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El
Segundo Gran Mandamiento
Por el élder Sterling W. Sill
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La
necesidad más grande en la naturaleza humana es la necesidad
de Dios. La segunda es la de ser apreciado, amado y ayudado por
nuestros semejantes. Por lo tanto, el primer gran mandamiento se
refiere, naturalmente, a nuestra relación con Dios, y el
segundo gran mandamiento fue dado para cumplir con nuestra necesidad
de los demás. El Señor dijo “…amarás
a tu prójimo como a ti mismo.” (Mateo 19:19)
Eso es enormemente importante. Implica un interés activo,
una comprensión mutua y un servicio devoto, no sólo
con el consentimiento mental sino también en la práctica
diaria. Esta es una orden bastante grande y necesita mucha atención
de nuestra parte.
Jesús indicó la importancia del segundo gran mandamiento
y en sus enseñanzas le dio un segundo lugar. Las parábolas
del buen samaritano, del hijo pródigo, los obreros de la
viña el sembrador, la oveja perdida y muchas otras se refieren
a este mandamiento que se ocupa de este gran campo las relaciones
humanas.
No solo es segundo en importancia con respecto a nuestras necesidades
sino también con respecto al placer que nos proporciona.
Muchas de nuestras grandes satisfacciones vienen por causa de los
demás. No nos gustaría estar aislados de nuestros
semejantes. El sentimiento de estar solo o no ser querido es una
de las emociones humanas más devastadoras. La “segunda
muerte” es el apartamiento de la presencia de Dios. Le seguiría
en severidad el ser apartado de nuestros semejantes. Las personas
que aman a los demás encuentran gran placer en su compañía.
A una madre no le gusta estar separada de sus hijos. A los que se
aman les gusta estar juntos. Aquellos que han estado felizmente
casados durante muchos años a veces llegan a parecerse.
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El Señor dijo que no es bueno que el hombre esté solo.
Por lo tanto las familias se unen por tiempo y eternidad.
Pablo dice:”…el amor de Cristo…excede a todo conocimiento…”
(Efesios 3:19) Y el Señor ha dicho: “Un mandamiento
nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado…
En esto conocerán todos que sois mis discípulos…”
(Juan 13:34-35)
Es una cosa relativamente simple comprender lo que significan estas
palabras, pero no es tan simple ponerlas en acción, practicando
realmente esta ley fundamental de amor y servicio.
Desde el principio, uno de los problemas más grandes del
mundo ha sido que tendemos a separar nuestras obras de nuestra fe,
nuestra profesión de nuestra práctica. Es muy fácil
consentir mentalmente y luego sentir que en esta forma hemos descargado
toda nuestra responsabilidad.
En la epístola de Santiago se hace referencia a lo que alguien
llamó ‘cristiandad verbal’. Esta es una de las
cosas a las que el Señor se opuso tan vigorosamente con respecto
a los sectarios de nuestra época. Practican la cristiandad
con los labios, pero sus corazones se hallan en otra parte (ver
José Smith Historia 2:19)
Deberíamos
examinarnos para ver cuán libres nos hallamos de este problema.
Se ha dicho que la mayor blasfemia no es jurar servir sólo
con los labios. Tal como el hijo del viñatero, a veces decimos:
“Ya voy,” pero no lo hacemos. Es muy fácil dar
servicio con los labios para descargar nuestra responsabilidad,
orar por la gente y luego olvidarla. Pero el verdadero discípulo
de Cristo es el que toma la iniciativa y cumple con la obra. El
es un “hacedor” de la palabra, y no tan solo un oidor.
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Las personas que aman
a los
demás encuentran gran placer en su compañía |
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Muchos
de nuestros problemas más serios en la Iglesia y en el mundo
podrían solucionarse inmediatamente si pudiésemos
aprender realmente a ser “hacedores” poniendo en práctica
este segundo gran mandamiento.
Esta puede serla parte en que cometemos algunas de nuestras violaciones
más serias de la voluntad del Señor. Muchas personas
se encuentran inactivas en la Iglesia no porque no crean en su doctrina
(consciente o inconscientemente) por causa de alguna ofensa real
o imaginaria o porque han sentido que no se les aprecia o se les
quiere.
Todos necesitamos ser parte, ser incluidos. Cualquier cosa adquiere
mayor importancia cuando sabemos que ella nos incluye a nosotros.
Miremos cualquier fotografía de un grupo y veamos cuál
es la persona que encontramos primero.
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Sería maravilloso si siempre pudiésemos demostrar igual
interés por nuestro “prójimo,” especialmente
por aquel que está en peligro de perder sus bendiciones por
causa de la inactividad en las cosas espirituales.
Podemos mejorar el número de asistentes a la Iglesia siendo
más amistosos. Usualmente no vamos a donde no somos invitados
o donde nos sentimos extraños o indeseados, mientras que nada
podría alejarnos de la Iglesia si realmente nos sintiésemos
necesarios y deseados, y si comprendiésemos la importancia
de la obra del Señor.
La próxima vez que vayamos a la Iglesia y pasemos un rato muy
bueno, tratemos de determinar qué fue lo que hizo que la ocasión
resultase tan placentera.
Puede haber
sido algo que dijo el orador o porque nos gustó la música
o porque nos sentimos elevados por nuestro propio sentimiento de devoción
y adoración; pero es casi seguro que fue también porque
algunos buenos amigos nos dieron el agradable sentimiento de nuestra
propia importancia.
Hay personas que cuando van a la Iglesia no sienten calor y amistad,
y entonces se alejan de ella. Puede que en parte sea culpa de ellas
mismas, pero eso no altera el resultado.
La gente ni siquiera irá a una casa de negocios en la que no
se lo trate cordialmente. Una atmósfera cálida y amistosa
y una personalidad interesada en servir a los clientes son las cosas
que más atraen en los negocios.
Jesús también puso esta cualidad amistosa como segunda
en importancia en la gran empresa que Él llamó “los
negocios de mi Padre”. |
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La
gente necesita una evidencia más comprensible de
nuestro interés y deseo de ayudar. |
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Es nuestra
responsabilidad hacer entrar en acción en nuestras vidas
y en las de los demás esta cualidad de amor y amistad; es
decir, necesitamos más práctica de este segundo gran
mandamiento, no solo en nuestros corazones y mentes sino también
en nuestra conducta diaria.
La gente necesita una evidencia más comprensible de nuestro
interés y deseo de ayudar. Se ha dicho que a veces la única
Biblia que la gente lee es la Biblia de nuestras vidas. Podemos
pensar que la gente debería ir a la Iglesia por causa de
su amor a Dios, pero algunas personas pueden ser traídas
más rápidamente a Dios por nuestro amor y ejemplo.
Nosotros debemos tomar la iniciativa.
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Hay personas
que cuando van a la Iglesia
no sienten calor y amistad |
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Una
de las influencias que más perjudican la personalidad y el
progreso humano es la inercia, esa cualidad que el diccionario describe
como flojedad, inacción. Tenemos una tendencia a “dejarnos
estar”. Necesitamos que alguien nos anime para hacer las otras
cosas valiosas de la vida, incluyendo el logro de nuestra propia
salvación.
Ciertamente, necesitamos ayuda y ánimo en el segundo gran
mandamiento, porque si alguien no interviene por nuestro bien podemos
perder nuestras bendiciones.
El poder más grande del mundo para hacer surgir la bondad
de la gente es el poder del amor. Un interés sincero y un
deseo amable de servir a nuestros semejantes pueden vencer cualquier
obstáculo.
Napoleón dijo que la providencia estaba del lado del ejército
que poseía los regimientos más fuertes.
Pero en la obra de las relaciones humanas en la obra de la Iglesia,
el éxito se encuentra con aquellos que tienen en sus corazones
el amor más fuerte y la mayor energía en su equipo
locomotor para hacer sentir ese amor
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Si
amásemos realmente a nuestros semejantes como nos amamos a
nosotros mismos, muchos millones más de hijos de nuestro Padre
entrarían en el reino celestial.
Nosotros conocemos la tremenda importancia de la actividad en la Iglesia,
incluyendo el estudio de la doctrina, tener el verdadero espíritu,
pensar los pensamientos justos y vivir la vida digna. Y una de las
mejores formas de afirmar las bendiciones del Señor sobre nuestros
semejantes es poner en acción el segundo gran mandamiento. |
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Uno de nuestros objetivos
principales
en la obra del Señor es hacer
felices a los demás |
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He
aquí algunas cosas que podemos hacer:
1) Extender a la gente con quien trabajamos una invitación
personal y amable a ser activa en la Iglesia, haciendo eso en forma
tal que no pueda menos que sentir nuestro interés en él.
Ningún anuncio general, escrito o hablado, puede satisfacer
esta necesidad de reconocimiento personal.
No hay absolutamente ningún sustituto de la personalidad humana
en la expresión efectiva. Aun el procedimiento de extender
una invitación puede resultar una experiencia emocionante en
la satisfacción de esta necesidad humana.
2) Esta invitación a la actividad debe ser extendida frecuentemente.
Muy pocas veces puede lograrse mucho bien con una sola tentativa.
Un maestro trata a sus alumnos muchas veces. Todo, incluyendo el amor
y el entusiasmo por el evangelio, nace pequeño y su crecimiento
es un proceso gradual.
3) Cuando los invitados aceptan nuestra invitación a ser activos
y asistir a la Iglesia, debemos estar preparados para darles algo
digno, incluyendo un sentimiento de pertenencia. Si invitamos a alguien
a nuestro hogar y luego lo ignoramos, probablemente nos resultará
muy difícil hacerlo volver. Pero algunos que han sido invitados
a la Iglesia han sentido que eran tratados cordialmente. A veces les
hemos ofrecido pan y les hemos dado una piedra. |
Emerson
dijo una vez: “Hay mucha más bondad de la que alguna
vez se expresa. Toda la familia humana está bañada de
un elemento de amor como un fino éter. Cuántas personas
conocemos a quienes apenas hablamos, y sin embargo las honramos y
ellas nos honran a nosotros. Cuántas personas encontramos en
la calle o nos sentamos junto a ellas en la Iglesia y, en silencio,
nos regocijamos por estar con ellas.”
Esta expresión no debe ser demasiado silenciosa. Uno de nuestros
objetivos principales en la obra del Señor es hacer felices
a los demás. George Bernard Shaw dijo que no tenemos un derecho
mayor a consumir felicidad sin producirla que el que tenemos a consumir
riqueza sin producirla.
Sidney Smith dijo que amar y ser amado constituye la mayor felicidad
de la existencia. Y, ciertamente, la gente debería sentir esa
felicidad en la obra del Señor y en la adoración del
mismo, sintiendo no sólo amor que sube y baja entre Dios y
el hombre sino también el amor que sale y es devuelto, entre
un hombre y el otro. El amor, como la misericordia de Shakespeare,
bendice al que lo da y al que lo toma y es uno de los poderes más
grandes para lograr el bien en nuestras vidas. |
Artículo publicado
en la Liahona de marzo de 1958 |
Estilo SUD, 7 marzo
2009 |
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