Nuestro
Padre Celestial conoce nuestro potencial y sabe lo que es
mejor para nosotros |
Relato |
El
Grosellero
por el Pte. Hugh B. Brown (1883-1975) |
Algunas
veces uno se pregunta si el Señor realmente sabe lo
que debe hacer con nosotros; algunas veces uno se pregunta
si sabe más que Él acerca de lo que uno debe
hacer y debe llegar a ser. Me pregunto si podría contarles
una anécdota que tiene que ver con un incidente que
tuve durante mi vida en el que Dios me mostró que Él
sabe lo que es mejor.
Vivía yo en Canadá, donde había comprado
una granja que estaba un tanto deteriorada. Una mañana
salí y vi un grosellero que había alcanzado
aproximadamente dos metros de altura y estaba llegando a ser
casi exclusivamente material para leña. No había
ningún retoño ni grosellas.
Antes de ir a Canadá, fui criado en una granja frutal
de Salt Lake City y sabía lo que tenía que sucederle
a ese grosellero, de manera que tomé unas tijeras podadoras,
fui hasta el arbusto y lo
corté, lo podé y volví a cortarlo hasta
que no quedó nada, excepto un montón de tocones.
Cuando terminé, empezaba a amanecer y me pareció
ver arriba de cada uno de esos tocones algo que parecía
como una lágrima, y pensé que el grosellero
estaba llorando.
|
Era
yo entonces un tanto ingenuo (y todavía no he dejado
de serlo por completo), lo miré, sonreí y dije:
“¿Por qué estás llorando?”.
Pensé haber oído hablar al grosellero y creo que
le oí decir esto: “¿Cómo pudiste
hacerme esto? Estaba creciendo tan maravillosamente; estaba
casi tan alto como el árbol de
sombra y el frutal que se encuentran dentro de la cerca, y ahora
me has talado. Todas las plantas del huerto me mirarán
con desprecio porque no llegué a ser lo que debí
haber sido. ¿Cómo pudiste hacerme esto? Creí
que tú eras el jardinero aquí”. Eso es lo
que pensé que había dicho el grosellero y estaba
tan convencido de haberlo oído que le respondí:
“Mira, pequeño grosellero, yo soy el jardinero
aquí y sé lo que quiero que seas. No quería
que fueras un árbol frutal ni un árbol de sombra;
quiero que seas un grosellero, y algún día, pequeño
arbusto, cuando estés cargado de fruta, me dirás:
‘Gracias, Señor Jardinero, por quererme lo suficiente
para talarme. Gracias, Señor Jardinero’”.
|
|
Pasaron los años y me encontré en Inglaterra,
donde era comandante de una unidad de
caballería en el Ejército Canadiense Británico.
Tenía el rango de oficial de campo y me sentía
orgulloso de mi puesto. Luego se presentó la oportunidad
para llegar a ser general. Había pasado todos los exámenes
y además tenía antigüedad. Con la muerte
de un general del Ejército
Británico, pensé que esa oportunidad se había
hecho realidad cuando recibí un telegrama desde Londres
que decía: “Preséntese en mi oficina a las
diez de la mañana”, firmado por el general Turner.
Salí rumbo a Londres. Entré con gallardía
en la oficina del general y lo saludé de forma apropiada,
correspondiéndome él con la misma clase de saludo
que un oficial mayor suele conceder, algo así como “¡Quítate
de mi camino, gusano!”. Me dijo: “Siéntese,
Brown”, y añadió: “Lamento no poder
hacer el nombramiento; usted lo merece y ha pasado todos los
exámenes; además tiene antigüedad, ha sido
un buen oficial, pero no me es posible hacer el nombramiento.
Deberá regresar a Canadá como oficial de entrenamiento
y transporte”. Aquello por lo que había estado
esperando y orando durante diez años quedó repentinamente
fuera de mi alcance.
Al rato él pasó a otra habitación para
contestar el teléfono y yo encontré sobre su escritorio
mi historial militar, al pie del cual estaba escrito: “ESTE
HOMBRE ES MORMÓN”. En aquellos días no éramos
vistos con buenos ojos. Al ver eso, supe por qué no había
sido nombrado.
Él regresó y dijo: “Eso es todo, Brown”.
Lo saludé de nuevo, pero no con tanta gallardía,
y salí.
Abordé el tren y volví a mi pueblo, que estaba
a ciento noventa kilómetros de distancia, con un corazón
entristecido y con amargura en el alma. El rechinido de las
ruedas parecía decir: “Eres un fracasado”.
Cuando volví a mi tienda, estaba tan amargado que tiré
la capa y el cinto sobre el catre. Elevé los puños
hacia el cielo y dije: “¿Cómo pudiste hacerme
esto, Dios? He hecho todo lo
que estaba de mi parte para prepararme; no hay nada que podría
haber hecho, que no hubiera hecho. ¿Cómo pudiste
hacerme esto?”. Estaba tan amargado como la hiel. Luego
oí una voz, y reconocí su tono. Era mi propia
voz que decía: “Yo soy el jardinero aquí,
y sé lo que quiero que hagas”. La amargura abandonó
mi alma y caí de rodillas cerca del catre para pedir
perdón por mi ingratitud y amargura.
Me puse de pie convertido en un hombre humilde; y ahora, casi
cincuenta años más tarde, miro hacia arriba y
digo: “Gracias, Señor Jardinero, por talarme, por
quererme lo suficiente como para herirme”. Veo ahora que
no era prudente que yo llegara a ser general en ese tiempo.
Muchos de ustedes tendrán experiencias muy difíciles:
desaliento, desilusión, aflicción, derrota. Serán
probados, pero si no obtienen lo que creen merecer, recuerden
que Dios es el jardinero aquí; Él sabe lo que
Él desea que lleguen a ser; sométanse a Su voluntad;
sean dignos de Sus
bendiciones y las recibirán. |
Tomado de Liahona marzo de 2002 |
Conceptos
para aplicar |
- Nuestro
Padre Celestial conoce nuestro potencial
- Él sabe lo que es mejor por nosotros
- Debemos
confiar en Su amor por nosotros
|
Escrituras |
- Mosíah
4:9-10
- Salmos
118:8
- Alma
36:3,27
|
Cita |
“A menudo, quienes luchan con la
adversidad preguntan: ”¿Por qué me sucedió
a mí? ...Hay una mejor pregunta que nos podemos hacer
y esa pregunta es: “¿Qué podría
aprender de esta experiencia?” La forma en que respondamos
a esa pregunta puede determinar la calidad de nuestra vida
no sólo en esta tierra sino en las eternidades futuras.
Aunque nuestras pruebas sean diversas, hay una cosa que el
Señor espera de nosotros, no importa cuáles
sean nuestras dificultades y nuestros pesares: Él espera
que sigamos adelante.”
(Élder Joseph B. Wirthlin, Liahona noviembre 2004,
pág.101)
|
Himnos |
Canciones
para los niños |
Escuchar |
Leer |
64
- El valor de Nefi |
|
|
75 - Dime Señor |
|
|
Himnario |
|
|
201
- Dios cuida a sus hijos |
|
|
175 - A dónde me mandes iré |
|
|
|
|