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¿Qué
debo hacer para
lograr el éxito?
Por el élder Sterling W. Sill
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Hallándose
en Filipos, Pablo y Silas pasaron por una experiencia interesante
mientras estaban en prisión. A la medianoche, mientras oraban
y cantaban, vino de repente un gran terremoto que sacudió
los cimientos de la cárcel. Se abrieron todas las puertas
de la prisión y las cadenas con que estaban atados los presos
se soltaron. El carcelero, despertando de su sueño, sacó
la espada para matarse, pensando que todos sus prisioneros habrían
huido. Mas Pablo le aseguró que todos estaban allí.
Entonces el carcelero fue y se derribó a los pies de Pablo
y Silas y les preguntó: “Señores, ¿qué
es menester que yo haga para ser salvo?”
Pablo instruyó
al carcelero sobre lo que había de hacer, y éste empezó
su vida nueva bautizándose esa misma noche. Observemos que
el carcelero primeramente sintió una necesidad.
Solicitó la información a uno que en su concepto podía
darle la respuesta. Entonces, todo lo que tuvo que hacer fue obedecer
las instrucciones.
Nos parece que
ésta es una fórmula o receta muy buena para resolver
la mayor parte de los problemas. Concuerda con el consejo de Jesús,
cuando declaró: “Pedid, y se os dará.”
El carcelero deseaba saber. El conocimiento proviene de la explicación,
discusión, lectura, reflexión. Un pensamiento pequeño
expresado a nuestras mentes puede desencadenar una sucesión
de reacciones. Entonces, el producto de nuestras mentes es la respuesta
que podemos poner por obra.
Es posible obtener la respuesta a muchos problemas por medio de
este sistema. Algunas veces quizá los hechos ya existen en
nuestra mente, pero una expresión de alguna otra persona
puede obrar como especie de catalizador que cristaliza nuestros
pensamientos y los dispone en forma adecuada para nuestra maquinaria
mental.
La pregunta: “¿Qué es menester que yo haga para
ser salvo?”, se compone de nueve palabras sencillas. Sin embargo,
para el carcelero la respuesta la respuesta probablemente representaba
la salvación.
“¿Qué es menester que ya haga para ser salvo?”,
es probablemente la pregunta más importante de todo el mundo.
Lo que podría
considerarse como la segunda pregunta de mayor importancia es muy
parecida. Esta se compone de diez palabras, y dice: “¿Qué
es menester que yo haga para lograr el éxito?”
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Para
aquellos de nosotros que estamos ayudando a llevar a cabo la obra
del Señor, la frase podría tornarse en: “¿Qué
es menester que yo haga para salvar a otros?”
Los que son líderes en la Iglesia tienen la responsabilidad
de de ver que cada uno de aquellos que esté bajo su dirección
salga aprobado para entrar en el reino celestial. Es la asignatura
principal y más importante del mundo. Creemos y decimos que
podemos ser salvadores en el monte de Sión; pero no es una
tarea sencilla. Probablemente la única manera de poder ser
un salvador es salvar a alguien. Eso es lo que Jesús designó
como la cosa de mayor importancia, aun cuando para ello se necesite
trabajar toda la vida.
Salvar a alguien es un procedimiento algo complicado; y sin embargo,
tal vez no sea más complicado salvar a otros que a nosotros
mismos. Muchas personas se esfuerzan toda la vida y no logran salvar
sus propias almas.
Al contestar la pregunta del carcelero, Pablo indicó, como
Jesús lo hizo antes de El, que hay ciertas cosas bien definidas
con las cuales es necesario cumplir a fin de lograr la exaltación
eterna.
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El sacerdocio nos da
la autoridad para salvar almas, pero el saber dirigir
nos da la habilidad para salvarlas. |
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Por otra parte, el éxito, igual que la exaltación,
también depende de un conjunto bien preciso de requisitos.
Esta operación de salvarnos a nosotros mismos es conocida
como la de la salvación; pero cuando se trata de salvar a
otros, entonces se llama habilidad para dirigir.
En estas dos operaciones están comprendidas las habilidades
mas importantes que se conocen.
El sacerdocio nos da la autoridad para
salvar almas, pero el saber dirigir nos da la habilidad
para salvarlas. Faltando cualquiera de las dos, la otra pierde mucho
de su valor.
Tenemos autoridad. Ahora resta el gran
problema de adquirir la habilidad. De
manera que el asunto de mayor importancia llega a ser la habilidad
para dirigir con éxito.
Se ha demostrado una vez tras otra que un soldado lucha con más
brío, un agente de ventas puede vender mayor número
de artículos y un misionero logra más conversos, si
trabajan bajo la dirección de alguien que puede enseñar
y capacitar y administrar y organizar y delegar e inspirar e impulsar.
Esto constituye una descripción breve de la habilidad para
dirigir.
Hace algún tiempo visité una estaca, uno de cuyos
barrios había logrado que el 87% de los jóvenes del
Sacerdocio Aarónico recibieran sus certificados de logros
personales. Esto podría considerarse como la mejor medida
que disponemos para identificar a los que marchan de acuerdo con
el horario que conduce al reino celestial. En otro barrio de esa
estaca, con la misma clase de jóvenes, solamente un 10% alcanzaron
sus logros.
La diferencia radicaba enteramente en sus directores. Si hiciéramos
un cambio y pusiéramos los líderes que lograron el
87% en el barrio que solamente alcanzó el 10%, indudablemente
veríamos el promedio del barrio de porcentaje menor subir
hasta aproximadamente el 87%, que es la medida de la habilidad de
sus directores; mientras que si ponemos en el barrio del porcentaje
alto los directores que lograron solo el 10%, no pasaría
mucho tiempo sin que bajara el promedio hasta 10%.
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El
carcelero preguntó: “¿Qué es menester que
yo haga para ser salvo?”. Se han escrito o predicado muchos
tomos de escrituras y miles de libros y sermones para ayudarnos a
encontrar la respuesta. Si preguntásemos: “¿Qué
es menester que yo haga para lograr el éxito?”, obtendríamos
una respuesta mas o menos de la misma amplitud, aunque probablemente
no tan clara para nuestro entendimiento. La mayor parte de los escritos
y discusiones eclesiásticos tienen que ver con la doctrina,
filosofía e historia de la Iglesia. En nuestra Iglesia no existe
la misma abundancia de ideas, métodos y maneras de proceder
que hablen de lo que podemos hacer para que la doctrina influya en
la vida de la gente. En la habilidad para dirigir está comprendido
todo el campo de aptitud administrativa, métodos de preparación,
inculcación de ánimo, medios para mejorar las relaciones
humanas, etc. |
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Saber dirigir
quiere decir tener la habilidad
para hacer que la bondad funcione en las
vidas de otros. |
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También
abarca el poder del ejemplo y se esfuerza por utilizar todos los recursos
de la personalidad, el espíritu, las facultades y los sentidos,
a fin de realizar este objeto único: la exaltación eterna
de la familia humana.
Sin embargo, pese a la definición que demos a la “habilidad
para dirigir eficazmente”, claramente se destaca como la fuerza
más grande del mundo. Empleándola, el hombre puede transformar
el ánimo moral de una comunidad entera, si lo desea. Ser un
director constituye mucho más que ser un hombre bueno. Saber
dirigir quiere decir tener la habilidad para hacer que la bondad funcione
en las vidas de otros.
El presidente de un quórum, un obispo o un presidente de estaca
ha realizado una tarea magnífica si cumple con los requisitos
necesarios para entrar en el reino celestial; y sin embargo, nos es
una realización tan grande como lograr que también otros
sean aptos para recibir la misma gloria. Aprender de memoria todas
las doctrinas de la Iglesia y cumplirlas al pie de la letra nunca
puede ser igual que la habilidad para hacer que estas doctrinas operen
en la vida de otros. |
Nuestra
falta de habilidad para dirigir es el principal factor restringente
en la Iglesia y en la vida. El asunto de mayor trascendencia en la
vida es lograr el éxito. No hemos sido colocados aquí
para derrochar nuestra vida en el fracaso. El fracaso es un pecado;
no porque lo sea de sí mismo, sino por lo que simboliza. Si
el carcelero no hubiera obedecido las instrucciones, habría
sido una indicación de cierta debilidad en él. Pero
cuando dejamos de hacer las cosas que son necesarias para salvar a
otros, entonces es señal de debilidad en nosotros. Tenemos
que vencer estas debilidades; es necesario convertirlas en nuestra
fuerza. Todo fracaso es una tragedia. No debemos fracasar; no podemos
permitirnos ese lujo. La vida eterna de otros depende de nuestro éxito.
La exaltación por todas las eternidades es una idea grandísima.
Por consiguiente, una de las preguntas más importantes del
mundo es ésta que debemos hacernos a nosotros mismos: “¿Qué
es menester que yo haga para lograr el éxito?”
Pensemos en la multitud de cosas que dependen de que acertemos con
las respuestas correctas.
La habilidad para dirigir es a la vez un arte y una ciencia, y probablemente
ninguna persona domina lo uno o lo otro a la perfección. |
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Obtener
ayuda en nuestra habilidad para dirigir viendo obrar a nuestros
líderes mayores |
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Nadie llega
a aprender durante su vida todo lo que hay que saber acerca de
la medicina.
Llegamos a entender aun mucho menos de la habilidad para dirigir
por dos razones: Primero, la habilidad para dirigir, en todos
sus aspectos, es mucho más extensa que cualquier otra ciencia;
y segundo, desafortunadamente, por regla general no nos dedicamos
con el mismo empeño a nuestra obra de aprender a dirigir.
Sea como sea, distamos mucho de alcanzar los límites de
nuestras posibilidades.
Fue el notable inventor Edison, según creo, quien dijo
que nadie sabía sino un medio por ciento de cualquier cosa.
Sin embargo, si nos desanimamos por causa de lo dilatado de nuestro
campo, será una de las cosas más desastrosas que
podemos hacer. Probablemente el mejor lugar para iniciar nuestra
tarea será empezar, como el carcelero empezó, haciéndonos
la pregunta: “¿Qué es menester que yo haga
para lograr el éxito?” Y si entonces, al grado que
vayamos hallando respuestas, empezamos a obrar con la prontitud
del carcelero y continuamos trabajando diligentemente el esto
de nuestras vidas, indudablemente recibiremos el premio consiguiente
al éxito.
Determinemos, pues, excavar cada semana en un pequeño rincón
del campo de la habilidad para dirigir y procuremos hallar algunas
respuestas que inmediatamente podamos llevar a la práctica.
Así desarrollaremos gradualmente la destreza que viene
con el éxito en la habilidad para dirigir. Podemos obtener
ayuda de muchas fuentes, y nos beneficiamos mucho cuando leemos
y meditamos. Una de estas fuentes es el estudio de los grandes
directores.
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Las Escrituras hablan acerca de algunos de ellos; otros obran contemporáneamente
con nosotros en la Iglesia; en otros campos hay muchos otros hombres
que se destacan como directores. No obstante, los principios básicos
del éxito en la habilidad para dirigir son muy parecidos,
no importa donde los encontremos, y nosotros podemos seleccionarlos,
adaptarlos y emplearlos en la obra del Señor.
La siguiente idea podrá ayudarnos. Ha llegado a nosotros
una tradición de la Grecia antigua acerca de un gran pintor
llamado Apeles. Vivió en el cuarto siglo antes de Cristo
y pintó un retrato que lleva por título La Diosa de
la Belleza, el cual dejó encantado al mundo. Por muchos años
viajó extensamente por muchos países, observando los
rasgos más bellos de las mujeres más hermosas. Entonces
pintó las cualidades más atractivas que halló
en cada una: un ojo de aquí, una frente de allí. Acá
pintó una gracia particular, y allá, cierto rasgo
de belleza. El resultado, en conjunto, fue su gran obra maestra,
el retrato de una mujer perfecta, cuya belleza dejo admirado al
mundo.
Todo director destacado es también un “conjunto de
cualidades”. Toda persona es “muchos en una”.
Se ha dicho que si se restara de cada uno de nosotros lo que propiamente
pertenece a otra persona, no quedaría mucho de nosotros.
Pero únicamente por este procedimiento de extraer lo mejor
de aquellos con quienes nos asociamos, puede la personalidad individual
elevarse al máximo grado, en lo que concierne a su habilidad
para dirigir.
Cada persona
y cada cosa tiene algo que nos puede enseñar. Podemos adoptar
y adaptar todo lo que sea menor y digno de consideración.
Examinando estas ideas, puede grabarse en lo interior de nuestro
propio cerebro y aumentar nuestra habilidad para dirigir, como sucede
con nuestro conocimiento del evangelio: línea por línea,
y precepto por precepto. Entonces conoceremos esto que llamamos
crecimiento, el mayor de todos los fenómenos naturales.
Probablemente la forma más práctica de mejorar nuestras
cualidades como directores es estar conscientes de nuestras necesidades.
Esa sensación, de por sí, nos ayudará a discernir
las buenas cosas que hay en otros, a lograr el mayor beneficio de
lo que leemos, oímos y pensamos. Si estudiamos continuamente
el problema entero, seremos orientados para descubrir las habilidades
necesarias. La inspiración y bendición del Señor
santificará y enriquecerá la obra completa, y ganaremos
nueva fuerza y ambición para ésta, la mayor de todas
las empresas, la habilidad para dirigir en la obra del Señor.
Estas habilidades nos ayudarán a contestar las dos preguntas
más grandes de nuestra vida: “¿Qué es
menester que yo haga para ser salvo?”, y “¿Qué
es menester que yo haga para lograr el éxito?”
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Artículo publicado
en la Liahona de abril de 1960 |
Estilo SUD, 3 de enero
de 2009 |
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