|
¿Soy
yo, Señor?
Por el
élder Sterling W. Sill (1903-1994) |
|
Una
de las últimas y más importantes de las responsabilidades
terrenales de Jesús fue preparar a los Doce para las cargas
del ministerio que pronto descansarían sobre ellos. Al comer
de la última cena en el aposento alto, los discípulos
deben haberse sorprendido en extremo cuando oyeron a su Maestro decir:
"De cierto os digo, que uno de vosotros me ha de entregar."
Y Mateo sigue diciendo: "Entristecidos ellos en gran manera,
comenzó cada uno de ellos a decirle: Soy yo, Señor?"
(Mateo 26:21, 22)
La traición es cosa terrible, y una de las mejores maneras
de contrarrestar esta falta o cualquier otra, es desarraigarla de
la mente y del corazón y destruirla antes de cometerla. Con
presentar este asunto a todos los Doce, quizás el Señor
estaba procurando que todos examinaran su conciencia mientras todavía
estaba con ellos. El problema principal concernía a Judas,
pero el Maestro también tenía una lección para
los otros once, porque después que Judas hubo salido del cuarto,
y los demás hubieron acabado de comer, cantado un himno y salido
al monte de las Olivas, Jesús dijo a los once: "Todos
vosotros os escandalizaréis de mí esta noche."
(Mateo 26:31)
Pedro mismo, que más tarde llegó a ejercer tan benéfica
influencia y con gusto dio su vida por el Maestro, manifestó
entonces su propia necesidad de examinar su alma. Le dijo a Jesús:
"Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré."
Jesús le respondió: "Esta noche, antes que
el gallo cante, me negaras tres veces." Le era imposible
a Pedro creer que tal aconteciera.
Afirmó: "Aunque me sea menester morir contigo, no
te negaré." Y Mateo añade significativamente:
"Y todos los discípulos dijeron lo mismo."
(véase Mateo 26:33-35) |
Al
llegar al Getsemaní, Jesús les dijo: “Sentaos
aquí, mientras voy allí y oro." Llevó
consigo a Pedro, Santiago y Juan, a los cuales especialmente encargó
que velaran con Él. Entonces se apartó de ellos también
"y yéndose un poco más adelante, se postró
sobre su rostro, orando." (Mateo 26:36-39)
Debe haber sentido aún más el peso de la tristeza cuando
volvió y encontró dormidos a sus discípulos de
rnás confianza. Hacía tan poco que todos le habían
profesado su lealtad y constancia, pero no habían podido cumplir
la sencilla solicitud del Maestro de velar con El una hora. Entonces
dijo algo que nosotros frecuentemente tenemos motivo para reflexionar:
"El espíritu a la verdad está dispuesto, pero
la carne es débil." (Mateo 26:41) |
|
Debemos estar
preparados para combatir esta tendencia común hacia la debilidad
que tan frecuentemente se manifiesta en nuestra naturaleza humana.
Un momento estamos tan seguros de poder hacer frente a cualquier situación,
y el siguiente nos hallamos caídos de espaldas sobre nuestros
anhelos más estimados. Parecía que Pedro estaba tan
seguro de sí mismo a la hora de la cena, pero antes que cantara
el gallo, aun él, Pedro, la roca, el pilar, el discípulo
principal, había hecho precisamente lo que tan vigorosamente
había declarado no hacer jamás. |
Sin la menor intención de hacerlo, había negado al Maestro.
No sabemos todo lo que sucedió esa noche, pero Jesús
había predicho que los once "se escandalizarían"
de Él, citando la profecía de que cuando el pastor es
herido, las ovejas de la manada son dispersas. Esta manera interesante
en que reaccionaron los discípulos más fieles de Jesús
pone de manifiesto algunos de nuestros propios peligros, porque también
llevamos con nosotros las semillas de todos los pecados.
Podemos fortalecer la "carne" examinando ocasionalmente
nuestros propios corazones con la significativa pregunta, "¿Soy
yo, Señor?"; porque solamente teniendo presente nuestras
propias posibilidades de cometer un mal podemos destruir estos errores
antes de cometerlos. Tomas Carlyle dijo una vez que "la mayor
de todas las faltas es no estar consciente de ninguna".
Esto también nos indica en donde existe la mayor probabilidad
de que nos desviemos. |
Judas
dio tanta cabida en su alma a la maldad, que lo destruyó. Todos
debemos damos cuenta de nuestra propia tendencia a esa misma cosa.
Ninguno de nosotros se halla libre de la posibilidad de pecar. Aun
los once que fueron escogidos tuvieron problemas serios. Ninguno de
ellos pudo permanecer despierto para apoyar al Maestro, ni aun durante
esa hora en que, bajo el peso de los
pecados del mundo, sudaba grandes gotas de sangre por cada poro.
Esta posibilidad de transgredir puede llegar a ser sumamente fuerte
aun en las personas más buenas, si no se cuidan constantemente.
Escuchemos la confesión que Pablo, en otro tiempo el gran Saulo
de Tarso, escribió a Timoteo: "Habiendo sido yo antes
blasfemo y perseguidor e injuriador: pero recibí misericordia
porque lo hice por ignorancia, en incredulidad." ( 1 Timoteo
1: 13)
Pero aunque Pablo llevó una vida buena después de su
conversión milagrosa, nunca pudo deshacer el daño que
había causado. Pese a lo sincero de su arrepentimiento, no
podía devolverle la vida a Esteban o deshacer los demás
daños. ¡Qué amargura para uno tener que reflexionar
su pasado y decir de si mismo: "Blasfemo, perseguidor e injuriador
he sido yo."
La diferencia entre el éxito y el fracaso en nosotros mismos
frecuentemente depende de nuestra habilidad para examinar nuestras
propias almas y arrepentirnos antes que el pensamiento inicuo haya
tenido oportunidad de incubar. Cierto es que muchos de nuestros pecados,
grandes y pequeños, podrían evitarse si tuviéramos
un poco más de experiencia en el arte de examinar nuestras
conciencias anticipadamente. Entonces podríamos desarraigar
y destruir cualquier tendencia nociva antes que produjera su fruto
malo. Podríamos, con alguna regularidad, provechosamente hacernos
la pregunta de los discípulos a nosotros mismos, y entonces
insistir en una respuesta franca e imparcial. |
Todos
deberíamos exigir periódicamente una prueba convincente
de nuestra propia integridad y la habilidad para cumplir con lo que
hemos prometido. Igual que los discípulos, habrá ocasiones
en que estaremos pensando en una cosa en el momento preciso en que
estamos a punto de hacer todo lo contrario. Pedro no tenía
la menor intención de hacer lo que hizo; pero su vehemente
declaración no duró ni una sola noche. |
 |
En
igual manera, nosotros frecuentemente no podemos predecir lo que haremos
en determinadas circunstancias. Permitimos que la maldad se cometa
primero y entonces nos examinamos después. Decimos: ¿Cómo
se me ocurrió hacer tal cosa?” Y aun así, frecuentemente
no recibimos una respuesta satisfactoria. Pedro sintió tanto
remordimiento después de haber negado al Señor, que
"saliéndose fuera lloró amargamente". Judas
también sintió un remordimiento intenso, pero no reflexionó
con suficiente anticipación; y habiéndole negado los
sacerdotes su oferta de reparar el mal que había hecho, arrojó
el dinero a los pies de ellos y salió y se ahorcó. ¡Qué
lástima que no pudo haber sentido el remordimiento antes! El
pesar y las lágrimas son de poco valor cuando vienen tan tarde. |
Sin
embargo, con cuanta frecuencia nos ponemos a pensar seriamente después
de haberse cometido el pecado. Por decirlo así, cerramos con
llave la puerta del establo después que el caballo se nos ha
ido. Si pudiéramos ajustar el momento de nuestro remordimiento
y sentir el pesar algunas horas antes, podríamos evitar la
mayor parte de nuestros errores.
Conceptuamos a Judas con el espantoso título de "hijo
de perdición". Pero su experiencia trágica nos
recuerda que muchos de nuestros propios errores vienen por motivo
de la misma clase de introspección ineficaz. Cuando no podemos
percibir en nosotros mismos una maldad que se aproxima, nos privamos
de toda previsión protectora. Si dedicáramos a la prevención
sólo la mitad de la energía que empleamos en el remordimiento,
cambiaría el aspecto completo de nuestra vida. La precaución
es mucho más benéfica como instrumento del éxito
que el remordimiento más profundo. |
Supongamos
que alguien nos sugiriera la posibilidad de que, igual que Judas,
nosotros podríamos traicionar al Señor. Con toda probabilidad,
nos llenaríamos de indignación; no cabe duda que nos
sentiríamos absolutamente seguros de poder dominarnos en cualquier
situación. Sin embargo, esta disposición de no sospechar
es precisamente con la que frecuentemente nutrimos el pecado mismo
que está recibiendo la fuerza suficiente para destruirnos. |
Debemos
recordar que Judas no es el único que ha cometido una traición.
Por ejemplo, ¿qué opinión tendríamos de
la siguiente situación? El año pasado en una de las
ramas, el 87% de los jóvenes del Sacerdocio Aarónico
ganaron su diploma individual. En otra rama de esa misma estaca, solamente
el 10% lograron hacerlo. Alguien fue culpable de la perdida del 77%
de los jóvenes, que no se habrían perdido si se hubiera
trabajado con ellos como en la primera de las ramas citadas. Si hubo
traición aquí, ¿quién la cometió?
Casi la última instrucción que Jesús dio a Pedro
antes de ascender a los cielos fue la comisión, repetida por
tres veces: "Apacienta mis ovejas." (Juan 21:16)
La desobediencia completa consistiría en no hacer nada. Dejar
que los corderos mueran de hambre no es tan aparatoso como una traición
directa; sin embargo, los resultados puedan ser igualmente desastrosos.
Es interesante recordar que Jesús no perdió su exaltación
eterna por motivo de la traición de Judas. |
 |
Por otra parte, algunos de los jóvenes de esta rama del 10%
pueden perder su exaltación por motivo del descuido sencillo
de sus directores llenos de buenas intenciones.
Algunos, sin comprenderlo, pueden ser desleales a su comisión
o negar su responsabilidad, o dudar de su autoridad o quedarse dormidos
cuando se presenta su oportunidad.
Los medios podrán ser diferentes, pero al fin y al cabo, ¿cuál
es el resultado?
El presidente John Taylor dijo: "Si no honráis vuestro
llamamiento, Dios os tendrá por responsables de aquellos que
pudisteis haber salvado si hubierais cumplido con vuestro deber”.
(Journal of Discourses 20:23).
Cuando aceptamos nuestro llamamiento según esa base conviene
que estemos bien fortificados con algún medio eficaz para evitar
el fracaso. |
Hace
tiempo un anciano de sesenta y cuatro años dijo: "Si
hace 40 años hubiera sabido lo que hoy sé habría
vivido de otra manera."
Lo que quiso decir fue: "Ojalá pudiera vivir mi vida
de nuevo". Pero si Judas hubiese sabido, mientras proyectaba
la traición, lo que sabía momentos antes de suicidarse,
también quizá él habría obrado de otra
manera.
En lo que concierne al éxito, la previsión es de valor
infinitamente mayor que la retrospección.
Uno de los rasgos inspiradores de la vida del Maestro es que no tuvo
que cometer un solo pecado para descubrir que esto era malo. Hay algunas
personas que tienen que cometer todo error personalmente. No nos ayudará
mucho cuando estemos delante del divino tribunal y lamentemos: "Ojalá
pudiera vivir mi vida de nuevo." Ni aun el "lloro,
gemidos y crujir de dientes" nos será de mucho
provecho. No podemos volver a vivir nuestras vidas. La vida no permite
ensayos. No podemos practicar el nacimiento o la muerte o el éxito.
Pero sí podemos ayudarnos a nosotros mismos si tan sólo
prevemos y analizamos anticipadamente las maldades potenciales, mientras
todavía son ideas.
La traición, sea el grado que fuere, es terrible; pero también
lo es la insensatez; y lo mismo puede decirse de la incompetencia
y la desidia y cualquier otro medio por el cual se pierden las bendiciones
eternas. Por tanto, nos sería de mucha ayuda protegernos de
los errores posibles examinándonos la conciencia ocasionalmente
con la significativa pregunta de los discípulos: "Soy
Yo, Señor?" |
|
Publicado en la Liahona
de setiembre de 1960 |
Estilo SUD, 20 de
marzo de 2010 |
|
Notas
Relacionadas |
|
|