|
Viento
de Cola
Por el élder Sterling W. Sill
|
|
Hace
unos días, caminaba hacia mi trabajo a través de un
fuerte viento. Hice una cuadra hacia el este teniendo de frente
a ese viento frío que golpeaba mi rostro, y doblé
luego en la esquina hacia el norte, sintiéndolo entonces
a mi costado.
Al cabo de unos minutos, debí doblar hacia el oeste para
hacer el resto de mi camino y toda la fuerza del viento azotó
mis espaldas.
No pude menos que pensar en los tremendos efectos diferentes que
el mismo viento, sobre el mismo terreno y en una misma mañana,
puede causar sobre una misma persona, ya sea que fuere asistida
por él o que luche en su contra. Cuando iba enfrentándolo,
el progreso de mi andar se hacía difícil. Al golpear
a mi costado, parecía querer desbaratar mi equilibrio y desviarme
de mi curso. Pero cuando su fuerza total empujó mis espaldas,
mi marcha fue facilitada y me produjo una placentera sensación
de potencia y avance.
Imaginemos cuanto
ha de apreciar una aeronave lo que es comúnmente llamado
“viento de cola”. En cierta oportunidad hice un vuelo
hasta la ciudad de San Francisco. Llegamos media hora antes del
tiempo calculado. La azafata explicó que ello se debió
a que habíamos tenido un fuerte “viento de cola”.
Sin embargo, a veces los aviones llegan una hora atrasados debido
a que se encuentran con potentes “vientos de frente”.
En estos casos, sus motores deben trabajar a toda marcha. Como consecuencia
inmediata, las vibraciones aumentan y se experimenta una real sensación
de dificultad. Pero cuando el vuelo es asistido por un buen “viento
de cola”, el piloto puede aminorar la velocidad de sus motores,
reduciendo el desgaste de los mismos, y sentir mayor confianza en
su cometido.
|
Pensemos
en la gente que hemos conocido, dentro y fuera de la Iglesia. Muchos
se han pasado la vida luchando contra dificultosos “vientos
de frente” que ellos mismos han creado. Meditemos en la inmensa
cantidad de fuerza que se ha desperdiciado encarando “vientos
de frente” de la ignorancia, el ocio y el pecado que nos privan
del espíritu de realización.
Bajo tales condiciones, la gente comienza a pensar que todo está
en su contra y entonces, se rodea de una atmósfera de dificultades
y frustración. Luego obtiene ese desalentador sentimiento
de que sus “motores” están sobrecargados y que
su escaso progreso no es digno del esfuerzo que demanda.
|
|
En
contraste con estas personas, tenemos a aquellas que llevan dentro
de sí mismas el espíritu de su trabajo. Sus corazones
están templados y sus mentes abiertas y alertas. La vela
mayor de sus barcos se enarbola a la primera brisa y siempre zarpan
con un espíritu de sencillez y satisfacción. Entonces,
su viaje hacia el éxito se hace placentero y próspero.
Los que
estamos interesados en la responsabilidad de dirigir, tenemos una
maravillosa ventaja sobre los que se ocupan sólo de cosas
materiales, puesto que a medida que creamos las influencias o condiciones
bajo las cuales deseamos trabajar, al igual que los molinos de viento
que generan una potencia física no importa que viento esté
soplando, podemos regularnos y aprovechar todas nuestras posibilidades.
|
|
Ella
W. Wilcox escribió un poema acerca del sabio navegante que
aprovecha todos los vientos, y que dice así:
|
Zarpa
un barco hacia el poniente y otro lo hace hacia el levante.
Uno a favor de la brisa, el otro a sotavento.
Más es de la vela el ángulo, no la dirección
del viento,
Lo que determina el rumbo que llevan los navegantes…
A
medida que avanzamos por rutas de contratiempos,
El destino se asemeja a estas naves marinas:
La disposición del alma nuestras metas determina,
No los vientos de bonanza ni el más bravo contraviento. |
Si
nos preparamos eficazmente en cuanto a nuestra habilidad para dirigir,
podremos no sólo determinar cuáles son los vientos que
habrán de ayudarnos, sino también regular la dirección
y ajustar la fuerza de los mismos.
Usando el lenguaje de la meteorología, un movimiento de aire
de entre diez y treinta y cinco kilómetros por hora, es considerado
viento moderado; uno de treinta y cinco a setenta kilómetros
horarios, viento fuerte; y uno de más de setenta es calificado
ya de huracán. El mejor director es aquel que puede controlar
un huracán y adaptar sus fuerzas y dirección para su
máximo aprovechamiento. ¿Cuáles
son estas influencias que pueden contribuir al éxito en nuestra
habilidad para dirigir? Uno de los factores más importantes
para nosotros es obtener dentro de nuestros corazones el verdadero
espíritu del evangelio. Pensemos en el poder que tendríamos
si lleváramos a la práctica diaria la Regla de Oro.
La fórmula del éxito contenida en el evangelio, nos
indica que debemos amar a Dios y a nuestros semejantes; y también
amar nuestro trabajo. Si sabemos cómo controlar al poder
del amor, tendremos un fuerte y constante viento a nuestras espaldas
que facilitará nuestras tareas.
Se dice que
Abraham Lincoln vio una vez a un muchacho llevando a otro sobre
sus espaldas. Pensó que el que iba montado era demasiado
grande ya, por lo que se colocó a la par de ambos jovencitos
y sugirió al otro que su “pasajero” era bastante
grande y que sería mejor si lo bajaba y lo dejaba caminar
solo.
El fatigado muchacho aludido respondió entonces: “Oh,
no, no espesado; él es mi hermano”. ¡Cuán
diferentes son nuestras actitudes hacia nuestras distintas cargas!
En verdad, el peso de las mismas depende de cómo nos sentimos
hacia ellas. Si amamos a nuestro hermano, ese amor habrá
de crear la fuerza que necesitamos para cargarlo sobre nuestras
espaldas.
|
Lo
mismo se aplica a toda otra realización nuestra, particularmente
dentro de la Iglesia. Jesús ha prometido a todos los que vengan
a El que Su yugo será fácil y Su carga liviana (Mateo
11:30), y esto es una verdad científica literal. |
Si
comprendemos la importancia de la Obra del Señor y sentimos
un deseo sincero de servirle, nunca habremos de fatigarnos, nuestras
relaciones con el prójimo serán más agradables
y nuestros esfuerzos grandemente estimulados. En otras palabras, tendremos
un fuerte viento de cola a nuestra disposición.
Pero existen otros vientos que todo diestro navegante debe conocer.
Algunas veces caemos en una atmósfera de desaliento que hace
pesada e insoportable nuestra carga. Otras, nosotros mismos creamos
una corriente de aversión o apatía. Supongamos que en
lugar de llevar sobre nuestros hombros a un hermano, llevamos a un
enemigo. Inmediatamente sentiríamos más pesada nuestra
carga, o notaríamos difícil nuestro avance al tratar
de conservar nuestro equilibrio ante la influencia de los “vientos
de costado” del desinterés. Frecuentemente caeríamos
dentro de un remolino de confusiones y, aun cuando hagamos algún
progreso, generalmente sería sólo para andar en círculos.
Nuestro problema principal consiste en estar usualmente luchando en
contra de nuestro propio éxito, ya sea porque ignoramos las
leyes que gobiernan el mismo o porque no queremos ajustarnos a ellas. |
|
Frecuentemente
caemos dentro de un remolino de confusiones y, aun cuando
hagamos algún progreso, generalmente es sólo
para
andar en círculos. |
|
Un
agricultor que insistía en sembrar maíz en medio de
una cruda tormenta de nieve, encontrará frustraciones y desaliento
a cada paso, puesto que las leyes de la naturaleza estarán
trabajando constantemente en su contra. No es menos fútil
nuestra habilidad para dirigir cuando es mal administrada. Si un
sembrador quiere lograr una buena cosecha, deberá previamente
preparar un buen almácigo, fertilizarlo adecuadamente y entonces
colocar una semilla sana en la temporada correspondiente. Un buen
agricultor controla el poder del sol, la lluvia, la fecundidad del
terreno y las condiciones atmosféricas. También usa
para sus propios intereses todo otro recurso disponible.
Un buen director
hace exactamente las mismas cosas a fin de preparar su mente, adoptar
una correcta actitud mental, desarrollar su capacidad de trabajo
y fortalecer su autodominio. Controla todos los poderes de su mente,
de su personalidad y de las circunstancias, y los pone a trabajar
para él. Una fuerte convicción en nuestro corazón
puede crear un “viento de cola” tal, que aliviaría
gran parte de nuestros esfuerzos y tornaría en agradable
pasatiempo todo afán penoso. Entonces sí, podríamos
decir de nuestro trabajo: “Oh, no, no es pesado; él
es mi hermano”.
Muchas veces olvidamos usar estos poderes naturales hasta que resulta
ser demasiado tarde. En cierta ocasión, un hermano de la
Iglesia de sesenta y dos años de edad fue relevado de un
importante cargo en su estaca. En la reunión en que se anunció
su relevo, este hermano dijo que estaba muy apenado por no haber
hecho aún mejor su trabajo, y agregó: “Si hace
cuarenta años me hubiera sentido como hoy me siento, habría
cuadriplicado mis logros”. Podemos estar seguros de que él
había sido conservador en sus actividades. Pero lo trágico
del caso es que son innumerables las personas que dicen lo mismo.
Cuando somos relevados de un servicio particular—y sólo
entonces—sentimos que nos gustaría hacer volver atrás
el almanaque a fin de poder utilizar todas aquellas motivaciones
del éxito que no supimos aprovechar a lo largo del camino.
Pero nadie puede
hacer de nuevo su trabajo. Cuando el año termina, significa
que se ha ido para siempre. Si un aeroplano llega tarde a su punto
de destino, no puede regresar y reabastecerse de gasolina para intentar
de nuevo su viaje. Tampoco tiene arreglo el hecho de que hayamos
perdido cuarenta años en prepararnos y que al final perdamos
nuestro barco.
No es ninguna virtud pensar en aumentar nuestro progreso y desarrollar
nuestra capacidad para trabajar, una vez que nuestro futuro ha quedado
atrás. Necesitamos estar capacitados para identificar y utilizar
a tiempo estas fuerzas poderosas que pueden ayudarnos a alcanzar
nuestras metas.
|
Por
ejemplo, existe un potente “viento de cola” que se llama
imaginación, y que podríamos controlar para nuestro
beneficio. La imaginación es uno de los más preciosos
dones divinos. En ella, que puede estimular aun nuestra voluntad,
es donde podemos juntar todas nuestras grandes posibilidades. Por
medio de nuestra imaginación podemos ubicarnos en el futuro
y colocar allí nuestros objetivos, objetivos que habrán
de servir no solamente como faros luminosos para la orientación
de nuestros pasos, sino como poderosos magnetos que acelerarán
nuestra marcha.
El hombre ha sido siempre capaz de trabajar con mayor éxito
cuando ha tenido ante sí un motivo real. |
|
Seríamos más fuertes si pudiéramos ver la olla
de oro al pie del arco iris. Cuando era un muchacho en la granja de
mi padre, siempre me interesó ver que los caballos tiraban
más ágilmente del arado cuando enfrentaban el granero
a la hora de suspender las tareas. Esto significa que aun los animales
están sujetos a este poder magnético de atracción.
Jesús nos dio un poder de motivación cuando nos recomendó
que hiciéramos tesoros en los cielos.
|
|
Los tesoros
más grandes y valiosos son los que están en
los cielos |
|
Hay
personas que no creen en los tesoros de los cielos, y cuando se
habla de los tesoros terrenales, ellos mismos reconocen que no podrán
llevárselos consigo al más allá. Por tanto,
su motivación desaparece. Esta
gente, no sólo está equivocada, sino que limita aun
su desarrollo.
Los tesoros más grandes y valiosos son los que están
en los cielos, y éstos pueden ser preparados de antemano
a fin de que esperen nuestro arribo y también nos provean
la atracción magnética necesaria para avanzar más
decididamente.
Podemos no solamente proveernos de “vientos de cola”
que nos empujen, sino de “magnetos” que nos atraigan.
Supongamos que estamos caminando a través de una fría
noche de invierno, bajo una nieve persistente, hacia nuestro hogar
donde sabemos que nos espera una humeante cena, un fuego acogedor
y la grata compañía de nuestros seres queridos.
Nuestro trayecto se hará más fácil y llevadero
porque nuestra imaginación generará una fuerza magnética
que habrá de atraernos poderosamente hacia el hogar. Por
el contrario, cuán difícil es caminar en dirección
a un lugar donde sabemos, por experiencia, que nos aguardan sinsabores
y problemas. Aquella situación atrae; ésta repele.
Una es fácil; la otra dificultosa.
|
Podemos orientar apropiadamente nuestras mentes hacia la atracción
que los cielos ejercen, pero tampoco debemos desaprovechar el “viento
de cola” que la influencia rechazadora del infierno constituye.
Shakespeare
estaba refiriéndose a un común “viento de frente”
cuando describió a un remiso muchacho que se arrastraba “cual
caracol reacio” hacia la escuela. Este joven podría
haberse ayudado a sí mismo si hubiera sabido como colocar
un “imán” en frente suyo y un buen “viento
de cola” a sus espaldas. Una actitud mental positiva con respecto
a la escuela, le habría allanado en camino y proveído
la potencia que sus motores necesitaban. Aun el más renuente
de los escolares podría encontrar placenteros sus estudios,
si meditara en las ventajas de la educación. Pero si trata
de imitar al caracol y coloca ante sí un fuerte huracán
de pensamientos negativos, sólo imposibilitará su
progreso y hará que su viaje sea infortunado.
Tal como el
jovencito del relato de Shakespeare, muchos directores piensan continuamente
en las cosas impropias de su situación personal, y entonces
rechazan el éxito, anulan sus realizaciones y malgastan sus
motores. Un verdadero director debe considerar sus tareas como cuando
se contempla una valiosa pintura., es decir, sólo después
de haberse procurado una luz adecuada para ello. Podríamos
aun pintar el cuadro de nuestra propia situación un poco
más brillante de lo que realmente debiéramos, a fin
de dar un empuje adicional a nuestras ambiciones y entusiasmo.
|
|
Cuando
obtenemos estas fuerzas poderosas y logramos que nos empujen
hacia nuestros objetivos, el éxito es seguro y nuestras
realizaciones pasan a ser las experiencias
más placenteras de la vida. |
|
Cierta
vez una niña contó que su abuelito solía ponerse
unos anteojos rojos cada vez que comía cerezas, para que las
mismas parecieran más grandes y más rojas. Verdaderamente,
este anciano había adoptado una interesante estrategia para
aumentar su deleite, y ésta es la clase de “dominio mental”
que multiplica siempre nuestros “vientos de cola”.
Cuán afortunados somos de poder controlar nuestros pensamientos,
nuestros estudios, nuestra calidad de industriosos, nuestras actitudes,
nuestras habilidades, nuestros hábitos, nuestras cualidades
personales y la efectividad de nuestra habilidad general para dirigir.
Podemos controlar
el “viento de cola” del entusiasmo a nuestro propio parecer,
y aun acoplarlo junto al “viento de cola” de la determinación.
Podemos colocarnos en la misma nariz del “huracán”
de la productividad y desarrollar una doble velocidad hacia cualquier
objetivo, y al mismo tiempo, destruir casi cualquier influencia tendiente
a contener nuestra vitalidad. Es decir, podemos eliminar absolutamente
los “vientos de frente” de los pensamientos equivocados,
los “remolinos” de la irresponsabilidad y los “vientos
laterales” de la inestabilidad. |
¿Cuáles
son, pues, las fuentes de origen de los “vientos de cola”
que pueden ayudarnos a progresar?
Una buena actitud mental, el saber nuestras obligaciones, una fe potente,
una amplia destreza, los buenos hábitos y un carácter
agradable y amistoso producen efectivos “vientos de cola”.
El éxito mismo produce un “viento de cola” de satisfacciones
que podría llevarnos a repetir nuestras grandes realizaciones.
Un profundo amor por lo que estamos haciendo puede también
crear “viento de cola” de notables proporciones.
También podemos ayudar a nuestros compañeros a crear
“vientos de cola” que, incorporados a los nuestros, habrán
de estimular el progreso general. Cuando obtenemos estas fuerzas poderosas
y logramos que nos empujen hacia nuestros objetivos, el éxito
es seguro y nuestras realizaciones pasan a ser las experiencias más
placenteras de la vida. Entonces habremos alcanzado la meta establecida
por Emerson, que dijo: “Haz de tu trabajo tu juego preferido”,
y el reino celestial nos será más asequible. |
Artículo publicado
en la Liahona de diciembre de 1962 |
Estilo SUD, 22 noviembre
2008 |
|
Notas
Relacionadas |
|
|