|
Productores
y Consumidores
Por el élder Sterling W. Sill
|
|
El
método profesional de cualquier realización, consiste
en determinar primeramente el problema.
Aristóteles dijo que “nunca podremos conocer realmente
un hecho, sino por medio de sus propias causas”. Todo éxito
tiene una causa; todo fracaso tiene un fundamento.
La indigestión y la obesidad tienen sus motivos. La espiritualidad
misma nace de una causa. Existen razones para el entusiasmo y para
la dedicación. Si somos capaces de descubrir los motivos
del éxito, también podremos reproducirlos. Si encontramos
las causas del fracaso, podremos eliminarlas.
La causa o razón de la mayoría de las cosas, tanto
buenas como malas, frecuentemente se encuentra bajo nuestras propias
narices. Muchas veces está tan cerca nuestro, que no la discernimos
claramente. Una de las causas del éxito, que puede ayudarnos
para cualquier realización, es la antigua e infalible cualidad
de ser industriosos.
Acerca de dicha virtud, el famoso escritor inglés, James
M. Barrie, autor, entre otras, de la obra “Peter Pan”,
dijo: “Si usted la posee, lo demás no importa; y si
carece de ella, tampoco lo demás importa”.
Ser industriosos y sus actividades resultantes engendran toda clase
de éxito, espiritual o temporal.
Santiago ha dicho que aun “la fe sin obras es muerta en
sí misma”. En verdad, con toda su importancia
y alcance a cuestas, y no obstante lo poderosa que puede llegar
a ser en nuestras vidas, la fe no puede sobrevivir separada del
trabajo. Aislemos nuestra fe de las tareas apropiadas y a poco habrá
muerto. Podría decirse que casi todo en la vida muere en
la inactividad.
Tanto en el desarrollo de nuestra habilidad para dirigir, como en
la práctica de nuestra religión, debemos conceder
la mayor prioridad a este factor del éxito: ser industriosos.
No podemos conceptuar altamente a un hombre que simplemente se contenta
con ser un consumidor, mantenido y cuidado por otros. Cuando la
inactividad se manifiesta, no es que sólo traiga consigo
perjuicios, sino que resulta totalmente contraproducente que un
grupo de gente activa deba mantener a un grupo de ociosos. Nuestra
economía se basa en la producción.
|
La
misma civilización peligra cuando mucha gente insiste en
que el mundo debe proveerle los medios de vida.
Exactamente
lo mismo sucede con nuestros asuntos espirituales. Resulta espiritualmente
erróneo que un grupo de miembros de la Iglesia haga todo
el trabajo, mientras que el resto permanece en la inactividad.
También en la Iglesia hay gente que cree que ella debe proveerles
los medios de vida, y resultan ser un contrapeso en el reino.
Aparentemente algunos piensan que Dios está obligado a concederles
la vida eterna. Pero los tales se verán al fin desengañados,
porque el plan del Señor está fundamentado en la “ley
de la cosecha”, y tal como lo declaró el apóstol
Pablo, “todo lo que el hombre sembrare, esto también
segará” (Gálatas 6:7), y no podemos pretender
cambiar esta ley porque es una ley básica por tiempo y eternidad.
|
|
Uno
de mis amigos ha logrado mucho éxito y satisfacción
al enseñar a sus hijos las cualidades de ser industriosos
y de la resolución. Para ello, les ha provisto de los medios
e incentivos de la producción. Y por supuesto, como él
dice, los resultados de la cosecha dependen de sus hijos. Cuando
éstos eran todavía niños, los inició
en las actividades del campo con un par de animales vacunos y algunas
gallinas, en una pequeña parcela de tierra. Pronto los jóvenes
comprendieron la ley y se capacitaron para hacer un buen uso de
ella. A medida que fueron cultivando sus ambiciones, habilidades
y se preocuparon de ser industriosos, en similar relación
la cosecha fue aumentando.
Dios es el Autor
de esta ley, la cual es aplicada imparcialmente a todos los hombres.
No es un instrumento de soborno, ni tampoco una dádiva; es
una consecuencia, y como tal se aplica al progreso de nuestros bienes
terrenales o a nuestra exaltación eterna misma.
|
|
La cosecha aumentará
en la medida que nos capacitemos y cultivemos nuestras ambiciones,
habilidades y seamos industriosos. |
|
Dios
nos provee de los materiales crudos del intelecto, la oportunidad
y la voluntad. Podemos refinarlos, cultivarlos y utilizarlos conforme
a nuestro propio provecho, y los beneficios resultantes de la cosecha
quedarán en nuestras manos.
Sabemos que si no sembramos, no podemos cosechar, y, en todo caso,
si sembramos espinas, cosecharemos espinas. Es dentro de esta ley
que cada uno de nosotros debe trabajar por su propia salvación.
Nadie más puede hacer el trabajo de uno mismo. Nadie puede
cultivar la espiritualidad personal de otro individuo. A raíz
de que algunos no quieren trabajar, la Iglesia está desbordando
de miembros que, en el sentido religioso, son meramente consumidores.
Vale decir que, el lugar de enseñar, se conforman con ser enseñados;
en vez de aprender a orar, se contentan con ser incluidos en las oraciones
de otros; más bien que ayudar a que otras personas sean bendecidas,
su único interés consiste en recibir bendiciones. Estos
son los que insisten en el derecho de recibir inspiración divina,
y, sin embargo, se desentienden de su obligación de inspirar
a otros con sus actos. Pretenden milagros y maravillas, pero no están
dispuestos a llevar a cabo sus deberes más simples. Todos ellos
coinciden en querer que sus oraciones sean contestadas completamente
y a tiempo. |
En
oportunidad en que un grupo de gente se reunió para orar
al Señor por lluvia, alguien comentó que si el Señor,
para satisfacer nuestras súplicas, se tomara todo el tiempo
que nosotros necesitamos para satisfacer Sus mandamientos, la lluvia
llegaría demasiado tarde y no haría bien alguno. La
opinión general parece indicar que mucha gente piensa que
Dios es una especie de criado cósmico cuya responsabilidad
es responder infaliblemente cada vez que se le llama.
Cierto muchacho
explicó en una oportunidad que la razón por la cual
él no decía sus oraciones todas las noches, era que
“algunas veces no tenía nada que pedir”. Quizás
haya entre nosotros demasiados individuos cuyas vías espirituales
pretenden modelarse conforme a las características de los
lirios del campo y por consiguiente, “no trabajan ni hilan”.
Nuestros apetitos se asemejan demasiado a los apetitos del consumidor,
rara vez a los del productor.
En nuestros intereses
materiales, frecuentemente la necesidad nos impulsa desde atrás,
pero en nuestra vida religiosa, donde no existe esta presión,
consciente o subconscientemente solemos quedar atrás y pasamos
a ser simples consumidores.
Bien dijo George Bernard Shaw que “así como tenemos el
derecho de consumir riquezas sin producirlas, tampoco podemos pretender
asimilar la felicidad sin reponerla”. Sin embargo, este tipo
de razonamiento parece ser bien aceptado y comprendido en los asuntos
económicos, pero no así en nuestras actividades espirituales.
La mayoría de la gente acude a su trabajo diario por voluntad
y medios propios, mientras que muchos de nosotros en la Iglesia parecemos
tener necesidad de ser alentados o exhortados constantemente a prestar
atención a los asuntos de la vida eterna.
El Señor nos ha dicho que debemos ir a Su casa de oración
en el Día de Reposo y rendir nuestras devociones al Altísimo.
Pero antes de hacerlo, muchas veces nos preocupa quién habrá
de ser el orador y en qué consistirá el programa. Entonces
supeditamos nuestra asistencia a las reuniones—y con ello el
mandamiento del Señor—a nuestras posibles complacencias.
Aun hay veces en que pensamos que no hemos obtenido mucho beneficio
de la reunión, pero no se nos ocurre preguntarnos a nosotros
mismos cuánto o qué hemos hecho para contribuir con
la reunión en sí. |
La
espiritualidad de un mero consumidor en la Iglesia, tiende a alcanzar
una condición comparable a la del Mar Muerto. Este mar es
“muerto” porque simplemente recibe y no da nada. El
Mar Muerto es uno de los cuerpos más salobres del mundo.
No existe especie animal alguna que pueda vivir en sus aguas, ni
vegetación posible en sus playas. Por otro lado, y casi en
el mismo terreno, el caso del Mar de Galilea es diferente. El mar
de Galilea es un lago de agua fresca y deliciosa, precisamente porque
da a la vez que recibe. Los peces abundan en sus aguas; alegres
pájaros sobrevuelan su superficie, casi rozándola;
una variada vegetación prolifera en sus costas. El Mar de
Galilea constituye un notable ejemplo en base al cual podríamos
modelar nuestras vidas.
Alguien se quejaba
cierta vez que el Cristianismo era sólo dar, dar, dar. Pero
uno de sus amigos le respondió: “¡Cuán
hermosa definición de la religión de Jesús!”
Dios es un productor; Él ha “creado” los cielos
y la tierra. Ha “creado” el gran milagro de la vida
humana. Ha puesto en práctica un programa de actividad, del
cual El mismo es el centro, y quiere que seamos como El, que nos
paremos sobre nuestros propios pies y trabajemos con nuestras propias
manos. “Dios ayuda a quienes se ayudan a sí mismos”.
Dios ama los productores.
Los grandes placeres no provienen de un viaje gratis o de un pan
no ganado. No es realmente agradable vivir continuamente de la caridad.
Antes bien, para triunfar y ser feliz es menester estar capacitado
para dar, y es precisamente la correcta capacidad para dirigir la
que desarrolla la más extensiva y constructiva actividad.
“Aquel que consigue hacer trabajar a diez hombres, es mayor
que el que hace el trabajo de diez hombres.”
|
|
El Mar
Muerto es uno de los cuerpos más salobres del mundo.
Ninguna especie puede vivir en sus aguas |
|
La vida en el Mar de Galilea
y sus costas es muy rica |
|
Si
uno puede hacer el trabajo de diez hombres, es entonces capaz de
construir casi cualquier cosa; pero el que consigue poner en actividad
a diez trabajadores, está edificando hombres.
En cierto sentido, la Iglesia es como un gimnasio enorme, donde
podemos desarrollar nuestra espiritualidad mediante nuestros propios
ejercicios.
El evangelio no solamente es un conjunto de ideas, sino también
de sentimientos y actividades. Uno de los problemas más grandes
del mundo es el desempleo, la falta de trabajo. Esto es también
una de nuestras mayores preocupaciones espirituales. El programa
de bienestar dispone que si está dentro de nuestras posibilidades
el evitarlo, no debemos permitir que un solo hombre esté
sin trabajo, ni siquiera por una semana, y el mismo plan deberían
adoptar todos los directores y maestros, a fin de que nadie permanezca
espiritualmente desempleado o religiosamente ocioso. Todo miembro
de la Iglesia debe ser un productor. Porque como dijimos al principio,
no es conveniente que un grupo de gente mantenga a otro.
|
|
Artículo publicado
en la Liahona de marzo de 1963 |
Estilo SUD, 11 octubre
2008 |
|
Notas
Relacionadas |
|
|