¿Somos prisioneros de
nosotros mismos?


Por el élder Sterling W. Sill

Según las estadísticas, a fines de diciembre de 1957 (este artículo fue escrito en 1959) había un total de 195.414 hombres y mujeres que se hallaban detrás de las rejas de las penitenciarías de los EEUU. Sin embargo, no todos los prisioneros se hallan tras rejas o cercos de hierro. Algunos son prisioneros de su propia maldad. Hay millones de alcohólicos empedernidos en todo el mundo que son prisioneros de una sed fatal impelente y degenerante. El alcohol ha afectado y esclavizado sus apetitos y voluntades. Existe también un número menor que sea enviciado con las drogas y ha creado dentro de sí un apetito tan exagerado por esas cosas, que han perdido el poder de dominarse a sí mismos. En esta condición innatural, mienten, roban, engañan y aun matan a fin de poder continuar esa existencia que hasta para ellos mismos es despreciable. Hay muchos tahúres que se sienten constreñidos a jugar, así como ociosos y pecadores, esclavos de sus debilidades, que carecen de la fuerza para obrar de acuerdo con su propia voluntad.
Algunas personas son esclavas de “mentes negativas”; otros de “mentes morbosas”; otros de “mentes depravadas”—mentes que solamente ellos son los culpables de haber desarrollado. Una mente depravada puede influir en una persona al grado de causarle que lleve una vida de crimen y degeneración, aun contra su propio criterio.
Solemos oír a personas que dicen: “¿Cómo se me ocurrió hacer tal cosa?” o “¿por qué seré yo así?”
Toda persona tiene la libertad para decidir si ha de convertirse o no en pecadora, pero ninguno de ellos es libre después. Los muros que levantamos contra nosotros mismos son muy fuertes, y es muy difícil escalarlos.
Si no creemos que nuestros pecados y malos hábitos pueden efectivamente dominarnos, tratemos alguna vez de deshacernos de unos de ellos. Hace poco una mujer se divorció de su esposo. No quería hacerlo, pero él se había convertido en esclavo de hábitos insoportables aun para él mismo. Por motivo de su situación impotente, ella había perdido toda esperanza. Los dos comprendieron que él había perdido permanentemente la fuerza para reformarse y que solamente la muerte podría poner fin a sus pecados y miserias.

Pero aun la muerte es impotente delante del pecado, pues aunque la muerte haga cesar los problemas de este hombre en lo que concierne a esta vida, ¿qué sucederá en la eternidad?
Nuestros problemas, igual que nuestras vidas, trascienden los estrechos límites de estado terrenal. Desde luego, el momento más oportuno para salir de esta prisión es hoy mismo. El profeta Amulek proclamó:
“Y como os dije antes, ya que habéis tenido tantos testimonios, os ruego, por tanto, que no demoréis el día de vuestro arrepentimiento el fin; porque después de este día de vida, que se nos da para prepararnos para la eternidad, he aquí que si no mejoramos nuestro tiempo durante esta vida, entonces viene la noche de tinieblas en la cual no se puede hacer obra alguna.
No podréis decir, cuando os halléis ante esa terrible crisis: Me arrepentiré, me volveré a mi Dios. No, no podréis decir esto; porque el mismo espíritu que posea vuestros cuerpos al salir de esta vida, ese mismo espíritu tendrá poder para poseer vuestro cuerpo en aquel mundo eterno.”
(Alma 34:33-34)

Los muros que levantamos contra
nosotros mismos son muy fuertes, y
es muy difícil escalarlos.

Es cosa sumamente seria permitir que seamos esclavizados, ya sea en esta vida o en la venidera. Sin embargo, todos los días las fuerzas malignas están aprisionando a miles de personas y enviándolos a los calabozos del pecado. Todos los días a nuevos enviciados en las drogas, nuevos alcohólicos y nuevos cometedores de toda otra maldad. Igualmente, cada día que pasa tenemos nuevos blasfemos, nuevas personas que se ausentan de las reuniones sacramentales, nuevos casos de falta de honradez, irreverencia, inmoralidad y nuevos transgresores de cada una de las leyes de Dios.

Por otra parte, hay organizaciones contra el alcoholismo, agencias de beneficencia del estado, instituciones correccionales y educativas, la Iglesia y otras, cuyos miembros dedican sus vidas a ofrecer a estos ‘presos’ la oportunidad para libertarse.
Se ha dicho que “el Señor siempre dispone el remedio antes de la plaga”. Durante aquel gran concilio celestial se organizó una gran misión rescatadora, el objeto de la cual iba a ser efectuar la libertad de los encarcelados, y Jesús fue escogido y ordenado para dirigirla. Y en esa época Él era conocido por su título máximo de “Salvador”. Sacrificó su vida terrenal a fin de redimirnos del pecado y la muerte, y entonces pasó los linderos de esta vida y continuó su obra rescatadora en el mundo de los espíritus.

El Pte. George Albert Smith aconsejó que nos conservásemos “de este lado de la línea del Señor”
Allí afectó la vida de una inmensa multitud que tenía cerca de dos mil cuatrocientos años de hallarse encarcelados en el mundo de los espíritus.
Isaías habla brevemente de dicho grupo en estas palabras: “Y serán amontonados como se amontona a los encarcelados en mazmorra, y en prisión quedarán encerrados, y serán castigados después de muchos días.” (Isaías 24:22) Hablando por el Señor, dice este mismo profeta en otro lugar:
“El espíritu del Señor Jehová es sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel.
” (Isaías 61:1)

Una de las instrucciones más frecuentes del presidente George Albert Smith fue que nos conservásemos “de este lado de la línea del Señor”. Aquellos que fueron desobedientes en los días de Noé no habían obedecido este prudente consejo. Se habían pasado de aquel lado de la línea al territorio de Satanás, y como consecuencia habían sido apresados.

Dice el apóstol Pedro:
“Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado por el espíritu;
En el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados,
Los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé; mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por el agua.”
(1 Pedro 3:18-20)

Es provechoso tratar de entender las consecuencias del pecado según se manifiesta en la vida de este grupo particular. En primer lugar, se rebelaron contra Dios y entonces fueron destruidos por las aguas. Por último, estuvieron encarcelados muchos largos años hasta que Jesús llegó a ellos a la cabeza de esta admirable misión rescatadora. Consideremos lo que deben haber padecido en términos de sufrimiento mental, remordimiento de la conciencia, inconveniencia, pérdida de tiempo y el atraso considerable en el progreso y felicidad eternos. Si una condena de sesenta días en una cárcel ordinaria es asunto de gravedad, imaginemos el remordimiento y pérdida consiguientes al encarcelamiento y reforma de un espíritu inmortal.
Pensemos en lo que un alcohólico tiene que pasar a fin de librarse de monstruo que él ha permitido que lo aprisione entre sus garras.

Durante el concilio celestial se organizó una gran misión rescatadora, y Jesús fue escogido y ordenado para dirigirla.

La experiencia de Lucifer mismo indica la inutilidad y permanencia de los efectos del pecado. En un tiempo Lucifer ocupaba una posición elevada en los concilios de Dios. Era el esclarecido Hijo de la Mañana hasta que la rebelión afectó su mente, y él y sus adherentes trajeron la condenación sobre sí mismos. Esta es una situación mucho más grave que la maldición del alcoholismo. Si es cosa desagradable poseer y difícil de cambiar una “mente depravada”, ¿qué será tener una “mente condenada”?
La mujer de quien hablé abandonó a su esposo porque había perdido toda la esperanza en su habilidad para rehabilitarse. Supongamos que Dios pierda la esperanza en nosotros. El poeta Dante imaginó que a la entrada del infierno se encuentra esta terrible inscripción: “Dejad toda esperanza, vosotros que entráis”.
¿Nos hemos imaginado alguna vez lo terrible que sería estar condenados a prisión perpetua sin esperanza? Las Escrituras hablan de “las tinieblas de afuera”, “castigo eterno” y “destierro de la presencia de Dios”. También dicen que a “donde Dios y Cristo moran (los malvados) no pueden venir por los siglos de los siglos”.
La más devastadora de todas las emociones humanas es la sensación de estar uno solo, de que nadie lo quiere, de estar perdido. Ahora pensemos en aquellos que actualmente ponen en peligro sus bendiciones aventurándose del otro lado de la línea.
Un solo cigarrillo o un solo pensamiento malo puede poner en marcha el alma humana por el camino del cual uno nunca vuelve, porque aun es cierto que “la jornada de mil kilómetros empieza con el primer paso”.
Pensemos luego en los millones adicionales de personas que habrían quedado perdidas eternamente si no hubiese sido por esta divina misión rescatadora encabezada por el Redentor.

Este “rescate” es la esencia de la misión de Cristo, así en este mundo como en el mundo de los espíritus. En ambos lugares su obra consiste en librar a los ‘presos’ de sus ‘prisiones’; dar libertad a los cautivos que han perdido la capacidad de ayudarse a sí mismos.
Nosotros hemos formado nuestras filas de este lado de la línea del Señor. Nuestra responsabilidad primera y más importante es impedir que el pecado llegue a nosotros. Nuestra segunda responsabilidad es libertar a otros. En los escritos de Isaías leemos lo siguiente: “Yo Jehová te he llamado… para que abras los ojos de ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de casas de prisión a los que moran en tinieblas.” (Isaías 42:6-7)
Los que trabajan en las sociedades contra el alcoholismo saben que hay muchas víctimas que no pueden efectuar su propia reforma. Necesitan la ayuda de uno que no sea víctima de este mismo vicio. En igual manera, en la obra del Señor se necesitan hombres y mujeres, peritos en su profesión de ayudar a efectuar la exaltación humana. Así como Jesús, estos hombres y mujeres deben ser “vivificados en espíritu”. También deben “vivificarlos” la preparación, inspiración, entendimiento, entusiasmo y el deseo de salvar. Todo misionero, maestro de la Escuela Dominical o maestro orientador “vivificado” en esta forma, puede llegar a ser parte de esta maravillosa misión rescatadora dirigida por el Hijo de Dios.

A veces un cordero, en busca de pasto, inopinadamente se extravía de la vista del pastor sin la menor intención. A veces, un hijo de Dios descuidadamente también puede pasarse de otro lado de la línea. Es en esto donde se manifiesta nuestra habilidad para dirigir; en la prontitud y habilidad con que emprendemos el rescate.
Alcanzamos los honores más altos cuando nos convertimos en “salvadores en el monte de Sión”, y la única forma en que se llega a ser salvador es por salvar a alguien. Esto usualmente significa que se precisa “invadir” el territorio enemigo y alcanzar a nuestros amigos con nuestro conocimiento y fe en tal manera que se encarrilarán de nuevo en la vía que conduce al reino celestial. La habilidad para hacer esto eficazmente es probablemente la realización humana de mayor valía. Es una habilidad difícil de desarrollar, porque se hace necesario cambiar los hábitos que la gente ha cultivado por muchos años. Es menester hacer que la influencia de Cristo afecte sus vidas en forma directa y eficaz.
Jesús dijo: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” (Juan 8:32) La verdad tiene mayor eficacia aún, cuando el que la lleva posee una amistad genuina junto con un interés personal sincero, y especialmente cuando hace muchas visitas individuales e instructivas a los ‘prisioneros’. Un misionero amigable y capaz que tiene experiencia puede influir en las vidas de los que son prisioneros de la ignorancia o esclavos de la indiferencia y el letargo, y efectuar su reforma.
Es posible desarrollar mucha habilidad en este respecto. El Pte. John Taylor decía que “no hay persona quien no se puede conmover, si la persona correcta busca la manera debida de acercarse a ella”.

Este “rescate” es la esencia de la misión de Cristo, así en este mundo como en el mundo de los espíritus
Pero se hace necesario que podamos discernir las oportunidades en los obstáculos, no los obstáculos en las oportunidades.
Tenemos un mensaje admirable, pero también debe haber un mensajero admirable. Antes que podamos convertir a otros, nosotros mismos tenemos que estar convertidos. Para poder hacer que otro piense debidamente, nosotros mismos debemos ser pensadores. Jamás puede haber un gran mensaje sin un gran mensajero.
Hubo algunos espíritus encarcelados que el Señor visitó, y hay algunos que nosotros podemos visitar. Algunos son prisioneros de la ignorancia; otros, de la desobediencia, la desidia o la indiferencia. Hacen falta mensajeros para que efectúen el “rescate” e influyan en las vidas de las personas antes que el pecado ligue tan fuertemente sus almas que será imposible rescatarlos.
Hace poco, en una conferencia de estaca, uno de los oradores mencionó que en su juventud el Pte. David O. Mckay le había puesto la mano sobre el hombro. Nunca lo había olvidado. Dijo: “El Pte. McKay me tocó.”
Hay muchos que pueden decir la misma cosa del Pte. McKay. Sin embargo, él no solamente toca a la gente con sus manos; también influye en ellos con su ejemplo, su espiritualidad y su fe, y hace que vengan de este lado de la línea del Señor.
La obra de mayor valía en el mundo es influir en la vida de la gente con el espíritu del evangelio. Para aquellos que lo hacen se cumplirá la gran promesa cuando “el Rey dirá a los que están a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo:
“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber…
“Estuve… en la cárcel y vinisteis a mí.” (Mateo 25:34-36)

Artículo publicado en la Liahona de julio de 1959

Estilo SUD, 14 marzo 2009
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