podía ver y oír los coros y voces que decían una y otra vez: “Eres un tonto. Eres un cero a la izquierda, Cliff Evans.”
Una resolución y un desafío
Un niño es una criatura creyente. Sin duda, Cliff les creyó. De pronto, todo me pareció claro: cuando finalmente Cliff Evans se sintió desesperado, se desplomó en la nieve y se fue. El doctor podrá haber diagnosticado “ataque al corazón” como causa de la muerte, pero eso no cambiaría mi manera de pensar.
No pudimos encontrar a diez estudiantes que hubieran conocido a Cliff lo suficientemente bien como para asistir a su funeral como amigos. Fue por eso que los oficiales del alumnado y un comité de una clase asistieron a la iglesia, mostrando cortésmente su pesar. Yo asistí a los servicios con ellos y permanecí con un nudo en la garganta y una resolución que seguía aumentando en mi ser.Nunca he olvidado a Cliff Evans ni esa resolución, ya que él ha sido mi desafío año tras año clase tras clase. Al comienzo de cada nuevo período de clases contemplo cuidadosamente las filas de caras desconocidas; busco en los pupitres los ojos tristes o los cuerpos hundidos en un mundo extraño.
--Miren, niños --les digo quedamente-- quizá este año no haga mucho por ustedes, pero ninguno saldrá de aquí siendo un Don Nadie. Trabajaré o pelearé hasta lo máximo, oponiéndome contra la sociedad o la mesa general de la escuela, pero no permitiré que ninguno de ustedes salga de aquí pensando que es un cero a la izquierda.
La mayoría de las veces --no siempre, pero la mayor parte-- he tenido éxito.
Dad a cada persona sus derechos
¿Cómo se aplica a nuestras vidas este principio de dar a cada persona sus justas oportunidades?
Consideremos algunas maneras posibles:
Comparaciones:
Si soy un padre, ¿me acuerdo de que a pesar de que todos los niños son iguales en muchos aspectos, cada niño tiene características distintivas? Recientemente un alumno me dijo que sus padres estaban recordándole constantemente los brillantes progresos de su hermano que es una autoridad nacional en el campo de la química. Este hijo menor no tiene los mismos dones que su hermano mayor, pero a la vez, tiene otros potenciales. Estos padres le harían a su hijo un gran favor si lo ayudaran a descubrir y desarrollar estos potenciales mostrándole su aceptación por lo que es, no importa que llegue a ser famoso o no. ¿No merece crédito una persona que trata de hacer lo mejor con sus habilidades?
Aceptación general como una persona divina.
En el mundo, a menudo se acepta o se niega a las personas dependiendo de la posición o posiciones que ocupan.
En una ocasión, un amigo y yo fuimos en su coche para asistir a una reunión. Después de terminada me dijo que tenía que entregar un sobre a un bien conocido personaje de la Iglesia.
--Sólo me tomará un momento entregarle el sobre. ¿No te importaría esperar?
--Naturalmente que no --le contesté.
Era una fría noche de invierno, y llevó consigo las llaves del auto así que era imposible echar a andar el motor y recibir el calor de la calefacción.
Pasaron cinco minutos, media hora, una hora y finalmente hora y media.
Cuando regresó dijo:
--Bueno, ahora podemos irnos.
Siendo que nos conocíamos desde hacía mucho tiempo y éramos buenos amigos, me sentí libre de comentar:
--No me interpretes mal --le dije-- pero quiero hacerte una pregunta, la cual involucra un principio que para mí es muy importante.
--Seguro --me respondió-- ¿Cuál es la pregunta?
--Suponiendo que un líder importante de la Iglesia te hubiera estado esperando en el coche mientras entregabas ese sobre, ¿lo hubieras dejado aquí sentado durante una hora y media?
Toda alma es importante para nuestro Padre Celestial. El Salvador dijo:
“¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre... Así que, no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos.” (Mateo 10:29,31)
O nuevamente...
“¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y se descarría una de ellas, ¿no deja las noventa y nueve y va por los montes a buscar la que se había descarriado? Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños.” (Mateo 18:12,14)
Su preocupación, sus bendiciones y su amor están al alcance de todos.

 

Publicado en Liahona de marzo de1969
Reed H. Bradford ha sido un reconocido profesor de sociología en BYU, Falleció en 1994 a los 82 años

 

Estilo SUD, 25 de julio de 2009
Notas Relacionadas
 
 
Si bien nos aseguramos de que todos los materiales puedan ser usados con tranquilidad por los miembros de la Iglesia,
aclaramos que éste no es un sitio oficial de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días