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¿Quién
es mi enemigo?
Por el élder Sterling W. Sill
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La
bella e inspiradora parábola del Buen Samaritano fue la respuesta
de Jesús a la interrogación del doctor de la ley,
“¿Y quién es mi prójimo?” (Lucas
10:29)
En los años que la gente ha estado meditando esa respuesta,
se han grabado en sus mentes algunas ideas constructivas. La historia
adecuada ilustra y clarifica las ideas de tal manera, que a veces
las hace más valiosas que el propio acontecimiento. Los conceptos
útiles primero deben ser claros, y así pueden penetrar
nuestras mentes con una profundidad cada vez mayor y aumentar de
esta manera la eficacia su influencia.
No hace mucho, otro “doctor de la ley” hizo una pregunta.
Después de alguna discusión y confusión sobre
algunos problemas personales, dijo en substancia: “¿Quién
es mi enemigo?”
Esta es una pregunta que nos da en qué pensar, y no siempre
podemos hallar la respuesta correcta. Así como nos es difícil
en una película determinar quién es el “villano”
y desenlazar el misterio, en igual manera se nos dificulta distinguir
entre nuestros amigos y enemigos en la vida. Jesús fue el
mejor amigo que la gente de esta tierra ha tenido, y sin embargo,
en su propia época, así como en la nuestra, no siempre
se le reconoce como tal. Una de las desgracias comunes de la experiencia
humana es la “identificación errada”. El lobo
que anda entre nosotros con vestido de oveja es ocurrencia diaria,
y con la misma frecuencia la gente le vuelve las espaldas a sus
mejores amigos sin darse cuenta de ello.
Los amigos y los enemigos, igual que las bendiciones, a veces llegan
disfrazados. Pero aun sin el disfraz, es pésima nuestra habilidad
para reconocer a unos y otros. No siempre reconocemos a nuestros
padres o directores religiosos en su verdadero aspecto. Al mismo
tiempo, permitimos que el enemigo con los más ridículos
disfraces infiltre nuestras filas y nos robe de nuestras bendiciones
sin que nos demos cuenta siquiera de que las estamos perdiendo.
“¿Quién es mi enemigo?” es una pregunta
muy oportuna. |
Si nos ponemos a reflexionarla quizá podremos desarrollar
nuestra habilidad para identificar y reconocer. Tal vez una ilustración
más nos ayude a clarificar algunas ideas.
Una de las historias más instructivas de cualquier edad,
es la de Marco Antonio, amigo de Julio César. Un grupo de
treinta y ocho conspiradores acababan de asesinar a César
con la intención de apoderarse del gobierno del Imperio Romano.
Entró entonces en la escena Marco Antonio, y tras una arenga
muy eficaz durante los funerales de César arrebató
la iniciativa a los conspiradores.
Entonces Antonio y Octavio César organizaron sus fuerzas
y dieron principio a una larga y reñida contienda para lograr
el dominio.
Plutarco, el gran moralista e historiador griego, contemporáneo
de Antonio, nos relata como éste, dotado de oratoria convincente,
lógica, valor y habilidad para dirigir grupos de hombres,
quitó el mundo a los conspiradores.
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Marco Antonio pasó de un éxito a otro y llegó
a ser quizá el hombre más ilustre y potente de su
época.Venció toda dificultad. Soportó las marchas
más arduas; vivió por largos períodos sin más
comida que insectos y la corteza de árboles. Compartió
estas extremas dificultades con sus hombres en medio de un ánimo
asombroso. Se granjeó la incuestionable lealtad y devoción
de sus soldados, los cuales estaban dispuestos a seguirlo en cualquier
empresa.
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Sin embargo, cuando el poder de Antonio parecía estar seguro
y aparentemente no había más necesidad de seguir luchando,
nuestro héroe se tornó inactivo.
Se enamoró de la seductora reina Cleopatra de Egipto y cayó
víctima del blando lujo y elegancia perfumada de la corte egipcia.
Su gran inteligencia se empañó con los vapores del vino.
Perdió el interés en el régimen que lo había
llevado al éxito. Llegó a ser lo que Plutarco llama
“general de la vara de pescar”, y Shakespeare dice que
se convirtió en el “bufón de la cortesana”.
Así como la han hecho tantos otros desde esa época,
Marco Antonio abandonó su naturaleza más noble. No dilató
mucho, pues, en comenzar a disiparse su poder. Empezó a perder
su prestigio; se eclipsó su personalidad dominante, y menguó
su habilidad para efectuar. Perdió su sentido de moralidad
y responsabilidad. Perdió la lealtad de sus hombres, la admiración
del pueblo y el apoyo de Octavio. La espléndida tarea de Marco
Antonio se redujo a escombros. Por último, Octavio mandó
tropas a Egipto para que apresaran a Antonio, y éste prefirió
darse muerte con su propia espada que verse preso.
Y mientras yacía moribundo expresó a Cleopatra la idea
tan significante de que no había habido ningún poder
en la tierra suficientemente para derribarlo, sino el suyo. Antonio
se deshizo a sí mismo. “Solamente Antonio pudo vencer
a Antonio”—fue lo que dijo.
Todo lo que había deseado en el mundo, lo había tenido
firmemente asido entre sus manos. No existía ningún
poder terrenal con la fuerza suficiente para arrebatarle aquello,
sino el que él mismo poseía. La oposición de
los conspiradores sólo lo hizo más resuelto; los problemas
planteados por las dificultades fueron la causa de sus más
nobles esfuerzos; los desiertos y montañas que conquistó
le dieron más fuerza. |
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En
realidad, sus dificultades y problemas aumentaron sus habilidades.
Sin embargo, cuando se “apartó de los senderos de la
gloria” y comenzó a guerrear contra sus propios intereses,
no hubo poder que pudiera salvarlo. Fue él mismo quien deliberadamente
se postró en el polvo. De su propia voluntad “locamente
arrojó de sí un mundo”.
Cuán notable este paralelo con lo que pudiera ser nuestra propia
situación. Hay muchas personas que en este momento tienen a
su alcance todas las bendiciones, pero deliberadamente las están
echando de sí, inclusive el reino celestial y todo lo que lo
acompaña. Dios nos ha dado el dominio sobre nuestro propio
bienestar. Si fracasamos será porque, igual que Marco Antonio,
nos hemos destruido a nosotros mismos.
Aristóteles citó a Alejandro Magno una verdad importante
con la cual conviene que todos estemos bien familiarizados. Dijo:
“El peor enemigo con el cual tiene que enfrentarse un ejército
nunca se halla en las filas del enemigo, sino siempre en nuestro propio
campo.”
No sólo es esta verdad una de las más importantes, sino
una de las más trabajosas de aprender. Es sumamente difícil
protegernos de nosotros mismos. Esto se aplica a individuos, como
a iglesias, ejércitos y naciones.
Por ejemplo, ¿quién es el enemigo más temible
de una democracia? El peor enemigo de una democracia no es un país,
sino la debilidad y el pecado internos. Las grandes civilizaciones
de los jareditas y los nefitas se destruyeron a sí mismas,
tal como lo hizo Marco Antonio. |
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El lobo
que anda
entre nosotros con vestido de oveja es
ocurrencia diaria |
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¿Quién
es enemigo más formidable de la Iglesia? Ningún poder
“fuera” de la Iglesia puede contener su progreso. La
única gente que puede estorbar nuestra parte de la obra del
Señor somos nosotros mismos. Desde 1834 el Señor declaró
que “si no fuera por las transgresiones de mi pueblo…bien
habrían sido redimidos ya”. (DyC 105:2)
Hay ocasiones en que nos destruimos a nosotros mismos por las cosas
más triviales. La caída de Antonio empezó por
su inactividad y la impía atracción de una reina egipcia.
Otros desechan sus bendiciones sin tener mayor pretexto. Se pierde
la fe porque en el interior yacen la inactividad, el ocio y el pecado.
El profeta José Smith tenía menos temor de los actos
del populacho que de aquellos que pudiesen tornarse traidores entre
su propio pueblo.
Guillermo Law, uno de los consejeros de José Smith, ayudó
a entregarlo en manos de sus enemigos, y el 12 de junio de 1844
el alguacil David Bettisworth de Carthage llegó a Nauvoo
con órdenes de aprehender a José y a Hyrum. El mandamiento
de prisión se expidió a raíz de una acusación
hecha por Francisco M. Higbee, que había sido miembro de
la Iglesia.
El problema mayor de la Iglesia siempre ha sido el de los enemigos
que se encuentran entre nuestras propias filas.
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El
Pte. David O. McKay ha dicho: “Raras veces, si acaso las
ha habido, es perjudicada la Iglesia por causa de la persecución
de nuestros enemigos ignorantes o mal informados o perversos. Constituyen
una barrera mucho más grande a su progreso aquellos que critican,
los que violan los mandamientos, los que no quieren hacer nada dentro
de la Iglesia. “
Es menester que indiquemos a los enemigos actuales de la Iglesia si
es que vamos a resolver nuestros problemas. ¿Quién está
impidiendo el progreso de las varias estacas, ramas y misiones?¿Quién
tiene la culpa de que estén perdiendo sus bendiciones el crecido
número de miembros menos activos? ¿Quién es el
responsable de la orientación familiar que no se lleva a cabo?
No puede haber sino una respuesta. La dificultad estriba en los miembros
de la Iglesia, tanto en los que se niegan a dirigir como en los que
no quieren seguir.
El Señor no nos tendrá por inocentes. El ha dicho que
todo hombre quedará “sin excusa” . (Véase
DyC 88:82) Y esto se aplica a los que no quieren escuchar, y más
particularmente a los que no quieren enseñar. El que está
dirigiendo corre peligro de incurrir en la condenación a la
que se refirió el apóstol Pablo que dijo: “¡Ay
de mí si no anunciare el evangelio!” (1 Corintios 9:16)
Es la cosa más sencilla caer en las garras de esa grave debilidad
de la naturaleza humana que incita a querer “justificarnos”
por las cosas que hacemos, sean buenas o malas. Disimulamos nuestras
propias debilidades. Se nos ofusca la vista cuando se trata de ver
nuestras propias flaquezas. Una de las razones por las que debemos
“amar a nuestros enemigos” es porque ellos tienden a señalar
nuestras debilidades y de este modo nos aguijan a que seamos activos.
Por lo menos, nos alertan; mientras que nuestros “amigos”
a veces nos seducen a cometer el pecado de engañarnos a nosotros
mismos, que es el principio del desastre.
Tomas Carlyle dice que “la mayor de todas las faltas es no darse
cuenta de que las hay.” |
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“La mayor de todas
las faltas es no darse cuenta de que las hay" |
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Más
que cualquier otra cosa, necesitamos saber analizarnos, criticarnos
y examinarnos objetivamente a nosotros mismos.
El Señor nos ha indicado el gran gozo que será nuestro
si nos fuera posible traerle un alma. ¿No será lógico
suponer que el dolor será en igual proporción si dejamos
perder un alma por causa de nuestra negligencia o si la desviamos
por motivo de nuestro mal ejemplo? Sobre esto, el Señor ha
dicho: “¡Ay de aquel por quien vino esta ofensa!”
(DyC 54:5)
Nuestra propia debilidad o falta de integridad o capacidad inferior
para dirigir pueden fácilmente ser una piedra de tropiezo más
grande que la oposición deliberada, y si no estamos enterados
de nuestros problemas, nuestras ofensas pueden llegar a ser más
grandes y numerosas. Debemos estar seguros que la obra del Señor
no sufrirá internamente por causa de nosotros.
Podemos aplicar esta pregunta de “¿Quién es mi
enemigo?” a nosotros personalmente. ¿Qué es lo
que me conserva ignorante y pobre y en el fracaso? ¿Por qué
no puede impresionarnos esta idea tan importante de que el Señor
ha colocado ante nosotros toda bendición y oportunidad para
esta vida y la eternidad? El reino celestial para nosotros y nuestros
prójimos está a nuestro alcance.
No hay poder en el mundo suficientemente fuerte que nos impida obtener
esas bendiciones sino nosotros mismos. “Solamente Antonio puede
vencer a Antonio”. |
Ni aun Satanás puede obligarnos a hacer lo malo contra nuestra
voluntad.
Somos responsables de nuestros propios hechos. El pecador trae sobre
sí su propia condenación. El perezoso pierde las bendiciones
del trabajo que deja de efectuar. Si verdaderamente creyésemos
lo que decimos que creemos, algunos de nosotros no haríamos
lo que hacemos. Porque si perdemos las bendiciones del reino celestial,
será únicamente porque nosotros mismos nos hemos “apartado
de los senderos de la gloria” y deliberadamente arrojamos nuestras
bendiciones por la ventana, pues no hay otro poder en el mundo que
impida nuestra eterna exaltación y felicidad más que
nosotros mismos. |
Artículo publicado
en la Liahona de febrero de 1959 |
Estilo SUD, 21 febrero
2009 |
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