Una Religión Activa
Por el élder Sterling W. Sill

El conocido médico misionero, Sir Wilford Grenfell, declaró cierta vez la necesidad de una “religión activa, no verbal”. Esto, en realidad, es una necesidad común. Existe entre nosotros una gran tendencia a ser ‘cristianos bíblico’, lo cual significa que la religión está contenida más en la Biblia que en nosotros mismos.
Lo que necesitamos es una cierta clase nueva de Urim y Tumim que nos ayude a traducir nuestro credo en acción, nuestra información en conocimiento, nuestra fe en obras. Necesitamos aprender como extraer la religión de la Biblia y las realizaciones de los manuales, haciéndolas nuestras.

Para el que estudia, no es difícil entender los principios del evangelio. Pero nuestro mayor problema es trasladarlos y aplicarlos. Pareciera que nuestras obras estuvieran muy rezagadas con respecto a nuestras palabras.

Necesitamos tanto la habilidad para vivir el evangelio como para entenderlo; aprender tanto a trabajar como a orar; desarrollar nuestros talentos para realizar nuestras tareas, más que para hablar acerca de ellas.
La Obra del Señor no consiste solamente en proveer información, sino en despertar nuestros deseos y activarnos. No es propósito del evangelio la sola discusión acerca del arrepentimiento: su meta es la rehabilitación de nuestras vidas. No se trata sólo de enseñar el significado y los alcances de la fe, sino rellenar de fe el corazón de nuestros semejantes. No se espera que los poseedores del sacerdocio meramente entiendan el poder utilizable de Dios, sino que manifiesten ese poder en sus propias vidas, haciendo la voluntad del Señor y llevando a cabo Su obra con eficacia. Posiblemente estamos ocupando mucho de nuestro tiempo hablando y discutiendo acerca de nuestra religión, en lugar de dedicarlo a las actividades que ella nos ofrece. Es nuestra responsabilidad tratar de inculcar en la vida de nuestros semejantes las actitudes y hechos que les harán entrar en el reino celestial.

Los sermones y predicaciones no deben tratar solamente acerca de temas explicativos, sino también al modo de que el Señor espera de nosotros. Es fácil predicar acerca del coraje moral sin lograr que nadie llegue a ser moralmente valeroso. No es difícil dar un discurso acerca de la fe, sin conseguir que esa fe entre en el pecho de los que escuchan.
Podríamos estar horas enseñando que el hombre tiene en sí el poder para decidir en cuanto a su destino eterno, sin que nadie en nuestra clase haga una decisión trascendental.
Sócrates, el antiguo filósofo griego, no sólo es recordado porque haya afirmado ser un gran maestro: él trató siempre de conseguir que la gente pusiera en práctica lo que ya supiera. El que nuestra civilización haya incurrido en tantos errores se debe a la disonancia entre credo y hechos. Ello ha establecido divisiones entre hombres e instituciones. Se estima que 999 de cada mil hombres creen en la honestidad. Por lo tanto, en lugar de enseñar lo que es la honestidad, Sócrates trató de inculcar en los hombres la práctica de la honestidad. ¿Cómo es posible que alguien crea en la honestidad sin ser honesto? ¿Cómo puede alguien decir que cree en su religión si no la practica? Sólo quienes sean valientes heredarán el reino de los cielos. Esto es lo que “una religión activa” significa.

Los aspectos prácticos de esta situación, fueron destacados por alguien que dijo que no importa que hayamos entrado o no en un establecimiento de enseñanza, a menos que lo que allí se enseñe haya penetrado en nosotros. En forma similar, podemos decir que el conseguir que un hombre entre en la Iglesia produce, sí, sus beneficios, pero que la Iglesia entre en ese hombre es lo realmente valioso. Y esto sólo se consigue mediante una apropiada actividad.
Muchas personas oran a Dios pidiéndole que oriente sus pasos, pero la mayoría de ellos no trata siquiera de dar el primer paso. ¿De qué vale que le pidamos al Señor que dirija nuestros esfuerzos si detenemos luego nuestros motores? ¿Qué logramos con sostener al Presidente de la Iglesia con nuestras manos en alto, si no lo apoyamos con nuestros talentos, nuestras actividades y nuestros esfuerzos?
Muchos períodos de “apostasía de la fe” registra la historia. No debemos tolerar esa tendencia personal o individual hacia “apostasías del trabajo” o apostasías del esfuerzo”. Algunas veces, mientras tratamos de abrazarnos a nuestra fe, pasamos por ciertos períodos de “apostasía”, y cuando caemos en la inactividad, nuestro espíritu se hace indolente y vacilante. Entonces, cual latido de un débil corazón, nuestra religión desfallece y sus palpitaciones son difícilmente perceptibles.
Pensemos en el grandioso programa de actividades que el Señor nos ha asignado. Desde la edad de doce años, cada joven de la Iglesia tiene la oportunidad de poseer el sacerdocio y de participar de las funciones que corresponden al mismo.
Empezando por los diáconos, cada quórum tiene sus propios oficiales y realiza sus propias actividades, en base a sus propias opciones.
El Señor a dado a cada grupo una cierta parte del trabajo de la Iglesia. Un diácono tiene sus propias y exclusivas responsabilidades; y cuando es ordenado maestro, su campo de acción se ensancha. Puede entonces servir como maestro orientador, “velar siempre por los de la Iglesia… estar con ellos, y fortalecerlos; y ver que no haya iniquidad en la Iglesia”. Cuando llega a ser presbítero, nuevamente sus deberes son acrecentados. Puede ahora bautizar para la remisión de pecados. Administran la Santa cena y hasta puede recibir un llamamiento especial de predicar el evangelio. Y a medida que crece en fe, nuevas oportunidades le son dadas. Cada hombre digno, cada joven mayor de doce años puede recibir el sacerdocio, teniendo entonces el glorioso privilegio de participar en las actividades del divino ministerio. Pensemos en nuestra ventaja y comparemos nuestra situación con la de aquellos que pertenecen a grupos en los que nadie tiene autoridad divina alguna, y donde sólo un par de personas tienen a su cargo las actividades.
Es necesario que activemos nuestro entusiasmo y que lleguemos a ser “hacedores de la palabra” en todo el sentido de la frase.
Necesitamos hacer algo más que simplemente creer en “aquella luz verdadera que alumbra a todo hombre” (Juan 1:9). Debemos tratar que esa luz se encienda en alguien más y que se mantenga siempre viva hasta que toda la humanidad sea luminosa.
Necesitamos “una religión activa”, pero para ello tenemos que ser activos nosotros mismos. Alejandro Magno dijo: “Lo que Aristóteles es en el mundo del pensamiento, yo seré en el campo de la acción”. Y este precepto lo llevó a conquistar el mundo entonces conocido, cuando tenía sólo 26 años de edad. Esta misma fórmula hará que logremos ser lo que queramos ser, aun triunfadores sobre nuestras propias debilidades y conquistadores del reino celestial.

Cierto virtuoso violinista adquirió en una ocasión un valioso violín Stradivarius que había estado formando, por años, parte de una colección privada perteneciente a una familia muy rica. Pero durante todo ese tiempo, el violín había estado reposando sobre un paño de terciopelo, sin ser usado. El violinista dijo entonces: “Este instrumento está aletargado, por ello deberé tocarlo hasta que se despierte y logre adquirir su propio poder y belleza”.
La falta de uso es perjudicial para un violín; la inactividad es dañina para los hijos de Dios. Debiéramos despertarnos a nosotros mismos mediante el uso de nuestras facultades y talentos. Únicamente siendo activos obtendremos nuestra cabal potencialidad.

Jesús declaró: “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Juan 13:17). Conocer las cosas es maravilloso, pero realizarlas es verdaderamente grande. Bienaventurados seréis si las hiciereis. La inactividad es malsana, puesto que “al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4:17).
Este pecado de no hacer las cosas puede ser la causa por la que perdamos nuestra exaltación. Muy pocos serán los que perderán sus bendiciones por motivo de ignorar las cosas; pero muchos serán los que no las reciban por no realizarlas.
Aun el testimonio y la fe se obtienen mediante las obras. Jesús dijo: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios” (Juan 7:17).

Si no damos el mensaje del evangelio a otros, corremos el riesgo de perdernos nosotros mismos, pues a fe, como las grandes fortunas, no perdura en manos ociosas. Cuando nuestra actividad disminuye, nuestra fe se marchita rápidamente, fallamos en nuestras empresas y perdemos nuestras bendiciones. Pronto comenzamos a sentirnos frustrados e inferiores, si sepultamos nuestros talentos en los terrenos de la inactividad. Y a raíz de tales sentimientos, nuestra fuerza se debilita, nuestra energía se agota y nuestros valores espirituales se reducen.

¡Qué triste es ser tolerante con esta inactividad tan destructiva, aun devastadora, que nos lleva a dudar hasta de nosotros mismos! Dejar de creer en Dios es trágico, pero dejar de creer en nosotros mismos. La fe es la causa motriz de toda acción—la fe no solamente en Dios, sino en nosotros mismos, ninguna de las cuales es posible en la inactividad, debiendo ambas conseguirse de antemano. Logramos la fe mediante la acción. Y cuando en nuestra mente se alojan la duda y perdemos la confianza en nosotros mismos, un falso sentido de desaliento e insuficiencia logra desteñir cada pensamiento y cada intención. Algunas veces usamos nuestra mente como esos terrenos donde se vuelcan las basuras de la ciudad, depositando en ella sólo dudas, temores, preocupaciones, pecados y complejos, que no producen en nosotros sino equívocas actitudes mentales y tristes frustraciones. Muchos pecados derivan del pecado de la inactividad.

En cierto sentido, uno debe ser su propio sacerdote. Cada cual debe purificar su propia vida. Cada individuo debe preocuparse por sí mismo y tratar de crecer por sí mismo, creando su propio deseo de servir al prójimo. Todos los seres humanos debieran reconocer sobre sí la responsabilidad de hacer lo más y lo mejor posible cada vez que acometa una empresa o reciba un llamamiento. La gran receta para el éxito es hacer de nuestra religión, una religión activa, no verbal.

Artículo publicado en la Liahona de abril de 1962

Estilo SUD, 4 octubre 2008
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