El orden perfecto de la exhortación
Por Héctor A. Olaiz

El necio habla porque: ¡algo tiene que decir!; El sabio habla porque: ¡tiene que decir algo!.
Autor desconocido
“Y después de haberles predicado, y también profetizado de muchas cosas, les mandó que guardaran los mandamientos del Señor, y cesó de hablarles”. (1 Nefi 8:38.)
En este pasaje del Libro de Mormón, con la exhortación que Lehi hizo a sus hijos rebeldes Lamán y Lemuel, y con el cual Nefi concluye el capítulo del sueño del árbol de la vida de su padre, se enuncia el perfecto orden de secuencia de lo que debe conformar una amorosa admonición: predicación, profecía, mandamiento y albedrío.
“Y después de haberles predicado, …"
La prédica va primero. Ya lo dice Pablo: "Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” (Romanos 10:13,14).
Predicar es proclamar con solemnidad, con seriedad, con firmeza algo que se estima de mucha entidad, algo importante. Pero la proclamación, aunque etimológicamente es una publicación a viva voz o por escrito, suele serlo, y habitualmente lo es con mayor eficacia, a través de acciones ejemplares. La Guía de Estudio de las Escrituras lo define como: “proclamar un mensaje que nos haga comprender mejor un principio o doctrina del evangelio”.
Como Nefi no pudo registrar en las planchas menores todo cuanto les dijo Lehí a sus hijos en esa ocasión, tal como lo refiere en el siguiente versículo del subsiguiente capítulo, no conocemos todas las cosas que les predicó. No obstante podemos percibir, mediante algunos indicios de lo escrito, que:

1) Debe haber reinado un dominante sentimiento espiritual. ¿Podría haber sido de otra manera después de relatar el sueño, o la visión, que el Señor le mostró a Lehi? Si tan solo con leerlo, a pesar de estar tan alejados en el tiempo y en el espacio, se llenan nuestra mente y nuestro corazón con el Espíritu de verdad con que nos llega la prédica de Lehi.
Pero, bien lo dice la escritura, solo quien tiene en sí el Espíritu de verdad comprende al que predica por ese mismo Espíritu de verdad y ambos se comprenden, se edifican mutuamente y se regocijan mutuamente, como ocurría entre Lehi, Nefi y Sam, y aún con cualquiera de nosotros que lea esos pasajes con ese mismo Espíritu. (DyC 50:17-22).
Sin embargo Lamán y Lemuel, ajenos a este Espíritu, no comprendían, estaban en permanentes tinieblas, y más allá de que no se regocijaban, murmuraban y se amargaban con sus sentimientos de rencor y envidia.

2) La exhortación hecha con “todo el sentimiento de un tierno padre”, debe haber impregnado su prédica del amor puro de Cristo, que únicamente un corazón empedernido podía no apreciar.
3)
La prédica no puede haber sido de otra manera que con un profundo conocimiento de la más sabia doctrina del evangelio, porque Lehí mostró en otros pasajes del Libro de Mormón una sabiduría difícilmente igualada, para ello basta leer el segundo capítulo del 2° Nefi.

Sí, la prédica va primero. Entonces sigue la creencia. Pero la creencia, como los pensamientos, los deseos y la voluntad, es parte del objeto del albedrío del hombre. Se cree lo que se quiere creer. Y cuando la creencia está basada en conceptos verdaderos, el Señor da, como un don, la fe. Entonces continúa la invocación, que se perfecciona mediante la fe (DyC 50:29,30; y 46:30). Y al final la salvación. Un círculo virtuoso de absoluta perfección.
Esta es la razón por la cual el Señor mandó a sus discípulos a predicar el evangelio a todo el mundo (Marcos 16:15); y Él mismo, mientras su cuerpo reposaba en el sepulcro prestado, fue para iniciar la prédica del evangelio en el mundo de los espíritus (1 Pedro 3:19); y también esta fue la razón por la cual se predicó el evangelio desde el principio (Moisés 5:58); a fin de que todos tengan la oportunidad de salvarse y para que no queden justificados si se condenan.
...y también profetizado de muchas cosas, …
Lehi enseñó a sus hijos divinamente inspirado y transmitiendo su testimonio personal de la divinidad del Salvador, porque “el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía” (Apoc. 19:10)
Profetizar es más que hablar con inspiración del futuro, también es hablar inspiradamente del pasado y del presente; es hablar por Dios. Al respecto el élder Bruce McConkie enuncia: “Las declaraciones inspiradas de los profetas son llamadas profecías. Estas declaraciones pueden pertenecer al pasado, al presente o al futuro. Pueden revelar nuevas verdades o eventos desconocidos o pueden contener expresiones que confirmen y agreguen testimonio a verdades ya reveladas y testificadas por otros profetas… En su forma más dramática son declaraciones de cosas que van a venir y que no pueden ser manifestadas por ningún poder mortal.” (Doctrina Mormona pág. 596)
Arriba: Lehi y las planchas de bronce.
Abajo: Lehi y el Arbol de la Vida
Dice el profeta José Smith: “La salvación no puede venir sin revelación; es en vano que una persona ejerza su ministerio sin ella. Ningún hombre puede ser ministro de Jesucristo sin ser profeta. Nadie puede ser ministro de Jesucristo si no tiene el testimonio de Jesús; y el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía”. (EPJS pág. 186).
Y si bien no están registradas las muchas cosas que Lehi profetizó a sus hijos luego de declararles su sueño o visión, porque Nefi debía administrar con mucho cuidado el espacio que tenía en la planchas menores evitando las repeticiones, es probable que les haya dicho algunas de las cosas que les profetizó antes de esa instancia, y tal vez otras que aparecen como dichas por él más adelante, porque él acostumbraba a profetizarles como:
a) Cuando les reveló las cosas pasadas en la vida preterrenal; y en el Edén, resumiendo en tan solo quince palabras el propósito de la vida terrenal: “Adán cayó para que los hombres existiesen; y existen los hombres para que tengan gozo.”
b) La vez que inspiradamente les habló del presente que estaban viviendo, primero a Lamán, su hijo mayor: “¡Oh, si fueras semejante a este río, fluyendo continuamente en la fuente de toda rectitud!”; y entonces a Lemuel: “¡Oh, si fueras tú semejante a este valle, firme, constante e inmutable en guardar los mandamientos del Señor!”
c) En circunstancia que por el poder del Espíritu Santo les predijo cosas que llegarían a ocurrir en el futuro de aquellos años, algunas de las cuales ya han ocurrido en nuestros tiempos y otras que también a nosotros nos aguardan. Tal fue el caso al cabo de haber leído las planchas de bronce que sus hijos trajeron de Jerusalén: “Y cuando mi padre vio todas estas cosas, fue lleno del Espíritu y empezó a profetizar acerca de sus descendientes. Que estas planchas de bronce irían a todas las naciones, lenguas y pueblos que fueran de su simiente. Por tanto, dijo que estas planchas nunca perecerían, ni jamás el tiempo las empañaría. Y profetizó muchas cosas en cuanto a su posteridad” (1 Nefi 5: 17-19)
De hecho Lehi estaba haciendo referencia al contenido de las planchas, no a las planchas en sí mismas.
… les mandó que guardaran los mandamientos del Señor, …
Enseñar la doctrina del Reino de Dios necesaria para la salvación, sin decir que es lo que hay que hacer para lograrla, conduce a la misma inquietud que tuvieron los judíos cuando, convertidos por el poderoso mensaje de Pedro en el día de Pentecostés, preguntaron: “Varones hermanos, ¿Qué haremos?” (Hechos 2:37). Pedro, completando entonces su mensaje, les dijo lo que debían hacer.
Por eso Lehi exhortó a sus hijos a que guardaran los mandamientos de Dios. Pero es menester considerar que los mandamientos de Dios, además de abarcar a los diez que fueron dados al antiguo Israel en el Monte Sinaí, también comprende a los que dio el Salvador durante su ministerio terrenal, a los que fueron dados en esta dispensación y a los que ha recibido cada uno en forma individual del Señor: a un obispo el mandamiento de apacentar a los corderos de su jurisdicción; a un maestro orientador a sus cinco familias asignadas; a cada padre y a cada madre con respecto a su posteridad; y así a cada uno según la mayordomía a la cual el Señor lo ha llamado.
Porque es preciso estudiar la doctrina, pero también es necesario ejercer la práctica, de otro modo la doctrina es ineficaz para conducir a la vida eterna. Un mensaje doctrinal que no menciona la parte práctica es incompleto, como decía el profeta José Smith, “para vida y salvación”.
"… y cesó de hablarles.”
Este callar final por parte de Lehi es tan importante como cualquiera de las tres articulaciones verbales precedentes; porque denota el respeto que el gran profeta del Libro de Mormón tenía por el ejercicio del albedrío moral de sus hijos, ya que el objeto del mensaje: saber que hacer y saber porque hacerlo —práctica y principios que la sustentan—, debe articularse con la convicción personal del que escucha, para decidir por sí mismo si el mensaje es correcto y si hará que sus pensamientos, sus creencias y su voluntad se orienten a la acción o no. Convicción que solamente puede alambicarse en las profundidades de la mente y en las honduras del corazón, para lo cual es menester que nadie interrumpa la abstracción hasta que los frutos de la misma estén en su perfecta sazón.
Lehi les relató el sueño, pero no les dio la interpretación. Al callar dejó que ellos mismos la buscaran. Lamán y Lemuel, insensibles a toda cosa espiritual no lo hicieron.
Ellos únicamente reaccionaban cuando sentían miedo o cuando los dominaba la envidia y los alienaba el odio. Pero Nefi, obediente y bien dispuesto, buscándola, tuvo la misma visión que su padre y un ángel lo guió en su interpretación.
Enós orando
En el hablar alguna vez hay que cesar para dar paso a la reflexión —que es un modo de hablar consigo mismo. El proceso correcto entonces es: escuché que lo dijo el profeta; seré obediente; pero buscaré por medio del espíritu la confirmación personal de parte del Señor, no por tener dudas, sino para gozar de la fortaleza que da la convicción personal. Quien hace esto tiene las manos limpias, por la comisión de buenas obras, y es puro de corazón, porque las obras rectas que realiza las hace por las razones justas. Estos son los atributos que cada persona debe tener para ser divinamente aceptado y salvado.
Volviendo a Pablo: “… porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo”. Y eso era lo que este gran profeta anhelaba para sus hijos: la salvación.
Cesó de hablarles para que oraran buscando personalmente respuestas del cielo.
Cesó de hablarles para que tomasen sus propias decisiones y ejercieran libremente su albedrío eligiendo que creer, que desear, con quien estar.
Cesó de hablarles para que eligiesen hacer la voluntad del Padre o la de Satanás, a fin de cincelarse a sí mismos como un hijo de Dios o como un demonio.
El presidente Packer dijo que la inspiración se obtiene más fácilmente en un ambiente pacífico. “… quedaos tranquilos y sabed que yo soy Dios.” (DyC 101:16). “… y recibirás mi Espíritu, el Espíritu Santo, sí, el Consolador, que te enseñará las cosas apacibles del reino;…” (DyC 36:2).
Helamán dice que la voz de revelación “…no era una voz de trueno, ni una voz de gran ruido tumultuoso, mas he aquí, era una voz apacible de perfecta suavidad, cual si hubiese sido un susurro, y penetraba hasta el alma misma;…”. Si Lehi hubiese seguido hablando y requiriendo la atención, no hubiese sido posible en sus hijos la penetración del mensaje celestial “hasta el alma misma”, por no poder escuchar esa “voz apacible de perfecta suavidad, cual si hubiese sido un susurro”; y él lo sabía, porque lo había experimentado en carne propia, y por eso calló.
Es tan sabio saber cuando hablar como saber cuando callar. De la misma manera que tan sabio es saber qué decir, como saber qué callar. Y, siguiendo el ejemplo de Lehí, ceso de hablar.
Escrito el 21 noviembre 2006

 

Estilo SUD, 8 de mayo de 2010
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