Preparar una clase:
¿Por dónde empezamos?

por Karina Michalek de Salvioli

Cuando recibimos el llamamiento de ser maestros en la iglesia, una mezcla de sentimientos, inquietudes, miedos, dudas y alegría por el nuevo desafío, conforman nuestro ánimo de cara a esta responsabilidad tan importante.
Casi siempre sucede que de los nervios o la sorpresa salimos del obispado contentos porque se pensó en nosotros, pero sin saber exactamente qué es lo que nos dijo el obispo. Es así que asistimos a la Primaria pensando que seríamos maestras de esa organización, cuando en realidad habíamos sido llamados a trabajar en la Escuela Dominical con los jovencitos de 12 y 13 años. Claro, es que el recuerdo de nuestro paso por la Primaria es tan lejano que confundimos programas y edades porque por nuestra edad necesitamos que nos digan las cosas más lentamente.
Recibimos el manual de la clase y esa misma tarde lo hojeamos de principio a fin. Pero para nuestra desdicha, éste no dice nada de cómo mantener una clase en silencio, cómo resolver preguntas difíciles, cómo preparar esas láminas tan hermosas que hacía la maestra anterior, o como tener buena letra en el pizarrón.

Cada manual comienza con una introducción que nos da un rápido pantallazo de lo que se espera de nosotros y del curso. Pero por ser breve y sencillo no deja de ser importante.
Sin embargo, los primeros párrafos nos dejan sorprendidos por las frases encontradas:
Prepárese para enseñar: ¡Es obvio! --pensamos-- pero ¿cuántas veces nos encontramos el sábado a la noche revolviendo la biblioteca de nuestra casa buscando ‘esa’ lámina de la nena orando en su cama?
No podemos dejar las cosas para último momento. Mientras más anticipadamente comencemos, más oportunidades de entender y encontrar aplicaciones a la vida diaria tendremos.
Estudie el capítulo: A ningún maestro se le ocurre ir con la clase sin leer. Pero cuando sólo la hemos leído, vemos que somos incapaces de mantener el hilo conductor del proceso de ‘La Creación’, por ejemplo, y nos vamos ‘por la tangente’ cuando una hermana muy preocupada nos pregunta ¿en qué momento vivieron los dinosaurios? pues nosotros tratamos de recordar las eras geológicas intentando ubicar a Adán en alguna de ellas. Al estudiar con atención nos será más fácil retomar la clase.
Decida qué partes va a emplear: Es el consejo menos escuchado. Es que las clases son tan buenas que no podemos dejar de hacer ningún comentario. Creemos que todo lo que está escrito es lo que debemos analizar y explicar. Así comenzamos la clase como autómatas, no dejando que nadie participe porque estamos demasiado preocupados por decir todo lo preparado, no dando respiro y leyendo tantas escrituras y citas importantes que al terminar la clase nuestros alumnos piensan que asistieron a un seminario acelerado del éxodo israelita, resumiendo 40 años en 40 minutos. Cuesta mucho entonces decidir qué dejar de lado. Es que nos olvidamos de lo más importante entre las sugerencias:
Procure tener la guía del Espíritu Santo: Así como cada uno desarrolla su propio sistema de estudio de las escrituras, cada uno descubrirá con la práctica como sentir los susurros del Espíritu al preparar una lección. El elegir el ambiente adecuado, el leer la clase con espíritu de oración, teniendo en mente a los alumnos y sus particularidades, buscando comprender cada escritura y cita de los profetas, es un consejo que no ha cambiado con el tiempo. Ya Nefi dijo: “apliqué todas las Escrituras a nosotros mismos” 1. El proceso de aplicar implicó trabajo, meditación y acción.
Ame a quienes enseña: El terror ante lo desconocido puede hacernos creer que es imposible que lleguemos a amar a nuestros alumnos. Pero cuando nuestra visión se eleva más allá del salón de clase, nuestros alumnos también son los alumnos de nuestro Padre y ahí es más sencillo dejar de lado prejuicios y no pensar en un alumno como el ‘problema de la clase’ sino como nuestra oportunidad de motivar su percepción espiritual.
Decida cómo iniciar la lección: Casi siempre es el punto débil de un maestro que recién comienza. Queremos impactar a la clase con algún material espectacular y caemos en el error de llevar la colección completa de tarjetas de navidad guardadas por 25 años para graficar que podemos expresar nuestro amor con actos sencillos, en nuestra clase sobre la gratitud.
Es importante que la introducción sea breve y clara, adaptada al grupo que tenemos; que no nos lleve toda la clase.
Enseñe la doctrina: Cuando comenzamos demasiado entusiasmados, a veces creemos que descollar cómo maestros es lo más importante y empezamos a leer cuanto libro sobre el tema encontremos.
Es muy bueno recurrir a otros manuales de la iglesia para que nosotros podamos comprender más profundamente lo que enseñamos, sin pensar que deberemos volcar todo nuestro conocimiento en cada clase ya que es nuestra reserva para saber contestar preguntas, aclarar dudas y asegurar el conocimiento de la doctrina.
Pero podemos confundirnos y al enseñar la vida de Cristo pensar que los escritos de Flavio Josefo (historiador griego contemporáneo al comienzo del cristianismo) son más interesantes que la vida misma del Salvador. Las reflexiones de otras personas sobre temas doctrinales pueden llevar más confusión que luz.
Al enseñar el Evangelio puro, le estamos dando al alumno la oportunidad de ejercer su propio desarrollo espiritual y sentir por sí mismo cómo fluye el conocimiento a leer las escrituras. Las aclaraciones deben venir de las voces de los profetas.
Acá también está incluida la dirección de los análisis en clase. Debemos evitar consecuencias catastróficas para no terminar hablando de cómo preparar un guiso nutritivo en una clase sobre la Palabra de Sabiduría.
Decida cómo concluir la lección: cada clase debe concluir con nuestras propias palabras expresando la convicción de que lo enseñado es lo que el Señor quiere que aprendamos. La mayoría de las veces la clase se nos va de las manos y ante los múltiples gestos de algunos alumnos señalando sus propios relojes cual si fueran marionetas, terminamos a las apuradas pidiendo una ‘breve’ oración final. Ajustarnos al tiempo de 40 minutos implica preparar una clase de 30 para estar tranquilos ante la participación de los alumnos.
Decidimos con nuestra preparación el tipo de maestros que seremos. El élder Richard G. Scott los clasifica en dos tipos: el maestro humilde y el maestro orgulloso. La característica distintiva era qué deseaba comunicar cada uno, si el Evangelio de Cristo o el caudal de conocimiento adquirido en su vida. Por lo tanto las actitudes de ambos diferían enormemente puesto que uno ‘anhelaba el bienestar de las almas’2 y el otro que ‘se envanecía con el orgullo de su corazón’3.  

“Un domingo asistí a la reunión del sacerdocio de una rama de la Ciudad de México. Recuerdo cómo un humilde líder del sacerdocio mexicano se esforzaba por comunicar las verdades del Evangelio del material de su lección. Noté el inmenso deseo que él tenía de compartir con los miembros de su quórum esos principios que él valoraba tanto; él se daba cuenta de que tenían gran valor para los presentes. Su actitud evidenciaba su amor puro por el Salvador y el amor que sentía por aquellos a quienes enseñaba”

“Poco después asistí a la escuela dominical de nuestro barrio, donde un maestro muy erudito dio la lección. Me parecía que el maestro había escogido a propósito referencias poco claras y ejemplos poco comunes para ilustrar la lección. Tuve la clara impresión de que él utilizaba esa oportunidad de enseñanza para impresionar a la clase con su enorme conocimiento. En todo caso, su intención no parecía ser la de comunicar los principios como lo había hecho aquel humilde líder del sacerdocio.”4
Si pensamos que somos transmisores de conocimiento, nos volveremos maestros autómatas. Cuando descubrimos y entendemos que nuestro principal objetivo no es nuestro lucimiento personal sino el que los alumnos se vayan de la clase con el deseo de ser mejores discípulos del Salvador, disfrutaremos de las más edificantes experiencias espirituales. Llenaremos nuestra mochila de experiencias que nos han hecho crecer. Tendremos la fortaleza para actuar más allá del salón de clases. Y comenzaremos a coleccionar anécdotas para compartir con los nuevos maestros.
Ah... Seguro que cuando sintamos todas esas cosas nos llega el relevo! Mientras tanto no pensemos que es el fin del mundo ni menospreciemos nuestro llamamiento. Preparar una clase es como ser cocineros. Después de todo, invitamos a los demás a participar de la cena del Señor.
Notas:
1- 1Nefi 19:23
2- 2Nefi 6:3
3- Mormón 8:28
4- Richard G. Scott ‘Cómo obtener guía espiritual’; Liahona, Nov. 2009
 

 

Estilo SUD, 16 de enero de 2010
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