Vuestra Bendición Patriarcal: Una Liahona de luz
por el Pte. Thomas S. Monson

Mis queridos hermanos y hermanas, me pregunto si vosotros alguna vez habéis hecho una limpieza de un ático o un viejo altillo? Allí se descubre un trozo de historia y un sinfín de sentimientos. Hace unas pocas semanas vaciamos el ático de nuestra casa de verano, en la montaña. Setenta años de tesoros, cada uno de ellos con su recuerdo particular, pasaron por nuestras manos. En primer lugar nos encontramos con una silla para dar de comer a los bebés; después, con frascos de leche, de aquellas que llevaban una tapa de cartón, y más tarde un ejemplar de la revista Life con un artículo de la Segunda Guerra Mundial. En éste se hacía mención a un avión otrora poderoso, un bombardero, el cual habían hallado años después de la guerra en bastante buen estado en una zona remota del extenso desierto del Sahara. El bombardero y su tripulación habían tomado parte en el famoso ataque a los yacimientos petrolíferos de Ploiesti, en Rumania. El avión había sido alcanzado por la certera artillería antiaérea, destruyendo  completamente los equipos de comunicación y navegación. Al emprender el averiado avión su regreso hacia la pista de aterrizaje del desierto, una repentina tormenta de arena borró los conocidos puntos de referencia, tapando la pista y las luces que guiarían al avión a su seguro destino.  El avión prosiguió su vuelo, mucho más allá de los lugares determinados para su descenso, internándose en el desierto, hasta que por fin, habiéndosele agotado el combustible, cayó en el Sahara para nunca volar más. Todos los miembros de la tripulación murieron.
El regreso a la seguridad del hogar quedó truncado para aquellos hombres. La victoria, las esperanzas y los sueños fueron todos consumidos por el silencio del polvo del desierto.
Siglos antes, un padre justo y amoroso de nombre Lehi, respondiendo al llamado del Señor, tomó a su familia y viajó con ella por otro desierto similar. Mas el Señor no decretó que tuvieran que pasar por esa experiencia sin ayuda de los cielos. Las palabras de Nefi describen lo que se les proveyó al comienzo de la histórica jornada: "Y ocurrió que al levantarse mi padre por la mañana, y al dirigirse a la entrada de la tienda, con gran asombro vio en el suelo una esfera de bronce fino, esmeradamente labrada; y en la esfera había dos agujas, una de las cuales marcaba el camino que debíamos seguir  por el desierto." (1 Nefi 16:10.)
Ni la guerra ni los medios de destrucción diseñados por el hombre serían capaces de confundir ni destruir esta curiosa brújula. Tampoco podrían las repentinas tormentas de arena arruinar sus facultades orientadoras.
El profeta Alma explicó que esta "Liahona", como se le llamaba, era una brújula preparada por el Señor, y funcionaba según la fe que ellos mostraban, y les señalaba la dirección en la que debían ir (véase Alma 37:38-40).
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El mismo Señor que le proporcionó una Liahona a Lehi, nos brinda a nosotros hoy un instrumento valioso que da dirección a nuestra vida, que marca los peligros que se nos interponen y nos traza un camino seguro hacia nuestra morada celestial. El valioso instrumento al cual me refiero es nuestra bendición patriarcal, la cual está al alcance de todo miembro digno de la Iglesia.
"Las bendiciones patriarcales", escribió la Primera Presidencia en una carta dirigida a los presidentes de estaca, "constituye una declaración inspirada del linaje de quien la recibe y, cuando así lo indica el Espíritu, proporciona una guía inspirada y profética de la misión de la persona, además de las bendiciones, consejos y admoniciones que el patriarca se sienta inspirado a dar para la cristalización de esa misión, dejándose siempre en claro que el cumplimiento de todas las bendiciones prometidas está sujeto a la fidelidad que la persona demuestra hacia el evangelio del Señor, cuyo siervo es el patriarca." (Carta de la Primera Presidencia a presidentes de estaca, 28 de junio de 1958.)
¿Quién es este hombre, este patriarca por el cual fluye el poder vidente del sacerdocio? ¿Cómo recibe el llamado?
El Consejo de los Doce tiene la responsabilidad especial de llamar a tales hombres. Basado en mi propia experiencia testifico que los patriarcas son llamados de Dios por profecía. ¿De qué otra forma podría nuestro Padre Celestial revelar el nombre de aquellos a quienes tales poderes proféticos se han de conceder? Un patriarca posee un oficio ordenado en el Sacerdocio de Melquisedec. El oficio de patriarca, sin embargo, es de bendición y no de administración. Nunca he llamado a un hombre a este sagrado oficio sin haber sentido la influencia del Señor en mi decisión. Quisiera compartir con vosotros una experiencia inolvidable.
Hace muchos años se me asignó nombrar a un patriarca para una estaca de Logan, Utah. Al llegar al lugar y reunirme con los líderes del sacerdocio encontré a la persona indicada para ser llamada como patriarca. Escribí su nombre en un papelito y lo puse dentro de mis libros canónicos. Después de mayores averiguaciones, supe que otro patriarca digno se había mudado a esa misma zona, por lo que no era necesario llamar a uno nuevo, así que no se llamó a nadie.
Nueve años después se me volvió a asignar a una conferencia de estaca en Logan, para la cual, también en este caso, se necesitaba un patriarca. Yo había estado usando un juego nuevo de Escrituras por algunos años y los tenía dentro de mi portafolio, pero por alguna razón, cuando salía para el viaje a Logan, tomé del librero un juego viejo de los libros canónicos que no había empleado por años, dejando los nuevos en casa. Durante la conferencia, comencé a buscar a un patriarca—un hombre que fuera digno, un siervo fiel del Señor, uno lleno de fe y de bondad. Al meditar estos requisitos, abrí mis libros canónicos y allí encontré el papelito que había metido muchos años antes, en el cual estaba escrito el nombre Cecil B. Kenner. Le pregunté a la presidencia de la estaca si por casualidad el hermano Kenner vivía en esa estaca, y me dijeron que sí. Cecil B. Kenner fue ordenado patriarca ese mismo día.
ld11403 Los patriarcas son hombres humildes, estudiantes de las Escrituras. Ante Dios son el medio por el cual las bendiciones de los cielos fluyen hacia la persona sobre cuya cabeza tiene impuestas sus manos el patriarca.
Tal vez no sea un hombre de letras, poseedor de bienes materiales, ni de una profesión distinguida. Sin embargo, debe poseer el poder del sacerdocio y la pureza personal. Para alcanzar la guía e inspiración de los cielos, el patriarca debe ser un hombre de amor, un hombre lleno de compasión, un hombre de integridad, un hombre de Dios.
La bendición patriarcal es una revelación para quien la recibe, es una guía segura que lo protegerá, lo  inspirará y lo ayudará a obrar en justicia. Una bendición patriarcal contiene literalmente capítulos extraídos de vuestro libro de posibilidades eternas. Digo eternas, puesto que así como la vida es eterna, también lo es la bendición patriarcal. Lo que tal vez no se cumpla en esta vida, puede ocurrir en la venidera. Los mortales no somos dueños del tiempo de Dios. "Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dice Jehová.
"Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos." (Isaías 55:8-9.)
La bendición patriarcal es para aquel que la recibe y ningún otro. Tal vez sea breve o extensa, sencilla o profunda. No es ni su extensión ni su complejidad lo que caracteriza a una bendición patriarcal, sino que es el Espíritu lo que transmite su verdadero significado. Vuestra bendición no es para doblarla con cuidado y archivarla para siempre. No es para ponerla en un marco ni para publicarla. Más bien es para leerla. Es para amarla, y para seguirla.
La bendición patriarcal es para ayudarnos a pasar la noche más negra. Os guiará a través de los peligros de la vida. A diferencia del averiado bombardero de otra época, perdido debajo del polvo del desierto, ni las arenas ni las tormentas de la vida os interrumpirán en vuestro vuelo eterno. La bendición patriarcal es una Liahona personal que nos traza el curso y nos muestra el camino.
En la obra clásica de Lewis Carol, Alicia en el país de las maravillas, Alicia llega a una encrucijada de dos caminos, cada uno de ellos dirigiéndose hacia destinos opuestos. Entonces se le presenta el gato risón, a quien Alicia le pregunta: "¿Qué camino debo seguir?" Entonces el gato le responde: "Todo depende de a dónde quieras ir. Si no sabes a dónde quieres ir, en realidad no importa qué camino tomes.”
A diferencia de Alicia, cada uno de nosotros sabemos a dónde queremos ir. Y sí que importa el camino que tomamos, puesto que el sendero que sigamos en esta vida por cierto nos llevará al que seguiremos en la venidera.
Se requerirá de nosotros mucha paciencia mientras observamos, esperamos y nos esforzamos para que se cumpla alguna de las promesas que nos fueron hechas.

Una tarde llegó hasta mi oficina el hermano Percy K. Fetzer, un fiel patriarca con quien tenía fijada una visita.
En el curso de nuestra conversación derramó lágrimas de emoción. Me contó que acababa de llegar de Polonia donde había tenido el privilegio de dar bendiciones patriarcales a dignos miembros de la Iglesia. Tras una pausa, el patriarca me explicó que se había sentido impulsado a prometer a los miembros de una familia alemana llamada Konietz ciertas cosas que jamás se cumplirían. Les había prometido misiones, y bendiciones del templo, promesas que no estaban al alcance de quienes las habían recibido.

En voz baja me contó lo mucho que había tratado de contenerse para no pronunciar esas promesas inalcanzables. Pero no le fue posible; había recibido la inspiración, y había declarado las promesas y las bendiciones."¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo hacer?" me imploraba. ld1142
Le dije: "Hermano Fetzer, estas promesas no fueron suyas; sino que fueron inspiradas por Dios.  Arrodillémonos y orémosle a Él para que se cumplan."
Varios años después de aquella oración se firmó un inesperado pacto entre la República Federal Alemana y Polonia que permitió que alemanes de nacimiento, quienes habían quedado atrapados en Polonia al final de la guerra, regresaran a Alemania Occidental.
La familia Konietz, cuyos miembros habían recibido estas bendiciones patriarcales tan especiales, se trasladó a Alemania Occidental. Yo tuve el privilegio de ordenar al padre de esa familia al oficio de obispo en la Estaca de Dortmund. La familia entonces hizo ese viaje tan soñado al Templo de Suiza. Allí se vistieron en ropas de un blanco inmaculado. Se arrodillaron alrededor de un santo altar a la espera de esa ordenanza que une al padre, a la madre, a hermanos y hermanas no sólo por esta vida sino por la eternidad. La persona que ofició en esa sagrada ceremonia del sellamiento fue el presidente del Templo de Suiza. Lo que es más, era el mismo siervo del Señor, el hermano Percy K. Fetzer, quien en calidad de patriarca años antes, había pronunciado aquellas hermosas promesas como parte de las bendiciones patriarcales que les había otorgado.
¿Cuán lejos está el cielo?
Un día comprenderás:
Que si vives cerca de Dios,
el cielo es donde tú estás.
La bendición patriarcal es vuestro pasaporte a la paz en esta vida. Es una Liahona de luz que os guía por un sendero seguro hacia vuestra morada celestial.
Mensaje pronunciado en la Conferencia General de octubre de 1986, y publicado en la revista Liahona de enero de 1987

 

Estilo SUD, 14 de mayo de 2011
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