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Raíces
tiernas
por el élder Russell M. Nelson
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Recuerdo
claramente lo que aconteció hace exactamente un año.
Me sentía deleitado por estar presente en el seminario de Representantes
Regionales, muy cómodamente sentado junto a muchos de ustedes
en la parte de atrás de este auditorio. Pero una entrevista
efectuada esa misma tarde cambió mi vida, y el voto de sostenimiento
a la mañana siguiente mi lo confirmó. Ahora son ustedes
los que están cómodamente sentados.
Con gran admiración y amor hacia todos ustedes, les aseguro
que me siento honrado ante la oportunidad de servir, y profundamente
agradecido por poder estar junto a ustedes, los grandes maestros y
capacitadores de los líderes de la Iglesia. |
Tengo
el privilegio de dirigirme a ustedes en cuanto al tema de la nutrición
espiritual de los miembros de la Iglesia. Soy plenamente consciente
de esa sagrada responsabilidad y ruego que el Espíritu del
Señor nos acompañe en esta ocasión.
En las Escrituras nos encontramos con un pasaje muy importante que
se refiere a viñas inactivas, que no producían fruto
como era debido: “Las ramas han sobrepujado las raíces...
crecieron más aprisa que la fuerza de las raíces”
(Jacob 5:48).
Al
llevar a cabo nuestros programas de activación, también
nosotros haríamos bien en concentrar nuestros esfuerzos en
fortalecer raíces en vez de podar continuamente las ramas,
o sea, los programas y procedimientos, o responder a otras evidencias
externas de la fe.
Puesto
que sé algo en cuanto a la fe de todos ustedes, y sobre la
fe de los arrojados líderes que nos han antecedido, pregunto:
¿Cuáles son las raíces de nuestra gran fe? ¿Qué
es lo que nos impulsa a cantar con gran convicción: “Iré
do me mandes, iré, Señor, y lo que me mandes diré,
y lo que me mandes seré”? |
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Algunos
de nosotros somos como un gran árbol --grande, de tronco
robusto, algo nudoso, y en realidad no muy bello, excepto para aquellos
que nos aman. Pero contamos con un fuerte sistema de raíces
que nos sujetan firmemente, aun en medio de las tormentas de la
adversidad. |
Otros
nos parecemos a un árbol de apariencia diferente, de líneas
delicadas, de tronco fino y de follaje nutrido en su copa. Tal árbol,
pese a ser bello, tiene raíces débiles y no es muy estable
ante los vendavales. |
La
raíz de la fe |
Al aplicar esta analogía, reconocemos que
desde el comienzo existe una diferencia natural entre estos árboles.
Provienen de distintas familias y sirven propósitos particulares.
Cada miembro de la Iglesia también proviene de una familia
diferente, que tiene sus propias características. Lo que
es más, sabemos que los “escogidos” del Señor
escucharán su voz (véase DyC 29:7) y serán
más sensibles que otras personas al mensaje del evangelio.
Algunos están más dispuestos a aceptar responsabilidades,
a sacrificarse en provecho de Dios y del hombre.
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Tales personas
poseen la raíz de la fe. Honran el nombre de su familia, adoran
con humildad a su Padre Celestial y perciben el propósito de
sus vidas. Su naturaleza misma hace que echen raíces profundas.
Algunos miembros cuentan con raíces de ese tipo, pero no lo
saben. No saben exactamente quién son, por qué están
aquí, ni lo que pueden llegar a ser. |
Las bendiciones
patriarcales ayudan a los miembros a ganar este conocimiento de sí
mismos, particularmente durante los años de adolescencia. El
saber que son verdaderamente de la casa de Israel, herederos de las
bendiciones de Abraham, Isaac y Jacob, proporciona una visión
que se extiende mucho más allá de la propia. |
Quien posea
la raíz de la fe podrá declarar con humildad: “Sé
quién soy y lo que Dios espera de mí”. Este elemento
es de profundo significado y ayudará a la persona a perseverar
hasta el fin. |
La
raíz de la verdad |
Esta
es una raíz muy poderosa, pero la verdad debe ser parte intrínseca
de la persona antes que pueda sustentarla. Los cimientos de la fe
se encuentran en las excelentes palabras de las Escrituras. El evangelio
abarca toda la verdad. De hecho, nuestra religión está
basada en la verdad.
El presidente Gordon B. Hincley enumeró cuatro piedras angulares
de los cimientos de la fe. (Véase “Qué Dios nos
otorgue fe”, Liahona enero de 1985, pág. 86)
Mencionó a Jesucristo como la principal piedra angular (véase
Efesios 2:20; Isasías 28:16; Lucas 6:48; Jacob 4:15-16; Helamán
5:12). El apóstol Pablo también recalcó la necesidad
de que tengamos nuestras “raíces” en Cristo (véase
Efesios 3:17; Colosenses 2:17).
El presidente Hinckley declara después que la segunda piedra
angular de nuestra fe es la primera visión del Profeta José
Smith (véase DyC 1:30; y 136:38), y que la tercera es el Libro
de Mormón (véase
2 Nefi 28:28; 3 Nefi 11:39). La
cuarta piedra angular es la restauración del sacerdocio (véase
Efesios 2:20; Alma 13:7). |
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Cuando
los miembros conocen estos fundamentos, sus propias ideas de la verdad
van hasta lo profundo de la tierra y se ciñen alrededor de
estas piedras angulares, abrazándose al cimiento firme. Entonces
testifican, como lo hago yo ahora, que Jesús es el Cristo,
el Hijo de Dios Viviente; que José Smith fue un profeta; que
el Libro de Mormón es verdadero; y que el presidente Spencer
W. Kimball (presidente de la Iglesia en ese momento), en su calidad
de Presidente de la Iglesia, posee todas las llaves restauradas de
la autoridad del sacerdocio en la actualidad. Cada vez que tal testimonio
se pone de manifiesto, estas raíces se solidifican más
y más. |
Estas
cuatro piedras angulares se sostienen mutuamente. Los jóvenes
de la Iglesia necesitan verse fortificados contra los ataques que
puedan surgir contra su fe, pues estarán dirigidos a estas
piedras angulares. Se tenderán emboscadas por todas partes,
pero las fuertes piedras angulares del Salvador, de la misión
profética de José Smith y el Libro de Mormón,
están fortalecidas por el tiempo y por el peso de la creciente
evidencia de su veracidad.
La piedra angular de la autoridad del sacerdocio
parecería ser más vulnerable en razón de que
los líderes son seres humanos y por lo tanto imperfectos.
El Maestro pudo habernos dado algún otro
método de gobierno, mas decidió administrar sus asuntos
por medio de la autoridad dada a hombres comunes y corrientes. El
Señor se refirió a ellos como lo débil del mundo
(véase DyC 1:19), pero, por otro lado, les dio poder “para
trillar a las naciones” por el poder de su Espíritu (véase
DyC 35:13). |
Las
personas cuyas raíces no son fuertes tal vez tengan más
dificultad en aceptar la autoridad de un vecino, porque lo tiene al
lado, que de los profetas que están muertos y de las Escrituras
de la antigüedad.
Pablo lo confirmó al declarar: “Porque donde hay
testamento, necesario es que ocurra la muerte del testador. Porque
el testamento con la muerte se confirma” (Hebreos 9:16-17). |
Se
sabe de plantas tiernas que se han visto dañadas por hechos
aparentemente indebidos de algunos líderes. Los jóvenes
son particularmente sensibles a cualquier discordancia entre las cosas
que una persona enseña y las cosas que ella hace. Los jóvenes
dan mucho valor a la integridad. |
No importa cuán firmes sean tres de cuatro
pilares, si el restante es débil, la estructura de la fe
que éstos sostienen puede llegar a desmoronarse. De la misma
forma en que las termitas, pese a su insignificante tamaño,
pueden debilitar los cimientos de un castillo, la piedra angular
de la autoridad del sacerdocio se puede ver resquebrajada por las
críticas o las maledicencias contra los ungidos del Señor.
Los enemigos de la Iglesia sacan ventaja de
este aspecto de posible vulnerabilidad en sus embestidas para debilitar
la magnitud de la autoridad del sacerdocio.
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El
Señor nos otorgó este principio por medio del cual podemos
hacer que las raíces de nuestra fe permanezcan firmes:
“Y si los de mi pueblo escuchan mi voz, y la voz de mis siervos
que he nombrado para guiar a mi pueblo... no serán quitados
de su lugar” (DyC 124:45). |
En
otro lugar nos advierte: “Aquellos que no oyeren la voz del
Señor, ni la voz de sus siervos, ni prestaren atención
a las palabras de los profetas y apóstoles, serán desarraigados
de entre el pueblo” (DyC 1:14).
Qué importante es la raíz
de la verdad enseñada por líderes ejemplares, pues su
poder es eterno. |
La
raíz de la experiencia |
Existe también la poderosa raíz de
la experiencia personal. Nada resulta tan convincente como el sentir
la influencia del Espíritu en la vida de uno. Esto se hace
más particularmente evidente en el templo.
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La
renovación semanal de los convenios bautismales al participar
de la Santa Cena nutre esta raíz, al igual que otras experiencias
religiosas, las cuales están generalmente relacionadas con
la oración. |
Una de
las tales experiencias que aún conservo fresca en mi recuerdo
ocurrió cuando nuestra hija menor, entonces tenía seis
años de edad, estaba seriamente enferma. Pese a los antibióticos
y a otros medicamentos que se le habían recetado y que por
varios días había estado tomando, no le bajaba la temperatura.
Mientras nuestra hijita hacía cama, nuestros otros hijos se
preparaban activamente para el gran acontecimiento al otro día,
la primero jornada de escuela. |
A la mañana
siguiente, cuando estábamos todos sentados a la mesa para tomar
el desayuno, nos quedamos de boca abierta cuando nuestra hija más
pequeña se apareció toda vestida, lista para ir a la
escuela, totalmente recuperada.
Al expresar nuestra sorpresa, ella respondió con simple fe:
“ Anoche oré para poder sentirme mejor esta mañana
y para poder ir a la escuela. Así que ya estoy mejor y pronta
para ir”. |
Hay otras
cosas que nos suceden en la vida, como ser el nacimiento de un bebé,
el mudarse a otra localidad, aun la pérdidas de un ser querido,
que pueden presentarnos oportunidades de dar más profundidad
a la raíz de la oración y la experiencia religiosa personal.
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Pero
algunas de las experiencias de la vida son debilitantes. El cuerpo
que venimos a la tierra a adquirir puede resultar el medio por el
cual nos sobrevienen las pruebas. Muchas tentaciones que pueden desarraigarnos
se hacen presentes mediante las seducciones de la carne. La protección
que damos a los inmaduros contra los apetitos físicos irrefrenables
contribuye a que estas experiencias sean edificantes.
La raíz de la experiencia personal no tiene substituto, pues
no se puede refutar. |
La
raíz de la amistad |
La
cuarta raíz es la de la amistad. El Salvador, en su carácter
de mediador entre nosotros y el Padre, es nuestro amigo (véase
1 Timoteo 2:5).
Ammón, cuando predicó con gran poder entre los lamanitas,
quería servir al rey Lamoni como un amigo (véase Alma
17:23-25). Los maestros y los oficiales de las organizaciones cumplen
mejor con su función cuando actúan como verdaderos
amigos inspirados por un amor sincero. Pueden resultar tan importantes
para el progreso y el crecimiento de los jóvenes en la Iglesia
como la doctrina divina que engendra la conversión. |
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Los conversos,
que son trasplantados a un terreno diferente, tal vez tengan que verse
rodeados de elementos nuevos que les resulten ajenos a aquellos entre
los que estuvieron acostumbrados a vivir.
Los miembros, y especialmente los maestros orientadores, deben llenar
el vacío que dejan los misioneros cuando éstos se trasladan
para servir entre otras personas. |
El deterioro
de las raíces es posible que se produzca en los años
de espiritualidad frágil.
Aun aquellos que nacieron en medio de la fe deben pasar rigores cuando
se separan de las raíces de los padres y los misioneros y procuran
llegar a ser independientes.
Muchos de ellos regresan más tarde. Jamás nos damos
por vencidos en nuestros esfuerzos de reactivar a los demás.
Al aprender del élder Haight cómo hacerlo, tal vez encontremos
consuelo en las Escrituras leyendo el capítulo catorce del
libro de Job, donde dice: “Porque si el árbol fuere
cortado, aún queda para él esperanza; retoñará
aún, y sus renuevos no faltarán. Aunque se envejezca
en la tierra su raíz, y su tronco muera en el polvo, al percibir
el agua reverdecerá, y echará ramas como planta nueva”
(Job 14:7-9). |
Las raíces de la fe, de la verdad, de la
experiencia personal y de la amistad son fundamentales. Los líderes
sabios saben cómo “regar” las raíces de
aquellos a quienes nutren. Si la raíz de la amistad es frágil,
se le trata con amor. Si la raíz de la experiencia es débil,
se hacen los máximos esfuerzos por ayudar a la persona a
vivir una experiencia religiosa personal. Si la raíz de la
fe es delgada, ayudamos a la persona a generar bien merecidos sentimientos
de autoestima. Si la raíz de la verdad no está firme,
se le nutre por medio del estudio y la oración.
Muchas serán las bendiciones que recibimos cuando, de acuerdo
con los mandamientos del Señor, “fortalecemos a nuestros
hermanos en toda nuestra conducta, en todas nuestras oraciones,
en todas nuestras exhortaciones, y en todos nuestros hechos”
(véase DyC 108:7). Y así, cuando soplen los vientos,
ellos estarán bien arraigados por medio de raíces
firmes.
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Mensaje dado
en el Seminario de Representantes Regionales el 5 de abril de 1985 |
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Estilo SUD, 31 de
octubre de 2009 |
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